Por Hernán Andrés Kruse.-

“Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro” (Albert Einstein).

Desde la 0 hora del jueves pasado estamos en cuarentena. Así lo impuso el presidente de la nación luego de recibir informes reservados del Ministerio de salud que revelaban lo que podría llegar a producirse en el país sino se tomaba esa drástica medida. Hasta ahora los expertos de todo el mundo reconocen que el coronavirus es un enemigo invisible, de cuya naturaleza se conoce muy poco. Se transmite fácilmente y ha demostrado su peligrosidad. Es por ello que el único antídoto que existe para hacerle frente es la cuarentena, es quedarse en el hogar todo el tiempo que sea necesario. Aunque parezca mentira, son muchos los argentinos que han decidido desconocerla. El conocido mediático Aníbal Pachano lo dijo con claridad: “No pienso encerrarme en casa porque lo ordena el presidente”. Seguramente aquellos argentinos que corren de noche en las adyacencias del hipódromo de San Isidro, que decidieron vacacionar en la costa o en el exterior en plena batalla contra el coronavirus, piensan igual que Pachano. “¡De ninguna manera me quedaré en casa!” “¿Quién se cree que es Alberto Fernández para ordenarme lo que tengo que hacer con mi vida?”

Así razonan los “rebeldes”, los que ignoran la amenaza que significa para la salud el coronavirus. Este bicho microscópico ha puesto dramáticamente en evidencia la inmensa cantidad de estúpidos que nos rodean. Porque hay que ser estúpido para ignorar la cuarentena impuesta por el gobierno nacional, para seguir viviendo como si nada pasara. El problema es que estos estúpidos, además de jugar con sus vidas, juegan con la nuestra. Así son de egoístas. Así son de malas personas. Así son, en definitiva, de hijos de puta.

A continuación, transcribo partes de un notable ensayo de Carlos M. Cipolla titulado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana” (dialnet.unirioja.es-1996). Se adecua perfectamente a lo que está sucediendo en la Argentina.

-La Primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. A primera vista la afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poca generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la auténtica veracidad de esta afirmación. Considérese lo que sigue. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que: 1. Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas. 2. Día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos. La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación.

-Las tendencias culturales que prevalecen hoy en día en los países occidentales favorecen una visión igualitaria de la humanidad. Se prefiere pensar en el hombre como el producto de masa de una cadena de montaje perfectamente organizada. La genética y la sociología, sobre todo, se esfuerzan por probar, con una cantidad impresionante de datos científicos y formulaciones, que todos los hombres son iguales por naturaleza, y que si algunos son más iguales que otros, esto ha de ser atribuido a la educación y al ambiente social, y no a la Madre Naturaleza. Se trata de una opinión extendida que personalmente no comparto. Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y de que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello rubio; uno pertenece al grupo de los estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo. En definitiva, uno nace estúpido por designio inescrutable e irreprochable de la Divina Providencia. Aunque estoy convencido de que una fracción E de seres humanos es estúpida, y de que lo es por designio de la Providencia, no soy un reaccionario que pretende introducir de nuevo furtivamente discriminaciones de clase o de raza. Creo firmemente que la estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante. Este hecho está expresado científicamente en la Segunda Ley fundamental, que dice que: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. A este propósito, la Naturaleza parece realmente haberse superado a sí misma.

-La Tercera Ley Fundamental presupone, aunque no lo enuncie explícitamente, que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos (…) A la vista de esta Tercera Ley Fundamental, las personas racionales reaccionan instintivamente con escepticismo e incredulidad. El caso es que las personas razonables tienen dificultades para imaginar y comprender un comportamiento irracional. Pero dejémonos de teorías y veamos qué es lo que nos ocurre en la práctica en la vida diaria. Todos nosotros recordarnos ocasiones en que, desgraciadamente estuvimos relacionados con un individuo que consiguió una ganancia, causándonos un perjuicio a nosotros: nos encontrábamos frente a un malvado. También podernos recordar ocasiones en que un individuo realizó una acción, cuyo resultado fue una pérdida para él y una ganancia para nosotros: habíamos entrado en contacto con un incauto (2) Igualmente nos vienen a la memoria ocasiones en que un individuo realizó una acción de la que ambas partes obtuvimos provecho: se trataba de una persona inteligente. Tales casos ocurren continuamente. Pero si reflexionamos bien, habrá que admitir que no representan la totalidad de los acontecimientos que caracterizan nuestra vida diaria. Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esa absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación -o mejor dicho- sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida.

-Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen sobre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente sólo perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales. Antes que nada depende del factor genético. Algunos individuos heredan dosis considerables del gen de la estupidez, y gracias a tal herencia pertenecen, desde su nacimiento, a la élite de su grupo. El segundo factor que determina el potencial de una persona estúpida procede de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad. Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje f: de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es) peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado (u ocupan). ¡Ah!, y no nos olvidemos de los prelados. La pregunta que a menudo se plantean las personas razonables es cómo es posible que estas personas estúpidas lleguen a alcanzar posiciones de poder o de autoridad. Las clases y las castas (tanto laicas como eclesiásticas) fueron las instituciones sociales que permitieron un flujo constante de personas estúpidas a puestos de poder en la mayoría de las sociedades preindustriales. En el mundo industrial moderno, las clases y las castas van perdiendo cada vez más su importancia. Pero el lugar de las clases y las castas lo ocupan hoy los partidos políticos, la burocracia y la democracia. En el seno de un sistema democrático, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción E entre los poderosos. Hay que recordar que, según la Segunda Ley, la fracción E de los votantes son estúpidos, y las elecciones les brindan una magnífica ocasión de perjudicar a todos los demás sin obtener ningún beneficio a cambio dé su acción. Estas personas cumplen su objetivo, contribuyendo al mantenimiento del nivel E de estúpidos entre las personas que están en el poder.

-No resulta difícil comprender de qué manera el poder político, económico o burocrático aumenta el potencial nocivo de una persona estúpida. Pero nos queda aún por explicar y entender qué es lo que básicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida; en otras palabras, en qué consiste el poder de la estupidez. Esencialmente, los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la lógica de un malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un más a su cuenta. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener un “más” para sí, procurando también al mismo tiempo un ‘más’ para los demás, deberá obtener su ‘más’ causando un ‘menos’ a su prójimo. Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si uno es racional puede preverlo. En definitiva, se pueden prever las acciones de un malvado, sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones, y muchas veces se pueden preparar las oportunas defensas. Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Tal como está implícito en la Tercera Ley Fundamental, una criatura estúpida os perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado. Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, de ello se deriva que: 1. Generalmente el ataque nos coge por sorpresa. 2. Incluso cuando se tiene conocimiento del ataque, no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque, en sí mismo, carece de cualquier tipo de estructura racional. El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales, no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque; como intentar disparar sobre un objeto capaz de los más improbables e inimaginables movimientos. Esto es lo que tenían en mente Dickens y Schiller al afirmar el uno que «con la estupidez y la buena digestión el hombre es capaz de hacer frente a muchas cosas», y el otro que «contra la estupidez hasta los mismos dioses luchan en vano». Hay que tener en cuenta también otra circunstancia. La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. El estúpido no está inhibido por aquel sentimiento que los anglosajones llaman self-consciousness. Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente.

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