Por Hernán Andrés Kruse.-

En el momento de escribir este artículo (miércoles 21/8) se está cumpliendo el segundo y última día del paro universitario convocado por los gremios que integran el Frente Sindical de Universidades Nacionales. En la semana anterior las universidades nacionales habían parado por tres días. El conflicto universitario, por ende, no para de agravarse. Cuesta creer que a esta altura del siglo XXI, las universidades públicas se vean sacudidas por graves problemas presupuestarios que atentan contra su normal funcionamiento. Resulta inadmisible e inaudito que los docentes universitarios perciban un sueldo miserable. No puede ser. No debe suceder semejante afrenta. Porque ello pone dramáticamente en evidencia el desprecio del poder por la educación pública, la herramienta más valiosa para sacar al país del subdesarrollo y el atraso.

Tengo en mi poder un libro de José Ingenieros titulado “La universidad del porvenir y otros escritos” (Ediciones Meridion, Buenos Aires, 1956). El primer escrito del filósofo positivista y destacado psiquiatra alude, precisamente, a la universidad del porvenir. Fue publicado en 1926, es decir, hace casi un siglo. Ya en aquel entonces Ingenieros era consciente de las graves falencias que aquejaban al sistema universitario argentino (al sistema universitario americano, en realidad), lo que lo motivó a proponer la manera de solucionar semejante problema. Alguien dirá, con toda razón, que las reflexiones de Ingenieros se adecuan a aquella época, demasiado lejana. Pero no hay que olvidar que Ingenieros fue uno de los pensadores más relevantes de la Argentina del siglo XX y que, por ende, lo que escribió a propósito de las universidades no debe ser menospreciado. Al contrario, creo que sus reflexiones debieran ser muy tenidas en consideración en estos álgidos momentos de decadencia de la educación pública en general, no sólo la universitaria. Una decadencia, cabe afirmar, propiciada de manera obscena por el gobierno de Milei, quien jamás ocultó su aversión por la educación pública.

Escribió el autor de “Las fuerzas morales” y “El hombre mediocre”:

LA CRISIS DE LAS UNIVERSIDADES CONTEMPORÁNEAS

“Atrasadas por su ideología, inadaptadas para su función. Son ésos los términos precisos del problema. En su casi totalidad, las Universidades son inactuales por su espíritu y exóticas por su organización (…) Justo es reconocer que, en muchas de ellas, las Facultades que se destinan a la formación de profesionales están excelentemente organizadas y producen abogados, ingenieros, médicos, etc., cuya preparación es muy completa. Pero lo que ha desaparecido, al mismo tiempo que se han desenvuelto esas excelentes Facultades, es la Universidad: actualmente no existe una organización de las escuelas especiales de acuerdo con una ideología que sea actual (es decir, científica) y social (es decir, americana) (…).

En la actualidad, en casi todo el mundo, la Universidad es un simple engranaje administrativo, parásito de las Escuelas especiales; creemos innecesario insistir sobre la diferencia que existe entre una dirección ideológica y un mecanismo burocrático (…). La función de la Universidad debe consistir en la coordinación del trabajo de los Institutos y Facultades especiales conforme a un criterio general, procurando la convergencia de todos los esfuerzos hacia determinados fines. Cuanto más se divide el trabajo, más necesario es conservar el espíritu de síntesis. Y si cada Facultad debe dar la competencia necesaria para ejercer dignamente una profesión de utilidad social, no debe olvidarse que ella debe ser, al mismo tiempo, la parte de un todo más amplio y más alto: la misión de la Universidad consiste en fijar principios, direcciones, ideales, que permitan organizar la cultura superior en servicio de la sociedad (…)”.

RENOVACIÓN DE LA IDEOLOGÍA UNIVERSITARIA

“La Universidad debe representar el saber organizado y sintetizar las ideas generales de su época: ideas que son producto de la sociedad derivadas de sus necesidades y aspiraciones. Para ello necesita adaptarse incesantemente a las nuevas orientaciones ideológicas; si no lo hace, deja de ser un instrumento útil para la civilización, es un obstáculo antes que instrumento de progreso. La ideología contemporánea implica un nuevo modo de plantear, tratar y resolver todos los problemas que interesan al hombre y a la sociedad; la universidad deberá reflejarla, o no tendrá razón de existir como nexo entre las Facultades especiales. La Universidad debe ser una entidad viva, pensante, actuante, capaz de imprimir un ritmo homogéneo a la enseñanza de todas las escuelas (…).

Los nuevos sistemas de ideas tienden a ser antidogmáticos, críticos, perfectibles; partiendo de ellos será más fecunda la función social de la Universidad, como organismo de coordinación y de síntesis (…). Nunca se insistirá bastante sobre la conveniencia de la educación integral, más necesaria en los estudios universitarios que en los elementales e intermedios. Las Facultades autónomas tienden a formar especialistas, sin preocuparse de formar hombres; esta última tarea debe incumbir a la Universidad y es la razón que justifica su existencia (…).

Al decir que la ideología contemporánea debe ser el armazón de la nueva arquitectura universitaria, afirmamos criterios, métodos e ideales cuyas líneas directrices ya están claramente definidas: poner la experiencia como fundamento de la investigación y de la enseñanza, extender la aplicación de los métodos científicos, aumentar la utilidad social de los estudios universitarios. El nuevo criterio importa la necesidad de que todas las escuelas se desprendan del verbalismo racionalista heredado de los siglos pasados, poniendo sus bases en la observación y en el experimento; las viejas “ciencias de palabras” deben transformarse en “ciencias de experiencia” (…).

