Por Hernán Andrés Kruse.-

El 10 de diciembre el gobierno nacional celebró el Día de la Democracia. Estuvieron en el escenario montado a espaldas de la Casa Rosada el ex presidente uruguayo José Mujica, el ex presidente y candidato presidencial brasileño Lula, la vicepresidenta de la nación Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández. Treinta y ocho años atrás asumía Raúl Alfonsín, el primer dirigente no peronista que logró vencer al peronismo en elecciones libres y transparentes. Increíblemente, ni Cristina ni Alberto Fernández hicieron mención de Alfonsín durante el festejo. Como no podía ser de otro modo, el discurso más festejado fue el de la vicepresidenta. La marea humana que cubrió la histórica plaza le responde de manera incondicional, lo que explica que festeje todas y cada una de sus afirmaciones aunque choquen contra la realidad. En un momento de su discurso Cristina afirmó que tanto el gobierno de Alfonsín como el de De la Rúa fueron víctimas de un golpe de estado orquestado por el Fondo Monetario Internacional. ¿Fue realmente así?

Hagamos un viaje al pasado. Raúl Alfonsín jamás congenió con la ortodoxia económica. Prueba de ello fue la designación en la cartera de Economía del doctor Bernardo Grinspun, un neokeynesiano muy cercano a don Raúl. Su gestión lejos estuvo de ser exitosa. En consecuencia, el presidente hizo primar la realpolitik y decidió su reemplazo por el doctor Juan Vital Sourrouille, un tecnócrata dispuesto a materializar lo que Raúl Alfonsín, en un enfervorizado discurso, había denominado “economía de guerra”. Lo que hizo Alfonsín fue, lisa y llanamente, abrazar la causa de la ortodoxia económica. Por eso eligió a Sorroruille. Para el flamante equipo económico la inflación era originada por el déficit fiscal y la emisión monetaria, tal como lo enarbola el credo neoliberal. Pero para derrotar al flagelo inflacionario era fundamental eliminar una cuestión psicológica: las expectativas inflacionarias.

La economía de guerra significó en los hechos el cambio de moneda. El 14 de junio de 1985 el equipo económico anunció el programa de Reforma Económica, que no fue otra cosa que un clásico ajuste ortodoxo. Ese día nació el austral y el flamante plan de Sourrouille llevó su nombre. El ministro de Economía, además de contar con el apoyo del presidente, era respaldado por el Tesoro de los EEUU y el FMI. En la práctica significaba un claro y explícito apoyo de Ronald Reagan a Raúl Alfonsín. Para el presidente republicano era por demás relevante apoyar a la novel democracia argentina y, fundamentalmente, evitar que la Argentina cayera en default, lo que hubiera significado un tremendo dolor de cabeza para los bancos de Wall Street. Al principio el plan austral logró estabilizar la economía, lo que le permitió a Alfonsín ganar los comicios legislativos de ese año. Fue un espejismo. Meses más tarde el plan Austral comenzó a languidecer, lo que en la práctica significó un nuevo rebrote inflacionario. Desesperado, el gobierno de Alfonsín lanzó el Australito y luego el Plan Primavera, que tuvieron la misma suerte que el Plan Austral.

Para colmo, la citación castrense era harto delicada. A fines de 1986 el Congreso aprobó la Ley de Punto Final y a mediados del año entrante, la Ley de Obediencia Debida. En el intervalo el gobierno se vio sacudido por el levantamiento protagonizado por los carapintadas. El golpe de gracia lo recibió en las elecciones de ese año, donde fue vapuleado por el peronismo. Jaqueado por un sindicalismo impiadoso (recordar los 13 paros generales de la CGT) y un establishment que jamás lo toleró (recordar la silbatina a Alfonsín en Palermo en 1988) el gobierno radical perdió la iniciativa. 1989 arrancó con una situación económica harto delicada, un peronismo que se veía en el gobierno y un demencial ataque de un residuo del ERP al regimiento militar de La Tablada. El fracaso estrepitoso de Sourrouille convenció a Alfonsín de la imperiosa necesidad de reemplazarlo. Quien lo sustituyó fue nada más y nada menos que el doctor Juan Carlos Pugliese, en ese momento presidente de la Cámara de Diputados de la nación. Veterano de mil batallas Pugliese nada pudo hacer para torcer el curso de los acontecimientos. Fue reemplazado por el entonces joven dirigente de la Coordinadora Jesús Rodríguez, quien se vio desbordado por la situación. Fue entonces cuando comenzaron los saqueos contra mercados y supermercados, fundamentalmente los situados en el conurbano. ¿Alguien tiene alguna duda que fueron organizados por el peronismo? En Santa Fe, por ejemplo, los saqueos contaron con la venia del histórico dirigente peronista Antonio Vanrell, en ese entonces vicegobernador. Mientras tanto, la inflación seguía sin dar tregua. En ese contexto tuvieron lugar las elecciones presidenciales el 14 de mayo, en las que resultó victorioso Carlos Menem. A Alfonsín le quedaban varios meses en el ejercicio del poder ya que el nuevo presidente recién debía asumir el 10 de diciembre. Luego de duras negociaciones Menem aceptó asumir el 8 de julio, justo cuando la inflación rondaba el 200%.

