Por Elena Valero Narváez.-

El dilema actual de nuestro país es cómo hacer para que la política no interfiera negativamente en la economía.

La política, en Argentina, desde el primer gobierno de Perón, fue puesta a la sombra de la democracia liberal, vigente desde 1916 a 1943, al servicio de demagogos que han buscado torcer las leyes naturales que rigen la convivencia humana, respondiendo solamente a motivaciones políticas de las cuales la más importante fue halagar a las mayorías para llegar o mantenerse en el poder. De esta manera perturbaron el orden económico espontáneo del mercado abandonando los principios que demanda la constitución alberdiana.

Por necesidades políticas, los gobiernos sucumbieron a los reclamos de concesiones a sectores poderosos y bien organizados, con capacidad de presionarlos mediante la acción directa, como ha sido el caso de los sindicatos o de grupos empresariales que reclaman privilegios y dádivas a expensas de la comunidad.

Desde 1983 en adelante, hubo intentos de volver a la democracia liberal en lo político y cultural -con algunas excepciones como fue el gobierno kirchnerista que intento una dictadura- pero manteniendo una ideología socialista o intervencionista en la economía, salvo el intento del ex presidente Menem de orientación liberal. Tanto el Radicalismo, como el gobierno del presidente Macri, han sido liberales en política e intervencionistas en economía. Ambos, como también, los gobiernos del matrimonio Kirchner, se han llenado la boca con discursos que los convierte en defensores de la distribución de la riqueza, de los sectores menos favorecidos de la sociedad, de la justicia social, de la protección de la ancianidad y la niñez, de la igualdad. Se equivocaron en los medios para lograr esos fines ya que controlan y dirigen, algunos más y otros menos, al mercado, con la idea de “humanizarlo”.

Creen que se puede ser mitad socialista y mitad liberal. Es así que fracasan en mejorar la economía y se ven prisioneros de sus promesas incumplidas. Acorralados, por no poder conformar a todos, terminan haciendo lo que define al populismo: sacarles a los “ricos” (los que gracias a su inteligencia y sacrificio producen la riqueza donde no ha existido) para darle a los pobres y así ejercer la solidaridad social. Piensan que la riqueza debe crearse desde el Estado, por lo cual limitan la propiedad privada y tienden a controlar al mercado.

El método para tratar de conformar a todos es la emisión monetaria, la cual provoca enormes trastornos políticos, sociales y económicos, debido al fenómeno inflacionario justificado por equivocadas teorías económicas.

Es lamentable observar cómo, de esta manera, nos equivocamos una y otra vez, provocando que tengamos gobiernos inestables, ineficaces, incapaces de mejorar la calidad de vida de los argentinos y degradando el sistema democrático, que tiende hacia el corporativismo donde los grupos de presión imponen, de una u otra manera, sus designios.

La crisis actual, que nos vuelve a la incertidumbre y a la desconfianza, tiene origen en el mismo problema. No se ha querido, justamente, por temor a las mayorías acostumbradas a recibir dádivas del Estado, y a los poderes sectoriales, hacer las reformas necesarias para encauzarnos por un nuevo rumbo democrático pero, donde rijan principios liberales en la política, la cultura y también, el orden del mercado en la economía.

Tenemos un problema: los políticos, aun en la actualidad, a pesar de tantos fracasos, no creen en el sistema capitalista basado en la propiedad privada y el mercado. Y son, solo ellos, los que pueden realizar la tarea de crear las condiciones para que se imponga. Chile debió ser nuestro modelo. Desde su implantación en marzo de 1975 se ha mantenido, mejor o peor, en él.

Las crisis pueden servir para aprender y cambiar. Esperemos que, por fin, el Gobierno decida llevar adelante una reforma del Estado, privatizando, desregulando, cumpliendo los requisitos necesarios para lograr y consolidar la estabilidad monetaria, solucione el problema de la deuda externa e interna, reduzca el gasto del Estado, entre otras acciones, indispensables, para mejorar lo antes posible. Se ha perdido tiempo. Ojalá predomine el pensamiento del grupo más liberal y se hagan las reformas necesarias, con eficiencia, sin improvisaciones, para crear otra vez confianza. Y, también, que ayude el sector empresarial adaptándose a la libertad económica y a la competencia.

Apurados por el FMI, el Gobierno está bajando el déficit. Buena noticia. Hay que atacar de una sola vez todas las causas, que a través del déficit, provocan inflación. No tiene, el Gobierno, que pensar en las elecciones, sí en solucionar el déficit de presupuesto, la emisión de moneda para financiarlo y el costo de vida, tres problemas que nos hacen vivir de sobresalto en sobresalto.

Los argentinos, para mejorar, necesitamos un Gobierno que controle la inflación, producto de años de errores, debilidades y demagogia. Si no se extirpa este mal, como lo han hecho la mayoría de los países adelantados del mundo, nos esperan conflictos sociales y otro fracaso. No llegará el progreso. Uno de los mayores errores del actual gobierno es que la inflación no fue profundamente atacada.

Basta de tener Gobiernos que gastan mucho más de lo que se recauda y que imprimen moneda para financiar el déficit del presupuesto. De esta manera, siempre, la inflación se los llevará puestos.

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