Por Hernán Andrés Kruse.-

Fue una jornada aciaga para la democracia argentina. En el interior del Congreso, 87 diputados nacionales apoyaron el veto presidencial a la ley de movilidad jubilatoria, propinando a los jubilados un golpe muy duro, artero y, fundamentalmente, inmerecido. Mientras tanto, la Policía Federal agredía de manera alevosa a los jubilados, tal como aconteció anteriormente. Pero en esta oportunidad, un uniformado empleó el gas pimienta para reprimir a una nena de diez años quien, luego de la agresión, se abrazó desesperadamente a su madre. El dantesco hecho provocó una repulsa e indignación generalizadas.

Nunca antes había tenido lugar semejante afrenta a la dignidad humana, al menos en democracia. Afrenta que intentó ser ignorada por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quien, en complicidad con la secretaria de Seguridad, Alejandra Monteoliva, y el jefe de la Policía Federal Argentina, filtraron un video falso en el que se acusaba a socorristas de haber cometido la barbarie. Afortunadamente, la maniobra quedó al descubierto al mostrar la televisión un video que registra el cobarde ataque de un uniformado de la Policía Federal a la inocente criatura.

Emerge en toda su magnitud la gravedad de lo acontecido en la Plaza del Congreso el 11 de septiembre. Emerge en toda su magnitud todo lo que le falta a la Policía Federal Argentina para desempeñarse acorde con las reglas de la democracia liberal, basadas en el respeto a los derechos humanos. Buceando en Google, me encontré con un esclarecedor ensayo de María Eugenia Bonilla Ovallos (Universidad Autónoma de Bucaramanga-Colombia) titulado “Democracia, desempeño institucional y cuerpos policiales” (Reflexión Política, volumen 17, Número 33, junio, 2015). Expone con meridiana claridad cómo debe actuar la policía en una democracia liberal.

INTRODUCCIÓN

“El presente artículo pretende reflexionar en torno a las particularidades que debe tener el desempeño de una institución policial favorable a la consolidación del sistema democrático. Para ello se entenderá por consolidación democrática “el proceso de reforzamiento, afirmación, robustecimiento del sistema democrático, encaminado a aumentar su estabilidad, su capacidad de persistencia y a contrarrestar y prevenir posibles crisis” (Morlino). En este sentido, la consolidación es el proceso mediante el cual las estructuras, las normas, los ideales y los principios democráticos, además de estar definidos, se afianzan, interiorizan, arraigan y se convierten en el común denominador de las relaciones existentes entre las diversas instituciones políticas y los miembros de la sociedad, lo cual implica mayores niveles de calidad de la democracia sustentados en un buen desempeño institucional.

Partiendo de dicho precepto, la hipótesis aquí planteada señala que la existencia de una institución policial cuyo desempeño no favorezca, ni contribuya, ni garantice el fortalecimiento de los principios fundamentales de la democracia, se convertirá en un obstáculo para mejorar la consolidación del sistema político. La democracia debe garantizar la seguridad, pero también la libertad, la igualdad, la justicia y ninguno de estos valores fundamentales deben transarse por la consecución del otro, de allí la importancia de que los Estados limiten, regulen y controlen el desempeño de sus cuerpos policiales. Por tanto, es vital que la Policía en el afán de proveer seguridad no transgreda los derechos de las personas reconocidos constitucionalmente. “La búsqueda de seguridad debe ser coherente y complementaria con los propósitos del Estado y de la democracia y este desafío demanda la adecuada interrelación de las políticas y la gestión de los gobiernos enmarcados e inspirados en una visión de seguridad en democracia” (López y Tudela)”.

LA DEMOCRACIA ES UNA REALIDAD. SU CONSOLIDACIÓN, UN RETO

“En el escenario político actual la democracia se ha popularizado en el mundo y los distintos regímenes políticos intentan de cualquier forma hacerse acreedores de tales calificativos o señalan desear como objetivo último la instauración de sus principios. No obstante, encontramos serias deficiencias de orden institucional que llevan a cuestionar el sistema democrático en ciertos países y que nos presentan diversos grados de empoderamiento de sus ideales fundamentales.

