Por Hernán Andrés Kruse.-

Finalmente el ex presidente brasileño, Luis Inácio Lula de Silva, se entregó a la policía luego de resistir durante varias horas en su bunker del sindicato de los metalúrgicos en San Pablo. Fue la crónica de un desenlace anunciado. Desde que la Corte Suprema de Justicia le denegó el hábeas corpus que había presentado por 6 votos contra 5, la suerte de Lula quedó marcada con fuego. Por supuestos actos de corrupción que habría cometido durante su presidencia, el más popular presidente brasileño fue literalmente borrado de la competencia por la presidencia de la nación que tendrá lugar en octubre próximo. Porque ese fue el objetivo que se buscó desde el principio: proscribir a Lula, impedir por cualquier medio que el líder del PT retorne al poder. Los grandes medios, el Poder Judicial y el ejército decidieron en nombre del pueblo que Lula no debía regir otra vez los destinos del país. Lo que sucedió en Brasil fue, lisa y llanamente, un golpe de Estado. Todo comenzó con la destitución de la antecesora de Lula, la también petista Dilma Rousseff, que fue echada a patadas del gobierno por razones aún no esclarecidas. Lo cierto es que nada pudieron probarle en su contra. Pero la derrocaron sin miramientos. Pero Dilma no era la presa apetecida. Fue tan solo un paso intermedio para el logro del verdadero objetivo: tumbar al verdadero enemigo, Lula. Fue una operación perfectamente orquestada que contó seguramente con el visto bueno de Estados Unidos. A diferencia de los golpes de Estado tradicionales, en esta oportunidad la fuerza de choque fue el Poder Judicial. Desde el juez de primera instancia Moro hasta la Corte Suprema, dicho Poder actuó como una verdadera fuerza de tareas. Una verdadera vergüenza. Un oprobio para Sudamérica.

Las escenas que se vieron ayer (sábado 8) en el búnker de Lula fueron espantosas. Durante horas enfervorizados manifestantes pretendieron lograr lo imposible: que Lula no se entregara. Incluso llegaron a impedir momentáneamente que el ex presidente se fuera del lugar para tomar el avión que lo llevaría a la prisión de Curitiba. No quedó claro si se trató de una estrategia del propio Lula o, en cambio, de una decisión desesperada de los propios manifestantes. Todo parece indicar que se trató de lo segundo. Finalmente, cuando ya era de noche se produjo lo que tenía que pasar: Lula se entregó y desde anoche está preso. De esa forma, el orden conservador brasileño consiguió lo que se propuso desde el principio: proscribir a Lula. Porque lo que acaba de pasar en Brasil es eso: prohibir a Lula presentarse en octubre. Una vez más quedó en evidencia lo peligrosa que puede llegar a ser la derecha conservadora cuando tiene miedo. Como esos animales feroces que están heridos, la derecha conservadora brasileña viene desde hace tiempo dando zarpazos desesperados para herir de muerte a su enemigo. Finalmente lo logró. El tiempo dirá si Lula logrará sobrevivir políticamente o no.

Como era previsible el gobierno de Macri guardó durante todo este lamentable proceso un silencio ominoso. Una actitud lógica de parte de un presidente que apoyó desde el principio el golpe de Estado contra Dilma Rousseff. Macri ve a Temer como un presidente “amigo”, una persona confiable que habla su mismo idioma. Pero lo que verdaderamente causa asombro es el silencio de la Unión Cívica Radical, del más que centenario partido que durante nuestra ajetreada historia fue víctima de varios golpes de Estado. Cuesta entender que una fuerza política que experimentó en carne propia lo que acaba de pasar con Lula no haya salido públicamente a solidarizarse con él. Este ominoso silencio pretende sepultar los golpes de Estado que sufrió en 1930, 1962, 1966, 1989 y 2001.

