Por Hernán Andrés Kruse.-

El 10 de diciembre de 2015 fue el día más importante de Mauricio Macri como dirigente político. Al mediodía le fue colocada la banda presidencial y al rato observó la Plaza de Mayo desde el histórico balcón. Mientras saludaba a sus simpatizantes, comenzó dar unos pasos de baile que fueron bastante criticados. El flamante presidente estaba exultante. Por primera vez en la historia, un político que no es ni radical ni peronista resultaba triunfador en elecciones a presidente y vice de la Nación. En el ballotage del 22 de noviembre había obtenido el apoyo de 13 millones de electores, una cifra nada desdeñable por cierto. En la otra vereda, Daniel Scioli también hizo una excelente elección, pero no le alcanzó. Y en política, ya se sabe, sólo importan los triunfos. En el Congreso quedó bastante a la defensiva ya que en ese momento Cambiemos era la segunda minoría en Diputados y en Senadores la hegemonía del FPV era total. Estaba frente a un escenario muy diferente con el que se había encontrado cuatro años atrás Cristina Kirchner, donde el aluvión de votos que recibió le permitió ejercer un control total sobre ambas Cámaras. A pesar de ello, se respiraba en el ambiente un clima de tranquilidad y de calma expectativa por el futuro del país. Los sectores populares que habían votado a Macri en el ballotage creían a pie juntillas en las promesas vertidas por el candidato de Cambiemos en la campaña electoral. Macri había prometido el fin de la era kirchnerista y el comienzo de otra era signada por la alegría, el valor del trabajo y el aluvión de inversiones foráneas que crearían casi como por arte de magia miles y miles de puestos de trabajo. Macri contó desde un principio con el apoyo de los grandes medios de comunicación y del poder económico concentrado, y con un sindicalismo que decidió en ese momento esperar para analizar como se irían desarrollando los acontecimientos.

Lo primero que hizo Macri apenas se sentó en el sillón de Rivadavia fue dejar bien en claro que los intereses de los sectores populares no estaban dentro de sus principales prioridades. Sus primeras medidas apuntaron a beneficiar a los sectores más concentrados de la economía, algo que había dejado traslucir durante la campaña electoral. Primero fue la eliminación del cepo al dólar, luego la eliminación de las retenciones a diversos productos del campo y, por último, la devaluación de la moneda en un 40 por ciento. El objetivo de estas medidas fue enviar a Estados Unidos y Europa un claro mensaje de gobernabilidad, de racionalidad económica, de responsabilidad política. “Cristina ya fue”, les dijo Macri a los poderosos del mundo. “Ahora estoy yo en el gobierno y les aseguro que gobernaré para ponerlos siempre contentos”. “Por favor, ténganme confianza. Lo único que les pido es que nos envíen lo más pronto posible los dólares y las inversiones que necesitamos desesperadamente para salir del atolladero en el que nos metió el kirchnerismo”. Su viaje a Davos en enero pasado tuvo como único propósito decirles a los grandes financistas del mundo y a relevantes dirigentes políticos ese mensaje. Fue astuto al invitar a Sergio Massa porque con su presencia Macri pretendió brindar al mundo la imagen de un nuevo país donde pueden convivir educadamente oficialismo y oposición.

Muy pronto la sociedad se dio cuenta de que más que un cambio lo que el presidente estaba proponiendo era una restauración neoconservadora, similar ideológicamente al menemismo. Lejos de disminuir, la inflación se aceleró, producto de esa infernal devaluación de fines de diciembre. El dinero comenzó a escasear y, para colmo, Macri asestó un golpe brutal al bolsillo de los trabajadores permitiendo un incremento monstruoso de las tarifas. En muy poco tiempo Macri demostró que había llegado a la Casa Rosada para gobernar en beneficio de los ricos y en detrimento de los trabajadores. Con un blindaje mediático inédito y el guiño cómplice de Barack Obama, el gobierno nacional capituló rápidamente ante los buitres comandados por Paul Singer, quien agradeció públicamente a Macri por su “deferencia”, traducida en miles de millones de dólares.

Pero faltaba lo peor. Durante la campaña electoral Macri había acusado al kirchnerismo de haber sembrado de ñoquis la administración pública durante los meses finales de la segunda presidencia de Cristina. Una vez en la presidencia, Macri no perdonó. Miles y miles de trabajadores estatales fueron despedidos desde el 10 de diciembre a la fecha y aún no queda claro si realmente se trata de ñoquis o de trabajadores responsables que fueron echados sin miramientos por la necesidad de achicar el Estado. El kirchnerismo acusó al gobierno nacional de persecución ideológica en contra de los empleados cercanos al gobierno anterior, lo que fue tajantemente desmentido por Cambiemos. Pero los despidos no se circunscribieron al ámbito estatal. En el sector privado también comenzó a producirse un aluvión de despidos. El sector privado comenzó a achicarse para estar a tono con el nuevo clima político que se respira en el país. La dirigencia sindical, en especial la ortodoxa-Moyano, Caló y Barrionuevo-, se mostró desde un principio amigable con el flamante presidente. Pero la sucesión de despidos encendieron la luz de alarma en el sindicalismo. La cúpula no podía hacer oídos sordos a los reclamos de sus bases, angustiadas por el temor a quedarse en la calle. Acuciados por una situación que amenaza con tornarse explosiva, legisladores de la oposición presentaron en el Congreso un proyecto de ley cuyo objetivo es obligar a los empresarios a suspender los despidos durante seis meses. La reacción del presidente fue instantánea: dijo que en caso de que el Parlamento sancione esa norma la vetará automáticamente ya que no sólo no resolverá el problema sino que lo agravará, rememorando que en 2002 el Congreso sancionó una ley antidespidos que resultó ser un fiasco.

