Por Hernán Andrés Kruse.-

En su reciente visita al norte argentino para presentar su libro “Sinceramente” la ex presidenta Cristina Kirchner aludió a la imperiosa necesidad de crear un nuevo contrato social, lo que en la práctica implicaría una profunda reforma de la constitución de 1853-60. En igual sintonía vienen haciendo su aporte la actual conductora de Justicia Legítima Cristina Caamaño y el escritor Mempo Giardinelli. No es la primera vez que desde la clase política emergen mensajes de esta índole. Desde hace mucho tiempo y de manera sistemática referentes de la cultura, de la justicia y de la política enfatizan la necesidad imperiosa de reformar la constitución promulgada en 1853, a la que consideran vetusta y arcaica. La hipótesis ha sido siempre la misma: la constitución de 1853 es una reliquia, una pieza de museo, lo que obliga a adecuarla a los tiempos que corren. Y esa adecuación implicaría una reforma parcial o como algunos pretenden, su reemplazo por otra constitución.

La pregunta que surge natural y espontáneamente cuando uno analiza los argumentos de quienes pretenden instaurar un nuevo contrato social es la siguiente: ¿es tan vetusta la constitución como pretenden hacernos creer quienes proclaman la necesidad de su reforma o su sustitución por otra? Para responder a semejante pregunta me apoyaré en un libro del constitucionalista más eminente que tuvo el país, Germán J. Bidart Campos. Allá por 1984 publicó un libro sobre la constitución ameno y simple, apto para ser leído por cualquier ciudadano interesado en estos temas de tanta relevancia institucional. Su título es “Para vivir la constitución”.

Bidart Campos comienza su escrito afirmando algo básico. Quien pretenda leer la constitución de 1853-60 se encuentra con un texto que contiene un preámbulo y una serie de artículos. Para conocer la constitución hay que leer su contenido. Ahora bien, el sólo hecho de leer el preámbulo y sus artículos no basta para conocer la constitución. Es necesario algo más. Es necesario conocer su historia y su espíritu. Hay que saber el proceso histórico que condujo a su dictado, las ideas políticas que tenían los constituyentes, es decir, hay que bucear en las raíces históricas para averiguar el origen de su articulado. Sin embargo, la razón histórica tampoco es suficiente para conocer la constitución. Es vital tener noción de la naturaleza de su espíritu. ¿En qué consiste? Dice Bidart Campos: “el espíritu de la constitución es el conjunto de ideas, de valores, de creencias, de fines, que están incorporados a la constitución. Es su proyecto político, su programa, el modelo que auspicia, los valores que propone, la ideología que la anima. Es una filosofía política y un complejo cultural, en los que se vierte el propósito de alcanzar un tipo de convivencia social y de organización política mediante determinados medios y para determinados fines”. La filosofía política de la constitución no es otra que la democracia republicana y liberal, garante de los derechos y garantías individuales. Está consagrada en el preámbulo donde están condensados aquellas ideas, aquellos valores y aquellos fines que configuran un proyecto de vida en común.

El preámbulo estipula que el régimen político consagrado por la constitución debe garantizar el afianzamiento de la justicia, la promoción del bienestar general y los beneficios de la libertad. La justicia es el máximo valor del orden jurídico. Todos quienes componen el régimen político, los gobernantes y los gobernados, deben hacer todo lo necesario para afianzar la justicia. Todos tienen la obligación moral de ser justos. También están obligados a promover el bien común público, el bienestar de quienes conviven en el estado. La sana convivencia permite a los hombres vivir en armonía. De esa forma van creando las condiciones para que se materialice el bienestar de todos. Y cuando se promueve el bienestar general se aseguran los beneficios de la libertad. Tanto los gobernantes como los gobernados deben asegurar tales beneficios. Al ser un bien, un valor, la libertad produce beneficios, le hace bien a la convivencia social. Los valores consagrados en el preámbulo están plenamente vigentes. En 2019 los argentinos sienten la misma necesidad de vivir en libertad, unidos, en paz y con justicia como los argentinos que convivían en 1853. En definitiva, la constitución de 1853-60 es hoy tan fecunda como lo fue en aquel entonces.

