En un jolgorio libertario, Evo Morales impuso en Buenos Aires su voluntad -más que una impronta boliviana- con la inauguración del monumento a Juana Azurduy de Padilla, desplazando al de Cristóbal Colón. Cristina Fernández, poniendo en su cabeza una muestra de cotillón del altiplano, que siempre se ocupa de marcar como una cuestión accidental que no la identifica, celebró a su lado el extrañamiento de quien no le importa, pero que por cuestiones lógicas es más afín a sus orígenes ya que no tiene raíces de pueblos originarios.

Una visión antojadiza de la historia trastoca los valores y crea ficciones que son transformadas en verdades oficiales. Colón es malo mientras Azurduy es buena. Algo que no le hace bien a la imagen de ninguno de los dos y muestra a quienes hacen el relato como mistificadores que son o en el mejor de los casos como necios ignorantes, para lo que también califican.

Tratan de presentarlos como si ambos hubieran sido partícipes contemporáneos y antagónicos de un momento y una geografía común. En el fondo, sobre un escenario discepoliano, poco importa al estar «en un mismo lodo todos manoseados».

Tremendamente disímiles, Morales y Fernández, comparten una veta común como las caras de una moneda. El hilo conductor, el común denominador no es otro que el poder. Pero un atavismo, también común, no los sacia con poseerlo, deben demostrarlo.

Lograr que el monumento al Almirante Cristóbal Colón, obsequio a la República Argentina de la Colectividad Italiana, fuera removido para dejar lugar a una militar boliviana, es un doble triunfo. En primer lugar por el desplazamiento en sí. La figura de Cristóbal Colón, demonizada por un indigenismo que muchas veces confunde hasta sus orígenes, lo ha transformado en el principal culpable de lo que llaman el avasallamiento. Pero el origen de la estatua le suma otro enemigo al que suponen haber vencido. La Colectividad Italiana pasa a representar en la Argentina los intereses colonialistas de Europa. De esa manera, los reclamos hechos por las distintas entidades de italianos, tanto de Italia misma como de Argentina, sufrieron el desprecio oficial y el regocijo de Evo Morales.

La actitud de Cristina Fernández no es muy diferente. Enviar a Colón a la costanera también es una demostración de poder, frente a los italianos, a los porteños y a los argentinos en general. Yo quiero, yo puedo. Ella enfrenta al mundo si es necesario. Un marco de impunidad en el que todos quienes enfrentan sus decisiones terminan mal. Ayer en una nueva inauguración de Tecnópolis la Presidente dijo: «Estas cosas me encantan. Ahora la tengo a la Juana (Azurduy, por la estatua inaugurada ayer detrás de la Casa Rosada) que me mira desde la ventana. Modifiqué la ventana para que la Juana quede a la altura y se pueda ver. Levanta la mano izquierda que es la de conducir y señalar el camino. Mira a la Casa Rosada y mira hacia adentro, al interior, porque podrá parecer una distinción demasiado sofisticada pero el que estaba antes, Colón, señalaba con la mano hacia afuera. Estaba de espaldas a la Argentina y señalaba con el dedo hacia afuera. Juana mira al continente y a los argentinos y nos señala a nosotros. No es una cuestión menor. El que ataque al país que se acuerde que va a tener a la Juana apuntándolo».

Los versos de Rubén Darío dedicados a Cristoforo Colombo son hoy más actuales que nunca:

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
Duelos, espantos, guerras, fiebre constante en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristoforo Colombo, pobre Almirante, ruega a Dios por el mundo que descubriste! (Diario Castellanos)

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