Por Luis Tonelli.-

Muchas veces los comentaristas presumen saber más que los protagonistas. Es el caso, por ejemplo, de Althuser con su Lire Le Capital de Marx. O bien el de los que sostienen que los ensayos de Martín Heiddeger compilados en su libro Sendas Perdidas son más innovadores de la que él pensó que fue la contribución más importante de toda su vida filosófica: el imponente Ser y Tiempo. Y así sucesivamente.

Por cierto, el discurso del Presidente Mauricio Macri de inauguración de las sesiones del Congreso Nacional no va a quedar como una gran contribución al acervo cultural mundial. Sin embargo, para los que habitamos por estas tierras australes, siempre es importante lo que dice el Presidente (y lo que no dice) en ese ritual cívico impuesto por la Constitución.

Y para este caso si vale considerar lo que dice de él un comentarista privilegiado. En un artículo publicado en La Nación es, ni más ni menos, que el señor Jefe de Gabinete quien desmenuza el discurso presidencial al que se supone contribuyó en su redacción, o al menos, lo revisó antes de que fuera pronunciado.

Así que su “lo que quiso decir el Presidente” resulta clave, ya que se convierte en el manual de uso de un discurso que no presenta las complejidades hegelianas para ser comprendido y más bien con el utilaje conceptual que provee el habla cotidiana ya alcanzaba para realizar su hermenéutica ciudadana.

La disputa es otra y es, otra vez, con los medios de comunicación masiva. Los medios pusieron énfasis en la primera parte del discurso del Presidente. O sea, el dedicado con cierta violencia conceptual a la herencia recibida (que, al ser dada por cierta, no es colocada aquí entre comillas). Temática que sorprendió un tanto porque precisamente iba contra lo que se dice son los consejos de el gurú presidencial, Jaime Durán Barba y de precisamente el Licenciado Peña de no cargar las tintas sobre el pasado y hablar del futuro.

La inclusión del inventario negativo dejado por el kirchnerismo fue intensamente solicitado por los radicales que asistieron a la reunión de la semana pasada en Open Door que tuvieron con Peña y con el Ministro del Interior, Rogelio Frigerio, comandada por el jefe del bancada radical en diputados, Mario Negri (que sumaron la petición de que el Presidente mencionara el centenario del triunfo de Hipólito Yrigoyen en elecciones sin fraude y, se sabe, lo quisquillosos que son los radicales con sus efemérides). Ambos pedidos fueron incluidos en el discurso para beneplácito de los Boinas Blancas.

El comentario en La Nación del Jefe de Gabinete, en cambio, fue dirigido a enfatizar la segunda parte del discurso presidencia, que uno debería llamar propositiva, pero más bien estuvo caracterizado por una terapia clínica zen, en la que faltaba que sonaran los cuencos tibetanos, en la que el Presidente convocó a que los argentinos miren hacia el futuro y se enfoquen no en lo que fueron en el pasado (que según el jefe de gabinete no tiene nada especialmente recuperable, lleno de mentiras y de enfrentamientos) sino en lo que “pueden ser”, dadas las potencialidades enorme que el país brinda.

Y, en ese punto, la convocatoria del Presidente Macri fue ayer completamente opuesta al paternalismo populista kirchnerista. Durante una década fuimos bombardeados con un relato que hipostatizaba más que al Estado, como en los fascismos –tutto nello stato, niente al di fuori dello stato, nulla contro lo stato– al Gobierno centrado en la figura presidencial. La lógica del relato K era una en la que la Presidenta, luchando contra las fuerzas obscuras del capitalismo global defendía a la comunidad y le redistribuía lo que le correspondía por derechos. O sea un discurso, que como en la libertad de los antiguos, recalcaba la soberanía política pero no la autonomía individual de la libertad de los modernos.

Macri ayer sintetizó su filosofía política en la necesidad de que cada argentino viva su aventura personal, presuponiendo que todos los ciudadanos quieren ser una suerte de entrepeneurs, con evidentes ecos de la filosofía de Robert Nozick, cuando afirmaba que la utopía sólo puede plantearse a nivel individual, y de La Rebelión de Atlas de Ayn Rand. El Estado solo tiene en esa visión una marcada función asistencialista: ayuda a producir un contexto en donde las personas se desarrollen y sean quienes quieran. Pero el Estado no está para liderar una visión para el país, si no proveer el delivery de los bienes públicos estrictamente necesarios y que lo demás lo consiga la persona.

Visión que no se plasmará en este año de emergencia, en donde se mantiene mucho del gasto público por motivos de gobernabilidad política, cambiando su financiamiento. Si con Néstor Kirchner, lo bancaba la soja, con CFK la inflación y con Mauricio Macri, el endeudamiento. Las ideas están muy claras y son auspiciosas: Cambiemos tiene ahora el enorme desafío de llevarlas a la práctica. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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