Por José M. García Rozado.-

Muchas veces personas política o económicamente muy poderosas se sirven de este sistema político/judicial para buscar la impunidad. Entonces hay causas -hasta de los delitos más comunes- que llevan más de una década sin ser juzgados, y que muchas veces se cierran por la prescripción de los delitos. «O los mafiosos van presos o nos voltean». El Presidente pidió a los ministros acelerar los cambios y hacer lo que incomoda. Dijo: “Es el mensaje de la gente.” Engreído y soberbio luego de las plazas del #1ª, Mauricio agranda enormemente la grieta ya formada y que la enorme mayoría de los argentinos de bien pretenden cerrar. Pero en muy poco tiempo aparecerá un libro de Remes Lenicov y de Dante Sica que nos dejan muy claras enseñanzas que desmitifican y niegan los postulados o “Relatos” del neoliberalismo y de los actores de la economía concentrada y extranjerizada que nos “baja línea” y que suele operar sobre la clase que don Arturo Jauretche denominaba allá por la mitad del siglo pasado como la “la clase pancista”.

Mauricio Macri ya venía insinuando que la revolución de la alegría deberá esperar. Pero desde hace algunas semanas también ha venido dando señales de que, si las circunstancias no cambian, puede sentirse cómodo con la confrontación. Un cambio para los planes que tenía cuando juró como Presidente. Y un cambio que se acentuará después de las marchas del sábado. “El mandato de la gente es que hagamos las cosas que son incómodas. Lo que nos están diciendo es que no aflojemos”, les dijo ayer a sus ministros en la reunión de Gabinete. Macri los instó, por momentos en tono monocorde pero en otros tramos alzando la voz (al más puro estilo CFK) para dejar en claro que estaba dando órdenes, a enfrentar a los sectores sindicales, empresarios y políticos que quieran trabajar para desestabilizarlo (?). Lo dijo -según revelaron altas fuentes de la Casa Rosada- con una definición fuerte: “O los mafiosos van presos o nos voltean”.

No dio nombres. Pero todos entendían de qué y de quiénes hablaba. Y, sobre todo, en el momento en que lo decía: a solo 48 horas del primer paro nacional que sufrirá su administración. “La huelga será masiva”, asumen en el oficialismo. Pero agregan: “El éxito del paro está garantizado por la paralización que tendrá el servicio de transporte público y al mensaje de apriete que baja desde la CGT. No porque haya razones objetivas (?) para una manifestación extrema”. Ayer, los ministros se enteraron en el Salón Eva Perón, en plena reunión, de la represalia que anunciaba Omar Viviani a los taxistas que decidieran no adherir a la protesta, y de la que muy poco después se desdijera y pidiera disculpas, al más puro estilo presidencial, que se equivoca y vuelve sobre sus pasos reiteradamente. “Es el país que heredamos”, dijo un ministro por lo bajo, olvidando que ya pasaron 17 meses de gobierno MM. Jorge Triaca, el titular de la cartera de Trabajo, prefirió poner la mira en el triunvirato que conduce la CGT. “El paro es una reacción para sostener la unidad. Si no hay confrontación no hay unidad”, confió. Macri insistió: “Hay que actuar y no dejarse ganar por las mafias”.

En su exposición, el Presidente se olvida de su participación en la “Patria Contratista” de los años ’80 y también trajo a colación aquella célebre frase de Luis Barionuevo: “Dijo que había que dejar de robar por dos años. ¿Nadie se enoja con eso? ¿Cuántos años pasaron –sin explicar que él fue uno de los corruptos que se enriqueció en los ’90 con las maniobras de Sevel de exportación e importación y que le costara que Franco (su padre) lo separare de las empresas -?”. Macri está particularmente molesto con el jefe de los gastronómicos, acaso porque hasta no hace tanto lo consideraba un aliado. “Es un prepotente del poder”, aseguró frente a los ministros, mostrando su perfil absolutamente antidemocrático de definir a quienes no están con él como a su enemigo (¿a quién nos hace recordar?). En su entorno aclararon más tarde que la frase abarcaba a Barrionuevo, pero no solo a él.

