Por Hernán Andrés Kruse.-

La vicepresidenta de la nación habló en público por primera vez luego del intento de magnicidio del que fue víctima el 1 de septiembre. Lo hizo en un colmado Estadio Único de La Plata. La fecha elegida no fue casual: el 17 de noviembre. Ese día se cumplieron 50 años de un hecho histórico que marcó el fin del antiperonismo en el poder durante casi dos décadas. Ese día Perón retornó momentáneamente al país para bendecir la creación del FREJULI y su fórmula presidencial (Cámpora-Solano Lima).

Todo el mundo aguardó con mucha ansiedad el discurso de la vicepresidenta. Todo el mundo quería escuchar de su boca la confirmación de su postulación a la presidencia el año que viene. Cristina se limitó a decir, parafraseando a Perón, “todo en su medida y armoniosamente”. El día anterior, en un reportaje televisivo, el senador Parrilli había adelantado sus palabras. Cristina, política sagaz y pícara, sabe muy bien que con una inflación galopante la derrota está asegurada. Es por ello que desensillará hasta que aclare, esperará a que la inflación detenga su ritmo ascendente para tomar, encuestas en mano, la decisión final.

Como era de prever el discurso de Cristina fue transmitido por cadena nacional. He aquí algunos de los párrafos más salientes (fuente: Ámbito, 18/11/022):

-”Las elecciones se pueden ganar pero los condicionamientos son graves. Va a requerir que la mayor parte de los argentinos tiremos todos juntos para el mismo lado. Si no es así, nuestro país será difícil para cualquiera”.

-“No es bueno que sean los jueces los que decidan sobre las políticas económicas del país”.

-“Dicen que tenemos que volver a los 90. Una fuerza política no tan novedosa que dice que los 90 fueron lo mejor de la historia. Y dicen que son lo nuevo. Acá lo único nuevo somos nosotros que cambiamos la Argentina después de la crisis del 2001”.

-“El tercer gobierno kirchnerista fue malo para los angurrientos, no para la Argentina”.

-“El brutal endeudamiento condiciona nuestras políticas”.

-“El país se llevó a mi compañero de vida”.

-“Es necesario un consenso económico donde no todos opinemos igual, sino que abordemos los grandes problemas de la Argentina”.

-“No estar condenado por la cuna, eso es el peronismo y la movilidad social”.

-“El objetivo de siempre es suprimir al peronismo”.

-“El pasado 1 de septiembre se quebró el acuerdo democrático de respetar la vida”.

-“Qué nadie venga a explicarnos a los peronistas qué es la libertad”.

Con este discurso Cristina no hizo más que profundizar la grieta. La vicepresidenta acusó al antiperonismo de pretender desde siempre suprimir al peronismo. Lo considera un enemigo y, como sentenció en su momento el General, “al enemigo ni justicia”. Es cierto que el antiperonismo, una vez derrocado Perón, puso en marcha un plan jacobino para aniquilar al peronismo como movimiento político. La pregunta que siempre hay que formular en esta delicada cuestión es la siguiente: ¿por qué el antiperonismo decidió que era fundamental suprimir al peronismo? Porque siempre consideró al peronismo un régimen totalitario, enemigo de las libertades y garantías individuales. Para el antiperonismo Perón era, lisa y llanamente, un alumno de Mussolini. ¿Estaba en lo cierto el antiperonismo? Para los antiperonistas, sí. Para Cristina, en cambio, nadie tiene derecho a explicar al peronismo el significado de la libertad. Para la vicepresidenta el peronismo fue víctima de un antiperonismo totalitario y violento. ¿A quién le asiste la razón? ¿Al antiperonismo o al peronismo? Semejante pregunta no puede responderse de manera objetiva. Para el antiperonismo Perón fue un fascista. Para el peronismo, el emblema de los humildes, el primer trabajador. Semejante antagonismo, que está plenamente vigente, torna imposible cualquier intento por alcanzar la tan ansiada unidad nacional.

Cristina sentenció: “el 1 de septiembre se quebró el acuerdo democrático de respetar la vida”. Lo que aconteció esa noche en su domicilio fue de una gravedad institucional inusitada. Ahora bien, ¿ello significa que antes de ese intento de magnicidio estaba vigente el acuerdo de respetar la vida? La historia lo desmiente. Tengamos memoria, por favor. Si se habla de un acuerdo democrático de respetar la vida ¿no se quebró definitivamente a partir de marzo de 1992 cuando un coche bomba demolió el edificio de la embajada de Israel en Buenos Aires? Porque ese atentado, hasta hoy impune, costó la vida a muchos argentinos. Ese atentado fue tanto o más grave que el intento de magnicidio. Ni qué hablar del atentado a la AMIA, el “accidente” de Carlos Menem Junior, la demolición de Río Tercero y la muerte política de Alberto Nisman. La historia demuestra que nunca hubo en la Argentina un verdadero intento por celebrar un acuerdo democrático de respetar la vida. Si alguien duda de ello, lo invito a repasar los libros de historia.

