Por José Luis Milia.-

“Planear un cambio y seguirlo hasta el final requiere coraje”, Ralph Waldo Emerson.

Los argentinos votamos una esperanza. Hoy vemos, desengañados, que esta se nos va entre los dedos como arena de desecho. Encaramados en una ilusión y urgidos de sacarnos de encima, más rápido que bien, a una banda de facinerosos cuyo fin último era hacerse con la República para saquear hasta sus cimientos, fuimos incapaces de evaluar cual era la medida del valor de aquellos que nos hablaban del cambio.

Timoratos y holgazanes como somos, hace tiempo que en nuestro diccionario solo se encuentra como axioma de valor a aquello que da una medida monetaria de las cosas; porque desde hace tiempo, a fuerza de burlas, persecución y cárcel nos enseñaron a olvidar que la definición más importante de valor es aquella que define a éste como esa cualidad del ánimo que nos mueve a acometer grandes empresas y a arrostrar cualquier peligro.

Necesitábamos creer y por eso nos negamos a ver que las propuestas que llegaron a entusiasmarnos no eran nada más que una hojarasca que el primer viento se llevaría. En verdad, “terminar con el curro de los derechos humanos” llevaba en sí la misma vacuidad ética que bajar el déficit fiscal. Hoy el déficit sigue incrementándose y Macri ha matado más presos políticos en un año que los Kirchner en nueve, mientras que pandillas de vetustas arpías -“abuelas” y “madres”- siguen esquilmando al erario público.

No vale la pena volver a hurgar en el hecho que en el gabinete hay pitos por los que se da mucho más de lo que ese pito vale, y somos muchos los que desearíamos indagar los antecedentes de algunos de aquellos que, ofrecidos a peso de oro en polvo, en la vidriera de Cambiemos, han resultado no ser más que un cuatro de copas en el truco irreverente con que es jugada hoy la “nueva política”. De esta manera, y solo como ejemplo ya que maneja un área ultra sensible, sería bueno saber que hace y por que está en el ministerio de seguridad Patricia Bullrich, salvo que el presidente crea -tal como se estilaba en el viejo Far West- que para elegir a un buen sheriff el casting debía hacerse entre antiguos delincuentes ya que estos eran conocedores de las mañas de sus colegas. Y esto sin querer cargarle la romana a “la piba”. Ella no era una delincuente cualquiera, era una terrorista.

Este año ha pasado sin que el gobierno se diera cuenta de cuan cerca ha estado de tener un helicóptero como futuro. A una jauría de hienas rabiosas se les ha dado pase libre en el zoológico y se desplazan en libertad por las calles que importan como lugares a tomar, que son aquellas que no van más allá de dos kilómetros a la redonda del Obelisco, porque esta cáfila de malvivientes -y me refiero a las bandas de piqueteros, respondan estas a Cristina o al papa Francisco- jamás cortará la ruta nacional 81 por más que Gildo Insfrán les siga metiendo balas a los wichis.

La solución que los corajudos del cambio han inventado para apaciguar a estos delincuentes va desde la payasada -Macri tirando flores al río con Obama y Hollande como si estos fulanos y sus países nunca hubieran hecho desaparecer a nadie- hasta la coima lisa y llana; y acá cabe una pregunta: ¿de que otra manera definiría, quien lee esto, el regalo de treinta mil millones de pesos a esta bandas encapuchadas, para que armen su “obra social” y para que manejen, a pura discriminación, quien entra o no en ella en función de la obligación de estar prestos para dañar al gobierno?

De alguna manera, y mal que les pese a los talibanes del Pro -que los hay y que repiten en ellos las mismas taras mentales de “La Cámpora”- Cambiemos ha optado por lo viejo, comprar actitudes que le den aire al gobierno aunque sea a costa de incrementar el déficit y seguir pisando la cabeza de aquellos que aportan, porque de este grupo de idiotas sociales que pagan sus impuestos y siguen esperando contra toda esperanza que un día haya alguien que se ocupe de devolverles, aunque sea en parte pero en educación, seguridad y salud, algo de lo que año a año les roban con el cuento de la justicia social, saldrá el dinero con que el gobierno viene comprando su terapia intensiva.

Hace tiempo que el gobierno ha demostrado que el coraje no es una de sus cualidades. Es la segunda vez que es apedreado el vehículo que traslada al presidente a un acto. Si hay algún detenido, éste sale de la comisaría tan rápido como un violador serial del montón. Dos agresiones sin condenados son un llamado a que la próxima en lugar de piedras le tiren una granada. La parsimonia de los jueces y fiscales en estos casos, tiene más que ver con el interés en dañar al gobierno que con su innata cobardía. Cobardía que se acaba cuando, con el beneplácito de los ineptos o cómplices que se sientan en el ministerio de justicia y en la secretaría de DD.HH., arremeten contra los viejos combatientes que pueblan las cárceles federales a partir del cuento de la lesa humanidad.

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