Por Jorge Castro.-

El problema económico más urgente en la Argentina de hoy, un país que tiene acumulado en dólares fuera del sistema financiero local una cifra cercana a su producto bruto interno y fuera de Estados Unidos es el país con mayor tenencia de dólares por habitante, es el agotamiento de las reservas monetarias en el Banco Central. Esa carencia dramática es lo primero que hay que resolver, ya mismo.

Pero lo verdaderamente asombroso de esta falta de dólares coincide con un récord histórico de las exportaciones del país. Por obra de la agroindustria -que responde por más de 70% del total de las ventas externas- ingresaron U$S 31.000 millones en los primeros 6 meses de 2022, la cifra más alta de la historia y 21% por encima de los niveles de 2021.

La Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA) sostiene que los 10 principales complejos agroindustriales del país -que le venden a 170 países en el mundo- podrían lograr exportaciones por más de U$S 100.000 millones este año, récord histórico absoluto.

FADA indica también que las exportaciones de trigo han aumentado este año 105% en dólares, las de girasol 62%; las legumbres 105%, el limón 44% y los lácteos el 38%.

Destaca FADA que 7 de cada 10 dólares que ingresan al país son generados por el campo. Conviene recordar que la característica estratégica de la producción argentina es que coloca en el exterior la masa de lo que produce (en el caso de la soja es más de 75% del total), en tanto que sus competidores en el mundo, que son EE.UU y Brasil, sólo exportan lo que les resta después de satisfacer sus gigantescos mercados internos. Por eso el papel de la Argentina es más importante en el comercio internacional que en plano estrictamente productivo.

Esto hace que la Argentina sea el mayor exportador mundial de harina y aceite de soja (más de 67% del total) y que la industria aceitera sea inequívocamente la primera del mundo.

El nuevo Secretario de Agricultura, Juan José Bahillo, reconoció en Coninagro que el proyecto del “dólar soja” lanzado por el Banco Central resultó un rotundo fracaso y admitió que los productores reclaman discutir el sistema de retenciones, que notoriamente rechazan.

Al mismo tiempo, el presidente de Coninagro, Carlos Iannizzotto, reclamó un sistema cambiario unificado, que no discrimine al campo, como actualmente ocurre, y sea capaz de captar la totalidad del precio internacional del producto, lo que implica terminar con las retenciones. Este último punto es absolutamente esencial, como lo admitió Bahillo, en un rasgo de integridad personal y conceptual que le debe ser reconocido.

La única alternativa viable es un mercado cambiario unificado + eliminación de retenciones, que permita captar en términos reales la totalidad de los precios del mercado mundial.

Si esto sucede, no sólo ingresarán los dólares que necesita el Banco Central, sino que la Argentina protagonizará un salto exportador de envergadura histórica, que permitirá terminar con la crisis crónica del sector externo, que es la causa estructural de esta crisis, incluso la de carácter político.

La cuestión, ante todo, son las condiciones macroeconómicas para que un salto exportador de esta magnitud se produzca.

El problema de la Argentina -dice el flamante viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein- es que hay que realizar impostergablemente un ajuste fiscal de no menos de 3 puntos del producto bruto interno cuando ya nadie quiere ni bonos ni pesos argentinos y esto sucede en un país en el que a medida que los dólares ingresan por las exportaciones la brecha cambiaria crece en igual proporción.

Por eso es que en la Argentina el ajuste fiscal no es recesivo, sino todo lo contrario, porque la inflación es un impuesto que termina paralizando la producción, lo que le otorga un carácter nítidamente contractivo.

De ahí que lo decisivo sea establecer un sendero que constituya, en primer lugar, un orden fiscal y por esa vía recupere la estabilidad macroeconómica, lo que implica reducir hasta eliminar la brecha cambiaria, que es lo que impide acumular reservas y por lo tanto dar ese salto exportador.

Esta es una secuencia absolutamente unificada, y a recorrer a pasos vertiginosos, porque la Argentina está jugando en tiempo de descuento, debido a que el saldo neto de las reservas del Banco Central es negativo en más de U$S 4.000 millones.

En la Argentina lo urgente y lo importante se han unificado. Ahora la única alternativa real a una brutal devaluación masiva de carácter hiperinflacionario, es establecer un nuevo sistema económico fundado en un mercado cambiario unificado y en la eliminación de las retenciones.

Para este giro histórico, todo depende del poder político, que es el único capaz de establecer nuevas alianzas y enfrentar determinados adversarios.

Massa depende del campo, pero los incentivos ofrecidos aún son insuficientes. El plan de Massa depende del acuerdo y el respaldo del campo, que hoy es el sector del que depende la respuesta inmediata a la crisis. Pero los anuncios todavía se quedan a mitad de camino e indican que todavía precisa acumular más poder para doblegar las resistencias del kirchnerismo.

El siguiente paso, si se logra cumplir este primero y decisivo, es estabilizar la economía a través de un drástico ajuste del gasto público, que creció 11 puntos por encima de la inflación en el último año, sumado a los 16 puntos en que se había expandido en la etapa de la pandemia.

Para analizar la viabilidad de este giro, conviene tener en cuenta que el 3 agosto, con la asunción de Massa en el Ministerio de Economía, se formalizó en la Argentina un golpe de estado “sui generis”, originado en realidad unos días antes, cuando los gobernadores peronistas le informaron a Alberto Fernández que era preciso transferir el control de los recursos del Estado al nuevo garante del poder político.

Lo que convenció a Cristina Kirchner de acceder a esa transferencia de poder a Massa no fue una repentina mutación ideológica, sino el crudo argumento de la necesidad absoluta: “no hay más dólares en el Banco Central a partir del 15 de agosto”. Por eso, modificó su actitud de 25 días atrás, cuando se había negado a transferir a Massa el ejercicio del poder.

Esta situación indica con absoluta precisión que la vicepresidenta carece de una alternativa de poder frente a la crisis. De ahí su total impotencia política, con signos claros de agotamiento definitivo y terminal del ciclo histórico del kirchnerismo. En términos estructurales, allí reside lo principal. Todo lo demás es secundario, apenas manifestaciones de ruido y furia que, más allá de su impacto coyuntural, no modifican el curso profundo de los acontecimientos.

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