Cuando se habla, entonces, de un nuevo contrato social ¿lo que se pretende es reemplazar los valores del preámbulo por otros valores? La pregunta es razonable porque la historia argentina ha sido pletórica en reformas de la constitución que lejos estuvieron de mejorar la calidad de vida de los argentinos. Nadie duda que un texto del siglo XIX debe adecuarse al siglo XXI. Pero ello no significa archivar los valores “libertad”, “justicia”, “paz” y “bienestar”. La ex presidenta en ningún momento hizo alusión a semejante desatino pero si se leen algunos artículos del escritor Mempo Giardinelli surge claramente su deseo de reemplazar la constitución de 1853-60. ¿Ello significa reemplazar la libertad, la justicia, la paz y el bienestar por otros “valores”? Giardinelli no llega a ese extremo pero su mensaje es lo suficientemente ambiguo como para alimentar las sospechas.

Pobre constitución de 1853-60. Cómo la han bastardeado, manoseado, fornicado, durante más de un siglo. Después la clase política la responsabiliza de la decadencia de la Argentina. El problema no es la constitución de Alberdi sino nosotros, los argentinos, que siempre nos hemos burlado de ella. Si hay algo de lo que siempre carecimos es del respeto a los valores consagrados por nuestra carta magna. Nos encanta manejarnos al margen de la ley, como denunció en su momento Carlos Santiago Nino en su célebre libro de comienzos de los noventa. No es necesario construir un nuevo contrato social, como proclama la ex presidente. Tenemos uno y es la constitución de 1853-60.

Anexo I

El 23 de septiembre de 1973 tuvieron lugar las elecciones presidenciales que consagraron por tercera vez presidente a Juan Domingo Perón. Los resultados fueron los siguientes: Frente Justicialista de Liberación (Perón-Perón) 61,85% de los votos; UCR (Balbín-De la Rúa) 24,42%; Alianza Popular Federalista (Manrique-Martínez Raymonda) 12,19%; y el Partido Socialista de los Trabajadores (Coral-Páez) 1,54%.

Nunca antes un candidato a presidente había conseguido semejante cantidad de votos. Perón ganó a lo ancho y a lo largo del país superando holgadamente a su inmediato perseguidor, el histórico dirigente radical Ricardo Balbín. En aquel entonces la situación del país era dramática. En marzo la fórmula Cámpora-Solano Lima había orillado el 50% de los votos, lo que terminó de convencer a Balbín de la inutilidad de presentarse al ballotage. El 25 de mayo tuvo lugar la asunción del “Tío”. La algarabía en Plaza de Mayo era total. La poderosa JP había desplegado innumerables carteles y pancartas haciendo alusión a las organizaciones guerrilleras que habían contribuido al retorno de Perón. La izquierda del peronismo estaba exultante. El poder, creyeron sus miembros, estaba en sus manos. El 20 de junio Perón les demostró que no estaba dispuesto a compartir el poder con nadie. Ese día una multitud se acercó a Ezeiza a darle la bienvenida. De repente comenzaron los disparos. El sindicalismo y la JP, enemigos irreconciliables, no tuvieron mejor idea que dirimir sus diferencias a balazos. El saldo de la batalla fue trágico: un número indeterminado de muertos y heridos. A raíz de la matanza Perón se vio obligado a descender en el aeropuerto de Morón. La triunfal recepción había quedado trunca.

