Por Malú Kikuchi.-

Para que todo sea claro y fácil de entender, hay que empezar por las definiciones, que ayudan mucho. Democracia, del griego, demos = pueblo; kratós = poder. El poder lo tiene el pueblo. Desde Atenas, siglo V a C.

En un régimen democrático, el pueblo vota y elige a sus representantes, en forma directa y a veces, al jefe del ejecutivo, en forma indirecta, a través del congreso/parlamento, que a su vez ha sido votado por el pueblo.

República, viene del latín, res = cosa y pública, o sea la cosa pública que es una forma de gobierno en la que el poder es limitado en el tiempo, elegido por el pueblo y respeta la división de poderes. Que son tres.

El poder ejecutivo, el poder legislativo, ambos elegidos por el pueblo en forma directa (el ejecutivo puede ser electo en forma indirecta) y el poder judicial, que es elegido por el ejecutivo con el aval del legislativo.

Los tres poderes son igualmente importantes, indispensables, se controlan entre sí y no pueden inmiscuirse en los otros. Si uno de los tres poderes no funciona bien, la república deja de funcionar bien.

Para que este maravilloso equilibrio entre poderes sea perfecto, se necesita un pueblo educado, que sepa elegir a sus gobernantes, que a su vez gobernarán bien, legislarán buenas leyes y no habrá impunidad.

La democracia y la república de una nación, dependen de cuan educados estén sus ciudadanos. No es porque si que los países nórdicos, bien gobernados, socialmente justos, sin pobreza, tengan los mejores índices de educación. Esto no es una casualidad, es una norma.

Se vuelve al principio, sin educación no hay democracia válida, los votos se compran con subsidios o con promesa falsas, que son fáciles de creer porque las mentes no han sido preparadas para descubrir las mentiras políticas del populismo y de los punteros que trabajan para el mismo.

Sin una educación moderna y racional, sin ideologías, acorde al tiempo en que vivimos, una educación que enseñe los valores de la honestidad, del trabajo bien hecho, del esfuerzo, todo lo que enseñaban los abuelos, esos curtidos inmigrantes que ayudaron a construir una patria exitosa.

Sin educación no hay ni democracia, ni república, por más que se crea que existen. No son reales. Los jueces no son honestos, ni han sido nombrados como lo indica la ley, están “acomodados”, con exámenes “truchados”. La impunidad campea por el poder judicial para avalar la frase de Alfredo Yabrán: “el poder es la impunidad”. Y está a la vista.

Diputados y senadores deberían, antes de aparecer en las listas de sus partidos, rendir examen sobre la Constitución Nacional, que por desgracia muchos de ellos creen que es una estación de trenes. La diputada Donda dijo: “no entiendo cómo Macri no vetó el fallo de la Corte”. Sin comentarios. La división de poderes le es desconocida.

En cuanto al ejecutivo, sería deseable que tratara de negociar hasta lo imposible con las otras fuerzas del congreso, antes de recurrir a un decreto de necesidad y urgencia (DNU), que sólo deberían ser usados cual su nombre lo indica, en casos de urgencia.

Queremos ser una democracia, queremos tener una república, necesitamos una economía en crecimiento, necesitamos un poder judicial con justicia, la solución es simple: educar, educar, educar y seguir educando. Primero hay que cambiar el sistema educativo, terminar con los aprietes gremiales, modernizar la educación, y seguir educando.

Todo empieza y termina en una buena educación. Está en manos de los poderes legislativo y ejecutivo, poner en marcha esta reforma. Es imprescindible. Parafraseando a Don José Ortega y Gasset: “Argentinos, ¡a educar!”

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