Por Hernán Andrés Kruse.-

En un estadio de Arsenal desbordado la ex presidente lanzó el 20 de junio el frente “Unidad Ciudadana” que competirá en las próximas PASO de agosto y en las elecciones de octubre. Fue tal el entusiasmo que algunos se atrevieron a tildar el acto de “revival” del 17 de octubre de 1945, lo que a todas luces es una exageración. Sin embargo, el estadio del Viaducto fue escenario de otro nacimiento, el de Unidad Ciudadana (UC), el frente con el que Cristina intenta frenar el neoliberalismo del gobierno nacional que, según su criterio, ha dejado al país sin futuro. Por el momento no se sabe si CFK será candidata ya que todavía no se ha pronunciado al respecto. En este sentido seguramente la multitud que se reunió en el estadio de Arsenal se debe haber sentido un tanto frustrada luego de comprobar que Cristina guardó un calculado silencio. Sin embargo, en estos casos hay que guiarse por el sentido común. ¿Podría CFK no ser candidata luego del majestuoso acto del 20 de junio? Es prácticamente imposible que ello suceda. Durante su discurso muchos creyeron entender que se refería a su decisión de presentarse cuando expresó que venía a sumarse como una militante más, “a poner el cuerpo y el corazón”. Lo que pasa es que CFK no es una militante más, es una ex presidente que ejerció el poder durante los últimos ocho años y que ayer demostró que su capacidad de convocatoria permanece intacta. El acto de lanzamiento de la UC adquiere mayor relieve si se lo compara con el escuálido y gélido festejo por el día de la bandera “celebrado” en el Monumento a la Bandera en Rosario. En un escenario despoblado y vallado, Mauricio Macri habló muy pocos minutos y prácticamente no se cruzó mirada con sus anfitriones, el gobernador santafesino y la intendenta rosarina. El acto en el estadio de Arsenal, en cambio, tuvo como denominador común el entusiasmo y la alegría. Durante su discurso CFK escuchó de la multitud el coreo de la frase “Cristina presidenta”. Ella, en tono severo, aclaró que se trataba de elecciones legislativas y la multitud, con picardía, le retrucó: “Una más y no jodemos más”.

Las primeras columnas arribaron al estadio antes del amanecer. Avellaneda se cubrió de banderas argentinas, tal como lo había solicitado CFK. La fiesta tuvo los condimentos que suelen se criticados por la clase social y los medios que desprecian las expresiones populares: puestos de choripán, humo, redoblantes, vendedores de banderas y remeras con los rostros de la ex presidente y de Néstor Kirchner, junto a los de Hugo Chávez, Evo Morales y el Che Guevara. El estadio abrió sus puertas al mediodía y a partir de entonces el ingreso de simpatizantes fue incesante. Una tucumana de 92 años, en silla de ruedas, se hizo presente: “Soy tucumana y estoy de visita pero no iba a perderme el acto de Cristina. Me gustaría votarla, soy jubilada y tengo seis hijos, todos profesionales pero con los problemas que provoca esta gente ando preocupada por ellos. ¿A quienes votan mis hijos? ¡A Cristina mijito! Pero porque donde está la mamá están ellos”, afirmó. En poco tiempo las tribunas y el campo de juego no dieron abasto para tanta gente. Mirta, una docente de Pilar, manifestó: “Estamos festejando el día de la bandera pero, a diferencia del innombrable, con el pueblo”. A su lado, Martín, subdirector de escuela y miembro de Suteba, expresó: “Vinimos a verla a ella porque con ella estuvimos mejor. Vivíamos, que no es poco”. “Ahora nos dedicamos a estirar la comida para los chicos, cada día comen más y el gobierno de Vidal cada vez envía menos cupo. En mi caso tengo 510 pibes pero el cupo es de 364 y no podemos decirles que no hay para todos”. Fue entonces cuando fue interrumpido por Mirta quien agregó: “estamos acá porque no queremos más recortes, no queremos más deudas, queremos más educación pública, paritarias y futuro”. Un grupo de adolescentes que estudian en una escuela media de Punta Lara lograron sentarse en ronda aprovechando un espacio disponible. Uno de ellos, Valentín, dijo que vino a “escuchar a la presidenta porque ella lucha por nuestros derechos”.

