Por Italo Pallotti.-

Tuvieron la osadía de llenarse la boca con la Democracia, con las virtudes de la República, con las múltiples promesas, que meticulosamente tiraron a la basura. La vida de esa institución y en consecuencia la nación, fue quedando en manos de una camada de desquiciados que fueron deformando la estructura, aunque discutible por múltiples razones, de un movimiento que tuvo en el populismo y la demagogia su base de sustentación. Pero no solo fue eso. Le agregaron, como condimento apetecible, la corrupción, la inmoralidad en todas sus formas. Todo fue exasperante, trágico, irrelevante e innoble en la conducción del Estado. Porque los protagonistas, disfrazados con distintos pelajes, desde el Peronismo, pasando por el Kirchnerismo y terminando con el Albertismo; todos utilizando interesadamente la figura de un supuesto líder al que utilizaron y mancillaron de un modo feroz y caduco. Lo triste es que la herencia la sufrió el pueblo. El resultado, la miseria y la decadencia de un país que se mantuvo en una apatía atroz y cómplice, es bueno decirlo, con la creencia qué en el prebendismo y un asistencialismo perverso y cínico, se le solucionaban sus angustias e infortunio. Craso error. Con un descaro y una irreverencia conceptual, no midieron consecuencias. Aquí, el resultado. Es penoso; pero es real. Lo inimaginable nos cacheteó, brutalmente. Del dicho al hecho, fue una soberbia patraña. Como aditamento, se vistieron con un trapo siniestro por el que como un axioma todo parecía ser; pero al final nada era; todo falsedad y relato.

La historia argentina catapultó, finalmente, en una maniobra traída entre gallos y medianoche, por obra de Cristina Fernández, con su dedo elector, a este Sr., don Alberto Fernández. Seguir su trayectoria política, dejó para el olvido frases como “sé quiénes me votaron y sé que país quiero”. A los primeros los defraudó de modo miserable: en cuanto a lo segundo, bien claro está que no tenía ni la menor idea. Más, solo cosas olvidables. Todos, salvo algún privilegiado, retrocedieron en su calidad de vida, en su esperanza de un futuro mejor prometida con ese discurso grotesco y tribunero, falso y chapucero. Cierto es que sus laderos, con Cristina a la cabeza, lejos estuvieron de ayudarlo en la tarea de gobernar; si lo que hizo puede calificarse de ese modo. Hoy las consecuencias están a la vista. Y como cada cual debe pagar, necesariamente, por los actos de su vida, este Sr. está hoy encerrado en la soledad de un hogar, destruido por un tsunami casi de ficción. Las denuncias de su compañera por reiterados maltratos; una vida, aún durante las supuestas horas de trabajo, de modo licencioso con señoritas varias, según la crónica de cada rato, no pueden menos que teñir de modo desvergonzado la dirección de un país que mira absorto, al borde de la rabia, el asco y la humillación. Cada uno se siente de ese modo. Parece increíble que la función pública haya estado manchada con estos procederes. Porque el sillón Presidencial, no es del que lo ocupa 4 años y menos de alguna señorita qué por motivos extraños, casi de burla lo haya ocupado de modo circunstancial. Hay una deshonra patética, impúdica, despreciable que Ud. deberá asumir, de ser todo esto cierto, lo que parece ya no tener retorno e irrefutable, en la soledad de su vida personal y pública tirada al fondo de una ciénaga; salvo que alguna pizca de impunidad lo salve, cosa no de extrañar por estas tierras; donde la Justicia suele dejar (las causas) en el fondo de algún cajón cuando los personajes se nutren de antecedentes no siempre puros; pero con algún cobijo para no quedar a la intemperie. Porque habrá notado que hoy “nadie lo conoce”. Más a aún, lo castigan sin piedad. Los mismos que gozaron de las mieles que Ud. les proveía. El pueblo, con la vergüenza que alguna vez confió en Ud., sufre en silencio; porque la torpeza también le cabe ya que bien visto Ud. con la semblanza, poco menos que insultante, demoledora, que hacía de quién lo eligió para el cargo, jamás debió aceptar. Hoy, en el destierro auto impuesto, deberá, al menos por sus hijos, decirle a la vida y a su conciencia que busca perdón; pues de modo tenebroso y de máximo bochorno le jugaron, éstas, una mala pasada. Sólo puede y debe, seducir a la culpa. Al devaneo lo sepultó un nuevo tempo de horror. El elixir del placer suele ser efímero. La evidencia y la certeza traen purismo y verdad, y ésta llega, siempre. Le queda, hoy, solo la nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser.

Share