Por Jacinto Chiclana.-

Una cosa es criticar de mala entraña y encontrar siempre el pelo negro y sospechosamente enrulado, flotando en medio del vaso de blanca leche y otra muy distinta es apreciar y expresar lo que uno cree que está mal o que está fallando y requiere urgente tratamiento de quienes corresponda solucionarlo.

El cada día más apreciable grado de descomposición que ha alcanzado a todas y cada una de las instituciones de la República, es ya tan notorio y generalizado que asusta.

Cualquier persona a la que le guste simplemente ver en TV series policiales o ha visto en su vida algunas películas en las que se puede apreciar fuerzas policiales operando ante situaciones especiales, entenderá estas palabras, aunque no descarto que algún desprevenido o mal intencionado (los extremos casi siempre se tocan) saldrá a decir que es hacer leña del árbol caído.

Viendo las imágenes caóticas del domingo, en las que numerosos integrantes de distintas fuerzas de seguridad, ingresaban a un aserradero o carpintería, buscando a los dos prófugos restantes, en una parafernálica muestra de uniformes y atuendos, corriendo de derecha a izquierda, al frente y hacia atrás, casi todos al mismo tiempo, no queda otro remedio que sentir una enorme desesperación y rogar a Dios que nos proteja.

Esas caóticas imágenes, que no son otra cosa que la demostración palpable que en la Argentina de los últimos años, todo valió veinte, son producto de una suma de deformaciones, abonadas casi siempre por la indiferencia de la gente común y la inoperancia y desinterés de los políticos y funcionarios de turno en su afán de nombrar en cargos que requieren conocimientos específicos a amigotes leales, punteros políticos, entenados con valor agregado y amigos del amigo del amigo que puso guita para la campaña.

Ver esa mezcla inexplicable de atuendos y uniformes, corriendo en direcciones distintas, escuchar los insultos de alguno que otro porque tal o cual se le cruzó en la línea de fuego, los gritos destemplados y ese cargado aire de ausencia absoluta de comando, idoneidad y control, resulta patético para el ciudadano que exige que el Estado cumpla con una de sus obligaciones básicas: dar seguridad a la sociedad.

Abundando en los detalles y corriendo el riesgo de ser acusado de discriminación, las imágenes de un gordo de más de 140 kilogramos con una pistola en la mano y algún otro en hojotas, nos deja una cierta angustia en el alma.

A ese panorama, súmele usted otros detalles.

Expertos varios en la materia dicen que si uno quiere evaluar con una sola mirada perspicaz la efectividad de una fuerza armada o de seguridad, tiene que ver como se trasladan, como se mueven, la coreografía de sus movimientos en operaciones.

Cuando usted vea, dice el especialista, gente que camina hacia una dirección y en medio del trayecto se arrepiente y regresa en sentido contrario o hacia otro lado y esto lo hacen casi todos en ese grupo u organización, el diagnóstico es infalible: esa organización o ese grupo en un verdadero kilombo donde nadie tiene asignado realmente que hacer, ni cuando debe hacerlo o por donde debe ir.

El mismo experto dice que cuando se realiza una cacería como la de estos días, prima por sobre todas las cosas la unidad de comando. Uno solo manda y el resto obedece. Es decir, un único cacique que maneja y controla a los indios.

Lo contrario sólo promete otro kilombo.

También dicen por allí que cuando se realiza un cerco con posibilidades de un asalto, se designa a una sola fuerza o grupo para la irrupción al lugar. El resto se dedica a realizar el cerco y dar la cobertura eficaz para que nadie pueda salir de la zona y evitar muertes innecesarias.

Eso sería así, porque ese grupo elegido, sea cual fuere y se llame como se llame, se supone que está acostumbrado a actuar en conjunto. Cada uno cumple con un rol determinado y concreto. Unos avanzarán revisando, mientras otros lo cubren o cumplen otras funciones.

El domingo, las camisetas de las huestes que cercaban la carpintería, mostraban decenas de siglas extrañas: GEP, TEA, TEOP, GN, PF, PSF, PSA y como si fuera poco, decenas de tipos, vestidos con las ropas más insólitas que uno pueda imaginar, remeras, camisas, bermudas, hojotas, zapatillas, etc.

Todos ellos pistola, escopeta, fusil u otra arma en mano, en un kilombo desorganizado, mientras los que miramos por TV contenemos la respiración por miedo a que se maten entre ellos.

¡Ni te cuento si llegara a sonar un tiro…!

Si esto no es un kilombo… yo canto mejor que Gardel.

Si quiere más pruebas, se las brindo:

Capturado uno de los Lanatta, lo sacan de su encierro, con su casco, sus manos esposadas en la nuca, la cabeza gacha y chaleco antibalas para preservar su seguridad.