Olga, quien había efectuado la comparación con el 17 de octubre, manifestó: “yo quiero que sea candidata. La quiero votar ahora y para presidenta”. Ana, bióloga que participa de un grupo de autoconvocados, dijo: “necesitamos que el campo nacional y popular vuelva a ser protagonista para desplazar a esta élite económica, política y mediática que ostenta el poder y gobierna para unos pocos”. A su lado, Marcelo, uno de los coordinadores de la denominada “Red de Construcción Ciudadana”, afirmó que el objetivo de esa Red es “sacar del sillón al que piensa como nosotros pero no está haciendo nada y también convencer a los desencantados con el gobierno macrista para que regresen”. De repente se hizo un silencio que fue el preanuncio de múltiples vítores, gritos y cánticos provocados por el ingreso de CFK, quien saludó hasta ocupar el centro del escenario montado en el campo de juego. “Sobre la Argentina cayó el fantasma del desempleo, de la flexibilización laboral, la caída del salario, las tarifas impagables y ahora nos desayunamos con que nos quieren dar una deuda por cien años”, arengó. Inmediatamente fue interrumpida por la muchedumbre al grito de “¡hijos de puta!”. La reacción de Cristina fue instantánea: “no quiero insultos. Pongamos la energía en organizarnos y movilizar a los ciudadanos. Los insultos se los dejamos a ellos”. Luego preguntó: “¿acaso cuando van al súper a algunos le hacen rebajas porque son de un partido diferente?”. La nota distintiva del acto que lo hizo diferenciar de anteriores actos kirchneristas fue la presencia en el escenario de personas que sufren la crisis que provocó el modelo macrista. Por su parte, los dirigentes se situaron a la espalda de la ex presidente, en un llamativo segundo plano. Norma trabaja en el Estado nacional. Antes de emprender el regreso a la Ciudad de Buenos Aires manifestó: “me gustó que los dirigentes estuvieran separados y que sea la gente la que esté alrededor de Cristina. Me pareció muy inteligente que Cristina terminara el acto con toda esa gente que hizo subir. Me conmovieron sus historias porque, como ella dijo, todos vivimos o conocemos a alguien que padece historias similares. Yo soy científica y en el Estado sufrimos persecución y estigmatización pero igual resistimos los recortes, los aprietes, los despidos” (fuente: Felipe Yapur, “Un imprescindible freno al neoliberalismo”, Página/12, 21/6/017).

En su edición del 18 de junio Perfil publicó una entrevista de índole política, filosófica y religiosa de Jorge Fontevecchia al filósofo André Comte-Sponville. En la parte política del reportaje, el pensador francés expresó: la política es “la gestión, tan pacífica como sea posible, de los conflictos de interés y de las relaciones de poder” (…) “El contrato social, tal como funciona según Hobbes o Rousseau (y ya en Epicuro), es claramente una ficción, pero más ilustrativa y operante que la del derecho natural, que precede a cualquier institución. No creo que se pueda, ni que se deba, sobrepasar. Desde este punto de vista, me importa más Rawls que Marx, Nietzsche o Foucault” (…) “Nada puede probar que sólo hay un punto de vista. No creo que la lucha de clases haya desaparecido, pero tampoco creo que la lucha sea suficiente para explicarlo todo. Lo mismo pasa con un punto de vista político, para la oposición derecha-izquierda. La política sigue siendo esclarecedora y estructurante, pero se complejizó demasiado, especialmente en Francia en estos últimos años. Por ejemplo, los conflictos entre los partidarios y los adversarios de la globalización, entre los eurófilos y los eurófobos, entre los liberales y los estatistas, entre los progresistas y los conservadores, atraviesan tanto a la derecha como a la izquierda. Esto es lo que Emmanuel Macron, nuestro nuevo y querido presidente en Francia, tomó en cuenta con mucha inteligencia y astucia. Deseo que tenga un buen mandato. Nuestro país enfrenta una inmensidad de problemas y necesita un enfoque pragmático y no ideológico. ¿Se puede decir que el conflicto decisivo, hoy, es el que opone a los progresistas y los conservadores? Es lo que