Cristina, como Bud Spencer

La vicepresidenta de la nación se asemeja por estos días al recordado actor Bud Spencer, que enfrentaba a las trompadas a quienes lo desafiaban. El blanco de sus reproches es el Poder Judicial o, para ser más preciso, el sector de la Justicia que no la tolera. Para Cristina la corporación judicial es un monstruo de numerosas cabezas-Comodoro Py, la jueza Capuchetti y la Corte-que la quiere ver de rodillas. Entonces decidió declararle la guerra. Las consecuencias de este conflicto de poderes son, qué duda cabe, impredecibles.

Su primer mandoble estuvo dirigido a la jueza Capuchetti. Harta de su inacción decidió recusarla. En su edición del 15/11 Irina Hauser y Raúl Kollmann publicaron un artículo en Página/12 en el que detallan todos y cada uno de los motivos de la vicepresidenta para recusar a la jueza Capuchetti. Escribieron los autores:

“Actuaciones negligentes”, “resoluciones arbitrarias”, “irregularidades” en la pesquisa, “parálisis investigativa” y hasta “mala fe”, son algunas de las razones que señala la querella de Cristina Fernández de Kirchner en la recusación que presentó para apartar a la jueza María Eugenia Capuchetti del expediente sobre su intento de asesinato (…) La presentación de 37 páginas puntualiza una cadena de anomalías que a los letrados ya no les parecen erráticas o casuales. Algunas son conocidas, como la pérdida de información del celular de Fernando Sabag Montiel-el hombre que intentó gatillar-. La demora en las escuchas y detención de Brenda Uliarte y la falta de análisis sobre qué hizo en ambos casos la Policía Federal. Tampoco avanzó en las conexiones políticas y el financiamiento. Pero el escrito introduce datos sorprendentes. Por ejemplo, que la jueza le dijo a la querella que Gerardo Milman no aparecía en los videos del bar donde un testigo lo escuchó decir “cuando la maten voy a estar camino a la costa”, cosa que no era cierta y los abogados cotejaron en pocos minutos (las imágenes fueron muy difundidas y son nítidas)”.

“El documento también relata que Capuchetti no quería secuestrar el celular del dirigente de derecha Hernán Carrol pese a que no ponía reparos ante el pedido de la querella. Como usa dos, ella dijo que se quedara con uno. Era el de su actividad política. Un informe de la Policía de Seguridad Aeroportuaria al que accedió Página/12 revela que el contenido de mensajes y redes del aparato que aportó había sido borrado el 24 de octubre, un día antes de su tardía testimonial. La jueza tampoco investigó pistas sobre un posible vínculo Milman-Carrol, ni sobre el hallazgo en la casa de Uliarte de un texto sobre la “regla de Tueller”, un protocolo de Estados Unidos que fija la distancia mínima para defenderse con un arma de fuego que trajeron Patricia Bullrich y Milman”.

El 1 de septiembre hubo un intento de asesinato de la vicepresidente de la nación. Se trata de uno de los hechos más graves acaecidos en el país desde la restauración de la democracia. La víctima era nada más y nada menos que la titular de una institución fundamental de la república. Han pasado más de dos meses y la investigación sigue en veremos. ¿Inacción? ¿Desidia? ¿Complicidad? A esta altura de los acontecimientos no cabe duda alguna que no hay interés alguno de parte de la Justicia por esclarecer el intento de magnicidio. Qué duda cabe que los copitos fueron tan sólo el brazo ejecutor de un plan criminal urdido en las sombras por gente muy poderosa, por miembros de un poder invisible que maneja a su antojo las riendas del poder.

La esperada negativa de “su señoría”

Como era de esperar la jueza María Eugenia Capuchetti rechazó la recusación presentada por la vicepresidenta de la nación. En su edición del 16/11 Irina Hauser y Raúl Kollmann publicaron en Página/12 un artículo titulado “Atentado a CFK: La negativa de la jueza María Eugenia Capuchetti y la trampa de Comodoro Py”. Escribieron los autores:

“(…) La jueza, en el rechazo a la recusación, afirma que “se está investigando” cómo se perdió la información. Y agrega: “Algo se recuperó, hubo diálogo con la empresa Celebrite en San Pablo, Brasil, para ver qué más se puede recuperar y se le pidió colaboración al FBI. Además, la Gendarmería está haciendo una pericia”. O sea, a 75 días de ocurrido el reseteo del Samsung de Sabag todavía no se sabe qué pasó. Pero lo más importante, el celular se mandó a la Policía de Seguridad Aeroportuaria en un sobre abierto, o sea que se perdió la cadena de custodia. La jueza no dijo nada sobre eso (…)”.

