Por Claudio Chaves.-

La Alianza fue un disparate de comienzo a fin. Desde aquel recital de cantores populares y progresistas que tomados de la mano engalanaron la noche de la asunción, pasando por un nutrido grupo de intelectuales que como Oscar Ozlak, Hilda Sábato, Fortunato Mallimacci, Mempo Giardinell, Adriana Puiggrós y Mario Cafiero, entre otros acompañaron la experiencia, hasta la muerte en calles y plazas no pasó mucho tiempo pero si el necesario para dejar de rodillas a la Argentina. A la extensa lista de intelectuales, cantores, artistas, filósofos, gente bien pensante, profesores, periodistas y opinólogos hay que adicionar la de los dos jefes partidarios: Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde. Todos los nombrados generaron la atmósfera y el clima cultural para que el progresismo, esa forma precámbrica de mirar la realidad, anterior a la caída del Muro de Berlín, se apoderara del pensamiento de los que tenían voz, transformándose en expresión del sentido común y del decir cotidiano. Desde ese momento el progresismo no ha dejado de cometer errores aunque algunos hoy se arrepientan de lo actuado.

La Alianza se había constituido con el objetivo de destruir lo hecho en los ‘90. El Frepaso, desprendimiento peronista de mirada añeja, terminó aliado con los radicales que todavía creían en el programa de Avellaneda de 1947, aunque Moisés Lebensohn había muerto hacía más de cincuenta años.

Raúl Alfonsín portador de una inefable melancolía insistía con la palabra progresista acusando al gobierno de Menem de agente del imperialismo yankee, haberse olvidado del pueblo, promovido la entrega del patrimonio nacional y malversado las “joyas de la abuela”. Por su lado Eduardo Duhalde, no le iba a la saga, jefe justicialista de la Provincia de Buenos Aires, le recriminaba a Menem ser la expresión criolla de Margaret Thatcher y Ronald Reagan esto es la derecha pro capitalista, salvaje y antiperonista. (La Nación, 14/5/1999) La oposición comprendió rápidamente el abismo que se abría en el peronismo y procedió en consecuencia. Unificó sus fuerzas, Frepaso, radicales y progresistas, colocándose de ese modo en condiciones de enfrentar al peronismo. En esa oportunidad el doctor Duhalde se acercó a la Alianza. Acordaron políticas conjuntas y recibió en su quinta de San Vicente al Chacho Álvarez. La suerte estaba echada.

LAS CRÍTICAS PROGRESISTAS AL DOCTOR MENEM

La primera y quizás la más perjudicial para la convivencia nacional fue la crítica despiadada al intento del doctor Menem de cerrar las heridas sangrantes que punzaban la vida política argentina: los indultos. Hacia ambos lados de la guerra subversiva, a los responsables de la Guerra de Malvinas y a los sublevados durante el gobierno del doctor Alfonsín, conocidos como carapintadas. El retorno de los restos de Juan Manuel de Rosas y el encuentro, beso incluido, con el Almirante Isaac Rojas, responsable de la Revolución Libertadora, cerraba el concepto. La idea era interesante aunque no novedosa. A lo largo de nuestra historia se había intentado varias veces cerrar heridas y avanzar. El acuerdo Domingo F. Sarmiento- Justo José de Urquiza en 1870. La Conciliación bajo el gobierno de Nicolás Avellaneda en 1877. La Ley Electoral de 1912. El encuentro político en el restaurante Nino de Juan Domingo Perón con el conjunto de las fuerzas políticas en 1972, hablaban a las claras de una línea acuerdista proclive a la inclusión y la paz. No pudo ser. El progresismo y la izquierda impusieron su agenda y todo se volvió a embarrar. Estando el autor de esta nota en casa del doctor Antonio Cafiero en San Isidro, un tiempo antes de su muerte, me manifestó que muchas cosas podía perdonarle a Menem pero solo una, no: el beso al Almirante Rojas. El odio anidaba aún en el corazón de algunos peronistas y también en la contra. Sin percibir que el mundo era otro, el país también y que era necesario dar muestras contundentes de unión nacional frente a un país fracturado por la crisis de 1989.

