Por José M. García Rozado.-

Tras dos años de polémicas con la ciudadanía y el ¿PRO?, la Presidente Cristina Fernández impuso su deseo. Ya habían bajado a Colón por ¿pedido u orden de Chávez? Y el pasado 15 finalmente lo reemplazaron por la heroína de la independencia no reconocida por los bolivianos hasta la llegada de Morales, Juana Azurduy, criticas de la oposición que aseguran que es una defensa hipócrita ya que no recibe a los Quom que se encuentran acampando en la avenida 9 de julio. La verdadera historia de Colón y de Juana Azurduy, no la que nos escribe Cristina y Carta Abierta. La presidente Cristina de Kirchner, y su par de Bolivia, Evo Morales, develaron en la Plaza Colón, detrás de Casa Rosada el monumento a Juana Azurduy.

Luego de 24 meses de debates e idas y vueltas, la estatua de Colón será emplazada en la Costanera Norte, específicamente frente al Aeroparque, donde está previsto rearmar un grupo escultórico en el cantero central Hidroavión Buenos Aires. Se encontró desde su donación por la colectividad italiana desde 1920 detrás de Casa Rosada en la actual Plaza Colón rebautizada por CFK Plaza Azurduy, sin contar con ninguna autorización de la Legislatura porteña. La obra de Juana Azurduy, cuyo autor es el artista Andrés Zerneri, es una escultura de bronce de 16 metros de altura que fue donada por el Gobierno de Morales. El Estado boliviano erogó un millón de dólares para su edificación. También se instaló una cápsula del tiempo, destinada a dejar testimonio de la realidad de esta era del Bicentenario en la región. La Fiesta Popular de la Integración continuó el jueves con la actuación de Tomás Lipán, El Tierral y La Casimiro Brass. Para instalar la estatua de Azurduy fue necesaria la remoción de la estatua de Cristóbal Colón, que data -como ya dijimos- de 1920 y está emplazada en la plaza que lleva precisamente el nombre del descubridor de América. La estatua de Colón, tallada por Arnaldo Zocchi, había sido inaugurada el 15 de junio de 1921. Y parecía que iba a estar en la Plaza Colón por siempre. Hasta hace dos años, cuando en forma inconsulta y a pesar de que tanto el espacio verde como el grupo escultórico pertenecen a la Ciudad, el Gobierno nacional decidió desmontarlo y cambiarlo. El cambio de monumento impulsado por la presidente fue resistido por la comunidad italiana, que fue la que donó el grupo escultórico de Colón. Pero en línea con las “nuevas lecturas de la Historia (?)”, desde el Gobierno lo bajaron de su pedestal, al asociarlo con la sangrienta conquista del continente americano.

Ahora su antiguo lugar de privilegio es ocupado por la guerrera de la Independencia y coronel del Ejército Argentino Juana Azurduy. Nacida en Chuquisaca, hoy Sucre, Juana luchó junto a Manuel Belgrano y fue colaboradora del general Martín Miguel de Güemes. En 2009, la presidenta la ascendió post-mortem a generala. El Ejecutivo porteño protestó por la mudanza, aunque finalmente negoció y así se llegó al acuerdo para llevar a Colón a la Costanera Norte, que fue avalado por la Legislatura porteña con los votos del PRO y del FpV. La escultura de Colón fue trasladada el sábado 11 hasta el predio frente al Aeroparque donde está previsto rearmar el grupo escultórico. El 13 de junio, una grúa puso a la figura de Azurduy sobre su pedestal, que es el mismo que sostenía a Colón pero recubierto con lajas. A diferencia de la de Colón, que miraba hacia el río, la de Juana mira hacia la Casa Rosada. La escultura, realizada en bronce, pesa 25 toneladas y tiene 9 metros de alto, que llegan a los 16 si se cuenta la base. Costó un millón de dólares que fueron donados por Evo Morales. ¡Hasta acá el hecho cronológico!

