Por José Luis Milia.-

En la primavera de 1930 Max Friedländer, probablemente el historiador de arte alemán más importante del siglo XX, presentó su libro “Echt und unecht” en el museo de arte de Berlin del cual era director. La presentación fue un fiasco, Max Friedländer era judío y para el esquema mental nazi, que un judío fuera director del Museo de Arte de Berlín era una ofensa que había que hacérsela pagar. Como aún no se habían hecho con el poder, algunas patotas nazis se encargaron de agredir, de palabra y de hecho, a aquellos que asistían a la presentación.

No pequemos, como muchos, por omisión; acallar mediante violencia las opiniones que no nos gustan es una acción que sigue viva en los hombres, al menos en aquellos que por sus circunvoluciones cerebrales siguen cercanos al Homo neanderthalensis, tanto como siguen vivas sus causas: la prepotencia, la ignorancia, el resentimiento y la incapacidad para discutir ideas creyendo que una cabeza rota o un vestido manchado con huevos podridos tienen más valor que la palabra.

Que en Salta haya sucedido lo mismo que sucedió con Friedländer, no es algo que asombre a nadie, al fin y al cabo el fascismo, en sus múltiples variantes vernáculas, sigue gozando de buena salud. No obstante, deberíamos salvar las distancias, una cosa era una patota de criminales nazis y otra un grupo de pobres “neofachos” ignaros incapaces de hilar una idea superficial; los primeros mataban, los segundos vociferan, tiran huevos y, por ahora, no matan.

Hagamos una aclaración antes que algún ignorante de opuesto signo me salte al cogote, no hay algaradas bolches; esta, sea cual sea su variante- llámese el escrache, la ingesta obligatoria de aceite de ricino o la patoteada lisa y llana contra todo el que piensa distinto- ha sido siempre una práctica fascista ya que para llevarla a cabo es menester contar con una policía y un gobierno complaciente o al menos temeroso de las represalias que contra ellos estas patotas puedan urdir. Este era el caso de esa tarde de primavera en el Berlín de 1932 y eso fue lo que sucedió en Salta. Esta agresión se llevó a cabo a escasos veinte metros de la comisaría 1ª y la nula actuación de la policía se debió a que en otro escrache llevado a cabo por los “neofachos” de Salta, tres policías que cumplieron con su deber fueron enviados a juicio- a pedido de los revoltosos- por el fiscal de DD.HH., fiscal que, en una muestra de objetividad judicial, desestimó las denuncias de quienes fueron agredidos.

Esta es la realidad, el escrache es algo meramente facho, que las “ideas” de quienes lo llevan adelante hoy no remitan a “giovinezza, giovinezza” o al siniestro “arbeit macht frei” no quiere decir que, más allá de sus ideas, su manera de actuar no sea la misma aunque no lleven camisas pardas o negras.

Pero, por sobre todas las cosas el escrache- sea negro o rojo- no es otra cosa que la reacción necesaria pero siempre en grupo, en patota, de los obtusos que, incapaces de debatir ideas, creen que al carecer de estas, romper algunas cabezas o simplemente molestar a aquellos que piensan diferentes servirá para algo.

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