Por Hernán Andrés Kruse.-

En un ensayo titulado “Individualismo: verdadero y falso”, Freidrich A. von Hayek opone el individualismo verdadero, de tradición política inglesa, al individualismo falso, imbuido del enfoque racionalista cartesiano. El propósito de Hayek es, por un lado, enarbolar la defensa de un principio general de organización social, y, por el otro, “demostrar que la aversión a los principios generales, y la preferencia por ir de un caso particular a otro del mismo género, es la consecuencia del movimiento que con la “inevitabilidad de lo gradual” nos lleva de vuelta desde un orden social que descansa en el reconocimiento general de ciertos principios, a un sistema en que el orden es creado por órdenes directas de la autoridad”.

El verdadero individualismo que Hayek tiene el propósito de defender fue enarbolado por John Locke, Bernard Mandeville, David Hume, Josiah Tucker, Adam Ferguson, Adam Smith, Edmund Burke, Alexis de Tocqueville y Lord Acton. El verdadero individualismo responde, pues, a la tradición política inglesa. El individualismo situado en la otra vereda, el falso según Hayek, ha sido enarbolado fundamentalmente por los enciclopedistas, Juan Jacobo Rousseau y los fisiócratas. El falso individualismo responde desde su génesis al racionalismo de Descartes. Según Hayek el individualismo racionalista o cartesiano evoluciona indefectiblemente hacia una sociedad socialista o colectivista, hacia una sociedad que aniquila al hombre como persona. Por el contrario, el individualismo de raigambre inglesa desemboca en una sociedad libre, respetuosa de los derechos del hombre.

Para Hayek las características fundamentales del verdadero individualismo son las siguientes. Lo primordial a tener en cuenta es que se está en presencia de una teoría de la sociedad, una empresa del pensamiento tendiente a comprender las fuerzas que determinan la vida del hombre en sociedad. Luego se interesa por las máximas políticas que se derivan de dicha concepción social. Así concebido, el verdadero individualismo nada tiene que ver con la errónea creencia que sostiene que el individualismo supone pura y exclusivamente la existencia de individuos atomizados, aislados, en lugar de partir del hecho de que la naturaleza humana es esencialmente social. El individualismo verdadero sostiene que los fenómenos sociales únicamente pueden ser analizados a partir de las conductas de los individuos que conviven en un ámbito territorial determinado. Por el contrario, las teorías colectivistas de la sociedad procuran analizar la sociedad como entidades que existen independientemente de sus miembros. Para el verdadero individualismo la mayoría de las instituciones funcionan al margen de las decisiones adoptadas por una inteligencia que supuestamente las dirige. En su libro “Ensayo sobre la historia de la sociedad civil”, Adam Ferguson sostiene que “las naciones descansan en instituciones que son, en efecto, el resultado de la acción humana, pero no el resultado del designio humano”. La historia ha demostrado, expresa Hayek, que al colaborar libre y espontáneamente, los hombres son capaces de crear cosas que frecuentemente escapan a la comprensión de sus mentes individuales. He aquí, sentencia el pensador austríaco, el gran descubrimiento de la economía clásica, cuyo máximo exponente fue Adam Smith.

