Por Alberto Buela.-

Ayer llegamos al record después de un año y medio de pandemia con casi 800 muertos en un día y ya sumamos más de 90.000. Lo que indica a las claras que las cosas no están bien, ni van bien, como nos quieren hacer creer.

Este virus nos está matando como perros y nadie sabe qué hacer. El gobierno como Voltaire “miente, miente que algo queda” y los médicos no saben nada. Se manejan con el método de la prueba y el error que experimentan médicos de otros países.

Con esto de la vacuna como panacea no trabajan, al menos sobre tratamientos paliativos, sobre remedios, sobre posibilidades de morigerar los efectos del virus covid, sobre viejos remedios caseros. No, no hacen nada de nada.

Hoy los médicos se han transformado en periodistas y los periodistas en voceros del gobierno del miedo.

Así, la vacuna que fabrican otros es la salvación que llega en cuenta gotas a la Argentina, donde los que primero se vacunaron fueron los militantes del gobierno y la clase político-sindical-empresarial. En una palabra, lo más desprestigiado de la sociedad.

Todo indica que este gobierno del miedo, que no es solo el argentino, parece que no va pasar pues ya nos están asustando con la variante Manaos, el hongo negro, la variante India, la Beta, la Delta y ahora la Delta Plus. Y faltan como 18 letras para completar el alfabeto griego, para llega a la Omega. De modo que tenemos para rato.

El problema de los virus contemporáneos es que nacen de una manipulación genética sin ninguna pauta ética o moral y eso los transforma en un negocio de los laboratorios internacionales, que les venden por millones y millones de dólares a los gobiernos. Millones de dosis que terminarán siendo donadas a algún país africano.

El círculo hermenéutico (de interpretación), es el siguiente: aparece un virus (producido o no), aparecen las vacunas (laboratorios vendedores), aparecen los gobiernos (compradores). Los laboratorios se enriquecen y los gobiernos aprovechan para gobernar por el miedo. Mientras tanto los pueblos son los convidados de piedra en esta fiesta universal y planetaria. Donde unos pocos se hacen muy, muy ricos y la inmensa mayoría se vuelve pobre.

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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