Mucho se dijo y se escribió sobre el abrupto final de la presidencia de Alfonsín. Creo que no fue capaz de hacer frente a los graves problemas económicos que jaquearon su gobierno (sus ministros de Economía fracasaron por completo). Pero no se debe ignorar la responsabilidad que le cupo al peronismo en el traumático final del gobierno alfonsinista. Tuvo una clara actitud desestabilizadora que contribuyó a la entrega anticipada del poder de parte de don Raúl. ¿Cuál fue el papel del FMI en esta tragedia? La de siempre: la convalidación de planes de ajuste que siempre atentaron contra la calidad de vida de los pueblos. Pero lejos estuvo, como sostuvo Cristina, de haber sido el único protagonista del golpe de Estado contra el gobierno radical.

Diez años y medio más tarde asumía como presidente Fernando de la Rúa. Era la primera vez que un gobierno de coalición se hacía cargo del gobierno. En efecto, el vicepresidente era Carlos Chacho Álvarez, un histórico dirigente del peronismo de izquierda que había abandonado el peronismo cuando Menem decidió indultar a Videla y compañía. Pese al amplio respaldo del FMI (recordar el blindaje), el programa económico ortodoxo implementado por José Luis Machinea fracasó estrepitosamente. En marzo de 2001 el presidente lo reemplazó por Ricardo López Murphy, quien duró en el cargo un suspiro. Fue reemplazado por el creador de la convertibilidad, Domingo Felipe Cavallo. Fue el golpe de gracia a una Alianza que había comenzado a crujir con la renuncia de Álvarez en octubre de 2000.

Cavallo fue incapaz de torcer el curso de los acontecimientos. Una vez más, las políticas de ajuste estaban causando estragos. En el invierno decidió, acompañado por la entonces ministra de Trabajo Patricia Bullrich, reducir en un 13% las jubilaciones y pensiones de los jubilados. En octubre de 2001 el peronismo le propinó al gobierno un duro golpe electoral, tal como se lo había propinado a Alfonsín en 1987. De la Rúa no logró asimilar el impacto. La fuga de capitales era insostenible y el programa económico de Cavallo naufragaba sin remedio. Desesperado y acorralado, De la Rúa apoyó la decisión de Cavallo de confiscar los ahorros de miles y miles de argentinos que confiaban en el sistema bancario. Mientras tanto, el FMI había tomado la decisión de no continuar prestando dinero a un gobierno que se desmoronaba como un castillo de naipes.

Todo se precipitó el 19 y 20 de diciembre. El 19 tuvieron lugar saqueos a mercados y supermercados en varios puntos del país, especialmente en el conurbano, tal como había acontecido en 1989. Por la tarde De la Rúa impuso el estado de sitio, que fue totalmente desconocido y repudiado por la población. La reacción popular no se hizo esperar: miles y miles de ciudadanos, portando cacerolas, salieron a la calle para expresar su bronca e indignación. En la madrugada del 20 de diciembre De la Rúa echó a Cavallo, creyendo que de esa forma lograría apaciguar los ánimos. Durante la mañana de su último día como presidente, la Plaza de Mayo se convirtió en un campo de batalla entre la policía y enardecidos manifestantes. Lamentablemente, hubo que lamentar víctimas fatales en varios puntos del país. Por la tarde el presidente invitó al peronismo a conformar un gobierno de unidad nacional. Ante la negativa del peronismo, decidió renunciar al atardecer de esa trágica jornada.

Es cierto que el FMI le soltó la mano, pero no cabe ninguna duda que la incapacidad de De la Rúa como presidente fue el factor fundamental de la caída del gobierno aliancista. Pero ello no significa negar la responsabilidad del peronismo ya que mientras el país ardía y el gobierno se caía sin remedio, su máxima dirigencia estaba recluida en San Luis relamiéndose y gozando con lo que estaba sucediendo.

En definitiva, tanto Alfonsín como De la Rúa fueron víctimas de sendos golpes de Estado denominados “blandos”, para diferenciarlos de los golpes de Estado clásicos. Es por ello que llamó poderosamente la atención que una dirigente tan preparada como Cristina Kirchner, haya afirmado que la caída de Alfonsín y la de De la Rúa haya sido obra exclusiva del FMI.

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