Descartes es el emblema del falso individualismo, de la concepción política y social que sostiene que los asuntos del hombre, sus acciones, responden a un orden que responde a un propósito deliberado. Para el individualismo racionalista la sociedad no es el resultado de un conjunto de acciones humanas espontáneas y libres, sino de un plan prefijado minuciosamente por el gran legislador. Sin embargo, esta diferencia entre ambos individualismos lejos está de ser la más relevante. En efecto, lo que sucede es que colisionan dos concepciones antitéticas ya que mientras el individualismo de la escuela cartesiana eleva a la categoría de diosa del olimpo a la “Razón”, el individualismo anglosajón sostiene que la razón no es tan relevante a la hora de comprender los asuntos humanos y que, pese a la imperfección de su capacidad de razonamiento, ha logrado progresar a lo largo de la historia. Dice Hayek: “Uno podría aún decir que la anterior concepción-el verdadero individualismo-es el producto de una aguda conciencia de las limitaciones de la mente humana, que determina una actitud de humildad hacia los procesos sociales anónimos e impersonales, por los cuales los individuos ayudan a crear cosas más grandes que las que ellos saben, mientras la última-el individualismo cartesiano-es el producto de una fe exagerada en los poderes de la razón individual y, en consecuencia, del desprecio por todo lo que no ha sido conscientemente ideado por ella, o no es completamente inteligible”. Lo que tipifica al individualismo inglés es visualizar al hombre “como un ser muy irracional y falible, cuyos errores individuales sólo son corregidos en el curso de un proceso social, y que trata de sacar el mayor provecho de un material muy imperfecto”. Como dice Bernard Mandeville “nosotros atribuimos a la excelencia del genio del hombre y a la profundidad de su penetración, lo que en realidad se debe al transcurso del tiempo y la experiencia de muchas generaciones, que todas ellas difieren muy poco entre sí en dotes naturales y sagacidad” (“The Fable of the Bees”). En nuestra historia la concepción que tuvo la primacía fue, qué duda cabe, el falso individualismo. La Constitución de 1853 es un claro ejemplo de la relevancia otorgada a la razón del legislador para configurar el flamante régimen político a sus designios. Dice, al respecto, Germán Bidart Campos (“Tratado Elemental de Derecho Constitucional Argentino”, Tomo I): “La constitución argentina de 1853 es escrita o codificada. La ubicamos, por eso, en la clase de constitución formal. Como constitución nueva con la que se daba origen a la República Argentina, tomaba del tipo racional-normativo la pretensión de planificar para el futuro el devenir de nuestro régimen político”. Sin embargo, inmediatamente agrega: “Pero no fue una constitución elaborada con puras abstracciones mentales ni con un racionalismo apriorístico, sino todo lo contrario. Tuvo un sentido realista de compromiso con todos los elementos de la estructura social: cultura, religión, tradición, ideologías, factores geográficos y mesológicos, etc.”

Para el verdadero individualismo resulta inteligible la conformación espontánea de grupos sociales. En cambio, para el individualismo racionalista los procesos sociales sólo sirven a los intereses de los hombres si están bajo el control de la razón humana individual, si hay una mente predestinada por la providencia o la naturaleza para conducir los destinos de miles o millones de personas. Para Hayek esta concepción conduce directamente al socialismo, entendiendo por tal un régimen colectivista totalitario que hace añicos la dignidad de los seres humanos. Por el contrario, para el individualismo inglés es fundamental dejar que los hombres se desenvuelvan libre y espontáneamente resultando a veces sorprendente lo que pueden conseguir en ese ámbito de libertad, algo que muchas veces no pudo ser previsto por la razón humana individual. Ahora bien, como ambas teorías, destaca Hayek, se conocieron con la misma denominación y como importantes pensadores económicos clásicos del siglo XIX, como John Stuart Mill y Herbert Spencer, sufrieron la influencia de ambas corrientes de pensamiento, el genuino significado del verdadero individualismo sufrió severas mutaciones, a tal punto que concepciones y suposiciones que nada tenían que ver con su concepción comenzaron a ser consideradas como parte sustancial de su doctrina. Por ejemplo, muchos creyeron que Adam Smith fue el inventor del denominado “hombre económico” orientado o guiado exclusivamente por su razón individual. La verdad es que Smith jamás supuso algo por el estilo. Dice Hayek: “Estaría más cerca de la verdad decir que, en su concepto, el hombre era por naturaleza perezoso e indolente, imprevisor y derrochador, y que sólo por las fuerzas de las circunstancias se le pudo hacer comportar económica y cuidadosamente, para ajustar sus medios a sus fines” (…) “Como quiera que sea, el punto principal acerca del cual puede haber poca duda, es de que la principal preocupación de Smith no se refería tanto a lo que el hombre podría ocasionalmente lograr, en el mejor de los casos, sino a darle tan poca oportunidad como fuera posible para hacer daño, aún en las peores circunstancias. Apenas sería demasiado sostener que el principal mérito del individualismo, que él y sus contemporáneos apoyaron, es que constituye un sistema bajo el cual los hombres perversos pueden hacer menos daño. Se trata de un sistema social que no depende para su funcionamiento del hallazgo de hombres buenos que lo dirijan, o que todos los hombres se conviertan en mejor de lo que son ahora, sino que hace uso de hombres en toda su variedad y complejidad, a veces buenos y a veces malos, algunas veces inteligentes y más frecuentemente estúpidos. Su finalidad era un sistema bajo el cual sería posible conceder libertad a todos, en vez de restringirla, como sus contemporáneos franceses querían, a “los buenos y a los malos”. Y concluye: “La principal preocupación de los grandes autores individualistas fue, en efecto, encontrar un grupo de instituciones mediante las cuales el hombre pudiese ser inducido, por su propia elección y por los motivos que determinaran su conducta ordinaria, a contribuir tanto como fuese posible a las necesidades de los demás, y su descubrimiento fue que el sistema de propiedad privada proporcionaba tales incentivos en una extensión mucho mayor de lo que hasta ahora se había comprendido. Ellos no sostenían, sin embargo, que ese sistema fuera incapaz de mejoramiento ulterior y, todavía menos, que existiera una “armonía natural de intereses”, indiferente a las instituciones positivas. Ellos conocían muy bien los conflictos de los intereses individuales y subrayaban la necesidad de “instituciones bien construidas” allí donde las “reglas y principios de los intereses en disputa, y ventajas resultantes de transacción”, reconciliaran los intereses en conflicto, sin dar a ningún grupo el poder de pacer prevalecer sus opiniones y sus intereses sobre los de todos los demás”.