Como bien decía Raúl Roa el pasado 15 de julio en Clarín: “Es una historia donde se cruzan personajes y fechas. Un 15 de junio de 1921 se inauguró el monumento a Cristóbal Colón, a espaldas de la Rosada. Y hoy, 15 de julio de 2015, Cristina completará su desalojo: inaugurará en ese lugar un monumento a Juana Azurduy, con show revisionista incluido. Hay otro cruce que tiene que ver con el comienzo de la historia. Fue en 2011. Estaba Hugo Chávez en el despacho de Cristina y al ver la estatua de Colón le dijo: “¿Qué hace ahí ese genocida? Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza sino un genocidio. Ahí hay que poner a un indio”. En estos días se cumplen 20 años de la matanza de Srebrenica. Tropas serbias masacraron a unos 8.000 musulmanes bosnios, todos varones, que se habían refugiado en ese enclave creyéndose protegidos por las Naciones Unidas. Ahora el Consejo de Seguridad quiso condenar lo que la Corte de Justicia Internacional calificó de genocidio, el mayor desde la segunda guerra mundial. Se lo impidió Rusia. Cuatro países la acompañaron. Entre ellos Venezuela, donde Maduro sigue siendo Chávez. Para el chavismo no todos los genocidios son genocidios. Cristina mandó voltear a Colón para llevarlo a Mar del Plata. Tenía todo planeado. Hasta envió más de 11 millones para costear el traslado que hoy son el centro de una denuncia por corrupción: no fue Colón ni tampoco volvió la plata.”

Y continúa: “La plaza no era el patio trasero de la Casa de Gobierno ni el monumento era de su propiedad. Las dos cosas eran y son de la Ciudad, que intentó trabar la mudanza con un amparo judicial y el apoyo de la comunidad italiana. Con el pretexto de que la estatua debía ser reparada, el capricho de la Presidenta la desmontó igual. Fue hace dos años. Al final negoció con el macrismo -o sea hicieron lo que ella hizo- dejar los restos de Colón en el piso hasta encontrarles un destino a cambio de permitirle a la Ciudad abrir el espacio para tres demorados kilómetros de autopista sobre terrenos ferroviarios. Autopista por estatua y estatua por revolución bolivariana. Colón dejó de mirar al río. Ya no está a la vista del despacho de Cristina. Subido a un camión de mudanzas, marchó rumbo a la Costanera Norte. Juana Azurduy ocupa su lugar. Un trueque de estatuas innecesario y también banal. En esta historia armada con héroes y villanos late una ideología rudimentaria. Si uno profundizara la iniciativa chavista de Cristina habría que borrar a Colón del mapa. Y por lo que le toca a Juan Azurduy, hay quienes dicen que no fue todo lo que dicen que fue. La historia es lo que es. Compleja. Y no lo que cada cual quiere que sea.”

Julio Djenderedjian es Doctor en Historia, profesor de Historia Argentina en la UBA e investigador independiente del CONICET, decía al respecto: “Las luchas de independencia, como cualquier otra contienda de magnitud y duración similar, produjeron en abundancia héroes y heroínas; pero sin duda sólo unos pocos de ellos han pasado a los libros de los historiadores. E incluso los que allí llegaron fueron moldeados por éstos, aun al punto de volverse seguramente irreconocibles para quienes los trataron. Uno de esos casos es el de Juana Azurduy. Su papel en aquellas guerras fue destacado; pero el carácter mítico que ha adquirido posteriormente su figura no se condice ni con su accionar ni con su lugar social. Miembro de la élite propietaria altoperuana, ni a ella ni a su esposo Padilla se les conocen medidas concretas en favor de los muchos esclavos o arrenderos que debieron poblar sus haciendas. En el caos sangriento que fue la guerra de guerrillas altoperuana, identificar vencedores y vencidos; pretender adjudicar a unos o a otros rótulos de excelencia moral, suena más bien a sarcasmo. La introducción de Azurduy, en el último cuarto del siglo XIX, en el panteón de los héroes patrios, requiere la previa deconstrucción de éste: para la Nación que buscaba dolorosamente constituirse, contar con un grupo de figuras en el cual reflejarse era una necesidad, un deber. Así, las grandes obras de los fundadores de nuestra historiografía se labraron en torno a la construcción de héroes. Un héroe era algo mucho más concreto que un país que aún apenas si existía. Pero, por definición, en un panteón se veneran dioses; y ningún hombre o mujer de carne y hueso lo es. Por ello, no puede extrañar que entre la imagen construida posteriormente, y la realidad, la distancia sea tan grande: por ello es absurdo ver en Azurduy una defensora póstuma de esos indígenas que eran sus huestes, a los que involucró en una guerra sin cuartel en la que nada o muy poco habrían de ganar.”

