Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 30 de abril, Página/12 publicó un interesante artículo de María Seoane titulado “Javier Milei y el discurso del odio en la historia argentina”. Está muy bien escrito y su idea central es la siguiente: Javier Milei es la nueva expresión de la Argentina liberal, oligárquica, que siempre sintió aversión por la otra Argentina, por los negros, los villeros, las masas a las que siempre menospreció. Javier Milei es la nueva expresión de esa Argentina que se consolidó a partir de la derrota de Rosas en Caseros y la posterior sanción de la Constitución de 1853. Javier Milei es la nueva expresión de la Argentina antiperonista, de la Argentina que siempre consideró al peronismo un aluvión zoológico. Javier Milei es la nueva expresión vernácula del neoliberalismo, del pensamiento de Hayek, Mises y compañía que sirvió, según la autora, de sustento ideológico a las dictaduras de Videla y Pinochet. Javier Milei es la nueva expresión de ese odio de clase que siempre afloró cuando la otra Argentina, la Argentina inorgánica (José Luis Romero), tuvo la osadía de desafiar su poder.

En la nota de Seoane se lee lo siguiente:

“En el vasto teatro de la política ¿basta que un argentino odie a otro para que toda la patria se desbarranque en ese odio? Y ahí lo escuchamos, en la retahíla de ira con destinatarios precisos, con un lenguaje a escupitajos violentos, a un tal Javier Milei, con su melena alocada en sets de tevé o en hoteles de lujo frente a millonarios sedientos por ver cómo se logra que el Estado que cobra impuestos para sostener un país integrado, se quiebre. Dispuestos a escuchar teorías siempre adornadas por la verba de Milei que con una verborragia de improbable constatación teórica alude a los padres del neoliberalismo, el austríaco Friedrich von Hayek, el norteamericano Milton Friedman y su patético sudaca Alfredo Martínez de Hoz: troupe abominable porque la historia junta cadáveres debajo de la aplicación de sus recetas económicas. Lo saben los chilenos de 1973. Lo saben los argentinos de 1976.

Pero si hay que dinamitar la memoria sobre esas tragedias, ¿por qué no ir más atrás? Entonces, el candidato Milei avanza hacia atrás, hasta el deseo de legalizar tal vez su propia historia, donde los argentinos toleren, como una novedad de videoclip, la idea de que el liberalismo no prohíbe siquiera la venta legal de órganos. En verdad para llegar a dinamitar las estructuras económicas y sociales que montó la burguesía en ascenso en la Revolución Francesa con “libertad, igualdad y fraternidad”, el epígono del neoliberalismo argentino sueña con refundar el mundo convirtiéndolo en ruinas. Hitler lo intentó sobre montañas de muertos. ¿Acaso para transformar a los obreros en explotados sin derechos no es indispensable deshumanizarlos, animalizarlos o matar al dios Estado, fuente de los derechos humanos, económicos y sociales desde 1789 en adelante?

El mecanismo de producción de un individuo de esta naturaleza (Milei), expresa el rencor, la hostilidad, el resentimiento, un deseo de aniquilación del otro, oscuro e incurable a lo largo del tiempo (…). Parida por el conflicto político entre unitarios y federales, la novela “La Cautiva” de Esteban Echeverría es fundamental para entender el odio social contra el indio de la élite blanca y terrateniente más tarde en la Campaña del Desierto. El latifundio-base de la concentración agraria nacional-no hubiera sido posible sin esa matanza. Los caudillos como Facundo Quiroga fueron un nuevo objeto del odio. “Civilización y barbarie” (el “Facundo” de Sarmiento) hacia mediados del siglo XIX fue leída, sostiene Pilia, durante generaciones “como un texto histórico y no como literatura”. Y da una clave “porque ese odio contra Rosas no cesó después de Caseros o dictada la constitución de 1853 quizá porque Rosas era simplemente la personificación de algo aborrecible que perduró más allá de sus mandatos e incluso de su muerte”. Lo que no se extinguió con Rosas fue “la chusma, el gauchaje, los indios, a los que su gobierno favoreció y que entraban en conflicto con una Argentina blanca, europea y civilizada”. Y en los años 20, le tocó el desprecio a los inmigrantes que portaban ideologías anarquistas y comunistas. En los años `40 del siglo XX le tocó el turno al desprecio a la chusma peronista.

