Por Hernán Andrés Kruse.-

Una multitud de investigadores se movilizó el viernes 30 de agosto bajo la consigna “Ciencia en peligro de extinción”, en repudio al menosprecio de Javier Milei por la investigación científica, repudio que se concreta en continuos recortes presupuestarios. Queda dramáticamente en evidencia lo que piensa el presidente de la nación sobre la investigación científica: es un gasto, no una inversión. En consecuencia, debe ser eliminado en aras de esa deidad llamada “déficit 0”.

Parece mentira que en el país donde se formaron científicos de la talla de Bernardo Houssay y César Milstein, cardiólogos como René Favaloro, médicos generales como David Staffieri, entre tantos otros, un personaje como Javier Milei ocupe hoy la Casa Rosada. Un personaje que se mofa de los galenos mencionados precedentemente. Cuesta creer que quien se sienta hoy en el Sillón de Rivadavia menosprecie de manera tan canallesca la investigación científica, que en cualquier país normal es considerada un área de vital importancia para su desarrollo.

En 1955 la editorial Columba (Buenos Aires) publicó un ensayo de Bernardo Houssay titulado “La investigación científica”. Vale la pena leerlo. No sólo porque su autor fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina, sino porque goza de una vigencia absoluta. Así reflexionaba el doctor Houssay sobre el tema.

FORMACIÓN DE INVESTIGADORES

“La jerarquía y el poderío de un país moderno se basan, en grado fundamental, en la investigación científica. Esta depende, en primer término, de la originalidad e inventiva de sus hombres de ciencia y luego de la capacidad y número de las personas dedicadas a tareas científicas. El verdadero capital científico y técnico de una nación está dado por la calidad de sus hombres de ciencia y por la intensidad de su trabajo. Los éxitos en la guerra librada incesantemente contra la enfermedad, la ignorancia o la pobreza, se basan en el mantenimiento de una corriente constante de nuevos conocimientos científicos. Estos conocimientos sólo pueden obtenerse por medio de la investigación científica fundamental. De ésta derivan luego las investigaciones aplicadas y las aplicaciones sanitarias, agropecuarias o industriales.

Pueden clasificarse los hombres que se dedican a la investigación científica en muchas clases. Entre una y otra de ellas la diferencia de calidad es, por lo menos, geométrica, o sea que un hombre de primera clase vale por lo menos más que diez de segunda, cien de tercera, mil de cuarta y un millón de veces más que uno de séptima. Además, la formación de hombres muy capaces es lenta y difícil. Por todas estas razones se comprende que los hombres capaces deben ser cuidados y ayudados como un capital precioso. Aun en los momentos más violentos de la revolución rusa, fue respetado el fisiólogo Iván Pávlov, a pesar de que manifestaba no ser comunista.

Los atropellos contra los hombres de ciencia son hoy excepcionales en las naciones democráticas, pero se producen, a menudo, en naciones totalitarias y representan una forma de automutilación grave. Sacar a los mejores hombres de ciencia de un país para poner en su lugar a submediocres, es de consecuencias trágicas, aunque no visibles en seguida. El adelanto científico depende de la existencia de investigadores de larga y cuidadosa formación. Éstos no se improvisan ni se consiguen con decretos o dinero, sino por una formación metódica, larga y delicada, como el cultivo de una planta preciosa. Se necesita la semilla, el terreno, el ambiente, la nutrición y los cuidados adecuados. La buena semilla consiste en seleccionar a los jóvenes más aptos para la investigación e instruirlos especialmente. Su verdadera aptitud se conoce poniéndolos a prueba y no sólo por calificaciones de exámenes, discursos o composiciones.

El ambiente apropiado es un sitio de trabajo intenso y estimulante, en el que la investigación original sea apreciada y ayudada. La dirección y, sobre todo, el ejemplo de investigadores auténticos, respetados por su amor a la ciencia, su capacidad y sus cualidades morales, constituyen el mejor estímulo para la dedicación a la ciencia. Para que los investigadores adelanten debidamente es necesario: mantener un incesante intercambio de información, directa o por revistas o congresos; darles sobre todo los medios de trabajo indispensables; inspirarles confianza y hacerles justicia en su carrera; y, por último, asegurarles tranquilidad y concentración mental. No deben tener angustias económicas para los suyos y deben poseer un mínimo de comodidades para la salud física y espiritual propia y de su familia.

