Por Luis Américo Illuminati.-

«Que las cosas sigan así, ahí radica la catástrofe. No ya en lo que vaya a suceder, sino en el estado actual de cosas» (Walter Benjamín).

Convertir un edificio o un país en un estercolero

«La peor vecina de España lleva 13 años convirtiendo su edificio en un estercolero de aspecto y olor insoportables. Se llama María José, vive en Zamora y le fascinan los excrementos. Los suyos, concretamente. Los acumula en su casa en barreños y garrafas y los utiliza como munición en una guerra repugnante contra su comunidad de vecinos. Al menos una vez por semana, María José abre el ventanal de su octavo piso y rocía de heces y orín todo cuanto alcanza, que suele ser los balcones y persianas más cercanos y la terraza del bar de abajo» («El Confidencial», David Brunat, 25/05/2019).

Luego de leer esta noticia resulta casi imposible no relacionar los desafueros de la mujer española -maníaca- con la inconducta de otra mujer que se dice abogada y que ha convertido al país en un chiquero arrojando «merde» (en francés es más elegante) desde las alturas. A la primera la condenaron a dejar el edificio y la segunda quiere prenderle fuego a Tribunales antes que la manden tras las rejas a limpiar los establos. La española ensució el edificio durante 13 años. La otra hace 20 años, sin embargo, es votada para que lo siga haciendo. A nivel individual esto se denomina coprofilia, a nivel general coprocracia. Carlos Menem, Duhalde y los Kirchner con su forma escandalosa de gobernar inauguraron en la Argentina la kakistocracia, esto es, el gobierno de los peores. Y con el gobierno de dos cabezas de Alberto y Cretina hemos pasado de la kakistocracia a la coprocracia.

El árbol argentino

Reiteramos la noble figura del elefante hundido en un pozo (ver en esta misma página «Rescatando a un gigante, 29/11/22). El noble elefante hundido en el barro es la triste metáfora de la presente Argentina o un barco a punto de naufragar. ¿Quién la rescatará? Una cosa es el Estado -una estructura burocrática- y otra muy distinta es la Nación, una idea luminosa y primigenia que como semilla fue cultivada que con el tiempo se desarrolló hasta volverse un árbol secular cuyo tronco y vigorosas ramas crecieron a lo largo y ancho en cuya copa un águila hizo su nido. Ese árbol es la Patria.

El árbol es un ser vegetal adherido a la tierra por medio de sus raíces. El árbol no se mueve y representa un hito del paisaje igual que un pico, un monte, una fuente. La Nación suele ser comparada generalmente con un barco donde van a bordo el gobierno (tripulación) y los ciudadanos (pasajeros). Pero dejando de lado la figura del barco navegando en alta mar, un país también puede ser comparado con grandes animales: el toro, el león, el oso, la tortuga gigante (galápago), yo a nuestro país lo veo por sus orígenes históricos y su tamaño como un elefante, aunque sea oriundo de Asia y África. Los buitres y los cuervos -aves siniestras- atacan desde el aire, merodean y acechan al herido, sea éste un humano o un animal. Y los topos trabajan bajo tierra, cavando túneles y socavando la tierra.

«El animal más grande y más próximo a los sentidos humanos es el elefante: ellos tienen inteligencia, obediencia a las órdenes y entienden el lenguaje de su país, memoria de los trabajos que se le han enseñado, deseo de amor y gloria, y por otro lado tienen virtudes que son raras incluso en el hombre: bondad, prudencia, moderación» (Plinio, «Historia Naturalis»). A lo que dice Plinio, primer ecologista y estudioso de la Naturaleza, habría que agregar que sería mejor para ella que los elefantes gobernaran en la tierra en lugar de la especie humana tan maligna y mal llevada que pone en peligro la continuidad de la vida del planeta.

Lo mismo ocurre con la Argentina, la casa grande que nos dejaron nuestros mayores, nuestros Próceres, gigantes como San Martín y Belgrano, que dieron lo mejor de sus vidas para que tuviéramos una patria digna, pero ya vemos, ha prevalecido la canalla, los traidores, la estirpe de la serpiente, son los que siembran el odio y la discordia y le echan la culpa a los cóndores custodios de los laureles y valores inalienables de la vida y de la historia de un país que ahora es un heroico elefante caído en un resbaloso pantano, trampa preparada en su camino glorioso por los topos -el kirchnerismo, resumen de todo lo corrupto, oscuro y soterrado- que cavan debajo del suelo mientras destruyen las raíces de los árboles añosos en cuyas ramas cantaron la calandria, el hornero y todas las aves libres. Un canto de paz y libertad.

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