Por Paul Battistón.-

El uno tiene casi una forma natural, una simple raya, parece un trozo de rama cortado con la intención de indicar sólo eso, una rama, un palito, una unidad, el primero. Seguramente su forma tiene cierta herencia de esa intuición primigenia. La forma del resto de los números nos despierta y recuerda que los mismos (sus dibujos) son sólo una convención. Lo que no es una convención y es la base del lugar al que hemos arribado es el significado de cada uno surgido de la mayor simpleza, el uno + uno igual a dos. Todas las reglas matemáticas tienen como antecesoras reglas más simples y más perceptibles. En el cumplimiento de esas reglas anida al final de las mismas esa colección de ramitas relacionadas en forma recíproca y unívoca con esos caracteres convenidos en una cantidad equivalente a los dedos de nuestras manos (una casualidad obvia).

¿Qué habrá intrigado al Duque de Brunswick para sostener financieramente el sagaz juego de un fenómeno (freaky) capaz de encontrar intrincados acertijos en las reglas matemáticas? ¿Cuán osado era cobijar a un especial joven Gauss a relacionar números, cifras mediante reglas y desarrollos sólo visibles en primera instancia a su capacidad especial?

El sentido de esos arribos a alucinadas matemáticas suele encontrarse con el tiempo en coincidencias increíbles. Aunque esas coincidencias no deberían ser sorpresa, la matemática proviene de la más simple naturaleza de ese campo permeable a ser interpretado que es nuestra existencia espacial y temporal.

Nosotros mismos somos y además existimos en un campo matemático de acontecimientos desplazándonos en reglas lógicas y respondiendo a ecuaciones. Las que parecen ilógicas son sólo las que aún carecen de nuestra comprensión. Nuestra incapacidad nos lleva a cuestionarlas o almacenarlas circunstancialmente como sin solución.

Que el movimiento aleatorio de palomas nos dé ecuaciones que luego puedan representar las idas y venidas de una negociación es una prueba de esa red matemática en la que vivimos o de esa realidad factible de ser interpretada como un campo matemático en movimiento.

Cada fenómeno del más simple al más complejo es unívocamente acompañado por una parte de esa red matemática imaginada (existe porque la pensamos) aunque de cualquier forma seguirá ahí aun en nuestra ignorancia o ausencia de las convenciones que hemos establecido para hacerlas visibles.

La más compleja y en apariencia inútil expresión matemática tendrá su correlato fenomenal. Cada fenómeno que nos ha impactado nos desvelara en la búsqueda de la expresión que la represente. Y aun cuando cierta inexactitud aceptable se nos cuele, se buscará el factor de corrección necesario para salvar nuestra ahora incapacidad aceptable.

El carácter es recíproco, matemática revela fenómeno, fenómeno se expresa en matemática y sólo por el origen de naturaleza reglamentada de la misma. La presencia de factores de corrección ha sido fruto de nuestra incapacidad resolutiva. Son una medida de nuestras limitaciones para dar en la tecla con la exacta representación de un fenómeno. O lo eran, la I.A. (Inteligencia artificial) abre toda una parafernalia de herramientas potenciadas para alcanzar la exactitud de la reciprocidad entre fenómenos y representación matemática. Nuestra decimalidad llevada a una engorrosa (para nuestra normalidad) representación binaria en manos de la mayor capacidad de procesamiento y análisis lógico permite aventurarse en el futuro con la sola continuidad de patrones absolutamente invisibles a nuestra capacidad innata. Algo así como predecir. La I.A. está presente y vino para quedarse, no para gustar. El futuro será su dictado pero lo más extraño es que los patrones esquivos a nuestra capacidad limitada también pueden extenderse en la dirección contraria exponiendo el pasado de fenómenos o acontecimientos ¿Resulta increíble? No debería serlo, crear pasado conveniente ha sido un ejercicio en la política argentina reciente, en especial en esa cultora del pasado siempre con intenciones de trasladarlo al presente. Sin dudas la representación matemática de esa apetencia sería una mezcla de la aleatoriedad caótica del movimiento de las palomas sembrado de singularidades.

Que Arabia Saudita haya dado identidad legal a una I.A. antropomorfa con forma femenina despierta cierta suspicacia de doble sentido pero sin dudas “la están viendo”. Casi al mismo tiempo en Argentina se le dio identidad legal a un simio (con fines de protección) aunque no deja también de despertar cierta suspicacia de doble sentido forzado, ¿para qué ir hacia atrás en nuestra historia si podemos traspasarla aún más allá?

Bill Gates sostenía que había algo más importante que saber ver el futuro, y era llegar a él primero. Pues la I.A. llegará primero y con ella quienes se hayan montado a la misma. Hacerlo requiere riesgo, libertad para asumir ese riesgo y mirar en la dirección correcta de la continuidad del patrón. La apuesta está hecha y es la más acertada para abandonar ese pasado de fracasos.

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