Y concluía: “Puestos a comparar figuras escultóricas, hasta puede decirse que en los tiempos de Cristóbal Colón esos indígenas al menos contaban con fuertes voces levantadas en su defensa, como la de Bartolomé de las Casas. En cambio, cuando el régimen colonial estaba a punto de derrumbarse, el peso de los privilegiados sobre la masa de tributarios y mitayos indígenas había ido adquiriendo todos los vicios de una larga opresión. Azurduy no luchó contra ellos, sino contra otros criollos como ella, en una lucha cuyo objetivo era el poder, antes de que la claridad misma de ese objetivo se ahogara en un mar de sangre. Poco de ello ha quedado en la visión edulcorada que aún sostienen algunos historiadores: otras cosas la han reemplazado, más amables quizá, pero también menos ciertas.” En las contestaciones populares a Djenderedjian, vemos: “La excesiva ideología vuelve zonzos a los intelectuales, sostener que porque existiera un personaje como Bartolomé de Las Casas los indígenas estaban mejor no resiste el menor análisis histórico. Ninguno de los lideres revolucionarios era un bolchevique, eso es ahistórico, se luchaba por el Poder, claro, era el objetivo. Que otra cosa es cambiar la estructura social o situaciones étnicas que aun hoy no están resueltas. ¿por qué piensa Djenderedjian que lo publica Clarín? La historia no se hace desde la inocencia, se le paga para dejar postura en la batalla cultural. La verdad histórica es otra cosa. ¿O Djenderedjian se chupa el dedo creyendo que haciendo interpretación de la historia no hace política?”; decía uno, mientras otro también acotaba: “Juana Azurduy, junto con su marido eran unos poderosos terratenientes bolivianos que defendieron sus propiedades a costa de la sangre de sus peones, Güemes, otro terrateniente la condecoró, estaban juntos en la lucha de no pagar impuestos a la corona española y gastaron lo que tenían a mano, la sangre de sus peones… No es casualidad que otra terrateniente la homenaje… ambas usaron a los peones que menos tienen para sus ambiciones personales…” y un tercero Juan Antonio Lázara sostenía: “Por fin se levanta una voz para llamar la atención sobre un personaje, por lo menos, confuso como Juana Azurduy. Lo que pasa que la mayoría de la gente como quien este comentario escribe no somos historiadores profesionales. Por eso es interesante la opinión de un historiador profesional… Colón un personaje universal canjeado por Azurduy un personaje regional es un mal canje. Y está muy bien defender el género femenino pero ser mujer no la convierte en héroe… tenemos muchas mujeres famosas que han hecho mucho daño… ¡Bien por la nota, felicitaciones por la valentía en una comunidad científica en el que el poder lo tienen muchos chavistas!”

La cuestión es que desde siempre, y aún en los duros años de la Dictadura, la Casa Rosada no tenía rejas. Se podía caminar por la vereda de Balcarce 50 y pasaban los autos. Hasta que en 2005, el Gobierno nacional llamó a licitación para enrejarla. El plan se completó con la apropiación de la plaza Colón, que es pública y está bajo la órbita de la Ciudad, lo que permitió cerrar la reja por detrás. Durante 2007, el Gobierno porteño invirtió $ 14 millones para remodelar la plaza Colón, donde además construyó un anfiteatro y un invernadero con cúpula de cristal. La obra estuvo lista el 30 de noviembre de ese año, pero después la Nación enrejó el espacio verde y nunca más volvió a abrirlo. El Gobierno nacional incumplió un convenio, que fue firmado el 6 de diciembre de 2007 por el entonces jefe de Gobierno porteño Jorge Telerman con el ex secretario general de la Presidencia -hoy titular de la ex SIDE-, Oscar Parrilli. Por medio de este acuerdo, la Nación se comprometía a cuidar la plaza y a dejarla abierta cuando no se realizaran actos oficiales. Es más, para organizar un acto en la plaza debía comunicárselo a la Ciudad con 48 horas de anticipación. El convenio fue avalado por la ley 2.862, aprobada por la Legislatura porteña. Sin embargo, la plaza se convirtió en el jardín trasero de la Casa Rosada y jamás fue abierta al público. Según se argumentó, para no afectar “la seguridad” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Desde 2008, el Gobierno de la Ciudad reclamó varias veces la reapertura de la plaza. Pero no sólo que esto no ocurrió, sino que en marzo de 2013 y en forma inconsulta, la presidenta decidió remover el monumento a Cristóbal Colón y reemplazarlo por otro en homenaje a la guerrera de la independencia Juana Azurduy. Aunque la Ciudad protestó, finalmente negoció –¿a cambio de qué?- y sobrevino un nuevo acuerdo para el traslado del monumento a Colón a la Costanera Norte. Norberto Márcico tiene una visión polarizada, con aciertos pero con enormes olvidos o desaciertos (por no llamarlos falacias perversas) cuando escribe: “La vasta geografía del Virreinato del Río de la Plata involucraba además de lo que es hoy el territorio argentino, a Potosí (donde nacieron Saavedra y Azurduy), Chuquisaca, Cochabamba y Tarija, sur del Paraguay y Brasil y lo que es hoy el Uruguay. La lucha por la Independencia los mostró a Saavedra como integrante de la Primera Junta en Mayo de 1810 y a Azurduy y su esposo (ambos de origen español) como protagonistas en las luchas del ejercito patriota con Güemes y Belgrano, hasta recibir la condecoración de Coronel.