“Capuchetti se justifica afirmando que, de entrada, la Policía Federal no detectó a Uliarte en la esquina de Uruguay y Juncal el día del atentado. Por lo tanto, no se hizo la detención porque no era sospechosa (…) La jueza afirma que fue ella la que envió a su secretario a buscarla a Retiro y luego terminó parando el tren. Hasta hoy no se tomaron medidas contra quienes casi la dejaron escapar (policías federales) porque se está esperando el sumario interno de la fuerza. Los letrados de CFK ejemplificaron: “Es como si un policía le pega un tiro al vecino y se espera el resultado del sumario interno de su propia fuerza para tomar alguna decisión”. Todo es así de lento y light (…)”.

“Estos son sólo algunos de los ejemplos de los cuestionamientos puntuales y las respuestas de la jueza. Existen muchísimos más como ya informó este diario. Pero hay temas más globales. En primer lugar, la lentitud y la falta total de iniciativa. Si las medidas no las pide la querella, no se hacen, y aunque se hagan se hacen tarde y en la menor escala posible. No hay un vendaval de medidas desatadas por la jueza sin que nadie se las pida (…)”.

La jueza Capuchetti no tiene intención alguna de investigar el atentado a CFK hasta las últimas consecuencias. Y no la tiene porque sabe muy bien que detrás suyo existe un poder que la protege, la cobija, le permite actuar de manera tan indecorosa.

El Consejo de la Magistratura como botín de guerra

La institución creada en 1994 para transparentar la designación de los jueces de la república, hoy ha pasado a ser un botín de guerra que ha desatado un serio conflicto entre la vicepresidenta de la nación y la Corte Suprema. Todo hacía suponer que el senador nacional Luis Juez sería el representante de la segunda fuerza con representación en el Senado. Para evitar que un enemigo confeso del kirchnerismo logre su cometido, Cristina partió en dos el bloque mayoritario del FdT, para de esa manera permitir al senador Doñate ocupar el asiento en el Consejo que le hubiera correspondido a Juez. Hace unos días la Corte se expidió en favor del senador Juez. A raíz de ello, la vicepresidenta ignoró al senador opositor en un claro desafío a la Corte Suprema.

En la noche del martes 15 la presidenta provisional del Senado, Claudia Ledesma Abdala, firmó un decreto convocando para el miércoles 16 al Senado a una sesión especial, con el propósito de apoyar a Doñate.

A las 14.15 del miércoles 16 el oficialismo logró el ansiado quórum de 37 senadores sentados en sus respectivas butacas. El resultado de la votación estaba cantado. El decreto parlamentario que lleva al senador Doñate como miembro del Consejo de la Magistratura fue aprobado por todos los senadores presentes. Cabe consignar que los senadores de Juntos por el Cambio no estuvieron presentes.

Cabe destacar que los senadores opositores dejaron en sus bancas un texto de la constitución de Alberdi. Según ellos la jugada de Cristina violó varios de sus artículos. Para los senadores oficialistas, en cambio, el fallo de la Corte atentó contra la independencia del Poder Legislativo. Como siempre sucede en estos casos un sector de la biblioteca favorece a Juntos por el Cambio y el otro sector de la bibliografía favorece al FdT. Ambos bandos utilizan esa bibliografía como armas de combate. Porque de eso se trata: de una lucha descarnada por el poder.

Anexo

El Informador Público en el recuerdo

Sarlo y la herencia recibida

25/03/2016

En su edición del lunes 21 de marzo, Perfil publicó un artículo de Beatriz Sarlo titulado “Barajame esta crisis, por favor”, en el que sostiene que la tan mentada herencia que recibió Macri al asumir ha sido, en comparación con herencias anteriores, un juego de niños. Dice la escritora: “Los primeros cien días de los presidentes que precedieron a Macri no consistieron en acostumbrarse a estar en la Casa de Gobierno y tomar decisiones, salir de viaje por el mundo, recibir dignatarios extranjeros, aguantar la mala cara del Papa, pasear con la familia y confiar que los técnicos elegidos no se equivocaran”. Para Sarlo no hubo tal cosa como “la pesada herencia del kirchnerismo” por una sencilla y contundente razón: pese a los errores cometidos, a la corrupción (que deberá ser probada por la Justicia), al estilo de Cristina, a su manera de conducir el país, Mauricio Macri recibió, en comparación con sus predecesores -Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner- un país relativamente estable, con ocupación y sin conflictos sociales serios.