Perón no se tomó demasiado tiempo para tomar una decisión trascendente: entre el peronismo de derecha y el de izquierda, optó por el primero. En julio Cámpora y Solano Lima “renunciaron” y Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega, se hizo cargo del ejecutivo en forma interina. Su misión no era otra que convocar a elecciones presidenciales para permitir a Perón ser nuevamente presidente de la nación. Su triunfo estaba asegurado. Su único rival era Ricardo Balbín, un hábil y experimentado dirigente radical pero que era incapaz de superar el techo electoral del 25%. Para colmo, la presencia de Francisco Manrique no hizo más que capturar votos que hubieran apoyado la candidatura del “chino”. Las urnas dieron finalmente su veredicto. Perón ganó por una aplastante mayoría. Tal como había acontecido en 1952, tenía todo el poder en sus manos. El pueblo le había confiado los destinos de un país agobiado por numerosos y graves problemas.

El más grave era la violencia que se había desatado a partir del 20 de junio. Los montoneros pretendían ejercer un co-gobierno, lo que a todas luces resultaba una locura ya que el peronismo siempre se basó en la obediencia a un único jefe, de carácter unipersonal. Ese jefe no era otro que Perón. La pretensión de los montoneros implicaba, lisa y llanamente, un desafío a su liderazgo. Al echar a Cámpora y Solano Lima, Perón les demostró quién mandaba. En muy poco tiempo la Orga le hizo ver al jefe que estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias para ejercer el co-gobierno.

Dos días después de la goleada electoral un comando montonero ejecutó en la vía publica a José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT y mano derecha de Perón. Los montoneros se valieron de esa salvaje acción para “convencer” a Perón de que sí o sí debía contar con ellos para gobernar el país. Si la Orga creyó que Perón se iba a acobardar cometieron un grosero error de cálculo. El asesinato de Rucci encolerizó a Perón, lo sacó de quicio. A partir de entonces el territorio argentino se transformó en un gigantesco campo de batalla. Los diarios de la época comenzaron a reflejar a diario los resultados de esa lucha: cadáveres acribillados a balazos esparcidos por doquier.

El asesinato de Rucci demostró que a la Orga no le interesaba el resultado electoral del 23 de septiembre. Su objetivo era adueñarse del gobierno para instaurar en la Argentina un régimen socialista. El plan fracasó porque se toparon con un Perón intransigente que contaba con una poderosa fuerza de choque dispuesta a aplastar a la Orga. En enero de 1974 la guerrilla dobló la apuesta. Esta vez fue el turno del ERP. En un audaz golpe comando intentó el copamiento del regimiento militar instalado en Azul. Fue un hecho sangriento y dantesco. Inmediatamente Perón hizo rodar las cabezas de aquellos gobernadores ligados a la Orga, como Ricardo Obregón Cano. El país era un polvorín. El 1 de mayo un Perón dominado por la ira anunció que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento, mientras el peronismo de izquierda abandonaba la histórica plaza. Dos meses después dejaba esta tierra. En sus exequias Ricardo Balbín pronunció un histórico llamamiento a la unidad nacional y a la paz social. Lamentablemente, era demasiado tarde.

Anexo II

Trigésimo cuarto aniversario (*)

El impuesto al cheque es uno de los temas más conflictivos que deberá tratar el Senado. Están en juego miles de millones de pesos y eso, en política, puede provocar una hecatombe. Es por ello que el jueves 18 de marzo oficialismo y oposición acordaron postergar el debate de esta urticante cuestión tras Semana Santa. Otro asunto delicado, la aprobación del pliego de Marcó del Pont, también será tratado la semana posterior a Pascuas, con lo cual quedó en evidencia la decisión del Senado de tratar, si hay quórum, ambos temas como si fuera un solo paquete. Todo puede suceder.