La importancia de tales factores se aprecia bien cuando vemos a algunos hombres de países más atrasados alcanzar distinción en la investigación científica por trabajar en ambientes más adelantados. Muchas veces no se atreven a volver a su país y, cuando retornan, sólo sobreviven para la ciencia los más tenaces o afortunados, pero se malogran muchos porque no encuentran los medios imprescindibles para subsistir. Debemos enviar muchos becarios a perfeccionarse al exterior, pero mandarlos ya preparados o que mostraron su calidad. Enviarlos a un solo sitio con un gran maestro. Mantenerlos, para que se perfeccione su espíritu y capacidad, el tiempo suficiente, pero no tanto que se desaclimaten. A la vuelta, deben tener ya establecido un lugar de trabajo adecuado, con los medios necesarios y una posición satisfactoria que no los obligue a dispersarse, acumulando varias tareas y, en consecuencia, malográndose.

No se adelanta importando hombres de mediana capacidad o bien trayendo algunos buenos, a los que no se les da medios de trabajo y ambiente aptos ni discípulos preparados y laboriosos. Los Estados Unidos de Norteamérica no han progresado en la ciencia por la sola virtud del dinero, como suele creerse. Han adelantado porque cultivan la ciencia y ayudan a los técnicos del país o extranjeros capaces, sin prejuicios raciales o religiosos, dándoles los recursos que necesitan. Y ese país ha alcanzado la holgada capacidad económica de que disfruta, por trabajar mucho y bien y por apoyar a la ciencia incondicionalmente. Por ese camino se enriqueció y así obtuvo mucho dinero que invirtió e invierte, siempre en gran cantidad, en la instrucción y en la investigación científica, por lo cual ha logrado con el apoyo de la ciencia y sus aplicaciones técnicas, en este siglo, pasar de una situación atrasada a una posición prominente.

No puede improvisarse ni la investigación científica ni los buenos investigadores «full-time». El problema del desarrollo científico y técnico de un país consiste en : a) descubrir las vocaciones y capacidades auténticas; b) formar los hombres de ciencia no por simple transmisión de conocimientos adquiridos, sino preparándolos para adquirirlos durante toda la vida, mediante investigaciones personales realizadas por medios científicos correctos; c) ayudar a la formación de investigadores por medios adecuados y eficaces; d) utilizarlos debidamente en la investigación científica pura y aplicada, cuidando que no se malogren.

La inmensa importancia de los hombres de ciencia no está aún reconocida en las jóvenes naciones de Iberoamérica. Esto ocurre porque no se ha ayudado debidamente a su formación y porque no se sabe aprovechar a los que existen. En estas naciones se cree erróneamente que esto puede subsanarse, en un instante, por inversiones crecidas de dinero. Los fondos son necesarios para el desarrollo científico, pero no son eficaces si falta la competencia. Es inútil el riego (el dinero) si no hay la semilla o la planta (el hombre capaz). En todas las naciones que marchan a la cabeza de la civilización, se practica el «full-time» (consagración o dedicación exclusiva), condición indispensable para la formación de los grandes investigadores y la utilización eficaz de su competencia. Pero esto no confiere vocación y capacidad a los que no la tienen. Aplicándolo a medianías se crea una burocracia pseudo-científica que se prodiga en pequeños trabajos dispersos, conferencias y tomos anuales, en lo que se gasta mucho y sin ningún provecho para la ciencia.

En nuestro país hay escasez de «full-time» por muchas razones. Las retribuciones son, en general, insuficientes. Hay siempre inseguridad porque pueden surgir destituciones por persecuciones personales o de círculos, o por cuestiones políticas, como se ha visto hasta no hace mucho entre nosotros con los pocos «full-time» con que contábamos. Otra razón de inseguridad es que la mayor parte de los nombramientos son periódicos, pero sin que existan normas seguras que permitan saber cuál es el grado de estabilidad para el futuro, lo que no ocurre en las naciones más adelantadas. Por fin, es inútil declarar «full-time» a quien no tiene vocación científica y capacidad adquirida por una formación previa. Éstas no se improvisan ni aparecen por milagro, a cualquier edad o en cualquier circunstancia. Deben desarrollarse en forma metódica, lo que exige tiempo, esfuerzos intensos y contacto con grandes maestros.

En los Estados Unidos se han inscripto durante la guerra 440.000 personas adiestradas para trabajos científicos. Se calcula que debido a la contienda existía, cuando acabó, un déficit de 150.000 personas que no habían adquirido los conocimientos tecnológicos y científicos necesarios. Para compensar esta deficiencia, las universidades se vieron obligadas a aceptar temporariamente el 50 % más del número normal de estudiantes. La Academia Nacional de Ciencias y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas, que han dirigido las investigaciones durante el conflicto, han planeado métodos para la formación de investigadores. El plan de las comisiones presididas por Vannevar Bush, por iniciativa del presidente Roosevelt, propuso establecer 24.000 becas para estudiantes y 900 para diplomados, con un costo de 30.000.000 de dólares por año.