Sarlo dedica la parte central de su reflexión a rememorar la herencia que les tocó recibir a los presidentes citados precedentemente. Raúl Alfonsín recibió un país envuelto en una severa crisis económica, política y moral. Hacía menos de dos años las Fuerzas Armadas habían perdido una guerra para la que, evidentemente, no estaban preparadas. El erróneo diagnóstico de la situación mundial del gobierno de Galtieri le hizo cometer un error de estrategia política y militar que derrumbó a la dictadura militar y que sumó a la población en una profunda y prolongada depresión. Al asumir Alfonsín la Argentina sufría un feroz aislamiento internacional fruto, entre otras razones, del fallido intento de recuperar las islas Malvinas por la fuerza. En el terreno económico, el flamante presidente constitucional se encontró con un terreno minado. Como bien señala Sarlo, Alfonsín recibió un país “con inflación de alrededor del 20% mensual y una deuda externa de 45 mil millones de dólares de aquellos años. El pago de los intereses de esa deuda fue un peso insoportable y, en efecto, no soportado”. Pero el legado más duro fue el de los desaparecidos. Durante la campaña electoral Alfonsín había prometido que los responsables de la represión ilegal serían juzgados y condenados. En esa oportunidad la promesa se cumplió. El histórico juicio tuvo lugar en 1985 acaparando la atención de la opinión pública internacional. En ese entonces las Fuerzas Armadas conservaban una buena cuota de poder lo que las transformaba en un factor de poder muy peligroso. Tal es así que durante su ajetreada presidencia Alfonsín sufrió varias rebeliones militares encabezadas por jefes “carapintadas” que más adelante, al menos algunos de ellos, ingresarían en la política (Aldo Rico, por ejemplo). Otro factor a tener en cuenta fue la derrota del peronismo en las elecciones presidenciales de octubre de 1983. Por primera vez en su historia el movimiento creado por Perón se vio obligado a ser oposición, a ejercer un rol para el que nunca se había preparado. El peronismo opositor no hizo más que enrarecer un ambiente que ya estaba enrarecido por la herencia de la dictadura militar.

En 1989 Alfonsín se vio obligado a entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Menem. El primer semestre de ese año fue sencillamente dramático. El 23 de enero un residuo del Ejército Revolucionario del Pueblo, comandado por Gorriarán Merlo, ejecutó un sangriento copamiento del regimiento de La Tablada. Los combates entre los insurgentes y las fuerzas de seguridad se prolongaron durante las siguientes cuarenta y ocho horas hasta que los guerrilleros, exhaustos, se rindieron. Hubo muertos, desaparecidos y heridos. De golpe, sin previo aviso, la tragedia de los setenta se hizo presente en el verano de aquel año. En materia económica, Alfonsín mostraba una impotencia absoluta en la lucha contra la inflación. Pese a la presencia en el ministerio de Economía primero de Juan Carlos Pugliese y luego de Jesús Rodríguez, el fantasma de la hiperinflación surgió en el horizonte. El dinero comenzó a licuarse a diario y en mayo se produjeron saqueos en diversas localidades del país. El 14 de ese mes tuvieron lugar las elecciones presidenciales. El candidato del oficialismo, Eduardo Angeloz, hizo lo que pudo para garantizar la continuidad del radicalismo en el gobierno. El descontrol económico y la escasa ayuda de Alfonsín atentaron contra sus chances. Carlos Menem obtuvo un claro y cómodo triunfo. Ganó sin despeinarse, como se dice coloquialmente. Acorralado por la crisis, Alfonsín se dio cuenta de que cumplir con el mandato presidencial se había transformado en una misión imposible. Fue entonces cuando comenzaron arduas negociaciones entre el presidente saliente y el presidente entrante para la entrega anticipada del mando presidencial. Finalmente hubo acuerdo y Carlos Menem asumió el 8 de julio. La inflación era en ese momento del 200%.