Mientras tanto en Diputados los gladiadores de ambos bandos hacían un balance de la batalla (la primera sesión del año celebrada en la Cámara Baja). Sobre el final del debate acerca de la validez de los decretos presidenciales sobre el uso de reservas del Central para pagar deuda pública, la oposición impuso su peso numérico y por 133 votos a favor aprobó la nulidad absoluta e insanable del decreto 2010, derogado por la propia presidenta de la nación el 1 de marzo, y los dos decretos presidenciales posteriores que provocaron la ira del arco opositor. De esa forma, la oposición buscó asimilar de la mejor manera posible, en el propio recinto, el golpe sufrido cuando, en plena sesión, tuvo conocimiento del fallo del juez federal Lavié Pico declarando la ilegitimidad de la composición de la Comisión Bicameral de Trámite Legislativo, cuya mayoría es opositora, y poniendo en jaque el dictamen que había emitido el organismo declarando nulos los decretos 296 y 298. Al día siguiente el gobierno nacional protagonizó un nuevo choque con el Poder Judicial al intentar la Gendarmería arrestar al padre de la jueza María José Sarmiento, quien saltó al estrellato en enero al fallar en contra de la voluntad del oficialismo en el caso de las reservas del Central. Se trata del militar Luis Sarmiento, un coronel retirado que fue acusado por un juez federal de la provincia de Misiones de haber torturado a prisioneros durante la última dictadura militar. Alarmada por la situación, la jueza Sarmiento manifestó: “Yo creo que es una presión, pero no voy a ceder” (La Nación, Buenos Aires, 20/3/010, p. 1). La respuesta del kirchnerismo no se hizo esperar. Su más importante vocero, Aníbal Fernández (Jefe de Gabinete), le contestó: “Es un bochorno que un juez esté haciendo creer que esto es revanchismo”, mientras que el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde (no el ex presidente, vale aclarar), le recomendó tratamiento psicológico.

El mismo día la presidenta cargó duramente contra la oposición en el acto en el que se celebró la colocación de la piedra basal del dique Ballester (Río Negro): “Conmigo, el ajuste no. ¡No voy a ajustar a los argentinos! Si quieren el ajuste, que vengan ellos a gobernar. No sigan poniendo palos en la rueda” (p. 1).

El sábado 20 la presidenta habló en Olivos durante una hora a los legisladores oficialistas, donde les reclamó resistir la ofensiva opositora en el Parlamento. Los párrafos más salientes de la arenga son los siguientes: “Dicen que nosotros somos autoritarios y hegemónicos, pero somos carmelitas descalzas al lado de ellos (por los opositores) (…) Yo no sabía que el gobierno era querellante en la causa del padre de la jueza Sarmiento. Si no, la hubiera recusado (…) Me duele ver cómo manejan las instituciones. Deterioran la credibilidad de la gente, y eso es la antesala de aventuras autoritarias” (La Nación, Buenos Aires, 21/3/010). La oposición, sacudida por la parálisis parlamentaria, reconoció la necesidad de revisar su táctica y pidió a la opinión pública algo que escasea: paciencia. Elisa Carrió dijo: “Ahora, sí, tenemos estrategia. Lo principal es que el congreso funcione. La gente tiene que entender que es una pelea muy difícil” (p. 9). Tiene razón la legisladora al reconocer la difícil batalla que la oposición está librando contra el kirchnerismo. Pero creo que yerra al afirmar que el Congreso está funcionando. Por el contrario, la parálisis que aqueja al Senado evidencia que el parlamento no está funcionando.

El domingo 21 fue muy importante para el gobierno nacional ya que desde Cancún (México) el ministro de Economía, Amado Boudou, informó que el SEC (la Comisión Nacional de Valores de Estados Unidos) había aprobado la oferta de canje de deuda para los “holdouts”. “Ahora sólo queda”, manifestó el funcionario, “presentar la oferta económica”. Y agregó: “Queremos reconocer a los bonistas italianos, a quienes en su momento los bancos enredaron en una operación que no entendían” (La Nación, Buenos Aires, 22/3/010, p. 1).

Mientras el gobierno nacional celebraba el paso dado para salir del default, una pueblada asoló a la localidad bonaerense de Baradero. El trágico fallecimiento de dos adolescentes en un incidente de tránsito hizo prender la mecha. Vecinos furiosos se lanzaron a las calles y prendieron fuego a varios edificios municipales, entre ellos la propia intendencia y la casa del jefe de los inspectores de Baradero. Peligroso síntoma de anomia, de falta de apego a las normas.