Inglaterra procura duplicar y llevar a 100.000 el número de estudiantes de las universidades y escuelas superiores y técnicas. Las universidades han aumentado sus gastos de 6.500.000 libras esterlinas de 1937/38 a 9.450.000 en el proyecto de 1946/47. Esta nación destina unos 40.000.000 de libras anuales a la investigación, para poder sobrevivir y recuperarse, y considera que existe la conveniencia de una coordinación nacional, que, sin embargo, salvaguarde cuidadosamente la independencia de la universidad y la libertad de investigación. Para impartir una debida educación procura sumergir a los estudiantes en una atmósfera de actividad intelectual, asociándolos con personas mayores o más capaces para despertar su interés y desarrollar su capacidad de instruirse y formarse.

Todo lo que antecede habrá hecho comprender que el problema científico se resuelve formando jóvenes investigadores por medio de un plan adecuado, estableciendo un escalafón para su carrera con ascensos selectivos, y luego dándoles medios de trabajo en un ambiente digno, libre y estimulante. La investigación sólo puede existir si está en manos de hombres de ciencia bien preparados. Dar recursos a los incapacitados es malgastar el dinero y engendrar una burocracia improductiva de mediocres envanecidos. La formación de los investigadores sólo puede hacerse por medio de una carrera metódica y suficientemente larga, guiada por los mejores hombres de ciencia del mundo. Debe fomentarse la educación científica y desarrollar los mejores talentos de la juventud, por manos competentes, con tacto y justicia, labor intensa, desarrollando un idealismo ilustrado y fecundo, y un firme sentimiento de dignidad personal (…)”.

LA CIENCIA Y LOS GOBIERNOS

”Se puede medir la ilustración y clarividencia de los gobernantes por la importancia que acuerdan a la investigación científica fundamental, por lo que realmente hacen para ayudarla, y por el apoyo y respeto que dispensan a los auténticos hombres de ciencia. La investigación científica consiste en un examen incesante de los problemas, sin otro límite que la demostración de la verdad, independientemente de los dogmas religiosos, políticos o de otra clase. Exige la libertad de investigación, de expresión y de discusión. La ciencia no se desarrolla bien más que en una atmósfera de libertad, mientras que languidece o entra en decadencia bajo los regímenes de opresión. Los gobiernos deben suministrar los recursos necesarios para la enseñanza y la investigación científica, pero jamás deben entrometerse en la vida espiritual y las orientaciones científicas de las universidades o centros de investigación fundamental.

El enorme poder que proporcionan las invenciones científicas despierta el interés de los gobiernos y de las grandes industrias, que suelen ayudar a la investigación con medios cuantiosos. Pero, desgraciadamente, a menudo tratan de utilizarla para provecho propio, o sea, obtener ventajas políticas y económicas, y no para el beneficio general. La ciencia, aunque consigue así recursos importantes, corre el peligro de perder su libertad, que es condición indispensable de su adelanto ininterrumpido. Los hombres dedicados a la política y los que desempeñan funciones de gobierno, con frecuencia saben muy poco de lo que significa la ciencia y de cuáles son sus métodos y su espíritu. A su vez, los hombres de ciencia no suelen ocuparse de política, a la que consideran como una actividad completamente ajena a sus estudios y por esta razón no conocen los problemas administrativos, políticos y sociales. Es común que los gobiernos se hagan asesorar en las cuestiones científicas por políticos o aun por universitarios que ignoran los principios y métodos científicos; y, lo que es más grave, desconocen totalmente que lo ignoran.

En todos los problemas relacionados con la ciencia es de desear que los gobiernos comprendan que deben consultar a los hombres de ciencia más competentes o a las corporaciones doctas, serias, y no sólo al «médico de cabecera» o a sus allegados. Para el adelanto de la ciencia y para su rápida y adecuada aplicación benéfica, es preciso asegurar una mayor y más eficaz cooperación entre los hombres de ciencia, la población en general y los gobernantes. Para ello los hombres de ciencia, las sociedades doctas y sobre todo las universidades, debieran informar constantemente a los universitarios, a los gobiernos y a la población acerca de los principios y los métodos de la ciencia y los continuos descubrimientos científicos. Los periódicos podrían tener un gran papel en este sentido, sobre todo si establecieran la regla moral estricta de preferir siempre la verdad y la justa medida a las publicaciones sin importancia, sensacionalistas. En la enseñanza secundaria y aun en la primaria se podrían dar nociones o enseñanzas bien seleccionadas, sumarias, pero claras, sobre el papel de la ciencia y la importancia social de la investigación”.

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