Si el verdadero individualismo, como sostiene Hayek, constituye un sistema social cuyo funcionamiento no depende de la clarividencia de un gobernante que cree saberlo todo, que está convencido de que conoce mejor que nadie cuáles son las necesidades del pueblo, que cree preverlo todo, conocer todas las consecuencias que provocan sus decisiones, entonces en la Argentina jamás estuvo vigente. En efecto, los argentinos, a lo largo de nuestra ajetreada historia, siempre esperamos que el gobernante de turno sacara de su chaqueta la varita mágica que solucionara todos nuestros problemas. Sin ir tan atrás en el tiempo, en 2003 Néstor Kirchner, en su discurso inaugural del 25 de mayo de 2003, prometió que su gobierno desmantelaría todo lo que oliera a menemismo. Desde arriba, desde la cúspide del poder, puso en marcha un duro proceso de “desmenemización” de la sociedad. Ello implicó un cambio radical en las relaciones internacionales, en lo cultural y, fundamentalmente, en el rol del Estado en la economía. Orientado por su razón, Kirchner supo saber interpretar lo que deseaba el pueblo en ese momento y comenzó a ejercer el poder en ese sentido. Así lo hubiera interpretado, según el enfoque de Hayek, el individualismo racionalista. Lo interesante es que lo mismo hubiera dicho respecto al actual presidente, Mauricio Macri. Es interesante observar que en este sentido Macri actúa igual que Kirchner, aunque su ideología sea diferente. En efecto, una vez en el gobierno hizo una fuerte apuesta por un agudo proceso de “deskirchnerización” de la sociedad, lo que implica un cambio radical en lo internacional, en lo político y en lo económico. Al igual que Kirchner, Macri cree estar capacitado para saber perfectamente qué necesitan los argentinos, cuáles son sus problemas y qué debe hacerse para solucionarlos. Kirchner y Macri, como la casi totalidad de quienes ejercieron el poder en la Argentina, tienen en común el creerse superiores al común de los mortales, el estar convencidos de ser dueños de una razón casi sobrenatural que les permite controlarlo y preverlo todo. En el fondo, tanto uno como el otro, como casi el resto de los presidentes anteriores, tienen como común denominador una total y absoluta desconfianza por el hombre de la calle, acompañado por un total y absoluto desprecio por el derecho que le asiste a cada ser humano de desplegar plenamente todas sus capacidades.

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