Por Elena Valero Narváez.-

Cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia de la Nación, una bocanada de aire puro alimentó las expectativas de muchos argentinos que deseaban una democracia mejor y un cambio de rumbo en la política económica.

Nadie duda del carácter democrático y republicano del Gobierno aunque quienes se ven perjudicados por actuaciones delictivas o fraudulentas, durante el gobierno anterior, expresen injustamente lo contrario.

En el campo económico, la mayoría creyó que el nuevo gobierno aprovecharía bien la oportunidad y que habría decisión política para encarar las reformas estructurales necesarias para bajar la inflación y atraer inversiones, sin las cuales no se puede expandir la actividad económica provocando la tan temida recesión y desempleo.

Las primeras medidas hicieron mantener vivas las expectativas durante varios meses. Ellas fueron, entre otras, la libertad de cambios, aunque imperfecta, insertar al país en el mercado financiero internacional, y desburocratizar, en cierta medida, el comercio exterior.

El hecho de no blanquear adecuadamente la ruinosa situación en que se encontraba la economía, hizo pensar que podíamos salir rápidamente hacia adelante y que, por fin, el país se ponía en marcha.

La estabilidad política estaba asegurada, y por ello, todos los sectores se mantuvieron en un compás de espera mientras el Gobierno se acomodaba en sus funciones.

Si el cambio de rumbo que se anunciaba hubiera tenido bases firmes, se hubiera trazado una política que rápidamente hubiera desmantelado la estructura económica autoritaria que se creó durante el gobierno kirchnerista. No bastaba con crear nuevos ministerios y seguir, en muchos aspectos, por el camino que se había recorrido durante los últimos doce años.

La decisión debía ser revolucionaria en el sentido de trazar una nueva política como lo hizo el ex presidente Menem en su primera presidencia. Había que demoler rápidamente los obstáculos y las estructuras que se opusieran a una economía libre.

En su última entrevista por televisión, realizada por el periodista Luis Majul, el presidente Macri habló de un cambio de tendencia. Y de eso se trataba, pero en los hechos: ir lo más rápidamente posible hacia una economía de libre mercado.

La transferencia de recursos de la administración pública y de empresas del Estado a la actividad privada, requiere de inversiones del sector privado. El Gobierno se ha dedicado a invertir el dinero que no tiene en actividades que podrían haber sido encaradas por capital privado. No ha reducido sus gastos, encarando faraónicas inversiones en un período de vacas flacas.

Tiene un grave problema repetido en nuestra historia económica: un fuerte déficit que no permite, como se desea, bajar la inflación. ¿Cuál es la razón? No se piensa en cómo reducir la actividad estatal.

La cuestión era atraer la inversión privada y ella solo se podía conquistar dando confianza en la marcha del país.

Se han dedicado a buscar capitales en el exterior sin que se haya trazado, con claridad, políticas atractivas para la inversión, la cual prefiere, de este modo, ir a países que las tienen, como es el caso de Chile, por ejemplo. Nadie arriesga sin saber cuál será la futura intervención del Estado.

Por motivos eleccionarios no se han hecho las reformas estructurales pendientes, tampoco se eliminaron muchos de los obstáculos y rigideces que dificultan la actividad económica. El intervencionismo estatal se mantiene, alejado de un sistema competitivo de libre empresa. Esta política fracasada, tantas veces, en Argentina, limita la inversión y carga el fracaso sobre la espalda de los contribuyentes.

Ha faltado una eficaz información sobre cuál es la filosofía económica que tiene el Gobierno. Ello se trasunta en la falta de firmeza y seguridad en la transmisión de las mismas. Aunque en sus discursos se refieran a la competencia y otros elementos de la economía liberal, no son liberales, se han pronunciado negativamente al respecto. Son “pragmáticos” y por lo visto no enrolados en doctrina alguna aunque, en los hechos, muestran una pátina “desarrollista”.

Sabemos que dentro del Gobierno existen tendencias contrapuestas. Esto, trae aparejado, que los posibles inversionistas se mantengan a la expectativa de cuál triunfará. Ello demuestra que no hay un rumbo claro que ayude al empresario a calcular mirando el futuro, e infunde temor, a que deban cambiarse las políticas enunciadas inicialmente.

La atención se centra en el déficit de presupuesto y en la expansión monetaria, destinada a cubrir las necesidades del Estado o en actividades en las que el Gobierno interviene directa o indirectamente. Preocupa que éste no tenga una actitud que incentive a la actividad privada.

No existe un plan sustentable que pueda ser explicado con coherencia y convicción. Eso se nota aquí y en el exterior. Todos creen en las buenas intenciones del presidente Macri pero, no bastan, si se basan en hacer promesas sin indicar cómo se hará para realizarlas.

Los índices de inflación también inquietan a la gente, la cual sigue cargada de impuestos sin ver una acción decidida del Gobierno por contener los gastos. Esto provoca en la opinión pública el temor a que aumente la inflación y se desencadene una nueva crisis. El sector privado no puede seguir sobrellevando el endeudamiento en que ha incurrido el Gobierno para compensar el déficit fiscal.

Es de esperar que predominen en el Gobierno, las ideas de los dirigentes que se han podido desprender de falsas ideas colectivistas. Estas hacen que no se lleven a cabo disposiciones que beneficiarían a toda la comunidad por consideraciones sociales populistas.

No se puede, para mejorar la economía, olvidar que no hay solo cifras sino personas de carne y hueso, pero no significa dejar de tomar medidas que benefician su futuro, aunque importen cierto sacrificio, por fines electorales.

La receta para progresar es defender la libertad política y económica y regenerar la institucionalidad, en especial la Justicia.

Mientras se siga gobernando sin llegar a las raíces de los problemas, tanto más difícil será enfrentarlos en el futuro, provocando una nueva decepción en los argentinos que votamos con grandes expectativas.

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