Por Paul Battistón.-

Nadie puede hablar de lo que quiere. Se nota que la mayoría ansiosa de pasado cómodamente financiado querría hablar sólo de las dificultades económicas, de malestar social, de fracaso, pero la misma dificultad económica que les es extendida con una ausencia de pauta les deja menos espacio de maniobra y se les hace necesario hablar de lo que los oídos quieren comprar, aun cuando se pretenda hablar direccionadamente de lo mismo. Se podría resumir la situación en una carrera por audiencia ofreciendo jugosos platos de realidad cercana a novelas.

Quizás estemos viendo los últimos capítulos de Loan cuando su secuela (¿o precuela?) Kiczka ha comenzado a arrasar. Lo que todos sabíamos era realidad, los peores flagelos delictivos cohabitaban nuestra existencia de estado presente y, por supuesto, en ellos tampoco estaban ausentes los agentes de ese estado. Cuotas de asombro casi innecesarias redundan en una ansiedad por más y los medios no pueden dejar de ofrecerlas. En cada una de ellas el aparato desfinanciado de la facilidad de la pauta trata de encontrar una relación con ese nuevo estado negador, aunque hasta ahora sin éxito y casi que con rebotes en contra (para todos esos que hace apenas un año veían todo obvio).

Verdad que no despierta, simplemente es expuesta y dará sus días de empuje en los remos combatientes contra la inercia de la tragedia.

Tener que explicar a modo de noticia lo obvio suele ser la queja en forma de asombro de un conocido conductor de un canal de noticias cuando se le vuelve necesidad anoticiar de algo que por su carga de sentido común ni por asomo debería ser explicado. Es que lo obvio ha sido sepultado durante 20 años por relatos definidos como corrección.

A un modo análogo al hecho de que todos somos ignorantes sólo que ignoramos distintas cosas, todos hemos sido corregidos sólo que en distintas cosas. Afrontar el desmantelamiento de esas correcciones intencionadas podría ser una guerra frontal llevada adelante desde esos lugares que se consideran pertinentes. Y quizás ahí se encuentre la razón de por qué un ministro de defensa se aventura en temas fuera de su órbita, una ministra de seguridad expone sentido común de economía o un ministro de justicia expone lo obvio de la biología (la única existencia de XX e XY como sexos más allá de las 500 posibles formas distintas de satisfacerse sexualmente con una pareja, en soledad o con un frasco de mayonesa). Un boomerang que dio de lleno en el conductor cansado de lo obvio pero corregido en su percepción de ser hombre más allá de su inclinación sexual.

El simple resultado de todas estas realidades explotando o reflotando son horas de TV sin posibilidades de imponer una coordinada continuidad catastrófica debiendo someterse a la necesaria oferta que los sostenga en ausencia de la pauta caída como maná del cielo. Así el ministro, en ausencia del cuadrilátero que el progresismo relator hubiera deseado que quedara indemne, asumiendo los golpes sin crujir después de haber dicho lo obvio, obviamente contrario a los relatos correctores.

La novela Alberto iniciada en una cuestión de malversación ha diversificado en un reflote de cuotas de realidad que también hubieran seguido intocables resguardadas por la corrección pero, nuevamente la avidez de la audiencia (y la ausencia de pauta) ha influido en desactivar esa coordinación para una embestida conjunta sólo con notas de fracaso dirigidas al gobierno reticente de mano suelta.

Y al contrario del blindaje de los actuales ministros hablando desde los cuadriláteros esquivos, un exministro hablando en una contemporaneidad de corrección en camino de debilidad ha culminado en lo que hubiera sido una impensable imputación en la era impune del relato desfachatado (otra secuela albertiana impensada). Lo que todos suponíamos pero la prensa pautada vendía como alta aprobación de la gestión Alberto, era sólo un encierro coherente con las políticas restrictivas del peronismo (nos encerraron para quebrarnos limitando nuestra fuerza de trabajo mientras ellos se enriquecían sin el esfuerzo del trabajo).

Queda claro que resulta innecesario que el gobierno despierte todas esas pequeñas realidades para seguir generando la densidad de ese mar donde los remos encuentren apoyo para dar avance. El éxito posible por rebote de los intentos de catástrofe soñada de los cultores del fracaso cómodo parece haber sido entendido por el gobierno. Tanta insistencia con el síndrome Chacho Álvarez sólo les ha servido finalmente para que el porcentaje de aprobación de ambos (tanto presidente como vice) se mantenga sin que uno crezca en desmedro de otro. Lo que esperaban, una diferencia agrietante, fue finalmente sanada sólo con una palabra “agenda”. La aclaración de la existencia de dos agendas adyacentes con distintos objetivos pero un mismo enemigo generador de los mismos, todo resumido en una frase: “no es mi agenda pero estoy de acuerdo”.

El poder judicial (el intocable por cumplimiento a la preservación del formato republicano) ya tiene un frente donde será embestido con las armas permitidas en su propio universo; así lo prometió Villarruel. Y si faltaba algo para que se transformara en otra oferta de realidad despertada era la aparición de Firmenich poniendo seriedad sobre la agenda Villarruel, que de ahora en más también remará llevando esta nave a destino.

Una república exitosa es la que está al final del camino tomado por un circunstancial nacionalismo libertario que deberá conservar esa forma hasta que a la salida libre de fantasmas populistas y progresistas disfrazados de socialdemócratas puedan convertirse en las dos opciones a elegir en competencia electoral.

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