Por Hernán Andrés Kruse.-

Pertenezco a la clase 1956. En 60 años de existencia fui testigo, como todos aquellos que formamos parte de esa clase, del drama de la Argentina contemporánea. Si hago un racconto de todo lo que sucedió en el país entre 1970 y 2016, surgirá el porqué somos, los de la clase 1956, una generación perdida desde el punto de vista político.

Hablo en primera persona del singular para dejar bien en claro que este testimonio es fruto exclusivo de mi experiencia personal. No hablo en nombre de nadie ni en representación de ninguna fuerza política. En 1970 estaba en primer año del colegio secundario. Estaba entrando en la adolescencia. El 29 de ese año la cúpula de montoneros secuestra al general Pedro Eugenio Aramburu. Aún recuerdo la conmoción que produjo la noticia. Días más tarde nos anoticiamos de que lo habían ejecutado. El régimen militar comenzaba a desmoronarse. Onganía fue reemplazado por Levingston, quien a los pocos meses fue reemplazado por Lanusse. Otro hecho que me impactó fue el retorno momentáneo de Perón que quedó registrado para siempre gracias a la foto que se le tomó cuando era protegido de la lluvia por el paraguas de José Ignacio Rucci al descender del avión. Era 1972 y fue entonces cuando comencé a interesarme por la política. Fue en aquel año cuando comencé a leer La Nación y La Prensa. Recuerdo que a fines de aquel año reinaban en el sector antiperonista de la sociedad la incertidumbre y el temor. La mera mención de un eventual retorno de Perón al país provocaba escalofríos. En la “otra Argentina” reinaban la algarabía y le esperanza. El retorno del “viejo” había dejado de ser un sueño inalcanzable.

1973 fue uno de los años más intensos de la Argentina contemporánea. Estaba en cuarto año del secundario. Recuerdo como si fuera hoy la asunción de Héctor J. Cámpora. La Plaza de Mayo estaba atestada de jóvenes peronistas que enarbolaban banderas de la izquierda peronista. Creí en aquel entonces que los montoneros se habían adueñado del país. El 20 de junio Perón intentó aterrizar en los bosques de Ezeiza. La feroz balacera desatada entre la derecha y la izquierda del peronismo se lo impidieron. Fue uno de los hechos más dramáticos de la Argentina contemporánea. Años después, en la facultad de Ciencia Política de Rosario un compañero que cursaba conmigo me contó lo que había visto en esos bosques. Otro hecho que aún recuerdo fue el asesinato de José Ignacio Rucci el 25 de septiembre de ese año. Quedé profundamente impactado por esa noticia. En ese entonces los miembros de la clase 1956 teníamos entre 16 y 17 años y la política nos ofrecía un escenario bélico. Era lógico que maduráramos rápido. De 1974 recuerdo dos hechos tremendos desde el punto de vista institucional: la muerte de Perón y el discurso de Balbín en el velatorio. En ese entonces era muy gorila y me enojé mucho con Balbín. Tenía 17 años. Hoy, cerca de cumplir 60, valoro el gesto del “Chino” ya que fue el único que trató de poner algo de racionalidad en un ambiente irracional.

En 1975 ingresé a la facultad de Medicina de Rosario. Al año siguiente me mudé a la de Ciencia Política. Del año 1975 recuerdo una facultad de Medicina total y absolutamente politizada. Hubo un hecho que conmocionó a la opinión pública de Rosario: el secuestro y posterior asesinato del abogado de presos políticos Rodríguez Araya, miembro de una conocida familia de nuestra ciudad. Recuerdo que ese ajusticiamiento ocasionó una convulsión política feroz. También recuerdo el “rodrigazo” y la célebre frase del sindicalista Casildo Herreras “yo me borré”. Dejé para el final de esa etapa y de manera intencional a uno de los personajes más siniestros de la Argentina contemporánea: José López Rega, el “brujo”. Su figura me provocaba escalofríos. En ese entonces no comprendía cómo podía ser el “Rasputín” de Perón. Años después, luego de varias lecturas, lo comprendí perfectamente.