respondería Emmanuel Macron, pero temo que la verdad es más compleja. Primero, porque necesitamos la conservación y el progreso. Segundo, porque los progresistas no siempre están de acuerdo entre ellos sobre la mayoría de las cuestiones importantes. ¿Se debe privilegiar a la oposición entre los ricos y los pobres, entre los ganadores y los perdedores de la globalización? Sociológicamente, no sería impertinente. Pero los más pobres son justamente los que votan por los candidatos populistas, especialmente por la extrema derecha. No quiero seguirlos. No soporto más los discursos antielite que convierten la victoria en un pecado. Luchemos por la justicia, no contra la inteligencia y el talento. En fin, creo que la urgencia actual no está en discernir el conflicto decisivo sino en habituarnos a pensar en la complejidad, o sea, en la ocurrencia, en la pluralidad irreductible de los meollos y las oposiciones” (…) “Sí, yo creo que el teólogo-político está en nosotros, sin lugar a dudas, y deseo que así sea: sólo podría volver como una regresión catastrófica, ya sea en nombre del Occidente cristiano y de las Cruzadas o en nombre del Islam y de la Yihad. Esto no impide que se mida el aporte histórico de esta o aquella religión (por ejemplo, cuando emerge el capitalismo: véase Max Weber o Benjamin), ni disminuye, de manera individual, la fidelidad a los valores o a la fe que se profesa. Pero, colectivamente, necesitamos otra base social que no sea la religión: algunos valores (especialmente los derecho humanos), algunas instituciones (la democracia), un poco de cultura y civilización. Ese es el objetivo de la Ilustración, del siglo XVIII, y especialmente de lo que en Francia llamamos laicismo. Uno de cada dos franceses es ateo, agnóstico o no tiene religión; uno de cada catorce es musulmán. ¿Cómo quieren que el cristianismo sea suficiente para unirnos? ¡No vamos a volver al Medievo, al Occidente cristiano ni a una Francia “hija mayor de la Iglesia!”. Mejor. Si la gente es soberana, no es posible que Dios lo sea” (…)

El filósofo cree que la sociedad de consumo no ha logrado borrar la antigua distinción entre esfera pública y privada. “Pero tiende a debilitar la esfera pública o el lugar que ocupa en nuestra vida. Muchos viven como consumidores más que como ciudadanos: es el reino del consumismo, de hecho, e incluso del cocooning, es decir, replegarse en sí mismo y en su pequeña esfera privada. Es una amenaza que Tocqueville había percibido, y hay que rehabilitar la política contra este fenómeno urgentemente. El consumo nunca es suficiente para alcanzar la felicidad, “¡menos aún para alcanzar libertad y justicia!” (…) “La pregunta moral es “¿qué debo hacer?”. Sin embargo, durante siglos era Dios quien respondía esta pregunta. No había que preguntarse para que la respuesta saliera de uno mismo. Ya no es así: Dios ya no responde, o sus respuestas se vuelven cada vez menos audibles para la sociedad. Entonces cada uno se tiene que preguntar “¿qué debo hacer?”, y esta pregunta tendrá más importancia. Esto no quiere decir que los valores morales sean completamente diferentes (en esencia, siguen siendo los mismos que antes: el amor, la justicia, la generosidad, la compasión…), pero ninguna institución puede resolver los conflictos sobre los valores o decidir por nosotros. Por ejemplo, ¿el capitalismo es moralmente aceptable? ¿Y el aborto? ¿Y la eutanasia? ¿Y el sexo prematrimonial? La Iglesia puede responder lo que quiera. Pero ya no es ella, excepto en algunos casos, quien gobierna la opinión de nuestros contemporáneos. Mejor. Los individuos son más libres que antes. Pero no olvidemos que más libertad significa también más responsabilidad” (…) “La naturaleza humana es el cuerpo (incluido el cerebro), como resultado de la evolución. Para un materialista como yo, eso no es nada. Un bebé que nace hoy no es diferente a un bebé que nació hace diez mil años, en el momento de la revolución neolítica. Pero la sociedad no es la misma, ni la cultura, ni las instituciones, ni las relaciones de poder ni los modelos de vida. El bebé, al momento de nacer, es