Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del sábado 7 de mayo, Infobae publicó unas reflexiones de la diputada nacional y fundadora de Cambiemos, Elisa Carrió. Como siempre sucede cada vez que hace uso de la palabra la “Pitonisa del Apocalipsis” (Ricardo Forster), no quedó títere con cabeza. En esta oportunidad acusó al sindicalismo y la oposición de pretender desestabilizar al presidente Macri para garantizar la impunidad. El legendario principio “cuanto peor, mejor” orienta el accionar de las fuerzas opositores, cuyos máximos referentes especulan con un derrumbe de Cambiemos para no terminar presos, expresó con vehemencia la chaqueña.

No es la primera vez-tampoco será la última-que un importante representante de la clase política enarbola la bandera de la desestabilización para acusar a la oposición en un momento delicado para el oficialismo. Se trata de una táctica riesgosa porque la democracia argentina aún está en pañales y todavía no ha acumulado los anticuerpos necesarios para no verse afectada por el virus de la desestabilización. Si bien nadie duda que hoy por hoy el clásico golpe de Estado militar es una reliquia, en las últimas décadas surgieron nuevas formas de golpear a un presidente elegido democráticamente que resulta molesto para el orden estatuido. Como no podía ser de otro modo, fue un teórico político norteamericano, Gene Sharp, el que elaboró, con el auspicio de la CIA, la doctrina del golpe blando. Según Sharp, la estrategia del “golpe suave” puede llevarse a cabo por etapas jerarquizadas o de manera simultánea. El autor distingue las siguientes etapas:

Primera etapa: ablandamiento (empleando la guerra de IV generación). Desarrollo de matrices de opinión centradas en déficit reales o potenciales. Cabalgamiento de los conflictos y promoción del descontento. Promoción de factores de malestar, entre los que destacan: desabastecimiento, criminalidad, inseguridad, manipulación del dólar, paro patronal (lockout) y otros. Denuncias de corrupción, promoción de intrigas sectarias y fractura de la unidad”.

Segunda etapa: deslegitimación. Manipulación de los prejuicios anti-comunistas o anti-populistas. Impulso de campañas publicitarias en defensa de la libertad de prensa, derechos humanos y libertades públicas. Acusaciones de totalitarismo y pensamiento único. Fractura ético-política”.

“Tercera etapa: calentamiento de la calle. Fomento de la movilización de la calle. Elaboración de una plataforma de lucha que globalice las demandas políticas y sociales. Generalización de todo tipo de protestas, exponenciando fallas y errores gubernamentales. Organización de manifestaciones, trancas y tomas de instituciones públicas (no respeto a las instituciones) que radicalicen la confrontación”.

Cuarta etapa: combinación de diversas formas de lucha. Organización de marchas y tomas de instituciones emblemáticas, con el objeto de coparlas y convertirlas en plataforma publicitaria. Desarrollo de operaciones de guerra psicológica y acciones armadas para justificar medidas represivas y crear un clima de ingobernabilidad. Impulso de campaña de rumores entre fuerzas militares y tratar de desmoralizar los organismos de seguridad”.

Quinta etapa: Fractura institucional. Sobre la base de las acciones callejeras, tomas de instituciones y pronunciamientos militares, se obliga la renuncia del presidente. En caso de fracaso, se mantiene la presión de la calle y se migra hacia la resistencia armada. Preparación del terreno para una intervención militar o el desarrollo de una guerra civil prolongada. Promoción del aislamiento internacional y el cerco económico” (fuente: Google).

Durante los ocho años de Cristina en la Casa Rosada algunos puntos de esta doctrina se llevaron a la práctica. La resolución 125 fue el pretexto que tuvo el orden conservador para descerrajar sobre la presidente su artillería pesada con el evidente propósito de forzar su renuncia. No habían pasado cuarenta y ocho horas de la decisión del gobierno de gravar las retenciones al maíz, al girasol y otros productos del campo, que la corporación agropecuaria lanzó un plan de lucha que asombró por su dureza. Hubo cortes de ruta inéditos en nuestra historia, cacerolazos con una violencia verbal inaudita, actitudes y mensajes de los máximos dirigentes del agro que rozaban el golpe de Estado. El lockout patronal fue de tal magnitud que muchos nos preguntábamos si Cristina lograría sobrevivir políticamente. Fue entonces cuando comenzó la tan famosa “brecha” o “grieta”. La corporación agroexportadora hizo flamear banderas argentinas en sus marchas y pretendieron hacer coincidir la defensa de sus mezquinos intereses con los intereses de la Patria. Los grandes medios de comunicación hicieron causa común con “el campo”. Los periodistas a su servicio instalaron la idea de un conflicto entre la República, “el campo”, obviamente, y el “populismo gubernamental”. Cristina pasó a la categoría de “enemiga de la Patria” y los dirigentes campestres fueron considerados reencarnaciones de Belgrano y San Martín. Las multitudinarias manifestaciones a favor del “campo” fueron consideradas por los grandes medios genuinas expresiones de la democracia, mientras que las manifestaciones a favor de Cristina, también multitudinarias, eran tildadas de “aluviones zoológicos”. El conflicto se transformó en un duelo entre la “civilización” y la “barbarie”, entre la “democracia liberal” y el “populismo chavista”. El voto no positivo del traidor mendocino fue el golpe que el orden conservador le dio a la presidente para obligarla a renunciar. Afortunadamente para la democracia la presidente no sólo siguió en funciones sino que redobló la apuesta, poniendo en evidencia su increíble capacidad política.

