Por Hernán Andrés Kruse.-

Finalmente tuvo lugar el acto de protesta convocado por el sindicalista Hugo Moyano en un sector de la avenida 9 de Julio. Fue, como se preveía, multitudinario. En cierta manera hizo rememorar los memorables actos de cierre de campaña en 1983 protagonizados por Raúl Alfonsín e Ítalo Luder.

El acto presenta varias aristas. El ministro de Trabajo, Jorge triaca, acaba de expresar en tono crítico que fue un acto político. Claro que lo fue. Todo acto masivo es político. Cómo no lo va a ser si fue para protestar por el plan económico del gobierno. Y aquí entramos en una cuestión que el propio gobierno y el poder mediático concentrado quisieron desvirtuar. Apenas Moyano anunció la convocatoria al acto el oficialismo y los grandes medios lo presentaron como un acto exclusivamente moyanista, como una demostración de fuerza del propio Moyano para protegerse del vendaval judicial que le espera. En cierta medida Moyano pareció darles la razón cuando arrancó su discurso haciendo mención, precisamente, a su situación judicial y despotricando contra varios periodistas, en especial Alfredo Leuco, con quien mantuvo una agria discusión en lo de Mirtha Legrand. Pero el acto fue más, mucho más, que un acto moyanista. Sin negar el protagonismo central del jefe camionero, en la 9 de Julio se hicieron presentes agrupaciones sindicales importantes como la de los bancarios, por ejemplo, claramente alineados con el moyanismo. También hay que destacar la presencia de las dos CTA, en una clara actitud combativa. También dijeron presente un buen número de organizaciones sociales, el kirchnerismo, el Movimiento Evita y la izquierda clásica. Luis Zamora, entrevistado en la calle, dijo claramente que la izquierda estaba en el acto no por Moyano sino para protestar contra Macri. Además, aprovechó la ocasión para despotricar contra el líder sindical recordando su “amistad” con Macri hasta no hace mucho.

El acto del 21F fue, pues, el primer gran acto opositor en la era Macri. Por primera vez luego de la derrota de Scioli en noviembre de 2015 la oposición intentó mostrarse unida en un acto convocado, vaya paradoja, por un dirigente sindical fuertemente cuestionado por muchos de quienes asistieron a la 9 de Julio. Pero bueno, como hubiera dicho Jorge Luis Borges, “no los une el amor sino el espanto”. O como reza el antiguo axioma político: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Moyano necesitaba imperiosamente efectuar una demostración de fuerza frente a un Presidente que no titubea frente a los sindicalistas. Y la izquierda, los movimientos sociales y el kirchnerismo necesitaban demostrarle a la opinión pública que están vivitos y coleando. Todos se necesitaban en este complicado momento que vive el país. Ello explica que dirigentes tan disímiles como Moyano, Yasky y Micheli hayan compartido un palco, algo que no hubiera tenido lugar en otras circunstancias políticas. Al margen de las reales motivaciones de cada uno de ellos, lo cierto es que unas 400.000 personas se acercaron a la 9 de Julio para manifestar su descontento, su malestar, su bronca, su desazón.

Los discursos fueron breves y contundentes. Los oradores no ahorraron críticas al gobierno nacional provocando el aplauso de la concurrencia. Yasky dijo que si los jueces federales querían encontrar a los verdaderos delincuentes de guante blanco debían dirigirse a Balcarce 50, mientras que Micheli esbozó la idea de un paro nacional. Luego de referirse a su situación procesal Moyano arremetió contra Macri a quien acusó de ejecutar una política económica que hambrea al pueblo trabajador. Pero a diferencia de Micheli, no hizo mención alguna a un paro nacional. En ese sentido, el líder sindical parece haber tomado distancia de la oposición radical de algunos de quienes lo acompañaron en el escenario.

Afortunadamente, el acto se desarrolló con absoluta normalidad. Todo se desarrolló en paz y armonía. Tal fue la paz reinante que se vieron a numerosas mujeres con sus pequeños hijos. Las diferentes columnas ocuparon sus respectivos espacios sin ningún inconveniente y en el palco no se produjo ningún tipo de desmán. El gobierno observó con lupa esta cuestión ya que durante los días previos varios de sus voceros habían advertido sobre la posibilidad de hechos de violencia. Pero nada pasó, lo que seguramente molestó al gobierno en la intimidad. Que todo se hubiera desarrollado como debe ser sin la presencia de fuerzas de seguridad demuestra que cuando se quiere desarrollar un acto de esta índole en paz, se puede tranquilamente. ¡Qué diferencia con lo que pasó en diciembre pasado! En ese momento fue evidente que hubo una infiltración de parte de elementos de inteligencia cuyo objetivo no fue otro que embarrar la cancha. Otro hecho destacable fue la masividad del acto. Seguramente el gobierno especuló con un acto exclusivamente moyanista, lo que hubiera implicado una asistencia de no más de 80 o 90 mil personas, a lo sumo. Pero fueron muchos más, lo que demuestra que no se trató de un acto moyanista sino de un acto opositor.