casi el mismo que hace diez mil años, pero diez o veinte años más tarde será muy diferente al niño o adolescente neolítico. Excepto, justamente, por un cierto egoísmo (el principio del placer, según Freud; el interés, según Marx; la voluntad del poder, según Nietzsche), que generalmente incluye también a la familia. Ese es el verdadero egoísmo y no el simple “primero yo, segundo yo”, sino más bien “primero mis hijos; después mi esposa y yo; y para los demás, lo que quede”. Por supuesto, somos capaces también de mostrar generosidad, compasión y altruismo, pero en menor medida. En esto concuerdan Kant, Marx y Nietzsche (y no es muy frecuente que pase). No hay razón para revolcarse en el egoísmo, sino todo lo contrario; ya que somos egoístas, hemos hecho de la generosidad una virtud. Pero si se espera que la sociedad cambie al animal humano para que sea un ser altruista y dulce, se debe saber que son sólo ilusiones. Relean a Epicuro. El dice que “el hombre no tiene naturaleza sociable y no tiene costumbres tranquilas”. Relean a La Rochefoucauld, Pascal, Hobbes. Relean a Freud. Querer transformar la humanidad, forjar un “hombre nuevo”, es una ilusión totalitaria y loca, y ya hemos visto sus efectos en el siglo XX” (…).

“Sólo he leído dos libros de Ayn Rand: su gran novela, “La gréve” (La rebelión de Atlas) y una antología, “La vertu d`égoïsme”. El primero, un poco charlatán y pesado, no me pareció una obra literaria maestra, pero sí estimulante para el intelecto como el segundo, que me pareció refrescante y provocador. Cambian los buenos sentimientos, la mala conciencia y lo políticamente correcto. Pero lo que Ayn Rand no alcanza a pensar es el paso del egoísmo, como disposición natural, hacia los valores morales casi universalmente reconocidos, como lo son el amor, la generosidad, la justicia o la compasión. En este sentido, Spinoza es más claro ya que muestra cómo se pasa de “la utilidad propia” al “bien común”, y así del egoísmo al humanismo. Es que Spinoza es un pensador más profundo, más riguroso, pero también él mismo decía ser fiel al “espíritu de Cristo”, que, según él, era de “justicia y caridad”. En otras culturas se habla del espíritu de Buda, que es compasivo, o del espíritu de Confucio, que es humano (en el sentido de humanidad como virtud)…Pero el movimiento sigue siendo el mismo: pasar del egoísmo de uno mismo al egoísmo de mucho o de todos (solidaridad), luego pasar del egoísmo de todos a la justicia, e incluso al altruismo (amor o compasión). El Dalai Lama dijo lo esencial en una sola frase que bien podría estar en los Evangelios: “¡Sean egoístas: ámense los unos a los otros¡”. Esto incluye lo que hay en Ayn Rand, mientras que prohíbe alegrarse” (…) “El egoísmo, según Ayn Rand, corresponde más o menos a lo que Schopenhauer llama el “querer vivir”. La verdadera cuestión no es saber si los humanos son o no egoístas (todos lo grandes autores están de acuerdo en esto), sino saber cómo se pasa de la naturaleza a la cultura, y por lo tanto, del egoísmo individual o familiar a lo que yo llamaba hace un rato “el egoísmo de todos”, o sea, a la solidaridad, después a la justicia, a la compasión, al amor…Spinoza es más claro que Schopenhauer en este aspecto. Y los Evangelios, más profundos que Ayn Rand” (…) “Una sociedad de mercado sería una sociedad donde todo se puede vender, y esto es inaceptable. Por definición, el mercado sólo vale por su mercancía, o sea, por lo que se vende y se compra. Si se piensa que todo se puede vender, que todo se puede comprar, se es ultraliberal. Excepto si el mercado, para funcionar correctamente, necesita tener un derecho económico, que no sea en sí mismo una mercancía. Ahí es donde el ultraliberalismo llega a su límite. Si, por el contrario, piensa como yo, que no todo se puede vender, que hay cosas que no se compran (la vida, la salud, la dignidad, la libertad, la justicia), no se pueden entregar al mercado porque no son mercancía. Por ejemplo, un niño enfermo al que podríamos sanar: no podríamos aceptar que muera porque sus padres no tienen los medios para pagar el médico o los medicamentos.