En América Latina se habla de “una institucionalidad democrática débil donde la calidad de la democracia y el Estado de derecho se constituyen como variables frágiles en la ecuación del proceso de democratización” (Domingo). La democratización comprende, “tanto la transición de regímenes no democráticos, sobre todo autoritarios, a distintos regímenes democráticos, como los sucesivos y eventuales procesos de instauración, consolidación, crisis y también de crecimiento de la calidad de la democracia” (Morlino). Así pues, los procesos de democratización implican un reto que trasciende a la instauración del régimen democrático y a la garantía de los principios básicos de la democracia “minimalista” y presiona a los países a interiorizar y proyectar en cada una de las acciones de sus instituciones democráticas, la persecución incansable por el respeto de los derechos ciudadanos y por ende su bienestar.

En consecuencia, potencializar la democracia implica la existencia de una serie de características cuya presencia o ausencia permiten clasificar a los sistemas como democracias perfectas o no. Dado el contenido utópico de la democracia, “en la práctica tal vez no exista jamás un proceso democrático perfecto, ni un gobierno democrático perfecto” (Dahl). No obstante, los esfuerzos de medición del grado de democratización de un régimen son vitales para distinguir los diferentes umbrales de democracia existentes y poder así evidenciar lo cercano o lejano que se encuentra un país democrático del ideal teórico, para con ello marcar rutas de acción encaminadas a potenciar el empoderamiento de sus principios.

Para que un Estado goce de una democracia perfecta es necesario, según Dahl, que se cumplan los siguientes criterios: (1) participación efectiva; (2) igualdad de los votos en la etapa decisoria; (3) comprensión esclarecida; (4) control del programa de acción, y (5) inclusión. En el mundo real, los estados cumplen con algunos de los criterios anteriormente señalados de manera parcial y casi nunca en conjunto, lo que nos permite dar cuenta del amplio espectro de democracias existentes. Sin embargo, hoy en día no basta con medir el umbral de democratización, sino que se hace necesario cuestionarse sobre la posibilidad que tiene la democracia de sobrevivir en los países en que se ha instaurado, lo cual está relacionado con la consolidación democrática.

Una de las divergencias constantes que se encuentran en las conceptualizaciones existentes sobre consolidación democrática, radica en que no está claramente definido el momento del acontecer político que les da origen. En este sentido para Morlino comienza inmediatamente después de que se instaura la democracia; para O´Donnell ésta implica una “segunda transición” u “otra institucionalización” y, Gunther, Diamondouros y Puhle entre otros, la han interpretado como un continuum inherentemente teológico.

Este artículo comparte la hipótesis de que la consolidación democrática sigue a la instauración del régimen, de tal manera que esta “solo comienza cuando cada una de las nuevas instituciones y normas del sistema están ya creadas, o restauradas, y empiezan a funcionar” (Morlino). Sin embargo, la consolidación es solo uno de todos los posibles resultados que pueden derivarse de la instauración; en este sentido pueden presentarse crisis, rupturas y cambios en el sistema político que lleven al quiebre de la democracia. Si no hay quiebre de la democracia, es posible afirmar que la consolidación democrática es un proceso que desemboca en la estabilidad del régimen político y está altamente asociada con los niveles de legitimidad.

En este orden de ideas es importante resaltar que la consolidación democrática es un proceso que requiere tiempo para completarse, de manera que los diversos agentes del Estado, institucionales y civiles, comiencen a interrelacionarse dentro de esquemas fundamentados en los principios democráticos y, en consecuencia, estos sean constantemente reforzados y reafirmados, desembocando en la estabilidad del régimen. “La consolidación es el proceso de reforzamiento, afirmación y robustecimiento del sistema democrático, encaminado a aumentar su estabilidad, su capacidad de persistencia y a contrarrestar y prevenir posibles crisis” (Morlino).

La cristalización de los caracteres esenciales y secundarios de las distintas estructuras y normas democráticas representa un reto para cualquier país democrático. Sin embargo, “la cristalización no implica necesariamente rigidez, sino solo la fijación de instituciones y procedimientos propios de un determinado régimen democrático” (Morlino). En consecuencia, la consolidación requiere la aceptación y utilización de dichas estructuras y normas democráticas por parte de la sociedad civil, para la resolución de los distintos conflictos que puedan afectarla. Lo anterior indica que la consolidación demanda, entre otras cosas, el fortalecimiento de los principios intrínsecos de la democracia, la libertad y la igualdad.

