Por Juan Manuel Otero.-

Cruel en el cartel,
la propaganda manda cruel en el cartel,
y en el fetiche de un afiche de papel
se vende la ilusión,
se rifa el corazón…
…Y apareces tú
vendiendo el último jirón de juventud,
cargándome otra vez la cruz.
¡Cruel en el cartel, te ríes, corazón!
¡Dan ganas de balearse en un rincón!

Como amigo y «fana» del Polaco Goyeneche, las noches de viernes y sábado en el añorado Café Homero solía emocionarme con su versión de «Afiches». Y aquella alegoría del amor frustrado hoy vuelve a mi memoria pero aplicada a nuestra triste actualidad política, “la propaganda», «el cartel», «Vender la ilusión», “rifar el corazón”, «cargar con la cruz»… Realmente «¡Dan ganas de balearse en un rincón!»

Es tan perversa la destrucción del contrato social de nuestra República y sus efectos ambivalentes, que por un lado causa espanto a quienes comprenden el daño sufrido y por otro resulta “un maravilloso avance” para quienes lo disfrutan en su ignorancia y falta de compromiso. Son muchas, en mi opinión, las causas que nos llevaron a este estado de descomposición agravado y en constante aumento, pero no soy un analista político ni social, menos aún un sociólogo que pueda explicar las distintas nuevas teorías que “maquillan” el daño y nos hacen creer que nuestra triste involución es un avance, menos aún la forma de combatir el caos que nos envuelve.

Pero no me caben dudas de que unos pocos motivos son los causantes de un gran porcentaje de nuestras desgracias, o “conquistas sociales” como prefiera llamárselas conforme el lugar que cada uno ocupe en este chiquero llamado República Argentina.

Es muy triste ver que cada escalón que descendemos es titulado como un nuevo “avance”, “logro social”, “combate a la discriminación” y así todo.

Hace apenas tres décadas aún éramos un conglomerado social respetuoso, sostenedores de una moral y una ética que se caracterizaba por la convivencia pacífica y comprensiva de las acciones privadas de cada uno, cualesquiera que ellas fueren. Pero gradualmente los límites se fueron aflojando a caballo de supuestas libertades adquiridas…. al punto de romperse aquel centenario equilibrio.

Hoy hemos llegado al extremo de que por todos los medios escritos, orales y televisivos se publicite con pompas y redoblantes el mérito de pertenecer a las cofradías colectivas de “lesbianas, gays, transexuales, bisexuales”, quienes orgullosos de su condición -cosa que respeto-, agreden con ofensas gratuitas y lastimosas a quienes pretenden llevar una vida acorde a sus convicciones personales.

Desde el inicio de los tiempos, seguramente se convivió con todo tipo de “variantes sexuales” o gustos excéntricos, pero hasta hace tres décadas, el sexo entre dos personas así como las manifestaciones amorosas de alto voltaje, se conducían a través de la privacidad. Cada uno es absolutamente libre de actuar de acuerdo a sus gustos e instintos, pero siempre en privado, el resto de la sociedad tiene derecho a ser respetado en su pudor.

Por eso resultan una dolorosa muestra de nuestra decadencia, por ejemplo los Desfiles de Mascaritas que desgranan las Avenidas mostrando su “Orgullo Gay”, y ni que hablar de las mujeres que mostrando sus senos, atacaron ferozmente a quienes en inmóvil, silenciosa y pacífica resistencia acordonaban en su defensa la Catedral de Mar del Plata.

La agresión irracional es la tarjeta de presentación de estas personas. Saben   que el INADI las protege en sus felonías y el odio las motoriza.

Viene al caso citar un breve párrafo de la obra Derecho Penal Militar (desaparecida misteriosamente de bibliotecas y librerías) del Dr. Eugenio Zaffaroni: «…la homosexualidad entre adultos no puede ser punida como delito en la vida civil, porque esa punición violaría el art. 19 constitucional, porque en la vida civil no hay ningún bien jurídico que resulte afectado por esa conducta realizada en privado”.

Justamente, Dr. Zaffaroni, eso que usted aseguraba hace décadas es lo que hemos perdido, las conductas realizadas en privado.