Lo cierto es que, más allá del acento por momentos beligerante, fue una reunión de ministros atípica. Hacía tiempo que no reinaba tan claramente la sensación de que un sector ¿mayoritario? de la sociedad apoya el cambio, o de la clase denominada por don Arturo Jauretche. Ni Macri ni Marcos Peña han dudado de esa idea, “pero no todos cultivan el mismo optimismo en el palacio de Gobierno”. El Ejecutivo venía de semanas críticas, que se reflejaron con la caída de la imagen presidencial en sus propias encuestas. Tal vez por eso, para tratar de inyectar ánimo, la sesión se inició con un análisis de las movilizaciones. Peña fue el primero en hablar. “Lo del sábado es un fenómeno de abajo hacia arriba. La gente nos pedía un cambio y en realidad lo que se debate son valores no cuestiones coyunturales”, sostuvo. Macri explicó: “Pasó lo que pasa en el mundo entero. Reacciones frente a los poderes que sorprenden a los que conducen. A los que tienen mucha experiencia, a los que tienen una experiencia media y a los recién llegados”. Aunque evitó el tono peyorativo, el primer mandatario no pudo soslayar las alusiones al círculo rojo.

Pero dejemos las banalidades de lado y pasemos a lo verdaderamente importante que es desmitificar las falacias de los intereses internacionales y de los cipayos internos. Un estudio próximo a salir describe, en cifras y crudamente, el atraso de la Argentina. Todo lo que se hizo y dejó de hacer en la renacida democracia. Las cifras, sólo las cifras y sólo algunas de ellas, describen un impresionante muestrario de la “decadencia argentina”. Del retroceso económico y por añadidura del retroceso social, pues uno y otro van generalmente asociados. Son parte de un extenso trabajo que han encarado el ex ministro de Economía (PJ 2002), Jorge Remes Lenicov, y el ex secretario de Industria y actual director de la consultora “Abeceb”, Dante Sica (un heterodoxo muy cercano a la ortodoxia y no PJ). La idea de ambos es publicarlo en alrededor de un mes y medio. En este profundo y extenso trabajo de investigación se desmitifica aquello tan en boga en los medios de desinformación (La Nación, Clarín, La Capital, La Voz del Interior, etc.) y entre los funcionarios-CEO’S del actual gobierno Macri y que también actuaron en los ‘90 denominándolos como “populismos” y acusándolos de ser los causantes de la degradación y el atraso nacional.

El título va a rondar alrededor de lo que pasó en los 33 años de democracia. Tiempo suficiente para distribuir responsabilidades, sobre todo entre gran parte de la dirigencia política y también sobre los principales actores económicos (empresarios que ahora conforman el Gobierno Macri) y sindicales. Por lo que hicieron y dejaron de hacer durante un período que de tan prolongado pudo generar resultados diferentes. Valen unos pocos, aunque contundentes datos del cuadro general: 1º. Lejos de mejorar, la situación social ha empeorado seriamente. En 1983, la pobreza era del 16%, cuando en América latina se acercaba al 40% y en febrero de 1976 era de apenas el 5% cuando en Latinoamérica era de casi el 50%. Ahora nosotros estamos en 30,3%, según el último informe del INDEC, y en la región ha bajado a 29%. Por lo que nos toca, esto significa que la pobreza creció 14%, una enormidad tratándose de lo que se trata. Y donde nos toca menos, cayó 11%. El mundo del revés y para mal, midiendo relaciones de fuerza y potencialidades.

2º. El crecimiento de la economía también arroja datos y contrastes desalentadores: sólo 2,2% anual o 1,2% por habitante en más de tres décadas., y mucho peor si llegamos a compararlo con los de las décadas anteriores. El promedio mundial canta 3,1%; Asia 7,6% y América latina, 3%. Y todo teñido de bruscos altibajos, que es “semejante a hablar de una economía impredecible, sin horizonte claro ni posibilidades de proyectar decisiones a largo plazo.” En estos 33 años hubo 20 con registros positivos (que coinciden con gobiernos de tendencia peronista o escudados detrás de ese partido), 12 de caída (de sello radical Frepasista, kirchnerista o PRO radical) y uno de estancamiento, o sea, casi el 40% de ellos negativos. En el recorrido sólo existieron dos períodos relativamente prolongados de expansión: 1991-98, con el 5,8% anual y 2002-11, con el 6,4%, ambos de gobiernos que la sociedad y los medios de comunicación achacan al “populismo del PJ”.

Más de lo mismo, nos anotamos con la inflación más alta del mundo: un promedio anual del 71% contra el 10,4% de Latinoamérica. Y no vale, claro está, traer a cuento las peores comparaciones. No nos privamos de hiperinflaciones, como la de 1989-90, ni de alguna deflación, como la del 2001. Dice el estudio: “se le debieron sacar siete ceros a la moneda nacional y padecer gravosos efectos sobre la distribución de los ingresos, la inversión y el ahorro.” En tren de no dejar nada afuera, Remes Lenicov y Sica avanzan en una copiosa lista de factores que según ellos explican resultados así de magros y de dislocados. Empiezan por las “inconsistencias de la macroeconomía” y, podría agregarse, del apego a políticas a menudo oportunistas o manejadas por los intereses económico-financieros y dictadas por el rédito de corto plazo. Siguen con la creación de “un Estado cada vez más grande e ineficaz, que no presta servicios de calidad pero requiere a la vez una altísima presión tributaria-como la del gobierno CFK y el actual de MM- para sostenerse, la más alta de nuestra historia”.

