Por Jorge Raventos.-

La casi plena y notoria unanimidad política alcanzada por el repudio al reciente fallo de la Corte Suprema -una concordancia que abarcó desde el Pro de Mauricio Macri a los fieles de la señora de Kirchner, pasando por radicales, peronistas, socialdemócratas y trotskistas- antes que evidenciar una vertiginosa y casi mágica clausura de la renombrada brecha, pone en claro que, si en el terreno militar -y apelando a todos los instrumentos de la guerra antiterrorista, incluyendo los màs brutales- la contrainsurgencia de los años 70 pudo vencer a las organizaciones armadas que se alzaron contra el Estado (y decidieron pasar a la clandestinidad durante el gobierno democrático de Juan Perón), esa victoria jamás pudo coronarse en el campo cultural.

En ese terreno, navegando bajo la bandera globalista de los derechos humanos, el bloque derrotado terminó tomándose la revancha en una medida tan contundente que ha conseguido hegemonizar la reivindicación y subordinar sucesivas capas periféricas que incluyen a amplios sectores independientes y hasta a explícitos adversarios, como se ha constatado en los últimos días.

El error de Bonafini

La señora Hebe de Bonafini, que se abstuvo, casi en soledad, de participar en la multitudinaria marcha del miércoles 10 de mayo, argumentó para explicar su actitud que en esa manifestación olfateaba “la teoría de los dos demonios”, esa interpretación sobre los años de plomo que remarca que no sólo hubo crímenes de la dictadura, sino también violencia asesina de la guerrilla.

Hay que precisar que la señora de Bonafini se equivocó. La verdad es que tanto la demostración del jueves 10 como la atmósfera generada por el fallo de la Corte (adoptado en una relación 3 a 2, con el Presidente del cuerpo en la minoría) apuntaron a un solo demonio. Más allá de algunos esfuerzos por rendir homenaje al equilibrio, el discurso claramente dominante dejó de lado al bando insurgente de los años ’70 y se concentró en el castigo a la contrainsurgencia. La dialéctica del conflicto se quedó sin uno de sus polos.

Por lo demás, si los represores de aquellos años se proponían “aniquilar” al terrorismo que desafiaba al Estado, la prédica de estos días sugiere la misma medicina a la inversa. A aquellos demonizados como encarnación exclusiva del Mal se los excluye preventivamente de la humanidad. Se propone no reconocerles derecho alguno y retacearles los que tuvieran.

La discusión sobre el fallo de la Corte -que pocos leyeron, incluyendo a varios de los que opinan por TV- tiene poco que ver, en rigor, con la ley del 2 por 1 o con sofisticaciones jurídicas. Más bien remite a una opinión pública cambiante, que un tiempo simpatizó con la guerrilla, más tarde respiró aliviada cuando los militares tomaron el poder en marzo del 76, unos años después aplaudió los juicios de Alfonsín contra los militares y tuvo esperanzas en la propuesta de pacificación que el líder radical intentó con su idea de las tres responsabilidades (las de los que dieron las órdenes de la represión, las de quienes se excedieron, y las de la mayoría que cumplió profesionalmente las órdenes superiores). Y que hoy, a juzgar por lo que ha ocurrido estos días, parece haber dejado atrás aquellas ilusiones: el clima dominante en relación con el fallo parece más próximo a las ideas de kirchneristas como Horacio Verbitsky que a aquellas aspiraciones de Raúl Alfonsín.

Un hombre que formó parte de aquel alfonsinismo y antes había sido durante un período detenido-desaparecido, el ex senador Ricardo Lafferriere, comentó al respecto: “Entristece un poco ver la confusión de algunos que -en todo su derecho, por supuesto- “condenan” el fallo. Tal vez sea confusión entre justicia y venganza, tal vez teman ser confundidos porque haya sido también confuso su papel cuando había que luchar en serio por los derechos humanos y miraban para otro lado. Tal vez estén realmente confundidos. O tal vez, simplemente, les falte la valentía democrática y republicana que mostró la Corte en este fallo”.

Mitrismo y caníbales

Triste o no, esa es la realidad que parece lejana de los sueños de reconciliación. A la luz de los hechos, las especulaciones de la política corta (¿El pronunciamiento fue inducido por el gobierno?¿Favorece a Lorenzetti, que votó en contra? ¿Hay una interna en la Corte?¿Quieren desplazar a los que aprobaron este fallo?) resultan minucias.

Más bien habría que pensar cómo se pacifica una sociedad donde muchos, muchísimos de sus miembros, invocando los derechos humanos, parecen dispuestos a castigar a los caníbales comiéndoselos.

¿Habrá que aplicar el lema de Bartolomé Mitre: “Cuando todo el mundo se equivoca todo el mundo tiene razón”?

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