Por Norberto Zingoni.-

“No podemos jugar más al fútbol. Del equipo que teníamos desde que éramos chicos, el arquero está preso; un delantero y un enganche (mediocampista), muertos. Y otros dos, detenidos por un narcosecuestro”. Con honestidad brutal, dos jóvenes cordobeses, de 24 y 22 años, ilustran ante Clarín la situación de su barrio, en el que diariamente conviven con el avance del narcotráfico, que recluta soldaditos seduciéndolos con plata fácil.

Esta noticia apareció hace unos días. No es nuevo el relato sobre las angustias y los peligros que campean hoy en tantos barrios de nuestro país; barrios donde antes era todo fútbol, sueños y vecinos solidarios: “¿tenés una cebolla?”, “¿me cuidás los chicos a la tarde?” Y uno se pone a recordar su infancia, el picado de fútbol interminable hasta entrada la noche, cuando ya no se veía la pelota y que, para calmar a una madre amenazante si no íbamos a cenar, decretábamos “el último gol gana”. Y los sábados y domingos el equipo del barrio se trenzaba en un duro “barrio contra barrio”, con vecinos que venían a ver el partido antes del asado. ¡Si hasta había tangos que exaltaban nuestros sueños, el Sueño del Pibe!, el pibe que quería ser crack. Cómo entonces no comprender a esos dos muchachos de Córdoba a quienes la delincuencia y la droga les diezmaron el equipo: el arquero preso; un delantero y un enganche, muertos. Y otros dos, detenidos por un narcosecuestro.

¿Cómo vamos a armar el equipo con cinco jugadores menos? Uno imagina que se preguntaban desolados los muchachos.

Es increíble cómo políticos corruptos, funcionarios ineficientes y cierta complicidad anestesiada de una parte de la sociedad, en una cruel mixtura, se cargaron la vida cotidiana de la gente y promueven (lo peor, muchas veces sin que se den cuenta) la vuelta a épocas que uno consideraba superadas. Épocas en que la vida no valía nada. Casi como ahora. Épocas miserables que rompían -también como ahora- la vida cotidiana de la gente. Épocas de la sospecha del otro: “algo habrán hecho”.

El barrio es la sal de la vida cotidiana. El diariero que sabe que revista lleva uno todas las semanas. El panadero. La vecina chusma que fisgonea a través de las ventanas. Hoy en el barrio todos tienen miedo de todos. Porque hoy el arquero preso es el hijo del diariero del barrio. El enganche muerto es el sobrino del panadero y así. No son sólo el enganche, el delantero y el arquero del equipo del barrio. Son el barrio mismo y la vida cotidiana lo que han matado junto al equipito de fútbol.

«¿Qué más, qué más? El campo roto y ciego (…)
y la ciudad caída, sin destino,
de smoking en el club, o sumergida,
lenta, viscosa, en fiebres y hospitales,
donde mueren soñando con la vida
gentes ya de proyectos animales…»

(Nicolás Guillén)

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