A fines de 2009, el Parlamento aprobó por una inmensa mayoría la Ley de Medios, norma que propiciaba nada más y nada menos que la democratización de la palabra. El multimedios Clarín lo consideró un acto de guerra y actuó en consecuencia. Pese a la buena relación que hubo entre el multimedios y el kirchnerismo durante la presidencia de Kirchner, el alineamiento de Clarín con “el campo” dio origen a un conflicto que estuvo en el centro de la escena política durante las dos presidencias de Cristina. El multimedios utilizó la clásica táctica de la victimización para pasar al ataque. “El gobierno de Cristina”, comenzaron a vociferar sus mastines periodísticos, “persigue el fin del periodismo independiente”. También colegas del calibre de La Nación y Perfil comenzaron a repetir a coro esa falacia. Corporaciones mediáticas extranjeras como la SIP también hicieron causa común con Clarín. Cristina pasó a ser la “maldad” en persona, una autócrata que pretende adueñarse de todos los medios de comunicación para imponer en el país un régimen similar al chavismo. A diferencia de los sesenta y setenta, donde el establishment hacía flamear la bandera del miedo al comunismo, ahora hacía flamear la bandera del miedo al chavismo. En su cruzada contra el gobierno de Cristina el multimedios Clarín contó con el apoyo invalorable del sector conservador de la Justicia, cuyo poder de fuego es considerable. Empleando la táctica de la cautelar permanente, logró impedir la puesta en práctica de una ley sancionada por el Congreso, es decir, por los representantes del pueblo. En este caso el golpe blando tuvo como protagonistas a medios de comunicación privados y varios jueces que no titubearon en torpedear una ley del pueblo para proteger los intereses de una poderosa corporación mediática. Todo, siempre hay que tenerlo en cuenta, en nombre de la libertad de expresión.

Las denuncias de corrupción figuran en la primera etapa del golpe suave o blando. Pues bien, durante las dos presidencias de Cristina las denuncias de corrupción se multiplicaron sin solución de continuidad. Ello no significa que no sea indispensable investigar los actos de corrupción del gobierno de turno hasta las últimas consecuencias, pero lo cierto es que la lluvia de denuncias que tuvo lugar durante las presidencias de Cristina tuvo como claro objetivo desestabilizarla. En este sentido, tuvieron un rol relevante Elisa Carrió, Laura Alonso, Graciela Ocaña, Margarita Stolbizer y Jorge Lanata. Pese a que la mayoría de sus denuncias cayeron en saco roto, tuvieron a su disposición las pantallas de televisión para lanzar sus venenosos dardos contra la presidente de la nación y varios de sus funcionarios más emblemáticos. El caso más notable fue la entrevista que le concedió Lanata a uno de los hermanos Lanatta, quien junto con su hermano y un tal Schillaci, fueron sentenciados a prisión perpetua por el triple crimen de General Rodríguez. En esa entrevista el asesino a sueldo acusó al por entonces candidato a gobernador por el FPV, Aníbal Fernández, de haber sido el autor ideológico del triple crimen. Curiosamente (o no tanto) esa entrevista salió a la luz a escasos meses de los comicios de 2015. ¿En qué quedó esa seria denuncia? Hasta ahora, en nada, al igual que las continuas denuncias de Elisa Carrió sobre la supuesta complicidad de Fernández con el narcotráfico. ¿Y el principio de presunción de inocencia? Bien, gracias.

Pese a todos los intentos por intentar forzar la renuncia presidencial, el orden conservador no logró su propósito. Cristina se mantuvo firme, soportó todos y cada uno de los feroces mandobles que le propinaron sus enemigos-muy poderosos, por cierto-y completó su segundo mandato presidencial como corresponde. Ahora, cuando se están por cumplir los primeros seis meses de Macri en la presidencia, Elisa Carrió salió a hablar de desestabilización y desestabilizadores. Puede suceder que la diputada maneje información confidencial que nosotros, los ciudadanos de a pie, no manejamos, pero da toda la impresión de que no hay en la Argentina, al menos por ahora, un clima destituyente. Si bien hubo algunas frases desafortunadas -“quiero que a Macri le vaya mal”, Forster- no parece que haya hoy en el país grupos con el ánimo de desestabilizar a Mauricio Macri. Hoy no se detecta (al menos esa es mi impresión) la puesta en marcha de algunos de los puntos señalados por el doctrinario estadounidense como fundamentales del golpe “blando” o “suave”. Sucede que, a diferencia con su antecesora, el actual presidente es un “niño mimado” del establishment, es uno de “los que mandan”. ¿Qué sentido tendría desestabilizar a un presidente que gobierna en beneficio de la oligarquía? En realidad, quien puede llegar a desestabilizar al gobierno de Cambiemos en el futuro sería el propio Macri, si continúa tomando medidas que perjudican al pueblo. Es de esperar, pues, que el presidente reflexione y se percate de que lo mejor que puede hacer de aquí en adelante es comenzar a gobernar en beneficio de los trabajadores, a tomar medidas que ataquen la inflación y el desempleo, a ejercer el poder democráticamente, escuchando y respetando a todos, fundamentalmente a los que menos tienen, las víctimas de siempre de los ajustes perpetuos.

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