En el odio del lenguaje político siempre anida el deseo de la rapiña económica (…) El fin de la dictadura militar, el comienzo de la democracia amenazada y endeudada en tiempos de Raúl Alfonsín hace 40 años no modificó las matrices económicas que sostuvieron la vigencia del lenguaje del odio contra los trabajadores y la participación del Estado para regular la apropiación de la riqueza por parte de la oligarquía agraria. Durante el menemato… se privatizaba la estructura del estado nacional (…). La ilusión que hoy vende Milei con la dolarización estalló por los aires durante el gobierno de la Alianza en 2001 (…) La llegada de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003 retomó la heráldica del peronismo en su versión de independencia económica, justicia social y soberanía política (…) El advenimiento del gobierno de Mauricio Macri de Cambiemos en 2015, versión original de JxC 2019, el regreso de una deuda externa criminal y del gobierno off shore del FMI, ¿no es acaso la base material sobre la que se asienta el nuevo lenguaje del odio político contra las políticas regulatorias del Estado nacional a partir de entonces, alimentada por la gula de varias corporaciones financieras…que exigen conculcar los derechos económicos y sociales de los argentinos para que esa deuda no la paguen los más ricos? (…) Y se trata de reinventar entonces un epígono de la libertad absoluta del mercado, un pirómano del Banco Central. Un Guasón de los medios de comunicación donde la violencia discursiva es como la bala que disparó el personaje de la película The Joker contra el presentador del programa que lo entrevistaba. O como la bala que no salió en el atentado contra CFK el primero de septiembre de 2022”.

Seoane define la historia argentina como una lucha a muerte entre dos sectores antagónicos que no se soportan. Seoane tiene razón. José Luis Romero, en su libro sobre la historia de las ideas políticas en Argentina, considera que desde siempre, es decir a partir de la revolución de 1810, la Argentina doctrinaria y la Argentina de masas no tuvieron más remedio que “convivir” en un mismo territorio. El problema es que a partir de ese certero diagnóstico Seoane impone un crudo maniqueísmo político: la Argentina orgánica (Sarmiento, Avellaneda, Roca y compañía) es el mal y la Argentina de masas (Rosas, Facundo, Perón y compañía) es el bien. La Argentina orgánica jamás tuvo piedad con la Argentina de masas. A lo largo de la historia se valió de toda herramienta (incluida la más abyecta, como la desaparición forzada de personas) para sojuzgar a la Argentina de masas.

Nadie duda que la Argentina orgánica se valió del discurso del odio para aniquilar a la Argentina de masas. Lo que Seoane no tiene en cuenta es que también la Argentina de masas se valió del discurso del odio (y de otras herramientas repugnantes, como los crímenes de la AAA) para someter a la Argentina orgánica. El discurso del odio también fue propiedad de la Argentina que defiende Seoane. También la violencia, la persecución y el autoritarismo. Los ejemplos brotan como hongos. Basta el siguiente ejemplo, probablemente uno de los más relevantes.1955 fue uno de los años más violentos de la Argentina contemporánea. El antagonismo entre el peronismo y el antiperonismo había llegado a su clímax. El 11 de junio aviones de guerra de la marina bombardearon la Plaza de Mayo ocasionado una masacre. Luego de unos días de tensa calma Perón habló al país desde el histórico balcón de la Rosada, Fue el 31 de agosto. Se trató de uno de los discursos más violentos jamás pronunciados por presidente alguno. Emergió en toda su magnitud el odio que Perón sentía por los antiperonistas.

Esto fue lo que dijo el “primer trabajador”:

“Compañeras y compañeros: He querido llegar hasta este balcón, ya para nosotros tan memorable, para dirigirles la palabra en un momento de la vida pública y de mi vida, tan trascendental y tan importante, porque quiero de viva voz llegar al corazón de cada uno de los argentinos que me escuchan. Nosotros representamos un movimiento nacional cuyos objetivos son bien claros y cuyas acciones son bien determinadas, y nadie, honestamente, podrá afirmar con fundamento que tenemos intenciones o designios inconfesables. Hace poco tiempo esta plaza de Mayo ha sido testigo de una infamia más de los enemigos del pueblo. Doscientos inocentes han pagado con su vida la situación de esa infamia. Todavía nuestra inmensa paciencia y nuestra extraordinaria tolerancia, hicieron que no solamente silenciáramos tan tremenda afrenta al pueblo y a la nacionalidad, sino que nos mordiéramos y tomáramos una actitud pacífica y tranquila frente a esa infamia. Esos doscientos cadáveres destrozados fueron un holocausto más que el pueblo ofreció a la patria. Pero esperábamos ser comprendidos, aun por los traidores, ofreciendo nuestro perdón a esa traición. Pero se ha visto que hay gente que ni aún reconoce los gestos y la grandeza de los demás. Después de producidos esos hechos hemos ofrecido a los propios victimarios nuestra mano y nuestra paz. Hemos ofrecido una posibilidad de que esos hombres se reconcilien con su propia conciencia. ¿Cuál ha sido su respuesta? Hemos vivido dos meses en una tregua que ellos han roto con actos violentos, aunque esporádicos e inoperantes. Pero ello demuestra su voluntad criminal. Han contestado los dirigentes políticos con discursos tan superficiales como insolentes. Los instigadores, con su hipocresía de siempre, sus rumores y sus panfletos. Y los ejecutores, tiroteando a los pobres vigilantes en las calles. La contestación para nosotros es bien clara: no quieren la pacificación que le hemos ofrecido.