Esta postura, compartida por diversos autores (Morlino; Tilly; O’Donnell) enfatiza en que para que la libertad y la igualdad se presenten en el seno de una sociedad es necesario (además de los principios de inclusión, participación, igualdad en el voto, y control del programa de acción, entre otros) que se garanticen un amplio conjunto de derechos individuales, económicos y sociales. En este sentido, la consolidación democrática no centra su atención de forma exclusiva en el régimen o en el sistema político, en si existen o no reglas que lo soporten, sino que compete también al conjunto de la sociedad y a sus instituciones, a la forma en que han interiorizado y afirmado los valores y las normas democráticas.

Esta idea se refuerza en los planteamientos de Linz y Stepan quienes señalan que para no caer en una “democracia disminuida” es indispensable que se presente una “consolidación constitucional”, es decir, que se remuevan las reglas no democráticas que se encuentran en las constituciones, pero también comparte la posición de Morlino, Schumitter, Przeworski, Schedler, Dahl y Diamond, en la medida en que considera indispensable la existencia de instituciones fuertes y democráticas, cuyo desempeño contribuya a la expansión de su legitimidad y la del régimen.

No obstante, para que se alcance la consolidación es fundamental que los derechos y las libertades democráticas estén garantizados y que exista plena ciudadanía civil y política. Por ello, además de “elecciones limpias e institucionalizadas junto con cierto grado de libertades concaminantes” (O´Donnell) se requiere que exista un reconocimiento legal de la ciudadanía política sobre una base universalista e incluyente, que establezca los derechos y las obligaciones que se derivan de la apuesta democrática. Así mismo, los juicios sobre el grado de democratización política deben hacerse en virtud de “la vigencia de los derechos y las libertades incluidas en el mismo, junto con las medidas que aumentan, por un lado las posibilidades de participación de los ciudadanos y, por el otro, la transparencia y accountability de los gobernantes” (O’Donnell).

Lo anteriormente señalado promueve la necesidad de que los instrumentos del Estado sean utilizados en pos de reconocer, aumentar y garantizar los derechos y las obligaciones que se derivan del orden democrático. Así mismo, la consolidación aboga por la existencia de instituciones transparentes y respetuosas del marco constitucional y, por ende, democráticas, de manera que los ciudadanos reconozcan en ellas la mejor opción para llevar a cabo sus acuerdos y resolver sus diferencias. “La consolidación democrática es un proceso en el que se transforman los acuerdos accidentales, las normas prudenciales y las soluciones fortuitas que han surgido durante la transición, con objeto de lograr relaciones de cooperación y competitividad que han demostrado ser más confiables, que se practican con regularidad y son aceptadas voluntariamente por individuos o colectividades, es decir, por políticos y ciudadanos que participan en un gobierno democrático” (Schmitter)

Así pues, la consolidación democrática requiere la existencia de un conjunto de instituciones arraigadas y legitimadas en el imaginario colectivo, hasta el punto de que para los agentes sociales, económicos y políticos no es concebible resolver sus conflictos al margen de ellas, ni mucho menos remplazarlas, lo cual implica la necesidad de “crear instituciones que los políticos aprueben y los ciudadanos consientan en apoyar” (Schmitter). De esta forma arribamos a nuestra tercera conclusión: la consolidación es el proceso mediante el cual las estructuras, las normas, los ideales y los principios democráticos, además de estar definidos se afianzan, interiorizan, arraigan y se convierten en el común denominador de las relaciones existentes entre las diversas instituciones políticas y los miembros de la sociedad.

Las instituciones generalmente interiorizan los principios democráticos en mayor o menor medida, es por ello que pueden existir diversas categorías de democracias consolidadas (Linz y Stepan) las cuales se determinan en torno a los niveles de calidad que las caracterizan (baja, media o alta). De allí que el mejoramiento de la calidad de las democracias consolidadas sea una tarea política e intelectual urgente (Schedler; Linz y Stepan). Para que exista una “democracia sustentable” (Przeworski) el desempeño de las instituciones democráticas debe garantizar la igualdad, la inclusión, la libertad, la justicia y el respeto de los derechos fundamentales de los ciudadanos. “La democracia es sustentable cuando su marco institucional promueve objetivos normativamente deseables y políticamente deseados, como la erradicación de la violencia arbitraria, la seguridad material, la igualdad y la justicia, y cuando, al mismo tiempo, las instituciones son capaces de enfrentar las crisis que se producen si esos objetivos no llegan a cumplirse” (Przeworski).

