Por Hernán Andrés Kruse.-

El presidente de la nación ha decidido utilizar el antagonismo como estrategia electoral para obtener el triunfo en octubre. El conflicto con los gremios docentes lo pone en evidencia. Mientras se desarrollaba el último paro nacional docente (martes 11) los referentes de Cambiemos responsabilizaron nuevamente a los docentes por los lamentables episodios del pasado domingo. Por su parte, el presidente de la nación aseguró que “nos encontramos con gremios docentes que en vez de representar a quienes representan, dar el ejemplo de cumplir con las normas, violan las normas y encima que ellos violan las normas, ¿cómo reaccionan a haber violado las normas? ¿qué hacen?: día de paro; y eso es lo que no queremos más”. Afirmó que “está bueno que el debate de la Argentina de hoy, que tenga un lugar central lo que está pasando con la educación, a partir de que evaluamos y vimos lo mal que nos ha ido en los últimos diez años”. “En vez de hacer autocrítica, sentarse en una mesa, radicalizan la defensa de lo que han hecho”, bramó. El jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, consideró que se trataba de algo “espantoso” el hecho de que los docentes “dejen sin clase a todos los chicos del país” por “no cumplir las normas”. El ministro de Educación, Esteban Bullrich, tildó de “insólito” la nueva medida de fuerza docente y acusó a los docentes de actuar al margen de la ley. Para Federico Pinedo, presidente provisional del Senado, lo que hicieron los maestros no fue más que un “acto político clandestino”. Rodríguez Larreta fue uno de los macristas más verborrágicos a la hora de criticar a los docentes: “Me parece espantoso que hayan usado esto para dejar a los chicos sin clase un día más, las explicaciones fueron escalofriantes, inentendibles”. Además, aseguró que los docentes “hasta anoche no habían completado los papeles” del permiso para instalar la escuela itinerante en la Plaza de los dos Congresos. Por último, trató de legitimar la represión de la policía expresando que las fuerzas del orden dialogaron un buen rato con los docentes y les pidió el permiso. Estas afirmaciones contradicen la versión de los docentes, quienes aseguraron que no se había producido diálogo alguno con anterioridad a la golpiza. Según Rodríguez Larreta “en algún momento la policía les dijo “no pueden construir más sin permiso, les dijo que se vayan, y hubo algunos de los manifestantes, que son los que terminaron presos, que avanzaron sobre la policía, intentaron agredirla y se defendieron. Por eso terminaron presos”. Luego aclaró: “Y después de esto dejan a los chicos de todo el país sin clases”. Sonia Alesso, titular de Ctera, acusó al Gobierno de pretender reducir la discusión a un mero trámite administrativo. “Cualquier papel, cualquier trámite” que falte “no exime empezar una represión sin mediar palabra”, remarcó. Esteban Bullrich acusó a los maestros de actuar ilegalmente. “Lamentablemente, es un paro muy insólito generado porque se quiso violar la ley”, expresó el ministro. “No se puede…no me gusta ninguna escena de confrontación, todos queremos un país normal, pero no es la manera”, se quejó. La ministra de seguridad, Patricia Bullrich, “dijo que “la policía de la Ciudad estaba parada mientras los docentes les pegaban patadas por abajo”. La policía, destacó, hizo lo que correspondía y acusó a los maestros de provocar el conflicto para prolongar la huelga (fuente: “En defensa de la represión”, Página/12, 12/4/017).

El paro finalmente tuvo su premio. El Gobierno decidió otorgar a la Ctera la autorización para hacer la instalación de la carpa en la Plaza de los Dos Congresos para reclamarle al oficialismo la reapertura de la paritaria nacional. Es una buena noticia para los maestros y una demostración del error de estrategia política que cometió el Gobierno el domingo pasado. Sin embargo, el conflicto lejos está de solucionarse. Luego de cinco extenuantes semanas la razón fundamental de la lucha, la convocatoria gubernamental a la paritaria nacional, sigue vivita y coleando. Lo más grave es que desde el Presidente para abajo hay una negación absoluta de la paritaria nacional. La administración macrista está convencida que la mayoría de las provincias ya arreglaron con sus respectivos gremios docentes el tema salarial (aunque en 18 distritos el tema no está resuelto) y que los paros carecen de apoyo de la población. Pero se cuida muy bien de callar que algunas policías se acercaron a algunas escuelas para “pedir” listas de los docentes adherentes a las medidas de fuerza y que se pagó un plus a los docentes que no se plegaron a las medidas de fuerza (los “carneros”). Según la gobernadora María Eugenia Vidal su gobierno presentó en su momento cinco ofertas, “cada una mejor que la otra”. De manera paralela, el ministro de Educación, Esteban Bullrich, reconoció sentirse “superado por una dirigencia” que prefiere hacer paros en lugar de velar por la asistencia de los chicos a las aulas. Según la dirigente docente Sonia Alesso “están convencidos de que con el poder de los medios hegemónicos alcanza”. “Creo que subestiman no sólo la inteligencia de los maestros, sino la de toda la población, porque es de conocimiento público que el primero que no cumple con la ley es el Gobierno, al no llamar a la paritaria. Hay además un fallo de una jueza que le ordenó que cumpla en convocarla en un plazo de cinco días y que están desconociendo”, agregó. Por su parte, el dirigente Hugo Yasky (CTA), señaló que “este conflicto va a tener el tiempo de resolución que le lleve al Gobierno responsabilizarse por la educación. Lo que está en discusión es el modelo educativo: Cambiemos quiere volver a instalar el que rigió en los ´90, el de un Estado nacional sin escuelas. Quiere legitimar la coexistencia de dos sistemas educativos: uno residual, la escuela pública, y otro para las élites dominantes, la educación mercantilizada” (fuente: Laura Vales, “La carpa docente, otra vez frente al Congreso”, 12/4/017).