De esto surge una conclusión bien clara: quedan solamente dos caminos: para el gobierno, una represión ajustada a los procedimientos subversivos, y para el pueblo, una acción y una lucha que condigan con la violencia a que quieren llevarlo. Por eso, yo contesto a esta presencia popular con las mismas palabras del 45: a la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya, establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino. Esta conducta que ha de seguir todo peronista no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra los que conspiren o inciten. Hemos de restablecer la tranquilidad, entre el gobierno, sus instituciones y el pueblo por la acción del gobierno, de las instituciones y del pueblo mismo. La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos! Compañeras y compañeros: hemos dado suficientes pruebas de nuestra prudencia. Daremos ahora suficientes pruebas de nuestra energía. Que cada uno sepa que donde esté un peronista estará una trinchera que defienda los derechos de un pueblo. Y que sepan, también, que hemos de defender los derechos y las conquistas del pueblo argentino, aunque tengamos que terminar con todos ellos.

Compañeros: quiero terminar estas palabras recordando a todos ustedes y a todo el pueblo argentino que el dilema es bien claro: o luchamos y vencemos para consolidar las conquistas alcanzadas, o la oligarquía las va a destrozar al final. Ellos buscarán diversos pretextos. Habrá razones de libertad de justicia, de religión, o de cualquier otra cosa, que ellos pondrán como escudo para alcanzar los objetivos que persiguen. Pero una sola cosa es lo que ellos buscan: retroceder la situación a 1943. Para que ello no suceda estaremos todos nosotros para oponer a la infamia, a la insidia y a la traición de sus voluntades nuestros pechos y nuestras voluntades. Hemos ofrecido la paz. No la han querido. Ahora, hemos de ofrecerles la lucha, y ellos saben que cuando nosotros nos decidimos a luchar, luchamos hasta el final. Que cada uno de ustedes recuerde que ahora la palabra es la lucha, se la vamos a hacer en todas partes y en todo lugar. Y también que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que no los hayamos aniquilado y aplastado. Y ahora, compañeros, he de decir, por fin, que ya he de retirar la nota que he pasado, pero he de poner al pueblo una condición: que así como antes no me cansé de reclamar prudencia y de aconsejar calma y tranquilidad, ahora les digo que cada uno se prepare de la mejor manera para luchar. Tenemos para esa lucha el arma más poderosa, que es la razón; y tenemos también para consolidar esa arma poderosa, la ley en nuestras manos. Hemos de imponer calma a cualquier precio, y para eso es que necesito la colaboración del pueblo. Lo ha dicho esta misma tarde el compañero De Pietro: nuestra nación necesita paz y tranquilidad para el trabajo, porque la economía de la Nación y el trabajo argentino imponen la necesidad de la paz y de la tranquilidad. Y eso lo hemos de conseguir persuadiendo, y si no, a palos.

Compañeros: Nuestra patria, para ser lo que es, ha debido ser sometida muchas veces a un sacrificio. Nosotros, por su grandeza, hemos de imponernos en cualquier acción, y hemos de imponernos cualquier sacrificio para lograrlo. Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden. Si no lo hacen, ¡pobres de ellos! Pueblo y gobierno, hemos de tomar las medidas necesarias para reprimir con la mayor energía todo intento de alteración del orden. Pero yo pido al pueblo que sea él también un custodio. Si cree que lo puede hacer, que tome las medidas más violentas contra los alteradores del orden. Este es el último llamamiento y la última advertencia que hacemos a los enemigos del pueblo. Después de hoy, han de venir acciones y no palabras. Compañeros: para terminar quiero recordar a cada uno de ustedes que hoy comienza para todos nosotros una nueva vigilia en armas. Cada uno de nosotros debe considerar que la causa del pueblo está sobre nuestros hombros, y ofrecer todos los días, en todos los actos, la decisión necesaria para salvar esa causa del pueblo”.

* Fuente: Diario La Prensa, 1 de septiembre de 1955. En Liliana Garulli, Liliana Caraballo, Noemí Charlier, Mercedes Cafiero, Nomeolvides; Memoria de la Resistencia Peronista (1955-1972). Buenos Aires, Editorial Biblos, 2000.

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