En consecuencia, observar la estructura institucional de los países es fundamental, debido a que en ella radica la explicación a las diferencias encontradas en los niveles de calidad de los sistemas democráticos, lo cual es a su vez vital para la supervivencia de la democracia. “La estabilidad democrática no es solo una cuestión de condiciones económicas, sociales o culturales, pues los diseños institucionales difieren entre sí en cuanto a su capacidad para procesar conflictos, en particular cuando estas condiciones son tan adversas que llega a percibirse que el desempeño democrático es inadecuado” (Przeworski). La democracia es sustentable cuando todas las fuerzas políticas importantes encuentran que lo mejor es promover sus intereses y valores dentro del marco institucional, aunque la mayoría de las democracias nuevas enfrentan el desafío de consolidar las instituciones políticas nacientes.

Que los ciudadanos reconozcan en las instituciones democráticas “the only game in town” (Linz y Stepan), es decir, la mejor opción para llevar a cabo sus acuerdos y resolver sus diferencias, implica que estas han tenido que revisar y adaptar sus comportamientos y sus actitudes, configurándose como instrumentos favorables a la consolidación democrática; alejándose de los intentos por derribar el régimen político a través de la violencia; impulsando cambios sociopolíticos y socioeconómicos con base en los procedimientos democráticos establecidos y; considerando que la violación de las normas y las leyes vigentes desembocará en salidas costosas e ineficientes, ante lo cual se sujetan y habitúan a la resolución de los conflictos dentro de los límites que esta les impone.

De allí se deriva nuestra cuarta conclusión: Para que se consolide la democracia es indispensable, entre otras cosas, que las instituciones democráticas garanticen las libertades civiles y políticas de los ciudadanos, así como el derecho a la protesta pacífica y la libertad de expresión; actúen sujetas a los lineamientos de la ley; sean útiles y eficientes para garantizar la satisfacción de las necesidades de la ciudadanía; ofrezcan a los miembros de la sociedad un trato igualitario, sin discriminaciones de raza, sexo, condición socioeconómica y/o género; protejan a los ciudadanos del arresto injustificado, del exilio, del terror y de la tortura; mantengan el compromiso democrático de manera que sean consistentes con sus principios básicos, con el fin de garantizar un conjunto más amplio de derechos a la población y lograr que el régimen se legitime.

Sin lugar a dudas, en el contexto de la democracia latinoamericana en mayor o menor medida las diversas instituciones democráticas enfrentan obstáculos que cuestionan la funcionalidad del desempeño institucional para la consolidación del régimen. El concepto “máximo” de la democracia se presenta marcadamente como utópico si tenemos en cuenta que la democracia ha estado conviviendo con: 1) niveles elevados de violencia, pobreza, desigualdad, injusticia, ilegalidad; 2) déficit de legitimidad institucional; 3) estructuras militares y policiales con rezagos autoritarios y poco subordinadas al control civil; 4) predominio de valores y principios autoritarios sobre los democráticos; (5) la ausencia de un sistema de partidos fuertes y auge de los sistemas hegemónicos; (6) ausencia de garantías para la realización de elecciones libres y limpias, como consecuencia del uso privilegiado del presupuesto público y de los medios de comunicación; (7) introducción de leyes ciudadanas excluyentes que violan las normas democráticas de inclusión y que restringen los mecanismos de democracia directa; (8) la amenaza de los actores antisistema; entre otros.

Pese a los avances y la ola de reformas constitucionales que han acontecido en los diversos países, la democracia continúa conviviendo con dichos problemas. En algunos casos se hace evidente el legado autoritario y/o el retroceso legal que se ha presentado con la formulación de algunas reformas y políticas públicas que impactan de manera significativa el desempeño institucional, en la medida en que obstaculizan la adaptación y la cristalización de las estructuras, las normas y los valores democráticos, por lo cual la consolidación del régimen continúa siendo un reto”.

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