Por Hernán Andrés Kruse.-

La corrupción es el tema de moda en la Argentina actual. Está bien que suceda ya que durante mucho tiempo la economía dominaba a la política, el bolsillo determinaba el resultado de las elecciones. En realidad, continúa haciéndolo pero desde hace un tiempo que los escándalos de corrupción que salpican a varios ex funcionarios de los gobiernos kirchneristas ha situado a la ética política en la cima de las prioridades de la sociedad. Alguien puede expresar que este súbito interés por la transparencia viene siendo fogoneada por el poder mediático para “hacer olvidar” a la sociedad, al menos por un tiempo, de los graves problemas económicos que la agobian. Es probable que le asista toda la razón del mundo pero ello no quita que prestar atención a la corrupción política es un buen síntoma, es una clara manifestación de progreso moral de una sociedad que siempre prefirió mirar para otro lado cuando se aludía a esta cuestión.

El farandulesco escándalo protagonizado por José Francisco López fue la gota que rebalsó el vaso. Los argentinos necesitaron que algún funcionario de gobierno fuera apresado con una montaña de dinero para que su interés por la ética política comenzara a crecer geométricamente. Aquí la pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿lo de López es la manifestación grotesca de un caso aislado de corrupción política o es una manifestación más, que en esta oportunidad se hizo pública, de una corrupción que afecta al sistema político? La pregunta es por demás pertinente porque una cosa es que lo de López haya sido un caso aislado de corrupción y otra muy diferente que haya sido una expresión de una corrupción política sistémica que impera en el país desde hace mucho tiempo. Porque un caso aislado de corrupción política es fácil de combatir: basta con comprobar la culpabilidad del acusado para que luego cumpla con la condena que le impone la Justicia. No sucede lo mismo si se trata de un ejemplo de corrupción política sistémica. Aquí lo que es corrupto no es fulano o mengano, sino el sistema político o, si se prefiere, las reglas de juego que garantizan su funcionamiento. El tema fue tocado el miércoles por la noche en el programa político que se emite por C5N y que es conducido por Gustavo Sylvestre. Cuando se debatió sobre el caso López un dirigente macrista manifestó que lo de López había sido la exteriorización de una corrupción política de índole sistémica. Ello significa que López jamás pudo haber robado semejante cantidad de dinero de no haber formado parte de una poderosa camarilla dedicada al saqueo de lo público. Agustín Rossi le retrucó manifestando que lo de López había sido un caso aislado de corrupción gubernamental. Las dos concepciones de la ética política colisionaban en un estudio de televisión.

Apelando a la memoria histórica, hubo un escandaloso acto de corrupción conocido como “la Banelco” en 2000. Según una denuncia de Antonio Cafiero, para garantizar la aprobación del Senado de la ley de reforma laboral varios senadores justicialistas recibieron dinero del gobierno de De la Rúa. Mucho se habló por aquel entonces de los sistemas de “retornos” que imperaban en el Congreso, lo que no hacía más que corroborar la hipótesis de la corrupción política sistémica. Como no podía ser de otro modo, ese escándalo quedó en la nada ya que todos los involucrados terminaron siendo absueltos por la Justicia. Después hay que recordar la famosa frase de José Luis manzano, por entonces funcionario de Menem, que reconoció que él robaba para la Corona. Esa frase quedó en la historia y sirvió de título para uno de los más importantes libros de Verbitsky. Manzano no robaba para él sino para la cima del poder político. Lo más probable, entonces, es que desde hace décadas impere en la Argentina una corrupción política sistémica que obliga a quien decide formar parte del mismo a aceptar sin objeciones sus reglas de juego. Aquí me permito, pues, discrepar con el ex jefe del bloque del FPV durante gran parte del kirchnerismo en el gobierno.