La emancipación de los pueblos de América incluyó también a otros protagonistas Bolívar viniendo del norte hacia el Sur, San Martín yendo hacia el norte para liberar a Chile y Perú. La batalla de Ayacucho ganada por Sucre (1825) determinó el final del dominio español con la fundación de Bolivia. con los actuales límites Para quienes valió la pena la lucha por la independencia se justifica que el monumento a Azurduy esté emplazado ahí por ser más relevante (¿) que Colón.”

“La presidenta Cristina Fernández inaugura junto a su colega del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, el monumento a Juana Azurduy, heroína de las luchas independentistas en Sudamérica. Lugar: Jardín posterior de la Casa Rosada”. Así se refirió al Parque Colón la agenda oficial de Presidencia, pese a que es un espacio verde de la Ciudad de Buenos Aires. Y más tarde, en la transmisión del acto por la TV Pública, dijeron que desde ahora la plaza se llama Juana Azurduy. En 2007, el Gobierno porteño gastó $ 14 millones para restaurar esta plaza, que después fue enrejada por el Ejecutivo nacional. En diciembre de ese año, el ex secretario general de la Presidencia, hoy titular de la SIDE, Oscar Parrilli, acordó con el ex jefe de Gobierno, Jorge Telerman, que la Nación la dejaría abierta cuando no se realizaran actos oficiales. La Legislatura porteña avaló el acuerdo, pero el Ejecutivo nacional jamás lo cumplió. La plaza nunca reabrió, según la excusa oficial, para no afectar la seguridad presidencial. El monumento a Colón también pertenece a la Ciudad, pero en 2013 la Nación comenzó a desmontarlo en forma inconsulta. La Ciudad protestó –pero no demasiado-, pero al final negoció y, con anuencia legislativa, aceptó su traslado. En agosto de 2014, el Estado nacional dio otro paso para “apropiarse del Parque”. Por decreto, declaró lugar histórico nacional “al conjunto urbano constituido por la Casa Rosada, el Museo del Bicentenario, la Plaza Colón y la Reja Federal”. Y le encargó a la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos Históricos que los inscriba en el Registro Catastral y de la Propiedad. “Hay una nueva historia que nos quieren imponer, la que califica a Colón de genocida. Colón fue descubridor de un nuevo continente que dio certeza a la idea sobre la redondez de la tierra. Tenemos fe en que llegará una condena administrativa, civil y penal para los responsables de esta afrenta contra una obra de arte y la comunidad italiana”, dijo Horacio Savoia, abogado del Círculo Italiano. Junto a otros abogados, entre ellos Alejandro Marrocco, promovieron diferentes instancias ante la justicia para frenar el desmantelamiento y el traslado de Colón.

Mientras Nora Sánchez aclara: “Primero sacaron el monumento a Colón y ahora buscan borrar su nombre de la plaza que está detrás de la Casa de Gobierno. El jueves, en la transmisión por la TV Pública de la inauguración de la estatua de Juana Azurduy, varias veces repitieron que a partir de ahora el parque lleva el nombre de la heroína de la Independencia. Y en el sitio web de la Presidencia se refieren al espacio verde como “el jardín posterior de la Casa Rosada”. Pero la única que puede cambiarle el nombre es la Legislatura porteña, porque sigue perteneciendo a la Ciudad. El Parque Colón fue inaugurado el 9 de octubre de 1904, cuando la Ciudad era territorio federal. Después la Reforma Constitucional de 1994 estableció la autonomía porteña. Y sucesivas leyes del Congreso fueron determinando qué espacios públicos pasaban a la Ciudad y cuáles quedaban en manos de la Nación. El Parque Colón quedó bajo la órbita del Gobierno porteño. Y fuentes de esa administración aseguran que sólo otra ley del Congreso podría modificar lo que éste aprobó en su momento. En agosto de 2014, la presidenta Cristina Fernández declaró por decreto Lugar Histórico Nacional “al conjunto urbano constituido por la Casa Rosada, el Museo del Bicentenario, la Plaza Colón y la Reja Federal”. Y le encargó a la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos que los inscriba en el Registro Catastral y de la Propiedad. Pero eso tampoco habilitaría a la Nación a disponer de la plaza o a rebautizarla. En el Gobierno porteño ponen como ejemplo al Parque Lezama, que es Lugar Histórico pero pertenece a la Ciudad. Y explican que esa declaración sólo los obliga a darle intervención a la Comisión para que apruebe cualquier obra que quieran realizar en ese lugar. La Plaza de Mayo también es “Lugar Histórico” y depende de la Ciudad. Tanto es así que el Gobierno nacional le pidió permiso a ésta para hacer allí cuatro días de festejos a partir de la inauguración del monumento a Azurduy. El Gobierno porteño se lo denegó, por la veda electoral previa al balotaje del domingo. Y ahora la Nación ubicó los festejos en el Parque Colón.”

