Por Hernán Andrés Kruse.-

Las principales fórmulas que competirán por la presidencia y la vicepresidencia quedaron confirmadas el sábado pasado. Por el oficialismo competirán el actual presidente, Mauricio Macri, y el ex jefe del bloque de senadores nacionales del PJ Miguel Ángel Pichetto. Por el kirchnerismo lo harán el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández y la ex presidente y actual senadora nacional Cristina Fernández. Por último, la tercera fórmula que intentará meter una cuña entre los dos colosos presentará en el campo de juego al ex ministro de economía Roberto Lavagna y el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey.

Este fin de semana Clarín publicó una columna de opinión firmada por Ignacio Zuleta donde destaca un hecho muy relevante con respecto a los binomios mencionados precedentemente. Por primera vez en la historia, enfatizó, la Unión Cívica Radical no figura como partido político. El más que centenario partido, el partido que protagonizó tantas jornadas memorables de nuestra ajetreada historia, el partido que tuvo en sus filas a dirigentes de la talla de un Leandro Alem, de un Hipólito Yrigoyen, de un Marcelo T. de Alvear, de un Ricardo Balbín, de un Arturo Frondizi, de un Arturo Illia y de un Raúl Alfonsín, hoy apenas es una sombra, una cáscara vacía de contenido. ¿Qué pasó con el radicalismo? ¿Por qué hoy no existe como fuerza política a nivel nacional? ¿Por qué los radicales, que siguen siendo muchos en el país, aceptan con mansedumbre semejante decadencia?

El 30 de octubre de 1983 fue la jornada cívica más importante de la historia radical. Esa noche las urnas consagraron presidente de la nación a Raúl Alfonsín, quien derrotó ampliamente (52% contra 40%) al candidato peronista Ítalo Luder. Fue una victoria que marcó un punto de inflexión histórica porque nunca antes el peronismo había perdido en las urnas. Alfonsín había derrumbado el mito de su invulnerabilidad electoral. En aquel momento la ilusión que había despertado el flamante presidente superaba la altura del Everest. “Con la democracia se come, se cura y se educa”, había pontificado el líder radical durante la campaña electoral. Pues bien, cuando asumió el 10 de diciembre en una colmada Plaza de Mayo, quienes votaron a Alfonsín y seguramente muchos de quienes no lo hicieron creían fervientemente en esa idea-fuerza.

Raúl Alfonsín no logró culminar su presidencia tal como lo estipula la constitución. La hiperinflación que se había desatado a comienzos de 1989 lo obligó a colocarle la banda presidencial a Carlos Menem el 8 de julio y no el 10 de diciembre. Su fracaso económico fue más visible que sus grandes logros, como el histórico juicio a las tres primeras Juntas de la dictadura militar y el fin del conflicto con Chile por el Canal de Beagle (entre otros). Lamentablemente, su promesa de que con la democracia el pueblo no padecería hambre, gozaría de un eficaz sistema de salud y se educaría mejor, se diluyó sin remedio. A pesar de todo, el candidato radical Eduardo Angeloz hizo una buena elección al cosechar el 38% de los votos. El radicalismo seguía de pie.

La UCR fue el bastión de la oposición durante el menemismo. Sin embargo, hubo un hecho, muy importante por cierto, que dañó su imagen. Me refiero a la decisión de Alfonsín de pactar con Menem la reelección presidencial a cambio de la introducción en la constitución de instituciones cercanas al sistema parlamentario como la jefatura de gabinete. Ese pacto le permitió a Menem ganar en 1995. En esa elección el radicalismo tuvo una pobre performance ya que no superó el 20% de los votos. Resultó evidente que muchos radicales habían votado por la fórmula Bordón-Álvarez. Dos años más tarde los principales referentes radicales-Alfonsín, De la Rúa y Terragno-tomaron una decisión que puso en evidencia la incapacidad del partido para presentar fórmula propia: la invitación a los principales referentes del Frepaso (Chacho Álvarez, Bordón y Fernández Meijide) a conformar una coalición para derrotar a Menem en 1999.

De la Rúa y Álvarez asumieron el 10 de diciembre de 1999. Mucha era la ilusión que la Alianza había despertado en importantes sectores de la sociedad. Dos años más tarde el primer gobierno de coalición de la historia se desmoronaba como un castillo de naipes. En las elecciones presidenciales de 2003 el candidato radical Leopoldo Moreau no logró superar el 3% de los votos. Aunque cabe reconocer, en honor a la verdad histórica, que en dichos comicios también participaron otros dos candidatos de extracción radical: López Murphy y Elisa Carrió.

En las elecciones presidenciales de 2007 el radicalismo no presentó candidato a la presidencia. Debió conformarse con tener como representante al jujeño Gerardo Morales quien secundó al peronista Roberto Lavagna. En 2011 tuvo candidato propio, el hijo de don Raúl, pero su elección fue paupérrima. En 2015 la Convención Nacional reunida en la ciudad de Gualeguaychú decidió aliarse con el PRO y la Coalición Cívica para derrotar al kirchnerismo. Mientras que en 1999 y 2007 se había aliado con el peronismo (o un sector del peronismo, para ser más preciso), en 2015 se unía con su antiguo e histórico enemigo: el conservadorismo. Las PASO de ese año señalaron la última vez que la UCR figuró en una competencia por la presidencia de la nación. En efecto, en aquellas primarias abiertas, simultáneas y obligatorias Raúl Sanz compitió contra Macri sufriendo una dolorosa derrota. A partir de entonces aceptó su rol de partenaire de Macri, soportando con estoicismo todo tipo de humillaciones. Su declinación como partido nacional alcanzó su máxima intensidad al decidir Macri convocar a Miguel Ángel Pichetto a secundarlo en la boleta del oficialismo.

De aquel orgulloso partido que venció por primera vez al peronismo sólo quedan migajas, hoy esparcidas en las alfombras que rodean el trono que ocupa Macri. En 1985 Raúl Alfonsín desafió a Ronald Reagan en la mismísima Casa Blanca. En 2019 Alfredo Cornejo y Mario Negri le imploraron a Macri el nombramiento de un radical para la candidatura a vicepresidente. Así de profunda es la decadencia de la UCR, una decadencia que no hace más que reflejar el desmoronamiento del sistema político del país.

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