En su edición del 21 de junio, La Nación publicó un artículo de Hugo Alconada Mon titulado “La corrupción está en el sistema, más allá de los hombres”, en el que afirma que la corrupción imperante en el sistema político argentino es de índole sistémica. Dice el autor: “López es el sistema tal como funciona en la Argentina desde hace décadas, aunque quienes lo saben no quieran contarlo en voz alta. López, con sus bolsos repletos de dólares en el monasterio, sólo expuso cómo funciona el sistema real de recaudación política. Ya sea para financiar las campañas electorales-y hay que juntar cientos de millones de pesos para cada contienda nacional, incluida la que se avecina en 2017-o para el enriquecimiento personal”. El origen del dinero destinado a financiar las campañas electorales es de vital importancia para la democracia. Es hora de que de una vez por todas se sancione una ley que obligue a los “sponsors” de los candidatos a dar a conocer su identidad y cómo consiguieron las siderales sumas de dinero que destinaron a la campaña electoral del candidato X. Es inconcebible que bien entrado en el siglo XXI en la Argentina este tema continúe siendo tabú, que esta cuestión continúe envuelta en un cono de sombras. ¿Tan poderosos e inescrupulosos son los sponsors de nuestros candidatos, especialmente de quienes aspiran a la presidencia, que develar su identidad y el origen del dinero es prácticamente una misión imposible? Más adelante, Alconada Mon expresa que los principales candidatos a la presidencia en 2015, Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, gastaron cada uno 1000 millones de pesos. ¡1000 millones de pesos! Como bien señala el autor, cuesta trabajar reunir semejante cantidad de dinero. Ahora bien ¿de qué manera Scioli, Macri y Massa recaudaron ese dinero? ¿Quiénes fueron sus sponsors? Y fundamentalmente ¿qué sacrificaron para recibir semejante “ayuda”? Porque en el mundo de la política nada es gratis. A nadie se le escapa que aquellos sponsors que ayudaron al actual presidente con 1000 millones de pesos, seguramente lo obligaron a comprometerse a gobernar en función de sus intereses. Nadie “dona” esa montaña de dinero con espíritu altruista. Lo mismo cabe decir respecto a Scioli y Massa. Macri es un rehén de sus sponsors, carece de propia iniciativa para tomar decisiones, no es un hombre libre, en suma. ¿Por qué nadie toca esta cuestión? Dice Alconada Mon: “López encarna un sistema, sin embargo, que lejos está de acotarse al kirchnerismo. Así funciona la política y así se hacen los negocios con el Estado argentino desde hace décadas. Sea que la gestión esté en manos de peronistas, radicales, partidos provinciales o vecinalistas. Funciona con dinero negro, con “retornos”, “sobres”, “aportes” y “contribuciones” y muchos otros eufemismos que definen la música con la que bailan aquellos que quieren bailar con el poder”. Así funciona el capitalismo de amigos, la “patria contratista”. El empresario que quiere hacer negocios con el Estado está obligado a pagar el precio que sea necesario para sacar provecho de ello. Por eso las licitaciones en la Argentina son una farsa. No hay competencia entre varios oferentes sino una componenda entre el gobernante y el “empresario amigo”. Este sistema no fue inaugurado por el kirchnerismo, como algunos pretenden hacerle creer a la sociedad, sino que está vigente desde hace décadas. Funcionó en democracia y también en dictadura. Si no, que lo niegue Franco Macri.

Dice Alconada Mon: “El sistema que desnudó López, sin embargo, no sólo vive de la corrupción y florece gracias a ella. También es un sistema que garantiza la impunidad a los poderosos, como se sinceró una vez Alfredo Yabrán. Pero la máxima rige, claro, sólo mientras los poderosos son poderosos. ¿Cómo es eso? Simple y brutal. Si López aún hubiera sido secretario de Obras Públicas esa madrugada del convento, los policías no lo hubieran detenido”. Es decir, no le hubiera pasado nada porque contaba con la protección política y judicial suficiente como para hacer de él un personaje intocable. Y he aquí lo que frecuentemente olvidan los gobernantes: creen que llegaron a la Rosada para no retornar jamás al llano, olvidando que son tan solo sus inquilinos. Cuando el gobernante está en la cima del poder, en el apogeo de su popularidad, nadie se mete con él. Cuando cae en desgracia, los caranchos no tienen piedad con él. Si no, que lo niegue Cristina Kirchner.

Alconada Mon destaca cinco rasgos de la corrupción sistémica que aqueja al sistema político argentino: “1) El actual ordenamiento legal incluye penas muy bajas para delitos de corrupción, por lo que el temor a ir preso es casi inexistente, más aún a la luz del bajísimo porcentaje de condenas que registran los coimeros argentinos desde hace décadas.2) La infraestructura para investigar esos delitos es insuficiente, con juzgados, fiscalías y organismos de control sin el personal necesario ni capacitado…¡si en ciertas dependencias ni siquiera cuentan con Internet! 3) El presupuesto para las distintas áreas del Estado que deberían prevenir y combatir la corrupción es bajísimo, a tal punto que nuestro país destina más dinero a transmitir fútbol por televisión que a potenciar la Oficina Anticorrupción, la Auditoría General o las fiscalías especializadas, entre otras dependencias. 4) Quienes quieren investigar al poder carecen de verdaderos escudos protectores (así, por ejemplo, los jueces y fiscales “molestos” pueden ser apartados con facilidad de las causas calientes, mientras que el consejo de la Magistratura se demostró impotente durante más de una década para resolver casos flagrantes de mal desempeño como el de Oyarbide. 5) Sobreabundan los operadores, expertos en “alegatos de oreja”, distribución de prebendas y aprietes, ante jueces, fiscales, peritos y sabuesos”. El sistema ha sido edificado para que quienes intentan investigar en serio la corrupción se estrellen contra una pared. La Oficina Anticorrupción y la Auditoría General, por ejemplo, han demostrado a lo largo del tiempo una ineficacia realmente llamativa, con lo cual han pasado a ser cáscaras sin contenido. Ni qué hablar de los jueces, los encargados de “administrar justicia”. Los jueces, especialmente los del fuero federal, han demostrado que lo único que les interesa es su carrera judicial. Ello explica la relación que enhebran con el gobernante de turno. Cuando realmente detenta el poder son sus más fieles servidores, pero cuando cae en desgracia se transforman en sus peores enemigos para congraciarse con su sucesor. Con jueces de esta índole, más atentos a los informes secretos de los espías que a resolver los problemas de los ciudadanos, es imposible erradicar la corrupción sistémica.

El sistema político está carcomido por una corrupción alimentada por políticos, empresarios, sindicalistas, periodistas y por una sociedad que, con su silencio cómplice, avala esta podredumbre que amenaza con sepultarnos a todos.

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