El Senado dio media sanción al polémico proyecto obteniendo la mayoría absoluta de los votos. Fue una victoria aplastante. Mientras que en la votación por el acuerdo con los buitres el FPV se mostró dividido, en esta oportunidad actuó monolíticamente. Fue una formidable demostración de fuerza que dejó al descubierto la debilidad política de Cambiemos en la Cámara Alta. Para el presidente de la nación significó una durísima derrota política. Por primera vez desde que es presidente experimentó en carne propia lo que es el peronismo cuando decide unirse y presentar batalla. Le demostró que, si se lo propone, puede llegar a funcionar como una formidable maquinaria bélica capaz de provocar graves daños a su enemigo. No conforme con esa demostración de fuerza en el Senado, el peronismo le hizo ver a Macri que su poder de convocatoria estaba intacto. El viernes 29 de abril tuvo lugar el acto organizado por las cuatro centrales sindicales más importantes del país: la CGT de Moyano, la CGT de Caló, la CTA de Yaski y la CTA de Micheli. A último momento se bajó el gastronómico Luis Barrionuevo, quien puso como excusa su deseo de no participar de un acto “cooptado” por el kirchnerismo. Cometió, indudablemente, un grosero error político. Porque se perdió una inmejorable oportunidad de participar de uno de los actos del sindicalismo más importantes de los últimos años.

Los organizadores calculan en 300.000 las personas que asistieron al acto. Lo cierto es que una marea humana se acercó para escuchar a los oradores quienes coincidieron en señalar la gravedad de la realidad laboral. Hoy ningún trabajador se siente tranquilo en su fábrica o empresa. El temor a ser despedido pende sobre la cabeza de cada trabajador de la Argentina. Lo mismo sucedió en los noventa cuando se hizo popular la expresión “flexibilización laboral” para encubrir la situación de esclavitud laboral en la que estaban inmersos los trabajadores. Lamentablemente, esa situación reapareció con Macri en la presidencia. Hoy no sólo hay miedo a ser atacado por algún delincuente sino que también lo hay a engrosar la lista de los desempleados. Aunque el gobierno nacional se empecine en negar la realidad, lo cierto es que estamos ante una emergencia laboral. En un artículo publicado por Página 12 el pasado 30 de abril, David Cufré da a conocer el último informe de la consultora Tendencias Económicas, que desde los ochenta mide el pulso de la conflictividad laboral Según el estudio la conflictividad laboral experimentó en marzo “un nuevo y pronunciado aumento, con el incremento de los despidos, las suspensiones y los paros”. “Los despidos sumaron 19.424 casos, para totalizar 127.144 en el primer trimestre. Poco menos de dos tercios se localizaron en el sector privado, donde prevalecieron los verificados en la construcción, que representaron el 44 por ciento del total, seguida por la industria siderometalúrgica, mecánicos, alimentos, autopartes, comercio, transporte y prensa. El tercio restante tuvo lugar en el sector público, en la administración nacional, el Congreso, provincias y municipios”, describe el informe. “Las suspensiones fueron 8083 en marzo, registro 16 veces superior al de igual mes de 2015. En el trimestre fueron 27.588, unas 8 veces más que el año anterior”, detalla. “También crecieron los paros en marzo, 15 por ciento anual si se considera el número de obreros involucrados y el triple si se toma la duración de las huelgas”, completa.

Sin embargo, el gobierno nacional niega la existencia de conflictividad laboral. Tanto el presidente, como sus ministros y el presidente del Banco Central, respondieron a esta realidad echando más leña al fuego. Sturzenegger, por ejemplo, dijo que para enfrentar la fenomenal disparada de precios de más de 25 puntos durante el último semestre lo mejor que cabe hacer es mantener bien altas las tasas de interés, condenando a la economía real a una inclemente recesión. Por su parte, Jorge Triaca, ministro de Trabajo, prometió para paliar la desocupación un seguro de desempleo, en lugar de aplicar medidas que fomenten la creación de empleos. Ante este desolador panorama el gobierno nacional tiene como proyecto más eficaz para combatir la falta de empleo la reducción de los aportes patronales a la seguridad social. Queda en evidencia que a Macri no le interesa combatir el desempleo porque éste hace a la esencia del programa económico de Cambiemos. El de Macri es un gobierno para pocos, lo que terminará por condenar a millones de compatriotas a la muerte civil. Ello explica la masividad del acto sindical del 29 de abril. Los miles y miles de manifestantes no fueron para escuchar a Moyano y/o Caló, dos de los dirigentes sindicales más desprestigiados del país, sino para hacerle saber al gobierno nacional que el horno no está para bollos.

Es tal la magnitud de la crisis que la asunción de Macri el 10 de diciembre parece un hecho muy lejano. Sin embargo, tuvo lugar hace menos de seis meses, lo que demuestra la gravedad de la situación social y económica por la que está atravesando el pueblo. En casi medio año cambió radicalmente el escenario ante la sorpresa de un presidente que jamás imaginó al asumir que al poco tiempo las calles se transformarían en un hervidero.

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