En su edición del 10 de abril, La Nación publicó un editorial titulado “¿Cuánto nos importa realmente la educación?”. Dice el mitrismo: “Un artículo firmado por el doctor Guillermo Jaim Etcheverry publicado en La Nación el 12 de febrero de 1994, luego de la difusión de un operativo nacional de evaluación educativa que, al igual que otros estudios recientes, daba cuenta de las enormes dificultades de nuestros jóvenes estudiantes para comprender textos, concluía que nuestros jóvenes quizá no comprendían lo que leían en los textos, pero sí interpretaban muy bien lo que leían en la sociedad, señalando lo poco que nos importa a los argentinos la educación. Pese al tiempo transcurrido, esta opinión tiene una tan absoluta como lamentable actualidad”.

“En la ocasión, este reconocido médico y docente universitario que, años después, llegaría a ser rector de la Universidad de Buenos Aires, respondió a los críticos y subrayó que la difusión de los rendimientos aludidos había desencadenado una reflexión colectiva adversa referida al estado de nuestra enseñanza, al enterarnos, por ejemplo, de que casi el 70 por ciento de los alumnos primarios y secundarios no comprendían lo que leían. Ese dato lo movía a formular un interrogante drástico: o los chicos son tontos o, por el contrario, son inteligentes cuando ignoran lo que predicamos e imitan lo que practicamos” (…) “Con sabia ironía, agregaba que los alumnos respondían a los “pedagogos” nacionales, que obran en la TV, la publicidad, el deporte, el cine, la música y cuanto se decanta de los personajes famosos, pues resulta más eficaz servirse de aquello que la sociedad va enseñando “a través de sus estructuras de recompensa” que aprender lo que la escuela da y luego la sociedad deshace. En suma-nos decía-, la sociedad “honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, ostenta impúdicamente las riquezas, tolera la corrupción” y luego se dirige a los jóvenes “para convencerlos con palabras de las fuerzas del conocimiento, las bondades de la cultura, la prioridad de la ética y la supremacía del espíritu” (…) “Finalmente, el autor de esta profunda crítica señalaba: “si fuéramos serios, pagaríamos razonablemente a los maestros, garantizaríamos su perfeccionamiento, equipararíamos los edificios escolares, extenderíamos los días de clase… Si fuéramos serios, pondríamos dinero donde ponemos palabras”.

“Hace pocos días, el presidente Mauricio Macri dio a conocer la información central de los resultados de la prueba de evaluación Aprender 2016. Siete de cada 10 chicos del último año de la escuela secundaria tuvieron desempeños de nivel básico o por debajo del básico en matemática. El 46,4 por ciento de los alumnos de ese mismo nivel secundario tuvieron desempeños básicos o por debajo del básico en lengua y exhibieron problemas para localizar o interpretar información sencilla en un texto. Cuatro de cada diez niños de sexto grado tuvieron desempeños básicos o por debajo del básico en matemática. Un tercio de los alumnos de sexto grado tuvieron desempeños básicos o por debajo del básico en lengua. En general, los resultados indican que de los alumnos que terminan la escuela secundaria el 23 por ciento tiene un desempeño por debajo del nivel básico en lengua, el 40,9 por ciento en matemática, el 16,9 por ciento en ciencias naturales y el 18,8 por ciento en ciencias sociales” (…) “Lo afirmado por quien fue rector de la UBA adquiere una tan plena como dura vigencia. Da cuenta de una forma de asumir la escuela por muchos chicos como si la expectativa pasara por aprender desde temprano conductas de simulación. Dentro de los muchos problemas de nuestro país se insinúan estas conductas infanto-juveniles derivadas de las picardías que aprenden de algunos adultos y que cuentan con la aprobación expresa o silenciosa de muchos otros”.

“Los integrantes de la sociedad argentina-y sus gobernantes en particular-deberíamos interpelarnos a nosotros mismos acerca de las profundas raíces de la prolongación de esta parálisis escolar. Deberíamos preguntarnos dónde han quedado los valores éticos y sociales y dónde se encuentra la cultura del trabajo y del esfuerzo, escondida detrás de principios hedonistas que hacen un culto del facilismo. En definitiva, el interrogante que tendríamos que formularnos es cuánto nos importa realmente la educación”. Nada, obviamente.