Confiemos, entonces, al mercado todo lo que puede venderse y, muy importante, al Estado todo lo que no puede venderse; esto es, por supuesto, esencial. Que haya un mercado de medicamentos no es problemático: se tiene mejores medicamentos en una economía de mercado que en una economía estatizada; sobre este punto la historia ha sido terminante. Pero con la condición de que el Estado haga lo necesario para que los más pobres puedan sanarse también. Es necesario inventar algo entre el medicamento (que es una mercancía) y la salud (que no lo es) para evitar la sumisión, de lo contrario inevitable, de la salud al mercado. En Francia llamamos a esto seguridad social. Es pesada, compleja, necesita reformas, pero para salvarla, ya que es uno de los progresos sociales más fantásticos de toda la historia de la humanidad” (…) “Al contrario, la mía (la antropología del filósofo) se pretende estrictamente positiva: toma en cuenta lo que la ciencia nos enseña sobre nosotros mismos y también sobre nuestra “capacidad de existir” y de “hacer”, como lo llama Spinoza (el conatus), concepto profundamente positivo y afirmativo. Simplemente me niego a confundir lo real con lo ideal, lo que debería ser, como diría Maquiavelo. El capitalismo no se rige por la virtud, la generosidad o el desinterés. Al contrario, funciona bajo el interés personal o familiar. Digámoslo en una palabra: el capitalismo se rige por el egoísmo. Es por eso que funciona tan fuertemente (el egoísmo, a menudo dilatado al tamaño de la familia, es la principal fuerza motriz del ser humano), y es por eso que no es suficiente. El egoísmo es eficaz para crear riqueza, pero la riqueza nunca ha sido suficiente para hacer una civilización, ni siquiera una sociedad que fuera humanamente aceptable. Se necesita algo más. No hacer del capitalismo algo intrínsecamente moral, intrínsecamente virtuoso; eso no es más que un sueño. Pero sí podemos imponerle desde el exterior una cierta cantidad de límites no mercantiles y no comerciables. Sólo los Estados son capaces de ello. Es mucho más que una idea directriz. En la práctica, se lleva a cabo desde hace más de 150 años. Cuando abolimos la esclavitud moralizamos el capitalismo. Cuando prohibimos el trabajo infantil, cuando garantizamos las libertades sindicales, cuando creamos un impuesto a las ganancias progresivo, cuando instauramos la licencia paga, la jubilación y la seguridad social, cuando sancionamos los abusos a las posiciones dominantes moralizamos el capitalismo. Y esto se hace cada vez no por el simple juego del mercado, menos aún por la moral, sino por el derecho, y por tanto, a través de la política y el Estado. Es una gran lección que sería un error olvidar. Si usted cuenta con la moral para regular el capitalismo, está creyendo en una ficción. Contemos con el Estado, el derecho, la política y con nosotros mismos”.

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