Por Hernán Andrés Kruse.-

ARQUITECTURA DE LA UNIVERSIDAD

“¿Cuál es el camino para acercarse a ese resultado? Sería, sin duda, prácticamente imposible reorganizar fundamentalmente por decreto, las Universidades existentes, pues sus Facultades tienen intereses muy difíciles de remover. Por otra parte, además de su función profesional, cada Facultad tiene su mentalidad propia, fundada en diferencias naturales que no podrían borrarse, ni convendría hacerlo aunque se pudiera; lo pertinente es infundirles el espíritu común de la época y del medio, haciéndolas converger hacia nuevos métodos y direcciones. Sin necesidad de una subversión brusca, pueden efectuarse cambios graduales, en serie, no sujetos a un plan definitivo o inmutable; a medida que se realicen, la experiencia sugerirá las variaciones convenientes. En definitiva, los institutos existentes pueden y deben usarse, para ir dando a las Universidades una nueva arquitectura espiritual, conforme a las modernas corrientes de ideas generales.

Nos parece fácil de explicar. Cada Facultad consta actualmente de dos clases de estudios: los técnicos o profesionales, y los generales o científicos (…). Cada Facultad especial podría tener dos órdenes consecutivos de estudios y expedir dos clases de títulos: el uno habilitaría para el ejercicio profesional (abogado, ingeniero, médico, etc.), y el otro constituiría el doctorado respectivo (en Ciencias Jurídicas, Biológicas, Físico-Matemáticas, etc.). Para el primero bastaría cursar un plan técnico establecido por cada Facultad; para el segundo, además del perfeccionamiento en los estudios científicos de la Facultad propia, sería indispensable cursar las materias generales de las otras Facultades. Según este modo de ver, cada carrera profesional sería organizada por su Facultad respectiva, pero los doctorados de altos estudios serían coordinados por la Universidad. Las Facultades prepararían técnicos en un dominio especial; la Universidad, hombres de ciencia, sólidamente preparados por una cultura general en las diversas disciplinas científicas (…).

Si la Universidad ha de expresar una síntesis armoniosa de la cultura, es conveniente vincular a ella las academias, ateneos, museos, conservatorios que pueden elevar la mentalidad del pueblo, educando los sentimientos estéticos y también las instituciones de economía social, que representan verdaderos campos de experimentación para las doctrinas. Las letras y las artes son el complemento necesario de toda educación integral. Enseña la historia que casi todos los grandes renacimientos se han extendido simultáneamente a diversos dominios; y la observación diaria demuestra que los más grandes ingenios son poliédricos, multiformes, aunque su obra culmine en un ramo particular del saber (…).

Concebida cada Escuela como una realidad diferenciada dentro de la realidad del conjunto, parece necesario que ella tenga su representación propia dentro de los Consejos Superiores universitarios; este principio de la representación funcional, admitido ya en muchas universidades, podría extenderse a las instituciones de índole artística y literaria que se fueran incorporando. Se comprende fácilmente que la dirección universitaria tendría más alto vuelo y más vastos horizontes cuando entraran en su composición elementos de vida intelectual menos estrecha que los actuales especialistas de tres o cuatro profesiones técnicas. No es admisible que los abogados, médicos, ingenieros o veterinarios representen la ideología de su época; parece evidente que la presencia de los representantes de las artes y de las letras elevaría el nivel de la dirección universitaria (…).

El instrumento ideológico de la nueva Universidad, adaptada al tipo de cultura moderno, debería coordinarse en torno de una Facultad que existe ya en muchas Universidades, y que podría organizarse sin erogaciones sensibles en las que aún no la tienen: la Facultad llamada de “Ciencias Morales”, de “Humanidades” o de “Filosofía y Letras” (…). En esta arquitectura universitaria las Facultades de filosofía pasarían a ser los ejes espirituales de las Universidades; pero no debe olvidarse que se trataría de organismos nuevos, juveniles, en constante desarrollo, muy distintos de los que actualmente conocemos. Se comprende que al hablar de estudios filosóficos no hacemos referencia a los literarios e históricos, aunque los tres grupos suelen coexistir bajo una misma administración (…).

