Por Hernán Andrés Kruse.-

1911. En la Argentina gobernaba el orden conservador de la mano de Roque Sáenz Peña. El país era considerado el granero del mundo, una potencia que nada tenía que envidiar a las naciones más prósperas de la tierra. Sin embargo, la política presentaba evidentes signos de descomposición moral que fueron registrados por José Ingenieros en su libro “El hombre mediocre”. Dedica el capítulo VII a estudiar el fenómeno y emplea una palabra para definirlo: mediocracia.

Leamos a Ingenieros: “En ciertos períodos la Nación se aduerme dentro del país. El organismo vegeta, el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor del pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los Estados tórnanse mediocracia (…) En la primera década del siglo XX se ha acentuado la decadencia moral de las clases gobernantes. En cada comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial, excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas (…) Son bandoleros que buscan la encrucijada más impune para expoliar a la sociedad. Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes, pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales (…) Cuando las miserias morales asolan a un país, culpa es de todos los que por falta de cultura y de ideal no han sabido amarlo como patria: de todos los que vivieron de ella sin trabajar para ella (…) La masa de “elegidos del pueblo” es subalterna, pelma de vanidosos, deshonestos y serviles (…) Los deshonestos son legión; asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado; prestigian proyectos de grandes negocios con el erario, cobrando sus discursos a tanto por minuto; pagan con destinos y dádivas oficiales a sus electores, comercian su influencia para obtener concesiones a favor de su clientela. Su gestión política suele ser tranquila: un hombre de negocios está siempre con la mayoría. Apoya a todos los gobiernos (…) En ciertas democracias novicias, que parecen llamarse repúblicas por burla, los Congresos hormiguean de mansos protegidos de las oligarquías dominantes. Medran piaras sumisas, serviles, incondicionales, afeminadas: las mayorías miran al porquero esperando una guiñada o una seña. Si alguno se aparta está perdido; los que se rebelan están proscritos sin apelación (…) Consecuencias inmediatas del funcionarismo son la servilidad y la adulación. Existen desde que hubo poderosos y favoritos. Bajo cien formas se observa la primera, implícita en la desigualdad humana: donde hubo hombres diferentes algunos fueron dignos y otros domésticos (…) La adulación es una injusticia. Engaña (…) No sólo se adula a reyes y poderosos; también se adula al pueblo. Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo. Para obtener el favor cuantitativo de las turbas, puede mentírseles bajas alabanzas disfrazadas de ideal; más cobardes porque se dirigen a plebes que no saben descubrir el embuste. Halagar a los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad”.

Un siglo más tarde y la mediocracia sigue vigente. La decadencia moral de la clase política se ha acentuado hasta límites insoportables. Hay legisladores en todos los niveles que antes de ser elegidos vivían modestamente y cuando terminan su mandato son potentados. Hay políticos que no titubean a la hora de mentirle al pueblo de manera obscena y descarada, burlándose de su inteligencia. Durante mucho tiempo el pueblo toleró todas y cada una de las humillaciones oficiales. Hasta que un día se sublevó, blandiendo la cacerola como estandarte de la virtud republicana. Fue tan solo un espejismo. Los sectores medios montaron en cólera porque el ex presidente De la Rúa y su ministro de Economía Domingo Cavallo decidieron encarcelar durante un tiempo sus ahorros. Al poco tiempo todo volvió a la normalidad. Cuando el pueblo fue convocado a las urnas en 2003 eligió a los mismos dirigentes que habían provocado la hecatombe de diciembre de 2001.

Aceptamos con naturalidad que los políticos nos mientan en la cara. Carlos Saúl Menem prometió el salariazo y la revolución productiva. Lo que hubo fue un ajuste demoledor y un histórico saqueo del Estado. Se produjeron hechos de violencia inéditos en nuestro suelo. En marzo de 1992 una bomba demolió la embajada de Israel y dos años más tarde otra bomba destruyó la AMIA. Sin embargo, Menem fue reelecto en 1995 porque así lo decidió el 50% del pueblo. Fernando de la Rúa prometió mantener la convertibilidad y purificar el ejercicio de la política. Duró sólo dos años. Pero su renuncia no se debió a que no cumplió con la promesa de moralizar la acción política sino a que no supo qué hacer frente al evidente colapso del modelo de convertibilidad. En 2003 el 24% del electorado votó nuevamente por Menem. Evidentemente ese sector se había olvidado del asesinato de Menem Junior y de la voladura de Río Tercero.

La decisión de Menem de no competir en el ballotage obligó a Néstor Kirchner a asumir con tan sólo el 22% de los votos obtenidos en la primera vuelta. El patagónico tuvo el control político en sus manos entre el 25 de mayo de 2003 y el día de su fallecimiento. Cristina Kirchner, a partir de ese fatídico día hasta el 9 de diciembre de 2015. Durante sus doce años y medio en la Rosada el matrimonio Kirchner fue denunciado por innumerables hechos de corrupción. Algunas de esas denuncias pueden tener asidero pero otras son burdas operaciones políticas. Sin embargo, fue tan impiadosa y eficaz la campaña de esmerilamiento puesta en ejecución por el monopolio mediático que finalmente logró su cometido: en el ballotage de 2015 unos 13 millones de compatriotas ingresaron al cuarto oscuro dominados por el odio y el rencor, dispuestos a hacer tronar el escarmiento.

Al poco tiempo de haber asumido Mauricio Macri se vio envuelto en un escándalo internacional. Su nombre apareció en los “Panamá Papers”, una documentación que registra a aquellos poderosos que tienen cuentas offshore en paraísos fiscales. A raíz de esta publicación el primer ministro islandés se vio obligado a renunciar, presionado por un pueblo que había colmado las calles de la ciudad capital. Sin embargo, Macri ganó holgadamente las elecciones de octubre de 2017. Meses más tarde estalló una crisis económica que aún perdura. A pesar de ello, conserva intactas sus chances de conseguir la reelección. Aunque cabe reconocer que los yerros que viene cometiendo la principal fuerza de oposición no hacen más que allanarle el camino al presidente rumbo a un nuevo período.

Ingenieros habló en 1911 de mediocracia para describir el sistema político de aquel momento. Si resucitara no dudaría en emplear el mismo vocablo para hacer lo mismo con el sistema político actual. Lo que no hubiera dicho respecto a Menem, Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina y Macri. No hubiera tenido más remedio que escribir varios tomos sobre la mediocracia argentina contemporánea.

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