Luego ponen “la muy baja inversión”, “un stock de capital humano en peligro por el deterioro de las cualidades de la educación, el estancamiento de la productividad, la pérdida de competitividad y la limitada inserción en el mundo”. Concluyen, finalmente, en que detrás de estos problemas anidan el “bajo crecimiento económico y los serios conflictos distributivos que caracterizaron el período, que en el conjunto impidieron generar empleos de calidad y bien remunerados, claves para reducir la pobreza”. O, al revés, decisivos en el avance de la pobreza. Una manera de repartir responsabilidades entre la dirigencia, sobre todo la política, consiste en ver quiénes gobernaron durante los 33 años de democracia. El peronismo y sus aliados, poco más de 24 años -20 de ellos con crecimiento- y la UCR y sus aliados, casi 8. Esto es: los dos principales partidos de la Argentina. Es cierto que el punto de partida fue una dictadura tan feroz como perversa y criminal al servicio de las oligarquías de turno especialmente financieras como hoy en día también, que destruyó buena parte del aparato productivo y muchos capitalizaron en beneficio propio. E igualmente cierto que, para el caso, no faltó tiempo para dar vuelta los números de la herencia económica y social, nunca y esa es una mentira que todos aquellos que no logran crecimiento siempre esgrimen como justificativo (mentiroso y falaz).

Con los más y los menos de cada gestión, podría añadirse al cuadro de Remes Lenicov Sica que entre los triunfadores no es posible incluir a las capas populares sino a los sectores acomodados y la clase media pancista, varios socios de los poderes de turno o enriquecidos por la corrupción (empresarios de la patria contratista, la minería y la energía como del retail). Se diría, por decir lo menos, que “¡es hora de que algunos comiencen a resignar ganancias!” Lo cierto es que estamos anclados en el atraso y en una desigualdad social que espanta. Y que si algo debiera mandar, de hecho y no de palabra, es “cambiar la distribución del ingreso allí donde se origina: en la generación de trabajo sólido y en blanco. Hoy por hoy, modesta, irregular o tirando a nula.” Dicen los ex funcionarios: “El primer paso consiste en reconocer la realidad. Un consenso en la dirigencia, bajo todas sus formas, sobre cuáles son los problemas más relevantes, el origen, las causas y el cómo removerlos”. Es que si la economía arrastra lo social, aquello que siempre la precede es la política o el punto de llegada de las decisiones políticas. ¡Déjase aquí totalmente desmitificado el “relato neoliberal y reaccionario” de que los gobiernos de signo nacional y popular por ellos designados peyorativamente como “populistas” son los culpables del atraso y la decadencia!

“Pero ahora (desde hace casi 33 años en Argentina algo menos en su Brasil) estamos en democracia, y en cierta manera los hechos de corrupción constituyen un atentado a la democracia. Más cuando se trata de una corrupción sistémica, en la que personas a quienes les fueron confiados mandatos populares traicionan la confianza del pueblo para su enriquecimiento ilícito. En estos procesos que tienen como acusadas a personas política y económicamente poderosas, la opinión pública funciona como una protección contra las interferencias indebidas en la justicia. Eso posibilita que las causas avancen más. Ahora, la responsabilidad de ese cambio de paradigma es de todos, tanto del gobierno como de la sociedad civil. Y el Poder Judicial puede dar una respuesta muy limitada: la gran mayoría de los delitos de corrupción no son descubiertos. Cuando son descubiertos, es difícil probarlos, y las pruebas tienen que ser categóricas para evitar la condena de personas inocentes. Y aun cuando son descubiertos y probados, la justicia no da una respuesta por limitaciones de su funcionamiento. Entonces la principal responsabilidad no está en la justicia, “sino en las otras instituciones y en la opinión pública.” Ahora, si la justicia hace su parte en aquellos casos en que los delitos fueron probados, puede hacer una gran diferencia. Puede restablecer la confianza en las personas de que la ley es la misma para todos. Y eso genera un círculo virtuoso. Pero cuidado, no todo se resuelve con un caso penal bien juzgado. No alcanza para cambiar la realidad”, explica con contundencia el juez brasileño Sergio Moro, explicando que no sólo debe juzgarse la corrupción pasada sino la presente y la futura.

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