Por Carlos Belgrano.-

Mientras aguardamos que Duhalde y/o Magoya, finalmente saquen a Mauricio y su cohorte de lisiados mentales del Gobierno por ineptitud manifiesta, sin ilusionarnos que con dicho desplazamiento la Argentina detenga su rumbo a la banquina más próxima, hay algo que nos debemos a nosotros mismos.

Y es que cuando avizoremos tales cambios, sin importar la identidad del nuevo Amo, le exijamos como condición de aceptabilidad que se remueva todo este corroído y nauseabundo Poder al que irónicamente, lo denominamos Judicial.

Una Nación que se precie de tal, puede tolerar cualquier cosa insoportable como el dispendio de los Fondos Públicos, por impericia, exacción y cualesquiera de las formas que se vienen aplicando desde tiempos inmemoriales como en la nuestra.

Y tales deformaciones que transcurren como hechos cotidianos e inadvertidos para el común de la gente, precisamente subsisten y se fortalecen porque quienes tienen a su cargo la guarda de evitar la fractura de la Ley, pues son un hato de impresentables, aun peor que toda esta cáfila de políticos que aburren de solo verlos y sin que para ello deban pronunciar siquiera un monosílabo de esas rumias que atentan contra el menos sensible sentido auditivo.

Si el tan postergado decreto de pasar a toda esta manada «en comisión» y luego de una brevísima investigación sumaria, poner al desnudo no solo la supina ignorancia en el manejo de nuestro Derecho Positivo, sino los aditamentos de vagancia crónica y sus apetencias crematísticas que saldrían a la luz, con solo indagar el brutal enriquecimiento ilícito del que todos estos cosos son beneficiarios, al menos la más importante columna vertebral encargada de aplicar los castigos ejemplarizadores que nos provee, incluso esta legislación amorfa, sería suficiente para que dichas normas sean lo suficientemente disuasivas para que no se perpetúe esta dolorosa conculcación.

Las soluciones para desterrar estos flagelos existen; sólo requerimos del «alguien», para aplicarlas.

Admito que suena un tanto ilusorio que una suerte de epifanía, ilumine a un sujeto con un mínimo de decencia para reemplazar a toda esta «especie protegida» que nos jode la vida con la misma cotidianeidad que el día sucede a la noche.

Pero si esta maltrecha y errática, llamésmole Sociedad, al menos comenzara a familiarizarse con esta idea fuerza, quizás, quien se apreste a patear este tablero plagado de mocos, tomaría como una obligación ineludible y antes del desembarco dicho saneamiento.

Necesitamos Jueces que adeuden su casa por imperio de algún crédito hipotecario; que concurran a sus despachos temprano en la mañana; que padezcan incluso alguna estrechez económica; que sean excelentes Padres y devotos cónyuges.

En otras palabras, que sepan de las necesidades que padece la mayoría de los Justiciables, porque de esa forma permanecerían como parte del mismo tejido social de quienes claman por la verdad frente a sus Estrados.

Y que así se retorne a lo que hace algunas décadas atrás caracterizó a quienes abrazaron la carrera, pletóricos de proveer al Bien Común.

Alguna que otra vez, en mis artículos he citado el ejemplo de un miembro de la otrora temible Cámara del Crimen de la Capital Federal por la adustez de sus componentes.

Era un Juez de apellido Madariaga, a quien cuando era muchacho, encontré en la Sección de Empeños del Banco Ciudad, mientras recibía la boleta respectiva por haber empeñado su Perramus.

Tenía, si mal no recuerdo, seis hijos y su salario era insuficiente, incluso para su más mínimo decoro.

Hoy vemos a todos estos impíos, estancieros como esa rata de Galeano que intervino en la cuestión de la Amia; Freisler que tiene un Haras; y los demás con idénticas veleidades en otros rubros apestosamente suntuarios.

Pero existen otros, infortunadamente en un muy reducido número que como el mencionado en el epígrafe honran sus jerarquías, con la estrechez lógica de sueldos insuficientes, y a pesar de ello llevan sus incortabilidades con orgullo.

Y porque son refractarios a las «coimas», vectoras de los virus que pudrieron mentes y al propio Sistema.

Doy fe que hay muchos más, pero conformémonos con…

CIEN CAMPAGNOLI’S.

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