Fueron rechazadas también el resto de las medidas económicas y políticas: privatizaciones, desregulación, convertibilidad, el acuerdo con Bunge y Born, la UCD y la familia Alsogaray. ¿Desde qué espacio del pensamiento político y cultural se hacía la crítica? Naturalmente desde categorías ideológicas antediluvianas o jurásicas, propias del pensamiento de la década de 1930 y 40’, mezclado con una izquierda reciclada luego de la caída del Muro. A este entrevero Pampa denominaremos progresismo.

Pero quizás el disparate mayúsculo de la Alianza haya sido, subirse a la ola progre anti noventista y al mismo tiempo, como si fuera gratis, convocar al doctor Cavallo, artífice de los ’90, al gabinete y la consulta. Quien más insistió en este punto fue el doctor Carlos Álvarez. ¿En qué cabeza cabía semejante contradicción? Naturalmente en la del Chacho y en la de De la Rúa. Había, entonces, que desarmar el discurso y esto fue letal. Llamar al “enemigo” para continuar gobernando no fue entendido por sus votantes, mejor dicho fue rechazado, determinando que en octubre de 2001el voto en blanco trepara al 9,4%, el impugnado 12,5 y el ausentismo el 24%. Una buena porción de la ciudadanía daba la espalda a los partidos y las instituciones. Además de la economía, la política estaba en crisis. Las jornadas de luto y muerte se dibujaban en el horizonte.

GOBIERNO DEL DOCTOR DUHALDE

El doctor Duhalde asumió en una situación gravísima: una sociedad movilizada por la bronca, el radicalismo destruido, el Frepaso disuelto y el peronismo dividido. Así las cosas el único poder real era el Parlamento, los gobernadores y la provincia de Buenos Aires, en ella construyó Duhalde su poder. Un amplio arco devaluador con el radicalismo de Buenos Aires, los náufragos del Frepaso, el progresismo y sectores de izquierda. El doctor Menem afirmaba a La Nación: “Las estructuras partidarias bonaerenses han tomado el poder en la Argentina. El objetivo duhaldista y alfonsinista fue evitar hacer un ajuste de dos mil millones de dólares sobre un presupuesto de diez mil.” (La Nación, 9/1/02)

El argumento central esgrimido por aquellos años para devaluar fue que ella ya se había producido o dicho de otro modo que la fuga de capitales dejaba al peso circulante sin el respaldo del dólar huido. Este argumento fue rebatido en la Cámara de Diputados por el representante de la Democracia Progresista Alberto Natale: “Debo señalar que en el Banco Central hay suficientes reservas como para mantener la paridad uno a uno entre el dólar y el peso. Tengo sobre mi banca el informe del Banco Central al 31 de diciembre de 2001. La tenencia de oro y divisas representa 14.658 millones de dólares y los títulos nacionales a valor de mercado equivalen a 4.950 millones, lo que hace un total de reservas de 19.608 millones. Este importe debe respaldar la circulación monetaria en manos del público que es de 10.960 millones de pesos más los depósitos de las entidades financieras en el Banco Central, que ascienden a 6.435 millones, lo que representa un total de 17.395 millones. En síntesis, 19.608 millones de dólares para garantizar 17.395 millones de pesos, tal como lo impone la ley de convertibilidad.”

Pero no había nada que hacer no eran tiempos de racionalidad y argumentos bien fundados, la devaluación debía hacerse para licuar el déficit fiscal, las deudas empresarias industriales, comerciales y agrarias, y la competitividad de nuestras exportaciones y encontró a su hombre Remes Lenicov y el dólar se disparó hasta alcanzar la proporción de 4 a 1. Producida la devaluación era inevitable solucionar el problema de los endeudados en dólares y para ellos Remes les dedicó la pesificación asimétrica y el 15 de enero de 2002 determinó que un dólar adeudado se transformaba en un peso hasta la suma de 100.000 dólares. Tras esa brecha se colaron los grandes grupos económicos y la pesificación, quince días después fue para todos. A los bancos que recibían sus deudas pesificadas y que debían devolver los depósitos realizados en dólares a 1,40 más CER (cálculo indexatorio) el gobierno emitió bonos por un valor de 30.000 millones aumentando de esta manera la deuda pública, que naturalmente pagamos todos. La grave crisis se solucionó de una manera injusta hacia los sectores populares y jubilados que vieron disminuidos sus ingresos en un 40%.