La plaza que aún lleva el nombre de Colón ya está despejada de su monumento original. Los restos del monumento del navegante genovés fueron trasladados el sábado 11 hasta el predio frente a Aeroparque donde aún no hay fecha para que sea colocado. Y si bien está todo listo la mudanza de Colón todavía sigue generando polémica. Desde la ONG Basta de Demoler denunciaron que varias partes del monumento se rompieron y que esparcidas en la plazoleta Hidroavión Buenos Aires frente al Aeroparque corren más riesgo. La titular del organismo María del Carmen Arias Usandivaras puntualizó: “Las partes que han estado esparcidas en la plaza Colón, estuvieron así más de un año y hubo roturas. Para desarmarlo, tuvieron que cortar y se perdieron pedazos importantes de mármol. Si bien estaban en el suelo, estaban custodiadas. En cambio, en Aeroparque, el lugar tiene solo vallas y las piezas están esparcidas. Hay peligro de que empiecen a faltar las piezas y de que luego no se pueda volver a armar”. “El desarmado, además, no fue técnico ni artístico. En ningún lugar se desarma una estatua para restaurarla. Era uno de los monumentos más lindos e importantes de la Argentina y ahora no sabemos qué va a poder ser o si se va a poder reconstruir. Es una sensación fea que un monumento donado por una colectividad extranjera (la italiana) haya terminado así. Los donantes están mortificados y dolidos. El artista que dirigió el armado lo siente como una afrenta”, agregó Arias Usandivaras.

Aulicino bien explica la tergiversación maligna de la historiografía cristinista: “Sólo visiones forzadas o lecturas livianas y lineales de la historia -o las dos cosas a la vez- pueden convertir en figuras enfrentadas simbólicamente a Cristóbal Colón y Juana Azurduy. Esa es la confusión intencional que motorizó la decisión de imponer el reemplazo de una estatua por otra como un presunto acto reparador. Sería, en la mirada oficial, la reivindicación indígena frente a la barbarie colonizadora. Hay un problema de rigor histórico y también otro, de desajuste en cuanto a las personalidades: ni el audaz y ambicioso marino es la síntesis de la imposición colonizadora, ni la heroica luchadora condensa la imagen de sublevaciones de pueblos aborígenes contra la opresión. La historia de Colón es conocida. Sus viajes fueron empujados por sueños individuales y más aún por la necesidad de encontrar rutas comerciales alternativas para los negocios con las Indias y Oriente en general. A fines del siglo XV, España estaba sellando un largo proceso de reunificación y fusión de coronas. El marino, más allá de las contradicciones sobre la fortuna que logró acumular en su vida, abrió una puerta enorme a la expansión española y alcanzó a vislumbrar parte del enorme atractivo que representaban las tierras contra las que había ido a parar, pero recién en el siglo XVI, con el auge de los Austrias mayores y el correr de las décadas, España fue imponiendo su poder en buena parte de este continente. La imagen más reconocida de la conquista está asociada a los jefes militares que, insaciables también en lo personal, lograron imponerse sobre los imperios Azteca e Inca y al mismo tiempo frente a los voraces rivales que llegaban como ellos desde España. Hernán Cortés primero, en México, y Francisco Pizarro después, en Perú, tiñeron las primeras décadas de los años 1500. Fueron brutales, en los dos frentes, y allanaron el camino al dilatado y más amplio proceso de colonización.” Y continúa: “Cortés y Pizarro contaron para coronar sus planes con el apoyo de jefes de tribus locales sometidas o enfrentadas, en cada caso, a aztecas y a incas. No es ese un dato menor: habla de los imperios que encontraron y de su veloz conquista, e indica además, por supuesto, la generación de excedentes económicos y la acumulación de riquezas en manos de castas locales. Eso explica en parte los reales niveles de resistencia y de alianzas, y también nuevas brutalidades y sometimientos. No hace falta aquí un juicio de valor ético o una condena razonable aún con las distorsiones inherentes al paso del tiempo. Los propios hechos hablan de enfrentamientos, intereses cruzados, descubrimientos y renovados terrores: los españoles no habían llegado a un paraíso igualitario y no tardaron además en imponer su propio poder.”

