Por José Luis Milia.-

¡Alleluyah!, ¡tenemos vicario castrense!

Hagamos un poco de historia contrafáctica. Año: 1456, ciudad: Belgrado, sitiada por los turcos otomanos de Mehmet II; un fraile, Juan de Capistrano, acompaña como capellán a las tropas húngaras; en medio del combate el fraile que gozaba de la confianza de las tropas pacta con el sultán. Belgrado, “puerta de la cristiandad” cae. Fin de la historia. Fin de la cristiandad.

Gracias a Dios la historia real fue otra, Juan de Capistrano, luego santo y patrono de los capellanes castrenses, arengó a las tropas y al grito de: “¡Jesús, Jesús!” dirigió el ataque y terminó venciendo.

Es bueno traer a colación el ejemplo de San Juan de Capistrano a pocos días de la asunción de un nuevo vicario castrense ya que el que viene se parece más al Juan de Capistrano de la anécdota contrafáctica que al patrono de los capellanes castrenses; su primera actitud fue “pactar”, no con el sultán, pero si con una arpía que sólo se mueve por odio y codicia y que tiene como único objetivo destruir a aquellos que él tiene como obligación pastoral proteger.

Parece olvidar en la ronda amistosa que ha emprendido el nuevo vicario castrense -Carlotto, Avruj y algunos taimados más que andan dando vueltas desde hace años empeñados en la destrucción de las Fuerzas Armadas- lo que dice el prólogo de la Constitución Apostólica Spirituali Militum Curae (1): “La asistencia espiritual de los militares es algo que la Iglesia ha querido cuidar siempre con extraordinaria solicitud según las diversas circunstancias. Ciertamente éste constituye un determinado grupo social y “por las condiciones peculiares de su vida” (2), bien porque formen parte de las Fuerzas Armadas de forma voluntaria y estable, bien porque sean llamados a ellas por ley para un tiempo determinado, necesitan una concreta y específica forma de asistencia espiritual…”, y a fuer de las amistades que parece quisiera granjearse, ni una palabra se ha escuchado aún, respecto de una parte de su grey que se encuentra cautiva por causa de “las condiciones peculiares de su vida”, léase guerra antisubversiva. Quizás lo olvida porque seguramente le han informado que no es políticamente correcto acordarse de aquellos que combatieron bendecidos, no por curas bajados de un plato volador, sino por pastores de la Santa Iglesia Católica, Iglesia a la que el nuevo vicario pertenece. Pero posiblemente también sea menester olvidarlos porque hoy parece ser más importante, para la manada de obispos que dirige la Iglesia Argentina, proteger a curas que celebran misas cuasi sacrílegas por ladrones y corruptos que acordarse de aquello que aún a riesgo de su vida y de su alma nos salvaron de la opresión marxista.

Si en verdad monseñor Olivera tiene madera de pastor deberá saber que su cometido no será fácil. Nadie pretende ver en él a un nuevo San Juan de Capistrano comandando tropas cristianas bajo el estandarte de Cristo pero si, ¡Dios lo quiera!, a un nuevo San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced que a los tradicionales votos de obediencia, castidad y pobreza añadió el que obligaba a sus miembros a comprometerse a liberar a aquellos que sufren cautiverio, aunque su vida o su nombre peligre por ello.

1) S.S. San Juan Pablo II.

2) Conc. Vat. II, Christus Dominus.

Share