En las Universidades del provenir todas las disciplinas naturales, sociales y morales serán “ciencias de la experiencia”, antidogmáticas, críticas, incesantemente perfectibles. La ideología de cada época, elaborada por hombres que evolucionan en un ambiente que también evoluciona, representa un equilibrio inestable entre la experiencia que crece y las hipótesis que se rectifican (…). La exclusión de todo criterio dogmático obligará a tener presente que los métodos científicos no pretenden resolver todos los enigmas planteados a nuestra curiosidad, ya que un problema resuelto equivale a cien nuevos problemas planteados; pero el resuelto queda y cada día sabemos más que en el anterior, aunque no podamos agotar el conocimiento de la realidad por que ella sin cesar se transforma.

El nuevo ideal se manifiesta como tendencia a aumentar la función social de la cultura, que no debe considerarse como un lujo para entretener ociosos sino como un instrumento capaz de aumentar el bienestar de los hombres sobre el planeta que habitan. Mientras la enseñanza superior fue un monopolio reservado a las clases privilegiadas, se explicaba que las Universidades viviesen enclaustradas y ajenas al ritmo de los problemas vitales que mantenían en perpetua inquietud a la sociedad; las ciencias sociales estaban reservadas a pocos especialistas. La cuestión, en nuestros días, tiende a cambiar sustancialmente; las Universidades comienzan a preocuparse de los asuntos de más trascendencia social y las ciencias se conciben como instrumentos aplicables al perfeccionamiento de las diversas técnicas necesarias a la vida de los pueblos (…)”.

ADAPTACIÓN DE LAS UNIVERSIDADES AL MEDIO SOCIAL

“No bastará renovar la enseñanza universitaria de acuerdo con la ideología contemporánea; la crisis actual reconoce, además, otra causa fundamental: las Universidades no desempeñan las funciones culturales más necesarias en su propia sociedad. Los ideales comunes a toda la humanidad asumen caracteres propios en cada pueblo, conforme a las variadas condiciones de su medio físico y de su organización social. La especie humana no evoluciona homogéneamente en la superficie habitada del planeta; existen variedades regionales que determinan formas distintas de experiencia social, creando nacionalidades sociológicas que no coinciden con los estados políticos. De estas heterogeneidades naturales dependen legítimas diferencias ideológicas, que conviene sean reflejadas en cada Universidad o grupos de Universidades (…). Las diferencias sociológicas naturales permiten, pues, concebir que las Universidades de cada continente y de cada región deban adaptarse a las funciones culturales más necesarias en sus respectivos ambientes (…).

Hay un hecho, sin embargo, que es común en la experiencia de todos los tiempos y lugares. Los intereses creados en cada sociedad madura se han convertido siempre en obstáculo para el florecimiento de ideales nuevos; la verdad imperfecta de ayer se opone a la verdad de hoy, que se opondrá a su vez a la verdad menos imperfecta de mañana. Por eso las sociedades de más reciente formación son las más propicias al progreso de la cultura y al florecimiento de las nuevas ideologías. Los grandes problemas son hablados, por cada época, en un idioma nuevo. Las razas viejas y sus filósofos tienen ya su idioma enmohecido, y siguen pensando en él; las nuevas, que aún no tienen definido uno propio, aprenden a pensar en el de su época. En la continuidad de la reflexión humana sobre los grandes problemas que son el coronamiento de la experiencia, las razas viejas no consiguen pensar con un idioma nuevo, y si lo hacen, no pierden el acento originario; ellas van pasando la antorcha simbólica a las razas jóvenes, que lo adoptan más fácilmente, y en él expresan sus nuevas maneras de pensar, hasta conformarse a otro tipo, más consonante con la ideología de su época.

Estas reflexiones autorizan a creer que las Universidades nuevas tienen más posibilidades de renovarse que las viejas, adoptando criterios actuales y adaptándose mejor a su medio; así lo confirman ciertas novedosas Universidades de los Estados Unidos, libres del rutinario tradicionalismo que traba el paso a las otrora famosas Universidades europeas.

No es aventurado suponer que cuando nuestros pueblos americanos hayan definido su constitución social podrán imprimir algún carácter propio a las corrientes ideológicas que incesantemente se renuevan en la humanidad; y lógico será que sus Universidades lo reflejen, con las variantes propias de cada adaptación regional. En las naciones europeas nuevas están menos arraigados los gérmenes seniles, y sus pueblos tienen la mente libre para, en la hora oportuna, seguir las orientaciones de las ideas venideras; es probable que en el porvenir puedan definirse matices particulares según los climas, las regiones, las razas (…) No hay, sin duda, una ciencia europea y otra americana, una verdad distinta para cada raza, una cultura y una ideología específica de cada continente; el conocimiento relativo de la naturaleza en que vivimos y la elaboración de ideales humanos como resultado último de la experiencia, son una obra de progresiva integración, en la que se suma el esfuerzo de todas las razas de todos los tiempos. Pero los aspectos experimentales e ideales de la cultura humana se presentan diversamente según el punto de vista desde donde se los observa, su función difiere en cada medio, e impulsa desigualmente a plantear y resolver problemas que para cada sociedad son distintos; por eso cada una, al constituir su mentalidad, orienta en algún sentido nuevo la ideología de su época. Concebimos “los ideales americanos” como el sentido propio que los pueblos nacientes en estas partes del mundo podrán imprimir a los ideales de la humanidad. Y decimos, por ende, que al adaptarse al medio, las Universidades americanas desempeñarán mejor las funciones culturales necesarias en sus sociedades respectivas”.

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