Otra causa de la debacle a que me refiero, motivo fundamental de la granja orwelliana en que se ha transformado nuestra Patria, es, justamente, la aparición en el campo del derecho criminal del ya citado Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni y los herederos de su perniciosa doctrina. El daño ocasionado por este camaleónico criminal administrador de burdeles y facilitador de la trata de mujeres, es tal vez irreparable a esta altura de los hechos y sus consecuencias son uno de los más lamentables flagelos sufridos por la sociedad.

Es norma inmutable en todos los países respetuosos de sus leyes que la facultad y el deber del Estado de combatir el crimen se basa en el derecho natural y se funda jurídicamente en la Constitución y las leyes pertinentes, tipificar delitos y acuñar penas hace a la base del orden.

Crimen y castigo. Tan simple que no admite dudas la concatenación fáctica, cometido un delito, probado el hecho imputado, respetado el derecho de defensa, dictada la sentencia condenatoria, sigue el cumplimiento inevitable de la pena recaída. Por algo nuestro centenario Código Penal en su Libro 2°, “De los Delitos” asegura que “…Será reprimido con prisión… quien cometiera…”, o “Se impondrá prisión….” etc. Antes de nuestro nacimiento como Nación, las leyes de Indias, el derecho romano, el derecho canónico, y así hasta el Código de Hammurabi, o la mismísima Ley del Talión legitimaban esta natural e importante función reparadora del Estado.

Y la ecuación fue desde siempre muy clara y aceptada por la sociedad. Las leyes están para ser cumplidas y son garantía de la defensa de los derechos individuales. Tan simple como un principio físico de “causa y efecto”…

Pero llegó el Dr. Zaffaroni y todo cambió, todo cambió para mal. Su pervertida y absurda teoría nos pretende convencer de que si alguien comete un delito es simplemente porque el resto de la sociedad no le ha dado oportunidad de progresar, de desarrollar su verdadero potencial y que, en la tristeza de su “aislamiento”, se encuentra en la irreprimible y justificable necesidad de armarse y salir a robar, llegando a asesinar “en defensa propia” si fuere necesario…

Y tenemos múltiples ejemplos de humildes jóvenes esforzados que buscan trabajo, se instruyen afanosamente, llegan a formar una familia… Y vemos a diario que un día son asesinados por otros humildes jóvenes que no buscaron trabajo, ni se instruyeron ni formaron familia… Y los doloridos deudos no tienen siquiera la mínima reparación del daño sufrido porque al victimario, como dirán los jueces hijastros de este académico, no le quedaba otro camino que asesinarlo…

Y no olvidemos las consecuencias de libertades «condicionales» otorgadas por “buena conducta” a criminales sin haber llegado mínimamente a cumplir la pena impuesta ni analizar el informe del cuerpo médico forense en cuanto a la «peligrosidad» del sujeto… el siguiente homicidio de un inocente es la consecuencia habitual de estos dislates procesales.

Irónica -y dolorosamente- llaman a este esperpento “Doctrina garantista”. Claro que es una garantía, es garantía de impunidad, garantía de desamparo social, garantía de caos.

Cuesta pensar que este perverso es la misma persona que justificaba alegremente la pena de muerte en su ya citada obra.

Y hay otras causas de nuestra triste degradación, la hipocresía y la falsedad de nuestros políticos, quienes antes de las elecciones nos prometen medidas que nunca cumplirán en caso de acceder al poder, la corrupción empresarial o de los sindicatos. Facinerosos que durante una década apoyaron sus trastes en sus mullidos sillones limitándose a levantar la mano y mover la pera de arriba abajo en señal de prostituido asentimiento, contribuyendo al arrasamiento de la Patria, son los mismos que a los pocos meses de asumido un gobierno que encontró el país en llamas intentando, bien o mal, pero intentando, salir del caos, ya amenazan con levantarse de sus sillones para convocar al PARO NACIONAL. Caciques que viven como sultanes en ancas de una perversa corrupción sindical.

Y paro acá porque es muy largo y, fundamentalmente, porque no tengo solución a este aquelarre, sólo que nunca pensé llegar a viejo y ver a mi orgullosa Patria de rodillas.

¡Dan ganas de balearse en un rincón!

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