Una etapa que jamás olvidaré fue el caótico final del isabelismo que desembocó en el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Recuerdo perfectamente el miedo que reinaba en aquel entonces. El gobierno nacional había dado la orden de aniquilar a la subversión. Todos los días los diarios publicaban la aparición de cadáveres acribillados a balazos. El clima que se vivía era realmente tremendo. Durante el segundo semestre de 1975 comenzó a hablarse del vacío de poder reinante, de la incapacidad de la presidente de ejercer el poder, del peligro que significaba la subversión, de la imperiosa necesidad de poner orden. Cuando me anoticié del derrocamiento de “Isabel” sentí alivio. En aquella época la inmensa mayoría de la población sintió exactamente eso: alivio. Nunca imaginé lo que sucedería después. Creo que el grueso de los argentinos tampoco. En 1976 hubo un hecho dramático que sucedió en pleno centro de Rosario que me impactó profundamente. En julio la policía ultimó a balazos a un miembro de montoneros que había jugado al rugby hasta hace muy poco en el club Old Resian. Yo jugué en ese club y lo llegué a conocer. Fui compañero de equipo de su hermano menor. Fue entonces cuando nos enteramos de que la mano venía realmente muy pesada. Al año siguiente un grupo paramilitar tomó por asalto un aula de la facultad de Ciencia Política y secuestró a tres estudiantes. Yo estaba cursando una materia en el aula contigua. Fue algo sencillamente dantesco. 1978 fue inolvidable para mí y para todo el pueblo argentino. La selección de Menotti se coronó campeona del mundo y todos salimos a festejar en las calles. Durante el mes de junio nos olvidamos de todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Hoy sigo convencido de que se trató de un genuino festejo popular que fue utilizado por la dictadura militar para legitimarse ante el mundo. Otro hecho dramático e inolvidable fue la reconquista militar de las islas Malvinas. Jamás olvidaré el festejo de la gente en las calles. Todo era euforia y algarabía. La Plaza de Mayo se cubrió de manifestantes que vivaban por las islas. En junio las tropas argentinas se rindieron. Nada pudieron hacer ante el poderío militar inglés. La frustración que se apoderó de todos fue enorme, gigantesca.

La dictadura militar se vio obligada a negociar con los partidos políticos el retorno a la democracia. 1983 fue otro año extraordinario de la Argentina contemporánea. La militancia juvenil se expresó en marchas, conferencias, discusiones, y afiliaciones a los partidos políticos de aquella época, destacándose el radicalismo, el peronismo, la Ucedé y el Partido Intransigente. En aquel entonces los medios de comunicación no tenían el poder de fuego actual. La política se dirimía más en la calle que en los sets televisivos. Los actos de cierre de campaña del radicalismo y el peronismo fueron únicos y creo que jamás se repetirán. Ambos tuvieron lugar en la 9 de Julio. Alfonsín reunió un millón de personas. Fue el acto radical más grandioso de su historia. Jamás olvidaré el discurso de Alfonsín. Creí que nacía una nueva Argentina. El 30 de octubre de 1983 fue para mí el día más importante de mi vida, políticamente hablando. Ello fue así por dos razones: a) votaba por primera vez pese a tener en ese momento 27 años; b) Alfonsín venció a Luder. Nunca olvidaré los festejos de mi familia esa noche y la de muchos conductores que exteriorizaban su festejo haciendo sonar las bocinas de sus autos. Estaba muy ilusionado y confiaba en Alfonsín, a pesar de no haberlo votado. Viví intensamente sus cinco años y medio en la Casa Rosada. Fue una presidencia muy difícil y traumática que terminó de la peor manera. En este sentido confieso que el primer semestre de 1989 será imborrable para mí. En enero un comando erpiano tomó a sangre y fuego el regimiento militar de La Tablada. Fue un acto delirante y cruel. El ejército se hizo cargo de la situación tras dos días de combates encarnizados. Un horror. Mientras tanto, la inflación se tornó incontrolable y en mayo hubo saqueos. Consciente de su impotencia para revertir la situación Alfonsín le entregó anticipadamente la banda presidencial a su sucesor Carlos Saúl Menem.

Sentí una gran tristeza el día de asunción del riojano. También un gran estupor al ver a María Julia Alsogaray al lado del flamante presidente. En ese entonces militaba en la Ucedé y consideré ese acercamiento una traición a todos los votantes de la fórmula presidencial Alsogaray-Natale. Hoy sigo pensando exactamente lo mismo. Alsogaray y su hija no solo traicionaron a sus seguidores sino que lo hicieron también con el liberalismo como filosofía de vida. Jamás logré olvidar y justificar esa alianza turbia e hipócrita entre la Ucedé y el menemismo. Del menemismo lo que más impacto provocó en mi espíritu fueron obviamente los atentados a la embajada de Israel y la AMIA, el “accidente” del hijo presidencial, la voladura de Río Tercero y el crimen de José Luis Cabezas. Tampoco olvidaré cuando Clarín publicó en su tapa, justo el día de la elección presidencial de 1995, que había en el país más de dos millones de desocupados. Sin embargo, el riojano celebró esa noche la reelección en el set televisivo junto a Bernardo Neustadt, su ministro de cultura y propaganda en las sombras.