La injusticia fue flagrante. Las grandes empresas y diarios endeudados en dólares con la devaluación se vieron naturalmente dañados. Pero si por un lado se perjudicaban por el otro se beneficiaban, no solo porque ahora exportaban al valor del nuevo dólar, decía La Nación: “Crecieron en la Bolsa de Buenos Aires las acciones de las empresas beneficiadas por el nuevo modelo productivo: exportan en dólares, tienen pesificados los costos internos y las tarifas. Estas empresas son: Pérez Companc, Atanor, Aluar, Ledesma, Indupa, Siderca, Molinos y Cresud.” (La Nación, 17/1/2002) sino también porque se sabe, es un clásico de la Argentina tener dinero fuera del país en dólares, dólares que ahora valían tres veces más. Lo que perdían dentro del país lo ganaban en el extranjero. Por aquellos años circulaba la versión que el Presidente de la UIA y fundador del Grupo Productivo (avanzada devaluatoria) José Ignacio de Mendiguren había vendido su empresa Coniglio, ropa de bebes y niños, al Exxel Group por la suma, nunca clara, de ocho millones de dólares, dinero que según dijeron las “malas lenguas” habría sacado del país y con la devaluación poder comprar tres Coniglios. Si fue verdad o no, nunca se sabrá lo cierto fue que los empresarios y los sectores acomodados que guardaban sus dólares afuera, ahora tenían el triple y sus deudas en el país, en caso de tenerlas, pesificadas. ¡Un negocio extraordinario!

No hay dudas que los hechos del 2001 fueron una contra revolución sostenida por la izquierda, el progresismo, el peronismo cepia, los grandes grupos económicos y los grandes diarios capitalinos. Similar en el sentido político a la contra revolución de 1890 que aun hoy la historiografía progre considera de avanzada. Hechas, ambas, contra un gobierno nacional con fuerzas de la provincia de Buenos Aires.

Para finalizar, dos cosas. Primero, al renunciar Remes Lenicov, Duhalde, aturdido, pensó darle un giro a la situación y nombrar como Ministro a Darío Carboneto un economista sustitutivo que en una nota elogiosa que el diario La Nación le realizó, afirmaba: “mi visión es que el dólar debería mantenerse en torno a los 3,5 pesos” romper con el FMI, “vivir con lo nuestro”, y aislarse del mundo. Ante semejante despropósito los catorce gobernadores peronistas del interior pidieron una reunión con el Presidente. En ella introdujeron cierta moderación “noventista” exigiendo, además, el adelanto electoral para marzo del 2003, lo que le hizo decir a Hugo Moyano, dirigente camionero, “La mayoría del justicialismo está imbuido de un pensamiento liberal” (La Nación, 26/4/2002) Finalmente Roberto Lavagna asumió el Ministerio de Economía retomando las conversaciones con el FMI dado que en septiembre comenzaban a vencer los primeros pagos. Al volver de Washington, a comienzos de mayo, Lavagna concurre a Olivos se entrevista con Duhalde y en paralelo el Presidente anuncia la convocatoria a elecciones para marzo de 2003 como lo habían exigido los gobernadores. Al salir de la reunión el Ministro declara: “la decisión presidencial (llamado a elecciones) facilita el acuerdo con el FMI” (La Nación 2/7/2002).

No fueron los crímenes de Kosteky y Santillán la razón de su retirada. Fue el rechazo del FMI a la situación imperante en la Argentina razón por la cual declaró: “Muchos de la boca para afuera están en desacuerdo con las organizaciones internacionales, pero en la intimidad le prenden una vela a la virgen para llegar a un entendimiento.” (La Nación, 2/9/2002)

No procuro con este artículo una lectura de actualidad política sino sencillamente recuperar para la historia acontecimientos que marcarían los años venideros, no en el sentido de lo que muchos autores señalan: el punto de partida de la crisis de los partidos políticos, esta comenzó mucho antes como de alguna manera está dicho anteriormente, sino y fundamentalmente enfatizar que en esas jornadas triunfó la contra revolución progresista que aún perdura no obstante el triunfo del PRO.

Share