Y lo llevan hasta una combi para el traslado hasta donde tomará el avión.

Hasta allí todo casi impecable si no fuera por un cierto ambiente de despelote caótico reinante y empujones de curiosos, periodistas, cámaras y demás especimenes que siempre pululan alrededor de cualquier cosa que pasa.

Lo suben a la combi y con desesperación entran a subir uniformados de distinto pelaje, sexo, color y talla.

Creo que alcancé a contar diez o doce y de pronto, a uno con uniforme camuflado que subió raudamente, lo bajaron casi a las patadas. Parece que iba de colado o de voluntarioso.

¿Cómo, no estaban designados de antemano quienes irían en el vehículo?

¿No se sabía por haber sido coordinado con antelación quien haría cada cosa y cuando la haría?

Un despelote de aquellos.

Todo esto tiene, como todas las cosas en la vida, decenas de explicaciones.

Además de la imparable pauperización de las fuerzas de seguridad, acompañando la grave pauperización de la totalidad de las instituciones, el sacar policías como máquina de hacer chorizos, con solo unos meses de instrucción, logrando que algunos no solo se maten entre ellos por impericia en el manejo de las armas que les dan graciosamente, sino que no teniendo las sesiones de tiro mínimas necesarias, no acierten un tiro, mientras los chorros y los malandras no fallan nunca; mandarles a las “comiserías”, donde mandan los “comiserios”, fondos exiguos, obligándolos al “rebusque zonal”, pagar sueldos de mierda bajando automáticamente los niveles de postulantes y por ende de idoneidad y competencia, vehículos fuera de servicio, chalecos vencidos y armas descalibradas, escasez de munición, etc., todas graves desde ya, sin necesidad de sumar contubernios y sociedades espurias del tipo políticos-punteros-barras-hampa, todo degradante y caldo de cultivo para la ineficacia.

Ahora, con el objeto de ser breve y concreto, repito el título: Que Dios nos proteja… en el mientras tanto.

Pero ¡que Macri acierte…!

Que tenga la clarividencia y energía necesaria para hacer lo que se debe hacer.

Es necesario que ponga al frente de la Seguridad Nacional a una persona que, además de poseer gran liderazgo, iniciativa y firmeza, desbroce todo esto en el más breve lapso y logre mutar a estas especies de hordas desorganizadas en fuerzas profesionalizadas y competentes.

Ya nos horrorizamos bastante viendo ese aquelarre de gordos fumando, tipos sin guantes ni barbijos tocando cosas, mujeres con sandalias casi pisando los rastros de sangre y esa especie de concentración piquetera sin sentido ni razón dentro del departamento de Nisman, aquella noche fatídica e inolvidable.

Esa noche inexplicable, plagada de errores y gente extraña presente en donde no debería haber estado.

Aquel festival de la improvisación cuyos resultados están a la vista: ausencia de resoluciones y resultados, pruebas que se pierden, grabaciones que desaparecen, procedimientos que se anuncian una semana antes o no se realizan nunca y toda una batería de irregularidades que nos convirtieron en un país bananero sin plátanos.

No me alcanza la escasa inteligencia que poseo para decidirme sobre si creo que la Ministra Bullrich es idónea para ese cargo.

La pifiada de los “tres detenidos” debería tener sus consecuencias, porque el que quedó zapateando, en calzoncillos y moñito, fue el mismísimo y flamante Gobierno Nacional; pero sea quien sea el que lo lleve a cabo, debe cambiar drásticamente los paradigmas, salvo que nuestras fuerzas de seguridad quieran parecerse a las tropas mágicas de Peter Pan o la Brigada Cola.

No basta con que la Ministra diga (ya me aburre la frase) que investigarán hasta las últimas consecuencias de donde salió la falsa noticia, que lo dejó al Presidente en ridículo ante su Nación y ante el mundo, como si le hubiesen sacado una foto en el baño, ¡agachado y recogiendo el jabón en terlipes…!

Terminemos de bancar inoperantes que luego explican los misterios de la cuadratura del círculo… que comience a primar la eficiencia, la idoneidad, la responsabilidad y que cada uno se haga cargo de las cagadas que comete.

El que no sabe, no maneja o no sirve…que se vaya.

Ya vivimos bastante la experiencia de un Jaime, un Berni, un Kicillof y otros personajes que si hubiesen tocado de oído, la sinfonía les hubiese salido mas afinada.

Macri tiene todo el apoyo de la mayoría del pueblo argentino, que espera entusiasmado que se haga lo que debe hacerse.

¿Mientras tanto?

Mientras tanto… ¡que Dios nos ampare!

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