Por Alfredo Nobre Leite.-

Llama la atención que el arzobispo de Buenos Aires, cardenal primado Mario Poli, en la Misa Tedeum por el fausto patrio del 207º aniversario de la Revolución de Mayo, coincidente con la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo (NSJC) a los cielos, en su Homilía, más política que religiosa, poca referencia haya hecho a tan magno acontecimiento, y como en el aspecto y valoración religiosa de la Ascensión de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, pronunciara un discurso de carácter opositor sobre la difícil situación actual heredada en los aspectos sociopolíticos y económicos, haya expresado, entre otros conceptos: «Comparto que muchos pueden pensar que no hay motivo para hacer fiesta patria, cuando buena parte de nuestro pueblo no se siente invitado. Porque no posee igualdad e oportunidades (¿la tuvieron con el kirhnerismo?) y carece de lo necesario para una vida digna»; también que «la inequidad genera violencia», que «dolorosamente hemos aprendido en nuestra historia». Es oportuno recordar que NSJC, dijo: «… a los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre» (S. Mt. 26, 11). El prelado se explayó en un discurso para para el mundo y no para la salvación de las almas, alentando con el consuelo que levante el ánimo para afrontar las dificultades presentes, que requerirán todo el esfuerzo y el empeño de prácticamente una generación con la imprescindible ayuda del Altísimo, a fin de recuperar lo perdido.

El presidente Mauricio Macri recibió un país con una economía destruida, en default (quebrado), con los mercados de crédito externos cerrados para la Argentina, con endeudamiento con los holdouts irresuelto, con una sentencia firme del juez federal del Segundo Circuito de Nueva York, Thomas Griesa, de u$s 1.330 millones, más actualizaciones e intereses, y con la lápida de «deudor recalcitrante» declarada por la Corte de Apelaciones; con las reservas internacionales del Banco Central (BCRA) exhaustas, pues de utilizaban para el pago de servicios de la deuda y para gastos corrientes, como, asimismo, se vació el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de Anses para morigerar el barril sin fondo de un exorbitante gasto público y el correspondiente déficit fiscal, que se financiaba con moneda espuria, acrecentando la inflación; con una elevada presión fiscal netamente confiscatoria, superior a la de todas las naciones latinoamericanas; en estanflación -recesión y alta inflación superior al 30% anual- durante cinco años, que licua salarios y jubilaciones, caída del Producto (PBI) y de la producción de bienes y servicios, con las empresas privadas que no tomaban personal, aumentando la desocupación y la fabricación inédita de pobres que superaba los 12 millones (30% de la población).

Al mismo tiempo, el gobierno kirchnerista abjuró del deber del Estado de tutelar vidas y bienes de la sociedad, asolada por la delincuencia, robos seguidos de muerte, la aplicación con lenidad de la ley por jueces garantistas, del colectivo «justicia (i)legítima», en la peor acepción, de la escuela del abolicionista del Código Penal (el último vallado en defensa de nuestras libertades), por el ex juez de la Corte Suprema, Raúl Eugenio Zaffaroni, y si no fuera suficiente lo expresado, abrieron las puertas a los narcotraficantes -la Sedronar, para el combate a la droga, fue desactivada por el kirchnerismo-, colombianos, peruanos, paraguayos, dominicanos sentaron sus reales en las villas miseria para fabricar la cocaína, con la pasta base que ingresaban al país y los precursores químicos los importaban (como sucedió con la efedrina que se exportó a México), ocupando la Argentina el tercer lugar como exportador del estupefaciente, tras Colombia y Brasil. Y con la escoria residual fabrican el «paco», que destruye los lóbulos frontales de la juventud, transformada en dealers; todo con la supuesta aquiescencia de los integrantes de la Sala I de la Cámara Federal, Jorge Ballestero y Eduardo Freiler, que trocaban a los dealers procesados en consumidores, y así los liberaban. Este estado de cosas, dio lugar a un millón de jóvenes «ni-ni», que no estudían ni trabajan en el Gran Buenos Aires, devenidos en «soldaditos» del narcotráfico.

Con la educación, en vista de su sistema vetusto vigente, los niños terminan el 6º grado sin leer bien y menos conocer las cuatro operaciones aritméticas. En cuanto al secundario, no pueden leer con fluidez por falta de hábito de lectura, fracasando al querer ingresar a la Universidad por ser sus textos chino básico para ellos.

A grandes rasgos es el panorama que recibió la administración del presidente Macri, que debe poner las cuentas públicas en orden, reducir el déficit fiscal a su mínima expresión, para bajar la inflación -es falso que un poco de inflación no es malo, según los keynesianos-, hacer las reformas de segunda generación del Estado, tributaria y de legislación laboral, copia de la Carta de Lavoro de Mussolini; recrear las reglas de juego claras y permanentes y con seguridad jurídica, que por ahora deja mucho que desear, atraer las inversiones que fueron ahuyentadas por el kirchnerismo, para aumentar la producción de bienes y servicios, única manera de bajar los precios y aumentar el salario real de la economía y el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, bajar la presión fiscal y la especulación de los comerciantes, para elevar el nivel de vida y el bienestar general de la población.

Pero nada de eso es posible realizar en un año y medio, tras el desastre y el presunto latrocinio inédito llevado a cabo por el anterior gobierno kirchnerista.

Considero que es la realidad que la Iglesia, el cardenal Poli y el papa Francisco deben ponderar antes de emitir opiniones propias de un partido político de oposición. ¡Qué se ocupen de la salvación de las almas, que las autoridades legítimamente constituidas ejercerán su menester en pos mejorar nuestro prosaico devenir en este valle de lágrimas!

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