Una vez más quedó en evidencia el escozor que provoca en amplios sectores sociales actos de esa naturaleza. Es evidente que las clases media alta y alta no toleran que los sectores medios y populares salgan a la calle a expresar su descontento. Tampoco lo tolera el gobierno de Macri. Ni qué hablar de Clarín y La Nación. El establishment no soporta que haya sectores sociales que no bajan los brazos, que luchan, que no se entregan. En ese sentido Mirtha Legrand constituye todo un símbolo. Basta con ver el malestar incrustado en su rostro cada vez que se anuncian actos como el del 21F. Es entendible: a estos sectores les encantaría que nadie manifestara, que todos aceptaran el orden natural de las cosas. Por eso admiran tanto a Chile. En ese país, salvo las protestas estudiantiles, todos están resignados. Aquí no sucede eso, gracias a Dios. Todavía somos muchos los que no nos resignamos, no aceptamos con naturalidad políticas de ajuste nefastas e inhumanas.

Pese a la masividad del acto es casi imposible que el gobierno modifique el rumbo de su política económica. En ese sentido cabe reconocer que Macri y el mejor equipo de los últimos 50 años están jugados. Además, para ellos lo que hacen es lo que debe hacerse. Son CEOs y no conciben el ejercio del poder más que de la forma en que lo ejercitan. El gobierno considera al país como una empresa, a la política como un negocio, al igual que las relaciones con las otras fuerzas políticas y sindicales y con los gobiernos de otros países. Macri y los suyos creen ciegamente en la apertura económica, en la desregulación del estado, en la anomia sindical, en el predominio empresarial, en la atomización de la sociedad. Para ellos no hay nada peor que manifestaciones como la del 21F. Ver a tanta gente junta manifestando su bronca les causa escozor. Ellos conciben a la sociedad como un conjunto de personas aisladas, preocupadas exclusivamente por su bienestar. Para ellos el hombre debe ocuparse exclusivamente de su propio bienestar y del de su familia, y nada más. Él es el dueño de su vida, el arquitecto de su propio destino, proclaman todo el tiempo. Bellas palabras que encierran el objetivo de encerrar a cada hombre en su propio ámbito de intimidad para así desligarlo del resto. Es por ello que los sindicatos deben desaparecer. Nada mejor, para imponer un plan económico de ajuste, que el trabajador esté solo, desamparado, sin ninguna corporación sindical que lo proteja. De esa forma, aislado de los demás, el hombre es fácilmente controlable, manipulable.

El acto del 21F sentenció la fractura de la CGT. Una vez más, la histórica corporación sindical se partió. En este sentido cabe reconocer que el gobierno fue hábil a la hora de contribuir a tal división. Pero también hay que admitir que se encontró con un campo por demás fértil para sembrar lo que se proponía. En efecto, no le debe haber resultado demasiado complicado “convencer”, por ejemplo, a “los gordos” para que apoyen su política económica. Estos “gordos”, al igual que los “independientes”, llevan en sus genes “el arte” de la connivencia con el gobierno de turno. Salvo con Alfonsín, con el resto de los presidentes democráticos-ni qué hablar con los militares-tejieron sólidas redes de convivencia. En este sentido cabe reconocer que Moyano fue hasta hace unas horas nomás un “amigo” del presidente. En realidad, Macri y Moyano se conocen desde hace mucho tiempo. Hoy están distanciados pero no sería de extrañar que dentro de un tiempo vuelvan a “amigarse”. Después de todo, Moyano no es Tosco. El camionero es un fiel exponente de la “patria sindical” ortodoxa, de la derecha peronista, de esa “burocracia sindical” tan denostada por la izquierda clásica. Sin embargo, se opuso tenazmente a Menem y De la Rúa. Fue “amigo” de Kirchner y se distanció de Cristina. Estuvo cerca de Macri y hoy está en la otra vereda.

El acto del 21F molestó al gobierno. No lo hizo temblar pero le demostró que hay malestar social. Un malestar que comenzó luego de la sanción de la reforma previsional y que se exteriorizó en algunas canchas de fútbol. Quedó demostrado, pues, que Macri ha dejado de ser un presidente todopoderoso. Ya no es más aquel presidente exultante de octubre pasado cuando venció cómodamente en las urnas. Hoy es un presidente que tiene por delante serios problemas por resolver y que para su sorpresa se acaba de encontrar con un sector de la sociedad que se atreve a decirle “no” a su política económica.

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