Por Hernán Andrés Kruse.-

Tengo en mis manos uno de los libros más importantes del eminente sociólogo Charles Wright Mills “La élite del poder”. El primer capítulo, titulado “Los altos círculos”, comienza de la siguiente manera:

“Los poderes de los hombres corrientes están circunscritos por los mundos cotidianos en que viven, pero aún en esos círculos del trabajo, de la familia y de la vecindad, muchas veces parecen arrastrados por fuerzas que no pueden ni comprender ni gobernar. Los “grandes cambios” caen fuera de su control, pero no por eso dejan de influir en su conducta y en sus puntos de vista. La estructura misma de la sociedad moderna los limita a proyectos que no son suyos, sino que les son impuestos por todos lados, y dichos cambios presionan a los hombres y las mujeres de la sociedad de masas, quienes, en consecuencia, creen que no tienen objeto alguno en una época en que carecen de poder”.

¡Qué gran verdad encierra este párrafo! Si bien Wright Mills estaba pensando en la sociedad norteamericana de la década del cincuenta del siglo pasado, su reflexión se adecua perfectamente a cualquier sociedad contemporánea. Invito al lector a que piense en la Argentina. Los ejemplos brotan por doquier. Escojo dos. A comienzos de 2018 el entonces presidente de la nación, Mauricio Macri, se quedó sin crédito externo. Wall Street le había bajado el pulgar. Al sentirse atrapado y sin salida, como Jack Nicholson en aquel inolvidable film, le imploró a la entonces jefa del FMI, la francesa Christine Lagarde, que le preste dinero. Con el visto bueno de Donald Trump, el FMI salió en auxilio de su “amigo” argentino. Una vez más, el país había caído en manos del histórico prestamista internacional de última instancia.

Un día Macri anunció por televisión que su gobierno había celebrado un acuerdo histórico con el FMI. Todos nos sentimos sorprendidos por semejante noticia. En ese momento el presidente actuó como un patrón de estancia. Sin consultar con nadie (salvo, quizá, con Marcos Peña), Macri tomó una decisión que condenó a las futuras generaciones de argentinos a hacerse cargo de una deuda gigantesca, monumental. Al acordar con el FMI le cambió dramáticamente la vida a millones de argentinos. Lo peor fue que lo hizo sin consultarlos. Actuó de esa manera porque era consciente del poder que tenía y de la extrema vulnerabilidad del hombre común. Actuó de esa manera porque sabía muy bien que nadie estaba en condiciones de contradecirlo, de oponerse a su voluntad.

Un día el sucesor de Mauricio Macri, Alberto Fernández, anunció por televisión una cuarentena a raíz de la entrada al país del coronavirus. Obligó a millones de argentinos a encerrarse en sus casas durante meses provocándoles enormes perjuicios. Fernández tomó esa dura decisión porque sabía muy bien que nadie osaría cuestionarlo. Al igual que Macri, Fernández le cambió la vida al hombre común. No hizo más que aprovecharse de su vulnerabilidad. No hizo más que poner en evidencia el poder de que disponía.

Mauricio Macri y Alberto Fernández demostraron que estaban muy por encima de los hombres comunes que circulan a diario por las calles intentando ganarse el pan. Demostraron que eran poderosos, capaces de introducir cambios radicales en la vida de millones de personas incapaces de hacerles frente. Sigamos leyendo a Wright Mills: “Pero no todos los hombres son corrientes u ordinarios en este sentido. Como los medios de información y poder están centralizados, algunos individuos llegan a ocupar posiciones en la sociedad norteamericana desde las cuales pueden mirar por encima del hombro, digámoslo así, a los demás, y con sus decisiones pueden afectar poderosamente los mundos cotidianos de los hombres y las mujeres corrientes”. Más adelante expresa: “Lo que dijo Jacobo Burckhardt de los “grandes hombres” muy bien podrían decirlo la mayor parte de los norteamericanos de su élite: “Son todo lo que nosotros no somos”.

“Son todo lo que nosotros no somos” ¿Y qué no somos nosotros? Muy simple: no somos poderosos. Es por ello que la élite del poder está en condiciones de hacer con nosotros lo que se le dé la gana. Los ejemplos de Macri y Fernández lo ponen dramáticamente en evidencia.

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