Por Elena Valero Narváez.-

La sociedad está de mal humor. El motivo es que seguimos retrocediendo en nuestras posibilidades financieras, monetarias, económicas, políticas y sociales. Son pocos los capitales que se animan a invertir debido a la crisis o por lo menos, al desbarajuste económico que sufrimos desde hace muchos años. Las próximas elecciones, para colmo, no ayudan a crear un clima favorable para enderezar la economía, la espada de Damocles que pende sobre el actual Gobierno. No hay más remedio que esperar el resultado de los comicios para que se puedan encarar los problemas con más posibilidades de éxito.

Pero, en el caso, como desean amplios sectores sociales, de no volver al pasado, y que el presidente Macri pueda acceder a un segundo mandato ¿cuál será la política económica que llevará adelante para superar el estancamiento económico del cual no ha podido salir airoso?

No se duda de su predisposición a comprometerse a fondo para sacar adelante la economía argentina pero, esta vez, se le reclama algo más de parte de economistas y estudiosos serios de la política, un plan general, que ataque de una vez por todas los problemas, apoyado por políticos y especialistas que inspiren confianza y que alerten del peligro que se corre si no se lo implementa con rapidez .Es necesario que se comprenda que no hay otra salida aceptable que la de ponerlo en práctica. Se tienen que crear las condiciones político-psicológicas para que la gente lo apoye.

Ninguna estrategia o plan puede ser independiente de las condiciones políticas y sociales de un país. A veces no es posible hacerlo. No hay programa que tenga éxito sin confianza, evasión de capitales, suba del solar, alza de precios, inflación, políticos que gobiernan según la ocasión, sin advertir cual es el conjunto de los problemas. No se requieren hombres pragmáticos que desoigan las leyes de la economía y el valor de la libertad, ligada al talento para gobernar, sino que marquen un rumbo basado en valores.

Necesitamos que el presidente Macri se convierta en estadista, ya es un gobernante que, respeta las instituciones y desea lograr formas superiores de convivencia como las que enmarcan a las sociedades éticamente evolucionadas.

El Gobierno no tiene alternativa: si le toca el sillón de Rivadavia, otra vez , tiene que encarar un plan global y rápido, que estabilice la moneda, con reformas estructurales que permitan un saneamiento financiero que parta de la baja de todas las tasas de interés, único modo de atraer inversores capaces de llevar la demanda al nivel de la oferta y morigerar la desocupación. Para que lo hagan, Argentina debe ofrecer proyectos rentables.

Y si de compromiso se trata, el plan debe, luego del saneamiento monetario y financiero acabar con las interferencias y bloqueo a la economía. Demoler las estructuras que resultaron de una política proteccionista como concesiones a sectores privilegiados por el Estado.

Saber extraer enseñanzas de la realidad es aceptar los derechos individuales. Hay derechos y no derechos considerados como tales. Solo los hay cuando se ejercitan. El Gobierno deja de tener legitimidad cuando abusa del poder. Es propio de sociedad autoritaria involucrarse en la vida del individuo que no lo llama. Aquí se ha pasado por encima de la Ley dejando poco margen para buscar el propio destino, con controles de precios, impuestos distorsivos, heridas al derecho de propiedad. El comportamiento vigilado por normas abusivas disminuye el campo de la libertad, quita el derecho de gozar y disponer, como manda la Constitución, de la riqueza que produce el trabajo, la producción y la productividad.

No se puede seguir navegando a la deriva luego de las elecciones, porque es probable que a medida que la economía se aproxime a niveles críticos de incertidumbre, los efectos de recesión e inflación se acentúen progresivamente. El Gobierno debe darse cuenta que a la inflación alta, resulta imposible reducirla gradualmente. La ley de convertibilidad de los 90, fue un claro ejemplo.

La inflación al largo plazo deprime el crecimiento económico por cuanto destruye la capacidad de ahorro de los consumidores que alimenta el proceso de formación de capital, debilita el crecimiento de la capacidad productiva instalada y con ella las oportunidades futuras de empleo. El presidente Macri estará forzado, si no quiere fracasar, a aplicar una reforma global y no gradual como la que intentó y demostró no ser correcta. De muestra basta un botón: no se puede estabilizar el precio de los salarios si los precios siguen subiendo.

En nuestro país la política económica implementada no permite capacidad de ahorro, por eso hay inflación. Sin embargo, en una situación de gasto y endeudamiento, se siguen desarrollando, desde el estado, proyectos que, por buenos que sean, la aumentan. No se puede seguir tirando la casa por la ventana. El gobierno va a tener que reducir el monto del gasto a niveles aceptables.

Orientados por las ideas de Adam Smith, la historia del mundo occidental nos muestra, la performance maravillosa que hicieron países, en los que se encontraba el nuestro, en el siglo XIX. Argentina fue un ejemplo de riqueza pública y privada realizada en pocas décadas. En cambio el siglo XX mostró con la URSS, el primer país comunista, las equivocaciones de Karl Marx y las consecuencias horrorosas causadas por su teoría del materialismo dialéctico. También somos testigos del fracaso de las ideas de John Mainard Keynes, tan en boga, aún, en la actualidad.

El camino es tomar el toro por las astas, como lo han hecho las sociedades más evolucionadas del mundo en momentos críticos: Conrad Adenauer en Alemania , Jacques Rueff en Francia, Luigi Enaudi en Italia, después de la Segunda Guerra. Y hace unos años, entre muchos otros países, Chile, ejemplo tan actual y cercano

Resumiendo, no hay más que una opción para el futuro Gobierno, si quiere ser exitoso, inspirar confianza, y dedicarse de lleno a la tarea de una transformación económica, sin concesiones, hacia una economía decididamente capitalista, estabilizando a la par la moneda, liberando los precios y reduciendo drásticamente el gasto público, sin dejar por ello, de acometer una profunda desregulación de todas las actividades económicas Y, respetando nuestro orden jurídico constitucional, implementar el régimen de competencia como pilar del orden social basado en la libertad.

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