Por José Luis Milia.-

«Creo que para lograr la Patria Socialista vamos a tener que matar a no menos de un millón de personas». Carta de Mario Roberto Santucho a su Hermano Asdrúbal, capitán del ERP.

Ya votaron. 26 ó 27 millones agarraron un papel, lo pusieron en una urna, antes o después del asado o los ravioles, y siguieron con su vida común sólo aquejados de la ansiedad que una elección produce, más o menos la misma que a los fanáticos del tenis les produjo, el mismo día, la definición del master entre Federer y Djokovic.

Pocos han sido los que alguna vez han reflexionado sobre el párrafo transcripto en el epígrafe y que pudo llegar a ser una realidad a la que -si no fuera por la acción de las Instituciones Armadas de la República Argentina- todos aquellos que hoy tienen más de cincuenta y cinco años nos hubiéramos debido enfrentar.

Eso, la posible muerte masiva fue nuestro problema, pero esta posibilidad tenía también un remate en el que hoy pocos quieren pensar, sobre todo por las deudas que el caso entraña; si hubieran triunfado las “orgas” subversivas hoy no solo tendríamos el millón de tumbas a la que tan afecto parecía ser “Roby” Santucho sino que, al igual que en la Cuba paradigmática de la Patria Socialista nadie votaría, nadie elegiría según su albedrío y quien osase hacerlo hacerlo tendría como horizonte, según la gravedad de su disenso, un paredón o un campo de trabajos forzados.

Aunque se diga otra cosa, si hoy votamos es porque un grupo de hombres- integrantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, federales y provinciales- se pusieron la patria al hombro y enfrentaron la agresión. Callada y silenciosamente cumplieron con su deber. Ese que la Patria exigía y nosotros, el resto de los argentinos, desde nuestra comodidad demandábamos. Terminada la guerra, con sus convicciones incólumes, volvieron a sus cuarteles, sus naves, sus bases, sus escuadrones, sus comisarías, con el alma en cicatriz y arrastrando mochilas cargadas de dolores que nunca conoceremos porque como hombres que son los han guardado en lo más profundo de su corazón.

Hoy, esos que al derrotar a la subversión nos permitieron los votos futuros, se mueren, cautivos, en los penales federales a manos de jueces que han olvidado la justicia para convertirse en sicarios, jueces que le dan -o le venden, como usted prefiera- prisión domiciliaria a un narcotraficante de sesenta y cinco años pero le revocan la misma a un Almirante de noventa en un gesto de venganza infame que nosotros con nuestro silencio pusilánime convalidamos.

Los argentinos hemos construido una sociedad que cree que la cobardía y la ingratitud son virtudes cardinales sin darnos cuenta que más temprano que tarde pagaremos por ello.

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