En su edición del martes 11, La Nación publicó un artículo de Vicente Palermo titulado “Los peligros de llevar la política a las calles”. Dice el autor: “La movilización del sábado 1 de abril, positiva para el Gobierno y también para el país…confirma hasta el extremo un rasgo crucial, de larga data, de la política argentina: la relevancia de la calle. Es irónico que el gobierno de Cambiemos deba admitirlo a regañadientes. También lo es, dolorosamente, que las multitudes del sábado declararan su indignación por los propósitos destituyentes de la oposición y calificaran lo suyo como acto de la democracia” (…) “Me propongo, en este artículo, analizar parte del marco del 1 de abril: la movilización del 24 de marzo”.

“El itinerario de las conmemoraciones por el 24 de marzo desde 1983 es asombroso. Los primeros años las movilizaciones estaban centradas en los derechos humanos, en el repudio al terrorismo de Estado y en una agenda de reclamos en el marco democrático” (…) “Con el tiempo esto se desdibujó, hasta llegar al panorama tétrico de hoy, en que un grupo de organizaciones gana la calle para identificarse con una fuerza partidaria y “desidentificarse” como movimiento de derechos humanos, denunciar al Gobierno como dictatorial, reivindicar la violencia contraestatal de los años 70 como popular y justa y cambiar el eje de la problemática de los derechos humanos vaciándola de su especificidad, mixturándola con cuestiones sociales contestables, desde una política económica denunciada como “hambre planificada” y violatoria de los derechos humanos hasta el trémulo empeño gubernamental por poner orden en las calles. No tiene arreglo este desbarajuste, pero ¿qué hicimos para llegar a él?” (…) “¿qué no hicimos pero deberíamos haber hecho?” (…).

“Heroicos e incondicionalmente admirados por muchos, los militantes del movimiento de derechos humanos ya tenían en ese tiempo fundacional de la democracia un alma fundamentalista” (…) “Pero no es cierto que los fundamentalismos no cambien. Tuvo lugar un proceso previsible: su absorción por el populismo. Se trata de algo muy vasto: de la asimilación de los patrones de pensamiento y creencia populistas que, si bien ciertamente estaban presentes desde los años 80 (me consta), han penetrado profundamente a lo largo de las décadas y las experiencias. Primero, se fueron configurando con las frustraciones de los ciclos políticos, que dieron pasto a las fieras” (…) “Pero, luego, gracias al impulso extraordinario del kirchnerismo, que les dio cobijo y emblemáticamente los dispuso como parte central, simbólica, de su dispositivo y los utilizó sin cobrarles nada: nada hicieron que no quisieran hacer” (…) “El kirchnerismo más duro y militante y las entidades que organizaron la conmemoración parecen el núcleo de una subcultura política pequeña pero activa y con impacto público. Es difícil saber si los extremos alcanzados el 24 contribuirán a consolidarla o a fragmentarla. Encontraron una bandera bizarra: los 30.000” (…).

“Hay que desmontar el peligro de que la “grieta” (sea lo que fuere) se profundice y se alargue por este campo. Sería una catástrofe. No ganamos nada empeñándonos, como de costumbre, en que se empleen las “palabras justas”. Usémoslas, demos cuenta fundada de ellas (por ejemplo, la cifra de desaparecidos) y punto. Hay que argumentar, pero no caer en “diálogos” de sordos” (…) “Esta gente no vive de ningún modo en una burbuja, porque está más conectada que aislada. Comparte fragmentariamente sus creencias con mucha gente. Por ejemplo, “sos la dictadura”: muchos argentinos comunes podrían aceptar este dislate sin pensar y al mismo tiempo rechazar la reivindicación de la violencia. Podrían aceptarlo porque tienen una noción populista de la democracia: si la democracia es el gobierno del pueblo, un gobierno que no es “popular” no puede ser una democracia. También están aquellos a quienes no les importa: su presencia en la plaza ese día tiene para ellos un valor superior a las sandeces dichas desde el palco. Y están los que adoptan mentiras como sus verdades, práctica universal” (…) “La cuestión de los derechos humanos debería ocupar un lugar que hoy no ocupa, no sólo en lo que se refiere al pasado, sino al presente: atada a la reposición y vigencia de la ley y, muy especialmente, en su ocupación de terreno geográfico, social e institucional, para que los sectores desfavorecidos ganen ciudadanía. Esta tarea precisa ser argumentada. Nada fácil, porque la lógica del Estado será ambigua. Caminará en el filo de la navaja entre, por ejemplo, la protesta callejera y la circulación. Una opinión pública activa que no se deje caer en el desánimo no será menos necesaria. Las redes sociales son malas consejeras y el estado de ánimo de la opinión es oscilante. Los que abogan por la desestabilización suelen ser más eficaces que los que defienden el proceso institucional. El 1 de abril es esperanzador. Apenas eso”.

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