El miércoles 24 se recordó un nuevo aniversario del derrocamiento de Isabel Perón. En Rosario hubo una masiva marcha que comenzó en Plaza San Martín, se dirigió hacia los Tribunales Federales, donde está a punto de concluir el juicio a cinco represores, continuó por calle San Luis hasta desembocar en el monumento a la Bandera. En la CABA la presidenta pronunció un enérgico discurso en el centro cultural Haroldo Conti. Fue al mediodía, horas antes de que la Plaza de Mayo se viera inundada por manifestantes que formaban parte de tres marchas para reclamar “justicia y memoria”. Dijo la presidenta: “Vamos a ver si nuestra justicia es capaz de atravesar esta verdadera prueba para saber si vivimos en democracia (…) Si no encontramos justicia en la Argentina, yo, como presidenta, la voy a acompañar (aludía a Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo) a otros tribunales internacionales (…) Tengo la obligación de creer que va a haber justicia y que, finalmente, luego de tantos años de impunidad del poder mediático, vamos a poder saber y conocer realmente la identidad que usted está denodadamente tratando de buscar” (La Nación, Buenos Aires, 25/3/010, ps. 1 y 6).

Lamentablemente, el recordatorio del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976 está harto politizado. Lejos de unir al pueblo, lo ha dividido. Quisiera comentar lo que aconteció ayer en nuestra ciudad. Su masividad no debe ocultar un  hecho que nada bien le hace a la causa por los derechos humanos. Mientras avanzábamos por Oroño rumbo a los tribunales Federales los conductores de varios autos, obligados a detener su marcha para darnos paso, empezaron a hacer sonar la bocina en señal de protesta por el tiempo que estaban perdiendo. Sus caras eran el fiel reflejo de la bronca e impotencia. Afortunadamente nadie de la marcha reaccionó y nada pasó. Fue notable la ausencia de personal policial.

Cuesta creer que la causa por los derechos humanos haya provocado fisuras en el pueblo. Analizar sus causas excedería los límites de este escrito. Sólo me limitaré a manifestar, escuetamente, una: un importante sector del pueblo está convencido-erróneamente, por supuesto-de que actos como el de ayer no son más que reivindicaciones encubiertas del accionar de los grupos guerrilleros durante los sesenta y setenta.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 26/3/010.

Anexo III

El gran Goethe (*)

El 22 de marzo de 1832 falleció en Weimar, Turingia (Alemania), el gran Johann Wolfgang von Goethe, excepcional pensador que se interesó por la novela, la poesía, el drama y la ciencia, y que fue la piedra basal sobre la que se construyó el romanticismo.

Goethe nació el 28 de agosto de 1749 en Frankfurt del Meno (Hesse-Alemania). Su padre fue consejero imperial y abogado, y su madre fue hija de un antiguo burgomaestre de la ciudad. En consecuencia, fue natural para Goethe el contacto con el patriciado urbano y los hombres de la política, es decir, con los que mandan. Dueño de un intelecto privilegiado, Goethe se interesó por los más variados temas del conocimiento. Lo primero que hizo fue estudiar lenguas, pese a que le gustaba mucho el arte. Jamás abandonó el dibujo y, mientras escribía sus primeros poemas, estudió geología, química y medicina. Las ciencias sociales también merecieron su interés. Estudió derecho en Leipzig pero en 1768 debió abandonar la carrera a raíz de una grave enfermedad. De regreso a Frankfurt una amiga de su madre lo introdujo en el misticismo pietista. En aquella época comenzaba a componer sus primeros poemas. En 1770 Goethe retomó sus estudios en Estrasburgo y un año después los terminaba. En ese período tuvo la fortuna de conocer a quien le inspiró sus personajes femeninos, Friederike Brion, y a Johann Gottfried von Herder, teólogo y teórico artístico y literario. Gracias al influjo de éste Goethe se introdujo en la poesía popular alemana, en el universo del enorme Shakespeare y se liberó por completo del neoclasisismo francés.