El doctorado en Filosofía obtendríase cursando previamente las materias generales de las Facultades de Ciencias Físico-Matemáticas, Jurídico-Sociales, Médico-Biológicas, etc. No se trataría de enseñar todos los detalles particulares de cada ciencia y todos los aspectos técnicos de las distintas profesiones, sino de presentar sistemáticamente los grandes resultados de la experiencia, formando un criterio general y adquiriendo un método que más tarde podría ser aplicado a los campos de investigación filosófica que cada cual desee explorar. Se enseñaría, de esa manera, a mirar la realidad y a inferir los posibles perfeccionamientos de la adaptación humana a la naturaleza, haciendo trabajar la imaginación sobre la base de la experiencia. Así se podría dar a la Universidad el espíritu de generalización y de síntesis, del que tienden actualmente a apartarse las Facultades profesionales, y al mismo tiempo reemplazar los restos fósiles de la cultura medieval por los resultados ilimitados y siempre renacientes de la cultura contemporánea (…).

Surge, naturalmente, de lo expuesto una conclusión esencialísima: la interdependencia ideológica de las diversas Facultades e Institutos de cada Universidad, muy distinta de su actual nexo administrativo o burocrático. Cada estudiante debe seguir algunos cursos en otras Facultades que no sean la de su carrera profesional; para los doctorados esa necesidad es mayor. Esto permitiría corregir la inútil repetición de cátedras análogas en Institutos diferentes de la misma Universidad, despilfarro debido a una falsa interpretación de la autonomía de cada Facultad que se resuelve en una disolución de la unidad universitaria (…). Conviene que los jóvenes posean un espíritu integral, que sólo pueden adquirir contemplando variados horizontes ideológicos. Cierta educación literaria mejora los resultados de los estudios científicos, y el conocimiento de los métodos científicos aumenta la eficacia de los estudios literarios. La cultura unilateral es contraria a la amplitud de criterio e impide abarcar los diversos aspectos de cualquier problema. Es seguro que muchos ingenios especializados se malogran por no sospechar siquiera las cuestiones que podrían resolver si tuvieran una cultura general; otros, en cambio, pierden su tiempo en estériles tanteos por ignorar la existencia de otros métodos que multiplicarían el resultado de sus esfuerzos (…).

La especialización directa, sin una base previa de cultura general, es contraria al desenvolvimiento de la personalidad. Los especialistas son amanuenses perfeccionados, ruedas de un vasto engranaje, piezas de un mosaico; pueden ser utilísimos al servicio de otros, sin tener conciencia de la obra a que contribuyen con su esfuerzo. Es preferible que todos los que cooperan en la investigación o en la enseñanza posean un concepto global de la obra común, para que, además de trabajar, sepan para qué trabajan. Se puede ser especialista sin ignorar que existen más variados dominios en las ciencias, en las letras y en las artes; se puede tallar una piedra y conocer los planos del edificio a que está destinada. La ética de los hombres de estudio se ennoblece por la cultura integral, pues enseña a valorar con exactitud los méritos de la obra propia y de la ajena. El especialista cree que su hoja es la principal de todo el árbol, sin sospechar que todas las demás, como la suya, reciben la misma savia desde raíces comunes, por troncos y ramas que viven en armónica interdependencia (…).

Renovar la Universidad es un problema de moral y de acción. Las instituciones se tornan inútiles cuando permanecen invariables en un medio social que se renueva. La educación superior no debe mirarse como un privilegio para crear diferencias a favor de pocos elegidos, sino como el instrumento colectivo más apropiado para aumentar la capacidad humana frente a la naturaleza, contribuyendo al bienestar de todos los hombres. Las ciencias no son deportes de lujo, sino técnicas de economía social. La filosofía no es un arte de disputar sobre lo que se ignora, sino un proceso de unificación de ideas generales para ensanchar el horizonte de la experiencia humana. La Universidad no debe ser un cónclave misterioso de iniciados, sino el organismo representativo de las más altas funciones ideológicas: elaboración de doctrinas, determinación de normas, previsión de ideales. Hará más dignos a los hombres, aumentando su capacidad para la vida civil; hará más justa a la sociedad, multiplicando los vínculos de la solidaridad humana (…)”.

(*) José Ingenieros: “La universidad del porvenir y otros escritos” (Ediciones Meridion, Buenos Aires, 1956).

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