La hiperinflación fue, pues, el legado de Alfonsín a Menem. La de Menem a su sucesor, Fernando de la Rúa, fue la híper desocupación y la recesión. Obsesionado por aniquilar a la inflación, Carlos Menem aplicó con fiereza una política de ajuste que destruyó el poder de compra de la inmensa mayoría de los argentinos. Al bajar la demanda los precios tienden inexorablemente a la baja. La inflación bajó pero el precio que pagó el pueblo fue el descenso de su nivel de vida. Por otro lado, al desguazar al Estado y al achicarse el aparato productivo, millones de trabajadores quedaron a la intemperie. Esa nefasta política económica fue premiada por los organismos multilaterales de crédito, que no se cansaron de prestarle a Menem montañas de dólares. La ficticia paridad cambiaria (la convertibilidad) y la recesión constituyeron los pilares de la herencia menemista. Increíblemente, De la Rúa continuó con las políticas de ajuste, obsesionado con el déficit que le había dejado Menem de “regalo”. La convertibilidad estalló por los aires en diciembre de 2001. El FMI y el BM dejaron de prestar ayuda financiera y la fuga de divisas se tornó incontrolable. Ante la inminente caída del sistema bancario, el ministro Domingo Cavallo fue consecuente con su formación académica e ideológica y decidió priorizar los intereses de los grandes bancos: impuso el “corralito” que en la práctica significó una virtual confiscación de los ahorros de miles y miles de compatriotas que no habían contado con la “información privilegiada” que les hubiera permitido retirar su dinero antes del manotazo del gobierno. El 1 de enero de 2002 asumió la presidencia Eduardo Duhalde con el objetivo de cumplir con lo que faltaba del mandato de De la Rúa. Duhalde recibió una herencia diabólica: no había moneda, las instituciones de la democracia estaban quebradas, el mundo había dejado de confiar en el país y la pobreza y la indigencia aumentaban de manera descontrolada. Lo primero que hizo Duhalde fue devaluar y pesificar la economía. El resultado no podía ser otro que el incremento geométrico de la exclusión social.

El 25 de mayo de 2003 asumió Néstor Kirchner. El panorama que tenía delante de él era sombrío. Desde hace un tiempo algunos comunicadores y economistas consideran que al asumir el patagónico la economía ya estaba enderezada, por pericia de Roberto Lavagna. Me parece que se trata de opiniones interesadas, vertidas por quienes no desean reconocer mérito alguno al kirchnerismo. Con Kirchner en la presidencia y Lavagna en el ministerio de Economía la economía logró enderezarse. Contrariamente a lo que muchos suponen, Kirchner era un obseso del déficit. “Los gastos no pueden superar a los recursos”, era su caballito de batalla. En ese sentido, su discurso ante la Asamblea Legislativa del 25 de mayo de 2003 es propio de un gobernante alejado del “populismo”.

El kirchnerismo gobernó durante doce años y medio. Néstor Kirchner detentó el poder entre el 25 de mayo de 2003 y el 27 de octubre de 2010 (día de su fallecimiento). A partir de entonces y hasta el 10 de diciembre de 2015 el poder fue ejercido por Cristina Kirchner. En materia económica la viuda de Kirchner fue más proclive a expandir el gasto público y la emisión monetaria para dinamizar el mercado interno. El objetivo era mantener la economía siempre caliente. Mientras tanto, se multiplicaron los planes de inclusión social, vituperados por el orden conservador. Lamentablemente, con el correr del tiempo la creación artificial de moneda hizo posible el surgimiento de un problema del que los argentinos no hablábamos desde hacía mucho tiempo: la inflación. Durante la segunda presidencia de Cristina la inflación no cedió y en los últimos meses, anteriores a las elecciones presidenciales, el aumento de los precios se tornó ingobernable. Al asumir Macri el 10 de diciembre de 2015 había inflación, pero también había trabajo. La herencia que recibió Macri, si se la compara con las anteriores herencias, no es tan pesada como la pinta el poder mediático concentrado. Dice Sarlo: “Nada hay mejor que la comparación. Los presidentes antes mencionados atravesaron condiciones mucho peores que las que le tocaron a Macri. De hecho, la negociación con los holdouts muestra que el problema, a diferencia del manejo hostil de Cristina Kirchner y su sicario económico Kicillof (creo que esta expresión es muy desafortunada) era relativamente sencillo aunque las consecuencias de la solución que se acuerde sean onerosas”. No hay, por ende, tal cosa como la “maldición de los K” (Sarlo). Nadie discute que Macri tiene delante de sí problemas complicados que deberá resolver pero también es cierto que, al menos hasta ahora, tuvo serios errores de cálculo. Los dólares no vinieron en abundancia como él y su equipo económico esperaban. Es probable que el presidente, por un exceso de petulancia, haya creído que su sola presencia en el gobierno bastaba para atraer a los inversores foráneos. De ahí su desesperación en arreglar cuanto antes con los “holdouts” y rendirle pleitesía a Barack Obama. Hace veinticinco años Carlos Menem actuó de la misma forma con los resultados por todos conocidos. ¿Se repetirá la historia?

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