Por Luis Tonelli.-

Es fácil gritar desde la platea ¡Corré! ¡Corré! Lo mismo, decirle a los que tienen la responsabilidad de gobernarnos que es lo tienen que hacer. Pero, al fin y al cabo, elegimos a un Gobierno esencialmente para echarle la culpa de todo lo que nos va mal a nosotros particularmente. “Piove? Porco Goberno!”, se ríen de sí mismos los italianos, y se nota que a nosotros no nos han colonizado los puritanos sino los puro-tanos.

Pero si esta es una democracia representativa, la contraparte de que el Gobierno tome decisiones en nombre del Pueblo, es que el Pueblo pueda opinar lo que se le cante de las decisiones del Gobierno.

Todo este introito para justificar una crítica general a la dinámica que el Gobierno exhibe a un año del ballotage que lo llevó a instalarse en la Casa Rosada. A un año de aquella oleada de entusiasmo que contagió a tantos y hoy unos cuantos de ellos manifiestan desencanto, angustia y sobre todo interrogantes. Dejemos de lado temas recurrentes en esta columna, tal como la subestimación de la situación heredada y la sobre-estimación de las capacidades propias. O la poca comprensión de una economía estado-dependiente con un Gobierno que pensó que “liberando de la nieve estatista la entrada del túnel, el tránsito económico iba a tomar renovado ímpetu” (cuando en realidad, los argentinos vivimos en la nieve. Somos esquimales).

Poco a poco, la atonía está conquistando a la sociedad argentina, cunde la mala onda, lo cual obviamente no ayuda a la economía: si el gobierno quiso recrear el clima de negocios en realidad lo que se ha generado es un denso clima de negación del consumo.

Una cuestión sobre la cual quizás debamos interrogarnos es si la gente votó contra un gobierno omnipresente y asfixiante, o bien, solo contra el estilo CFK, que ya hacía rato que se había agotado en su efectividad pasada. El punto es si la sociedad argentina necesita de una épica (OTRA) y así verse interpelada por el llamado de la historia o en cambio quiere vivir tranquila y si no tiene necesidad de acordarse de que el gobierno existe mejor.

El estereotipo es que en la sociedades anglosajonas la política ha sido siempre -y cuanto mucho- un mal necesario. La caballería, aparecía en todo caso, solo en última instancia y al final de la película. Si había populismo, era antiestatista: que el Estado no me saque lo que es mío. En las sociedades latinas todo era muy diferente. El populismo vernáculo siempre pidió que “el Estado me otorgue gratuitamente lo que yo me merezco” (ideario que cruza a todas las clases sociales).

Pero hasta el mundo anglosajón ha cambiado. Estados Unidos se ha conurbanizado, y como ya alertaba Richard Rorty en 1999, toda la bronca de quienes se piensan así mismos como “The America” y se han sentido crecientemente postergados se ha rebelado contra todo lo avanzado en materia de derechos de las minorías. Así los indignados han sido seducidos por un outsider millonario que les ha prometido poner desde el Estado todo pata para arribas. O sea, al fin y al cabo, Trump les ofreció una épica.

Algo porque movilizarse. Algo porque estar juntos. Por más que sean cosas que a muchos nos suenan detestables y anacrónicas.

El Presidente Macri se muestra cauto, moderado. Exhibe cálculo. Prudencia. Cuidado. Todos componentes de una gobernabilidad táctica. Pero el electorado que lo votó apostó a un CAMBIO.

O sea, votó audacia. Votó consenso, pero para enfrentar a los que apostaron al odio y al conflicto. Voto a una “regeneración” de la política, y no a entrar en componendas tras bambalinas con los capangas provinciales, locales y sindicales.

La Gobernabilidad Táctica amenaza con neutralizar la Gobernabilidad Estratégica, la que actúa hoy mirando hacia el FUTURO. La que busca no otear lo que el sentido común puede expresarse en una encuesta sino la que busca liderar las encuestas y generar un nuevo sentido común. Falta AUDACIA que complemente al CÁLCULO.

No dejará de ser una triste paradoja que el Gobierno se contente con que algo de aquel electorado que votó un CAMBIEMOS elija ahora al oficialismo sólo por no tener a otro a quien votar. Solo por resignación y por conservadorismo. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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