Menem terminó su segunda presidencia de la peor manera: su imagen negativa era altísima, había recesión económica y un alto nivel de desocupación, y el déficit fiscal era tremendo. En octubre de 1999 De la Rúa y Álvarez le ganaron a la fórmula Eduardo Duhalde-Palito Ortega. El triunfo fue claro y contundente. Sentí un gran alivio cuando los datos confirmaron el triunfo de la Alianza. Estaba harto del menemismo y festejé con mesura la derrota de Duhalde. Si bien no tenía las mismas ilusiones que en 1983, confiaba en el nuevo gobierno, fundamentalmente en el vicepresidente Álvarez. Mi ilusión se hizo trizas al año siguiente cuando Álvarez anunció por televisión su renuncia al cargo. Sentí un fuerte cimbronazo ya que temí lo peor. Muchos lo criticaron y muchos lo aplaudieron, pero lo cierto es que su renuncia fue para la Alianza un golpe demoledor. Otro hecho impactante fue el retorno al poder de Domingo Felipe Cavallo. No podía creer que la sociedad lo tuviera que soportar nuevamente como ministro de Economía. El segundo semestre de 2001 fue inolvidable como lo había sido el primer semestre de 1989. Todo comenzó con la decisión de Cavallo de descontar el 13% a los sueldos de los empleados estatales y las jubilaciones y pensiones. En octubre la Alianza perdió las elecciones de medio término. Fue el principio del fin. A fines de noviembre el ministro de Economía anunció el “corralito” y todo se desmoronó como un castillo de naipes. Jamás olvidaré lo que pasó en el país entre el 19 de diciembre de 2001 y el 1 de enero de 2002, cuando asume Duhalde como presidente de la nación. Hubo saqueos, cacerolazos y, lamentablemente, muertos. La salida de De la Rúa de la Rosada fue sencillamente dantesca. A partir de ese momento y hasta la asunción de Duhalde tuvimos cinco presidentes. ¡Cinco presidentes! Una verdadera locura. 2002 fue un año extremadamente complicado. El pueblo había dejado de creer en su dirigencia política, la pobreza era pavorosa y la anomia se había apoderado de la sociedad argentina. Creo que Duhalde hizo lo que pudo. Su única satisfacción como presidente fue evitar el retorno de Menem al poder, lo que le abrió las puertas del paraíso a una fuerza política que ejercería el poder durante los próximos doce años y medio: el kirchnerismo.

Lo del kirchnerismo es historia reciente. De Néstor Kirchner rescato su increíble capacidad de construcción política y su férrea voluntad. En este sentido jamás olvidaré cuando desde la televisión presionó para forzar la renuncia del por entonces presidente de la Corte, Julio Nazareno. De Cristina Kirchner rescato su fenomenal fortaleza para soportar los duros embates del establishment que se tradujeron en cacerolazos, insultos a granel y operaciones políticas mediáticas de todo nivel y calibre. De sus ocho intensos años a cargo del Poder Ejecutivo rescato la inédita despedida que tuvo el 9 de diciembre pasado. Fue algo sencillamente apoteótico. Lamentablemente, una economía endeble condujo al kirchnerismo a la derrota en la segunda vuelta. En este sentido cabe admitir que la devaluación de principios de 2014 fue el principio del fin para el segundo gobierno de Cristina. Debo reconocer que la derrota de Scioli, total y absolutamente predecible, fue un duro golpe para mí. Con Macri en la Rosada el pueblo otorgó un nuevo voto de confianza a la política. Lamentablemente, el gobierno nacional marcha a los tumbos. Ojalá logre enderezar el rumbo lo antes posible porque si lo logra el gran beneficiario será el pueblo.

Quienes este año cumplimos 60 años hemos visto todo esto y muchísimo más que por razones de espacio fue imposible dejarlo por escrito. Hemos visto demasiada muerte, demasiado dolor. Mucha fue la sangre derramada. De 1970 a la actualidad hemos tenido golpes de Estado, asesinatos, ataques con bombas, secuestros, desaparición de personas, centros clandestinos de detención, atentados terroristas internacionales, hiperinflación, hiperdesocupación, ajustes, tarifazos, protestas y más protestas. Políticamente hablando quienes nacimos en 1956 somos, qué duda cabe, una generación perdida.

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