Por Álvaro Vargas Llosa.-

A diferencia de lo sucedido hace cuatro años, cuando el kirchnerismo aplastó a la oposición con una mayoría absoluta de los votos en las elecciones de 2011, esta vez unos seis de cada 10 argentinos han votado por opciones claramente enfrentadas a la Presidenta y su descomunal aparato de poder. Cierto, entre los votantes del tercero, Sergio Massa, hay muchos peronistas, pero si algo define el perfil de este candidato es su condición de peronista antikirchnerista: en 2013, después de algunos años de distanciamiento claro con respecto al gobierno, derrotó al kirchnerismo como candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires.

El voto contra Kirchner, si somos estrictos, en realidad supera los seis de cada 10 que no fueron a parar a Daniel Scioli, el candidato oficialista que anoche obtenía la primera mayoría. Scioli es un hombre con talante moderado y una visión menos ideologizada que la de la Presidenta, razón por la cual ella y sus grupos afines más emblemáticos, como La Cámpora, lo miraron siempre con sospecha. Le tuvieron que entregar a Scioli la representación del oficialismo porque no había otro mejor, pero le pusieron toda clase de “cepos” políticos, incluyendo un candidato a Vicepresidente que es un peón de la Casa Rosada, para neutralizarlo.

Es probable que entre esos cuatro de cada 10 votantes que ayer respaldaron al gobernador saliente de la provincia de Buenos Aires haya un número significativo de peronistas que le dieron su voto por lealtad a su figura pero ven con mucho recelo a la mandataria.

La era kirchnerista parece llegar, ahora sí, a su fin. Scioli lograba un caudal de votos en condiciones que lo obligan, dada la crisis institucional, económica y de relaciones internacionales prevaleciente, a moverse hacia un espacio alejado del semi revolucionario en el que lo instalaron los Kirchner. Con todos los esfuerzos que pudiera hacer el kirchnerismo una vez que Scioli esté instalado en el gobierno para neutralizarlo (en caso de ganar en el balotaje), nada de ello equivaldrá al poder asfixiante que los Kirchner concentraron en todos estos años.

En un escenario de segunda vuelta, se tratará de un mensaje contundente de la sociedad argentina a quienes han abusado del poder en estos años. En este contexto, dependerá mucho de si los votantes de Sergio Massa prefieren ser leales al peronismo liderado por Scioli o se inclinan por favorecer al antikirchnerismo a pesar de ser muchos de ellos peronistas el que Mauricio Macri pueda lograr lo que busca con ahínco desde hace años: la transición hacia un modelo de democracia liberal y relaciones internacionales no demasiado distinto del que prevalece en los países de la Alianza del Pacífico.

En cualquiera de los casos, Cristina Kirchner ha empezado a encogerse políticamente a medida que otros actores ven su figura crecer y ocupar espacios que antes estaban prácticamente copados por al aparato de la Presidenta.

Para los argentinos que han comprobado que su economía dejaba de crecer, que sus mercados negros desplazaban a los oficiales, que se sucedían las humillaciones internacionales y que otros países de la propia región los superaban en muchas cosas, la jornada de ayer representa una forma de desquite. Cuán contundente es ese desquite es algo que sólo los resultados definitivos pueden decirnos.

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