Por Italo Pallotti.-
Cuanto se ha escrito sobre el impresionante daño causado a la nación por la mala praxis de los gobiernos que en las últimas décadas ocuparon sitiales de privilegio. Casi desde la primaria nos enseñaron que la política, en su origen, tuvo, tiene y debe tener como objetivo central resolver de manera pacífica y razonable los conflictos entre las personas y los grupos humanos de la nación. Bien es sabido que los responsables del manejo de la cosa pública, en la mayoría de los casos, legaron como pesada herencia un país, tantas veces, en peores condiciones de lo que habían recibido. No obstante, tristemente, tuvieron la cuota de cinismo necesario para con su relato, poco menos que de ficción, trasmitir la idea de haber sido lo mejor que podía ocurrirle a la nación, durante su mandato. Encaramados a la idea de una Democracia, con una pobreza notoria de resultados, pudieron sostener, vía el populismo y la demagogia algunas banderas que en nada enaltecen la idea central de ese sistema de gobierno. Siempre, en la misma frecuencia de su irrelevancia, acuñaron el argumento que el otro es el culpable de que “no le dejaron hacer”; con esa carga de hipocresía tan particular y ritual de buscar enemigos para justificar errores propios. Agregado a esto, una cofradía de mediocres que ayudaron a justificar los fracasos, como si nada; tratando a sus ciudadanos con esa soberbia propia de mala gente.
¿Puede, en ese entorno la política soportar esta dirigencia? La respuesta, inexorablemente es sí; porque los sucesores, por repetición, fueron moldeados en la misma matriz de la incoherencia, la incapacidad, la corrupción y una especie de escudo protector de los desvaríos e ideas estrafalarias en el manejo del poder. Se olvidaron códigos de convivencia simples, normales, para depositarlos sin miramientos en un plano triste y degradante. Todo en una fachada de careteada grosera, insustancial, propia de aquellos que hacen de la burla hacia el prójimo, un estilo casi de vida. Y así se pasaron años; en los que la paz y la tranquilidad fueron esfumándose como modo de ser. Porque han sido ciclos de siembra del anti todo. Adulteración de cifras, despilfarro de dineros públicos en una distribución indecente de recursos de una clase a otra; el saqueo de esos mismos caudales en otros manejos espurios, bastardeos de clases sociales, derrumbe de la educación, clasismo en el manejo de los DDHH, sueldos y jubilaciones con privilegios que producen asco y vergüenza; la droga, con vía libre, sin nada que la detenga; justicia lenta, cautiva de vaya uno a saber por qué motivos; inflación en niveles de escándalo. Y a todo esto, los culpables y los corruptos generadores de tanto daño, floreándose, sin pudor alguno, en canales y radios trayéndonos la “verdad revelada” sobre el futuro. El castigo a sus fechorías, ausente; o al menos lejano, como obvio, porque hay una semilla de maldad latente.
Frente a todo esto, un nuevo gobierno, cuando apenas arranca, soportando la furia de todo un ejército de rebeldes, cuasi golpistas, destituyentes (de un arco iris detestable de opositores) o como se elija calificarlos; que olvidando su reciente historial, no tienen el mínimo escrúpulo, a como dé lugar, intentar boicotear su tarea con argumentos que van de lo extravagante a lo inverosímil, por encima de los aciertos y errores que lo nuevo pueda, o aspira, demostrar y ejecutar. El hombre común, ante tanto dislate se pregunta: ¿Cómo se sale de este barro? O de tanta mugre, si se prefiere, porque son (esa minoría de intolerantes) salvajemente perversos para inducir a mucha gente de bien, a ese terreno despreciable. Cierto es que hay otra mayoría del 55,69% que espera, con la esperanza viva que da la sensatez. Lo expuesto, es realismo cívico; el resto, a discreción.
28/10/2024 a las 8:36 AM
Tiene razón don Italo, hace cuatro décadas estamos gobernados por una dirigencia inepta, que independientemente de sus ideologías coinciden en un punto, destruir el país. Las «izquierdas» y «derechas» se retroalimentan en una nefasta espiral de decadencia con personajes cada ves más grotescos, como los últimos que ocuparon -y ocupan- el poder político en Argentina.