En 1773, de retorno a su ciudad natal, Goethe escribió la tragedia “Götz von Berlichingen”. Al año siguiente, elucubró la novela “Las desventuras del joven Werther” y redactó, junto con Herder, el manifiesto del movimiento “Tempestad e ímpetu” considerado la primera manifestación romántica, “Sobre el estilo y el arte alemán”. Durante esos años escribió, además, los dramas “Clavijo” y “Stella”. En Frankfurt intentó, sin éxito, abrir un bufete de abogado y en 1775 marchó rumbo a Weimar, invitado por la Corte de Weimar de Carlos-Augusto. Goethe no escribió literatura durante la próxima década. La madre del monarca, Anna Amalia, lo introdujo en un círculo de intelectuales. La carrera política de Goethe fue exitosa ya que llegó a ser prácticamente un ministro supremo.

Amparado por el poder se dedicó de lleno a la investigación científica. Llegó a concebir una teoría diferente a la de Newton acerca de los colores e investigó en geología, química y osteología. A comienzos de 1784 descubrió el hueso intermaxilar, con lo cual sentó las primeras semillas de la teoría evolucionista del ser humano. Además, tuvo la oportunidad histórica de relacionarse con personajes como Napoleón Bonaparte, Ludwig van Beethoven, von Schiller y Arthur Schopenhauer. Mientras tanto seguía profundizando sus estudios de teatro de William Shakespeare y de Pedro Calderón de la Barca, logrando hacer representar con éxito en el teatro de la Corte de Weimar algunas de sus obras, como por ejemplo “El príncipe constante” de Calderón. Debido al influjo de Goethe la ciudad de Weimar se transformó en el centro cultural alemán. Además de componer poemas inspirados por Charlotte von Stein, comenzó a elaborar sus dramas más conocidos: “Ifigenia en Táuride”, “Egmont” y, fundamentalmente, “Fausto”, cuyo contenido revisaría profundamente luego de su importante viaje a Italia (1786-88) donde sustituyó su estética romántica por el equilibrio clásico. Entre 1791 y 1813 estuvo a cargo de la dirección del Teatro Ducal, lo que le permitió entrar en contacto con el dramaturgo Friedrich von Schiller, quien le imprimió las novelas “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister” y “Hermann y Dorotea” (en verso). En 1808 Goethe logró entrevistarse en Erfurt con Napoleón I, época de esplendor del ejército francés. La revolución francesa le provocó un profundo malestar que se exteriorizó en obras como “Conversaciones de emigrados alemanes”, “Germán y Dorotea” y “La hija natural”. La versión final del “Fausto” apareció al finalizar 1832, año de su fallecimiento.

Transcribimos a continuación algunas máximas de Goethe:

-“¿Cuál es el mejor gobierno? El que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos”.

-“El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen”.

-“El hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio”.

-“El que quiera tener razón y habla solo, de seguro logrará su objetivo”.

-“El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”.

-“Ésta es la última conclusión de la sabiduría: la libertad y la vida se merecen si se las conquista todos los días”.

-“Es la creencia en la Biblia, el fruto de profunda meditación, lo que me ha servido de guía de mi vida moral y literaria (…) Ha sido para mí un capital invertido con seguridad, y que me ha producido abundante interés”.

-“La cobardía es la madre de la crueldad”.

-“La sabiduría se halla sólo en la verdad”.

-“Lo primero y lo último que se le pide al genio es amor a la verdad”.

-“La ley es poderosa, pero más poderosa es la miseria”.

-“No basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer”.

-“No hay nada más terrible que ver la ignorancia en acción”.

-“No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino”.

-“Puedo prometer ser sincero, pero no imparcial”.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 24/3/010

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