Por Alfredo Nobre Leite.-

En su editorial, el diario «La Prensa», expresa, entre otros conceptos: «Una cultura de la laicidad, es decir, una mayor autonomía y separación entre grupos religiosos, sociedad política y Estado, y una ciudadanía que amplíe los derechos a la diversidad, deben ser el horizonte que permita dejar atrás la utilización eclesiástica de lo partidario y la utilización partidaria de lo católico» (sic). Tengamos en cuenta que el Estado sostiene a la Iglesia, a la luz del artículo 2 de la Constitución Nacional: «El Gobierno Federal sostiene el culto católico apostólico romano»; por lo cual cada uno de ellos, debe actuar en su ámbito, el primero como la autoridad legítimamente instituida, gobernando para el bien común; la segunda, custodio de la moral pública, ocupando de su misión instituida por Nuestro Señor Jesucristo de ser misionera y evangelizadora para la salvación de las almas. Lamentablemente, su misión, desde las reformas del Concilio Vaticano II (1962-1965), se debilitó, provocando una dispersión de fieles hacia el protestantismo, el sectarismo y la new age, a la vez que ha tratado de intervenir en la política, desde la Santa Sede y la Comisión Episcopal Argentina, con las consecuencias conocidas en lo atinente a la moral, las buenas costumbres…

Para morigerar la deplorable situación actual, que no es privilegio de nuestro país, hay que enseñar y practicar el Decálogo, a saber: 1º «No tendrás otro Dios más que a Mí». 2º «No tomar el nombre de Dios en vano». 3º «Acuérdate de santificar las fiestas». 4º Honrar al padre y a la madre». 5º «No matar». 6º «No fornicar». 7º «No hurtar». 8º «No levantar falso testimonio». 9º «No desear la mujer de tu prójimo». 10º «No codiciar los bienes ajenos».

Es la única forma de acotar el descalabro social (que más que económico y político, es moral), los delitos, y perversidades que se cometen, en especial contra la mujer, la corrupción de las costumbres en todos los ámbitos estatales y privados, las atrocidades contra nuestros semejantes, asesinatos, robos, derruyendo la moral pública; con el propósito de volver al bien, la caridad, solidaridad y los elevados propósitos de una sociedad católica. Para ello, es conditio sine qua non la constitución y formación de la familia, base y confluencia de una sociedad virtuosa, como fin ulterior del Estado, que se guíe por la ética y la moral, predicados por Hijo del Hombre, como único medio para recuperar una civilización moral -reitero- basada en las virtudes cristianas, encaminando al hombre a su fin ulterior de la salvación de su alma, que es inmortal (con respecto a la actividad política de ciertos prelados de la Iglesia, recordarles que Nuestro Señor Jesucristo dijo: «Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»).

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