En septiembre de 1930 Hipólito Yrigoyen fue derrocado y alojado en la isla de Martín García. Inmediatamente la Corte suprema convalidó el atropello. El orden conservador no había tolerado el retorno del “peludo” al poder. Si bien el presidente jamás atentó contra sus intereses, la oligarquía lo despreciaba por que no lo consideraba de su propio palo. Otros seis años de Yrigoyen en la Rosada le resultaba intolerable. Durante la siguiente década, llamada “infame”, el radicalismo estuvo proscripto y fue víctima de persecuciones de todo calibre. Los radicales parecen haber olvidado que quienes derrocaron al “peludo” son los abuelos de quienes hoy gobiernan la Argentina. Es la misma gente. Son los mismos valores.

En marzo de 1962 fue derrocado Arturo Frondizi, líder del radicalismo intransigente. En esta oportunidad el intelectual presidente fue víctima del feroz antagonismo entre el peronismo y el antiperonismo. Frondizi intentó quedar bien con Dios y con el Diablo. Terminó como Tupac Amaru: descuartizado. Frondizi debió soportar innumerables cuestionamientos de parte de unas Fuerzas Armadas altamente politizadas, como lo están ahora las Fuerzas Armadas brasileñas. ¿Se han olvidado de esto los radicales?

En junio de 1966 fue derrocado el radical del pueblo Arturo Humberto Illia, un médico de Cruz del Eje honrado y decente. Lamentablemente, la proscripción del peronismo le jugó en contra. Pese a gobernar como un genuino demócrata, el espíritu de intolerancia que se respiraba en aquel entonces lo terminó eyectando del poder. ¿Se olvidaron los radicales cómo fue echado Illia del poder? A los empujones. Una falta absoluta de respeto por la investidura presidencial y el propio Illia.

En junio de 1989 Raúl Alfonsín le comunicó al pueblo que había decidido adelantar la entrega del mando presidencial seis meses antes de lo previsto por la Constitución Nacional. El líder de Renovación y Cambio se mostraba impotente para contener la inflación y garantizar la seguridad. En agosto de 1988 el presidente había sido abucheado en Palermo, sede de la Sociedad Rural. ¿Se olvidaron los radicales de ese hecho bochornoso? Quienes le faltaron el respeto son los descendientes de los golpistas de 1930, 1962 y 1966. Seguramente están contentos con lo que está pasando en Brasil. Alfonsín fue víctima de un golpe de Estado no tradicional. No tuvo a las Fuerzas Armadas como protagonistas sino al poder económico concentrado, el mismo poder que mucho tiene que ver con la proscripción de Lula.

En diciembre de 2001 Fernando de la Rúa se escapó de la Rosada en helicóptero. El país era un caos. El corralito había enfurecido a sus votantes quienes, encolerizados, coparon la Plaza de Mayo exigiendo su renuncia. Aconsejado por uno de sus hijos, Antonio, De la Rúa invitó al peronismo a conformar un gobierno de unidad nacional. Acantonado en San Luis el peronismo nada hizo por evitar su caída. ¿Se olvidaron los radicales de esa tragedia? Porque no ocurrió hace cien años. Fue a principios de este siglo.

Los radicales saben muy bien lo que significa sufrir un golpe de Estado. Saben lo que significa ser perseguidos, proscriptos, prohibidos. Yrigoyen y Frondizi fueron detenidos. Illia fue echado a patadas, Alfonsín fue insultado en Palermo y De la Rúa abandonó el poder por la puerta de atrás. Muchos e importantes dirigentes sufrieron, a lo largo de la historia, cárcel, persecución y exilio. La UCR sabe perfectamente lo que está sufriendo Lula en este momento. ¿Cómo creen los radicales que hubiera actuado Yrigoyen frente al atropello que se está cometiendo con Lula? ¿Creen que se hubiera quedado callado? ¿Cómo creen que hubiera actuado Raúl Alfonsín? ¿Piensan que se hubiera quedado de brazos cruzados? El ominoso silencio de la UCR actual frente a los graves hechos que están sacudiendo a nuestro gran vecino condena a la irrelevancia estos trágicos hechos que hacen a su esencia como fuerza política democrática y republicana. El radicalismo y su historia no merecen semejante afrenta.

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