“Aquella realidad, profundizada después y teñida además por la religión, empezó a crujir a fines del siglo XVIII y en las primeras décadas del siglo siguiente estalló en revoluciones de ruptura con España, sumergida en su propia decadencia. Las líneas de dirigentes de aquellos movimientos emancipadores fueron constituidas centralmente por criollos, entre ellos comerciantes del puerto, dueños de tierras del interior, abogados, religiosos, que con esfuerzo y también en medio de luchas internas, fueron acordando o imponiendo los caminos para romper con España y construir las bases de historias nacionales. Historias que, claro, anotarían también capítulos heroicos, trágicos, luminosos, oscuros. Nada era lineal tampoco entonces. Juana Azurduy fue expresión de aquellas luchas de liberación.

Hija de una familia acomodada y del mestizaje, se casó joven y combatió junto con su esposo, Manuel Padilla, en los primeros y frustrados intentos revolucionarios, en el Alto Perú; después se alistó con Belgrano y más tarde se sumó a Güemes, siempre dispuesta al combate. Pero no fue ella una representante de los pueblos indígenas, sino una expresión de otra historia que cosechó grandezas y pobrezas en medio de una inmensa sopa social que había ido cocinando un nuevo y complejo cuadro de dirigentes. Ella misma protagonizó y sufrió la historia que empezó a dibujarse cuando el nuevo mapa era marcado por luchas intestinas y reacomodamientos de poder en estas tierras. Los reconocimientos en vida no le alcanzaron para mucho y ni siquiera logró que a la vejez le devolvieran sus propiedades, confiscadas en Bolivia. Juana Azurduy fue, en definitiva, una expresión de la extensa y contradictoria historia que puede encontrar un punto de inicio, elementalmente simbólico, en Colón, pero que representa bastante más que una línea única de recorrido en esta parte del continente. Los propios indígenas sufrieron otros olvidos, persecuciones y despojos cuando España ya era el pasado. Tal vez por todo eso, el escenificado contrapunto de estos días con las estatuas genera pena frente a la Historia.”

Existe una historiografía liberal, apoyada en la Historia Oficial de Mitre, y otra mal llamada “Revisionista” que nace con Irazusta, Palacio, José María “Pepe” Rosa que hace hincapié en la revisión de la historia mitrista desde Dorrego hasta la Guerra de la Triple Alianza y las consecuencias nefastas a futuro que ésta guerra indigna y propulsada por el Imperio del Brasil al servicio del imperialismo británico generó en toda América del Sur; pero la una y la otra reconocen en Cristóbal Colón al marino que -más allá de sus propias apetencias- descubrió, o “encontró” nuestro continente y fue el pionero del avance de las potencias europeas y su posterior “conquista” que no es -por nada del mundo- algo criticable en sí mismo. Infantilizar la historia mundial, latinoamericana o americana como pretenden algunos seudo historiadores es aberrante porque se vuelve a cometer el historicidio que cometiera Mitre y su muy mal llamada “Historia Oficial” que subyugaba la historia nacional a los designios del imperialismo británico. Hoy el cristikirchnerismo con sus sedo historiadores, Pigna, Pacho O’Donnel y otros pretenden subyugar la historia americana a los designios de una supuesta gesta epopéyica que desconoce que el “desmembramiento americano y sudamericano o hispanoamericano” fue obra y consecuencia de personajes de la historia oficial que eran “delegados del Imperio Británico” para separar Hispanoamérica e impedir que les volviera a suceder lo que les pasó con los EEUU y su continentalización, que le compitiere a nivel de Imperio. Bolívar, Sucre, O’Higgins, Alvear y hasta el mismo San Martín fueron parte quizás inconsciente de aquellos designios de partición y desmembramiento continentalista.

¡Cristina, pará de intentar cambiarnos la historia que ya de por si es bastante triste y controvertida, como menos!

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